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jueves, 14 de julio de 2016

Cuando el CYPE se equivoca





Calculo un edificio de hormigón con el programa CYPE. El edificio es en concepto muy sencillo y son bastantes metros cuadrados, por lo que el empleo del CYPE es lo más práctico: si el CYPE no puede hacer estos edificios, ¿para qué lo quiero?

El CYPE es un programa de cálculo de estructuras en el que el usuario "introduce" los planos del arquitecto, comprueba que el programa ha generado bien el modelo del edificio, y le da a la tecla de ejecutarse. El programa calcula y dimensiona la estructura, y si al usuario le parece bien, genera los planos, la memoria y las mediciones. En tanto en cuanto el programa no es perfecto, el usuario debe hacer algunas correcciones según el criterio que tenga, pero lo cierto es que con el paso de los años el programa es cada vez mejor y el usuario menos necesario. De hecho, es de esperar que cuando el arquitecto, en vez de dibujar rayas y decir "estas rayas representan un pilar", dibuje pilares (y se vean como rayas, pero el arquitecto le haya dicho a su ordenador "pon aquí un pilar de 30 por 30"), el CYPE no necesitará que el usuario le traduzca los planos del arquitecto, ya lo hará solo, y con cuatro datos específicos se encargará de todo. Como he dicho en varias ocasiones, las estructuras las calcularán las máquinas al igual que ya hacen todas las raíces cuadradas que se hacen en los países civilizados.

El caso es que he calculado un edificio de hormigón con el CYPE… y he encontrado un error. Un comportamiento del programa al calcular que, necesariamente, ha de ser un error del programa. Comunicado a los sres. de CYPE, les he enviado la obra para que lo comprueben ellos mismos, y me han dicho que lo pasarán a los de programación para que averigüen a qué se debe ese comportamiento tan, a todas luces, erróneo.

No pasa nada. Así es como se mejoran todos los programas informáticos, el CYPE también.

Pero sí, sí que pasa. Sí que pasa porque, al igual que con las raíces cuadradas, el uso intensivo del ordenador nos quita la habilidad de aquello que hace la máquina; en este caso, el calcular edificios. En unos años ya no quedarán calculistas que sepan ver si una estructura está bien calculada o no.

Y, claro, si las personas ya no sabemos si los cálculos están bien, la bondad del cálculo depende al 100% del ordenador. Que puede tener fallos, ¿no? A fin de cuentas, no es la Biblia, que es inerrante. Que el programa esté bien depende del programador, que no se equivoque al teclear o al traducir a lenguaje de ordenador el deseo del analista; del analista, que prepara las instrucciones de cómo calcular a partir de lo que le explique el experto en cálculo; del experto en cálculo, que no se equivoque al explicar qué hacer ni él al entender cómo se calcula; de las normas, que, como todos sabemos, son los eslabones más débiles en esta cadena, son una chapuza; de los mecanógrafos que escriben las normas, no en vano tiempo después suelen salir colecciones enteras de erratas (y de erratas de las erratas)…

Yo, que soy del pleistoceno, prefiero que el que da la cara, el que afirma que ha calculado, el que asume la responsabilidad por el cálculo, sepa calcular. Prefiero que sepa calcular y que, aunque no calcule, sepa ver si el programa ha cometido algún error.

¡Por supuesto!, me dirán todos ustedes. Y todos los calculistas estarán de acuerdo, todos opinan que no puede ser que el calculista no sepa. Ya lo sé. Pero lo que yo digo es que, con tanto ordenador, ese conocimiento se va a perder. Como el hacer raíces cuadradas. Y, como pasó con las raíces cuadradas, esa pérdida llegará sin darnos cuenta, poco a poco, hasta que sea general. Y entonces estaremos en la situación que ahora opinamos que no debe ocurrir. ¿Qué haremos, entonces?




Dave Stewart & Candy Dulfer - Lily was here

jueves, 30 de junio de 2016

Mide con micrómetro, marca con tiza, corta con hacha



Llega a mis manos un ejemplar de una revista de nuestro sector; quiero decir, especializada en el cálculo de estructuras. He leído (o intentado leer) los artículos, y… Soy un ingeniero del pleistoceno. Puede que el último en activo, además.

Verán, hay varios artículos en la revista. Uno de ellos lo escribe Fructuós Mañá, un gran calculista, ya jubilado. Es un artículo que se lee de corrido, que incluye perlas como por ejemplo cuando explica que para muchos arquitectos la cimentación no forma parte del edificio, porque el proyecto ha de atender a las funciones, al estilo y a las proporciones, y en consecuencia la cimentación es algo que ya resolverá el que haga la estructura. Es cierto: nadie, cuando ve una casa, salvo que sea del gremio, se interesa lo más mínimo por los cimientos, al igual que nadie se preocupa por el tipo de soldadura de las conexiones del chip de su teléfono móvil. Sin embargo, los estructuristas sabemos que si fallamos en los cimientos, nada va a tener arreglo.

Otra idea muy interesante del artículo es que, cuando llegan las patologías, cada técnico tiende a buscar la causa (y la solución) en el ámbito de su competencia, de lo que sabe.

Lamenta, en definitiva, que las profesiones se hayan ido superespecializando, pues se están perdiendo las personas con un saber general y una visión global de los proyectos y de los edificios. Porque, como concluye, construir es algo más que la simple sucesión del trabajo de especialistas.

Pero, como les decía, hay más artículos en la revista. Y éstos los escriben ingenieros más jóvenes que yo, que tienen muchos títulos debajo de su firma y muchos cargos universitarios. Y ¿saben qué pasa? Que no entiendo los artículos. Son, en mi opinión, una hueca exhibición de saber, en el que "explican" cómo resolver complejos problemas con ordenadores y programas de cálculo. Son artículos en los que una estructura es una matriz expresada con notación indicial, y que tras leerlos uno, como mucho, es consciente de que a) hay problemas muy difíciles, ahí fuera, y b) suerte que estos tipos tan listos han hecho programas tan geniales que los resuelven por nosotros.

Normal que me sienta un ingeniero del pleistoceno.

Alguna vez he escrito sobre mi profesor de estructuras de la carrera. El peor profesor de nada que he tenido jamás. Ese tipo se pasó todo el curso escribiendo matrices con notación indicial; nunca dibujó el esquema de una estructura. Se relacionaba con nosotros como una computadora (de las de entonces, con las de ahora las estructuras ya se las modeliza mediante esquemas gráficos y son los programas los que se encargan de generar las matrices). Y al acabar el curso yo no había aprendido apenas nada. Y lo poco que aprendí no fue gracias a él, que incluso cuando nos enseñaron el método de Cross (habría sido un delito no hacerlo) tuvo que venir un ayudante; el profesor titular volvió días después, cuando ya había acabado el "desagradable" capítulo del Cross.

Pues los articulistas son como ese gachó.

Yo es que ya no soy de esta época, me temo. Perdí el tren de los tiempos. Con todo, tengo una pregunta que hacerles: si esos problemas son tan serios y se necesitan tan complejos modelos informáticos para resolverlos, ¿cómo lo hacían antes? Porque los edificios no se caen nunca (bueno, alguno alguna vez, pero siempre porque es muy antiguo y ha sufrido ocho guerras e incendios, o porque en su momento se construyó mal, rayando en lo delictivo). Me dirán, tal vez, que es que antes los coeficientes de seguridad eran mayores… y sin embargo es fácil reconocer una estructura de hace cincuenta años porque todo es más ligero, más esbelto, con menos cimiento, con peor hormigón, peor acero y menos armado. Y con menos controles en las obras. ¿Cuándo es mayor el coeficiente de seguridad, antes o ahora? La verdad, probablemente, es que la respuesta es la del primer artículo: estos superespecialistas con sus superespecializados programas de cálculo no se han dado cuenta de que en los edificios hay muchas más cosas que también intervienen en el comportamiento de todo, no sólo la estructura.

Aparte, hay un dato que es incontestable: la obra es la obra. Quiero decir, la obra es el mundo del "mide con micrómetro, marca con tiza, corta con hacha". Uno puede hacer el modelo computerizado definitivo en el que refleja hasta el último detalle de la realidad, y luego vendrá el paleta analfabeto y hará lo que le parezca. Y suerte si se parece a lo que se había computerizado. Esto pasa tantas veces, y tanto más cuanto más exacto es el modelo, que uno se plantea si no es mejor trabajar a la antigua, con modelos simplificados y consideraciones fruto de la experiencia, y no perder tanto tiempo en los modelos informáticos en los que confiamos.

Ahora bien, es cierto que los calculistas sabemos cada vez menos de lo nuestro, por lo que si queremos proyectar algo complicado de verdad necesitaremos los programas de ordenadores, y éstos sí que mejoran a la velocidad del rayo. En un círculo vicioso, más usamos las máquinas, menos sabemos nosotros. Y estos artículos, lo que hacen, es mostrarnos a nosotros lo poco que sabemos nosotros, lo mucho que necesitamos a las máquinas.

Nos muestran cuan antiguos somos. En mi caso, del pleistoceno. 




Rickie Byars - Oyaheya

viernes, 29 de abril de 2016

Busco calculista




Busco calculista de estructuras. Ofrezco:

1) Poco dinero. Suficiente para vivir con dignidad, pero no para alardes.

2) El respeto de todos los colegas e ingenieros. También el del personal de las obras. Será usted la persona a la que más respetará el jefe de obra, y ésto, todos los que tiene por debajo, lo sentirán también.

3) Oportunidades para conocer cosas que nadie conoce. También es cierto que a nadie le importan, pero a usted le gustará conocerlas.

4) Un trabajo en el que no tendrá que hablar con casi nadie y casi nunca.

5) Si le gusta resolver problemas, puzles y rompecabezas, todos los que quiera.
 
Pero antes, éstos son mis requisitos:

1) Debe ser ingeniero, no arquitecto, arquitecto técnico o filólogo catalán (lo digo porque éstos se apuntan a todo y se creen los reyes del mambo en todo). No puede ser arquitecto, porque los arquitectos son unidimensionales. Sin ánimo de ofender.

2) Experiencia profesional fuera del cálculo de estructuras. Preferible en fábricas. Puntos extra son son fábricas pequeñas en las que el ingeniero tuvo que hacer de todo. Puntos extra adicionales si las fábricas eran tan pequeñas que no tuvo un ingeniero jefe.

3) Cuantos más sectores haya tocado en su experiencia profesional, mejor.

Es muy importante que tenga experiencia fuera de las estructuras. Primero, porque le ayudará a entender a los clientes, segundo porque pensará en todo lo que no es el cálculo de la estructura y sin embargo afecta, como la ejecución o el mantenimiento, y tercero porque podrá aportar soluciones diferentes.

Y es un extra que no haya tenido un ingeniero que ejerciera de su jefe, porque habrá tenido que mascarse todo, problemas y soluciones, y habrá aprendido de verdad.

4) Experiencia como técnico comercial. Siendo el técnico del departamento comercial y el comercial del departamento técnico. 

Aparte, la experiencia comercial le habrá entrenado para el trabajo en modo multitarea.

5) Disponibilidad para viajar. A donde haga falta cuando haga falta. Pero no deseos de viajar. Coche propio.

Además, no ha de tener vértigo. A menudo hay que subir (o bajar) a sitios muy raros y por medios muy poco tranquilizadores.

6) Idiomas, nivel conversación. Inglés, francés, alemán, italiano... Dos mejor que uno, y uno + uno nivel viajes mejor que sólo uno. Aunque aceptaría dos en nivel viajes.

7) Manejo experto de Autocad.

8) Habilidad para hacer programas sencillos. Mejor si son complejos. Imprescindible programación estructurada.

9) Manejo de programas de cálculo de estructuras. Matriciales y de elementos finitos.. Deseable manejo de programas de cálculo BIM, tipo Cype. 

Los programas BIM están muy bien cuando hay que calcular metros cuadrados. Uno modeliza un edificio, y ¡bumba! el programa escupe planos y planos de la estructura del edificio. Por lo que es deseable que el calculista maneje el programa. Pero no es imprescindible, porque un delineante avezado también puede si cuenta con la dirección de un calculista.

Los programas de cálculo puro, tipo SAP, permiten calcular todo lo que los programas BIM no pueden. Equivalen a lo que una calculadora de hoy en día sería para un calculista de 1940.

10) Conocimiento de las normas y capacidad para aprender normas nuevas.

En cualquier proceso de selección, en este punto es en el que fallan todos. Desconozco la razón por la que la mayoría de los calculistas no se leen las normas de cálculo, pero es un hecho contrastado. Ítem más, jamás las consultan en su trabajo diario.

11) Capacidad de dibujar a mano alzada. Puntos extra si sabe hacer levantamiento de planos. Y puntos premium si sabe explicarse gráficamente. El lenguaje del técnico es el plano, y el ingeniero debe ser capaz de croquizar de manera que cualquiera entienda lo que ha croquizado.

12) Capacidad de trabajo. Capacidad de trabajar solo, Capacidad de trabajar muy deprisa y capacidad de trabajar con mucha presión. Es un oficio que va por rachas, y pueden venir olas muy altas.

Y capacidad de trabajar en modo multitarea.

Porque, a menudo, su trabajo se parecerá bastante a ésto:

(foto sacada de aquí)
13) Capacidad de trabajar en equipo. En concreto, capacidad de trabajar para un equipo. El calculista tiene que pensar que la estructura le sobrevivirá, por lo que tratarla pensando que otro tendrá que seguir donde él lo deje. El calculista tiene que hacer su parte en el papeleo del historial médico de la estructura. Facilitando las cosas para los demás.

14) Capacidad de autoescepticismo.

A menudo la realidad contraviene todo lo que el calculista cree y sabe que es. No hay que creer demasiado en los dogmas.

15) Autoformación. Se ha de estar en un proceso continuo de aprendizaje de cosas nuevas, y ese proceso ha de nacer de uno mismo.

16) Y, último pero no menos importante, ha de saber calcular. Es decir, ha de saber calcular sin máquinas. Calcular él. Con libros, con ordenadores que hagan las operaciones matemáticas, con lo que necesite, pero ha de saber hacer el cálculo él.

¿Queda alguien ahí fuera?





Loquillo - Rock & roll star


domingo, 29 de noviembre de 2015

El ingeniero del pleistoceno

I feel fine... esa primera nota, ese riff inicial... es una canción de finales del 64, una de tantas del chorreo de singles que en aquella época producían los Beatles y justo antes del LP Beatles for Sale; Beatles for Sale es un disco que me gusta mucho, pero no tiene ninguna de las canciones señeras, y eso se aplicó a casi todas las del momento, como I feel fine. La metieron en el LP A collection of Beatles Oldiest (que yo tenía/tuve/tengo en algún lugar en cassete), que era una recopilación de canciones de los singles, empezándo con el increíble She Loves You; de nuevo, I feel fine pasaba desapercibida.

Las canciones de los Beatles mejoran con el tiempo. Hace más de 50 años de I feel fine,y no cabe duda: hoy, arrasaría. Como se aprecia, por ejemplo, en esta versión.



El otro día me llamó un gachó al que de ciento a viento le he hecho algún proyectillo, casi siempre racks de instalaciones. En este caso me llamaba por uno de hace unos años; el rack pasaba por encima de una nave y ahora estaba estudiando ampliar la nave. Quería quizá encargarme ese estudio? No, quería saber si yo tenía secciones de cómo era esa nave, para ahorrarle el buscarlas.

No tenía secciones, pero como manteníamos una buena relación desde hace muchos años (una época en la que sí solía trabajar conmigo) aproveché la ocasión para charlar. Le reproché que ya no me encargaba nada, que todo se lo daba a otros ingenieros. Además era así, cuando tenía un proyecto grande se lo pasaba a otro ingeniero; luego, una vez hecho el proyecto, a veces me pasaban a mí el rack de enlace de las instalaciones con el resto de edificios de su cliente. Las migajas, para que me entiendan. Pero eso me daba opción a ver cómo trabajaba el otro. Y, les seré sincero, al ver su trabajo uno entiende porqué no me pasan a mí esas cosas: los otros trabajan en 3D, crean modelos de la estructura completa del edificio y luego le dicen al software que genere 200 planos con todas las perspectivas, todas las secciones y alzados, detalles en cuatro vistas, los despieces, las mediciones,... espectacular. Yo, cuando veía esos planos, intentaba ponerme a la altura y dibujaba en 3D (¡en Autocad!) la estructura que me encargaban, pero ni de lejos. En dos o tres planos tenía todo lo mío. Las migajas, ya les digo.

Total, que le reprocho que antes construíamos los edificios sin tanto plano, ni perspectivas ni leches, y me respondió que justamente ese día su cliente le había hecho la misma reflexión; y aún más, le había dicho que la cosa se empezó a torcer cuando el proyecto del 2002, que fue con el que mi gachó empezó a pasarle los planos con todos los detalles, los alzados, las plantas, etc. A partir de ese proyecto, se fueron acostumbrando a los trabajos detallados y ahora no conciben que no les hagan modelos 3D.

Lo bueno es que recuerdo el proyecto del 2002. Lo hice yo, y fue el primero que le hice. Y el último grande, además. Recuerdo que la constructora subcontrató la estructura metálica a un taller, y este taller tenía un acuerdo con una chiquita (ingeniero técnico) que en esas situaciones les iba por las tardes al taller... y les dibujaba la estructura en 3D. Se resolvía todo, me daban los planos completos y cuando yo los aprobé pulsaron un botón y se generaron todos los planos de despiece. El montaje, salvo un accidente con muerto y unos problemillas con soldaduras y con uniones atornilladas, fue como la seda.

Y ésa es la historia. En el 2002 yo estaba en la vanguardia tecnológica (bueno, unos pasos atras, pero mis proyectos eran de lo mejorcito). Ahora son los otros, los que me hacen parecer un ingeniero del pleistoceno. 

El pleistoceno, por si no lo recuerdan, es el Paleolítico. Acabó hace 12.000 años. Conoció a los neardentales, los mamuts, los uros, los tigres dientes-de-sable, los mastodontes y animales de ese estilo. En aquella época, a los ingenieros no nos exigían perspectivas ni modelos 3D.

Hace tiempo que me siento como un ingeniero del pleistoceno. Trabajo con un método que los jóvenes, sin dudarlo, calificarían de extinto: intento entender el problema, conocer la norma, imaginar un modelo estructural, prever consecuencias de mis decisiones, todo eso. Uso los ordenadores, claro, pero para afinar cálculos, obtener números exactos y, en líneas generales, confirmar mis suposiciones iniciales: antes de introducir un modelo predimensiono, y si el ordenador no confirma razonablemente mi predimensionado, sospecho y repaso. Los jóvenes, en cambio, introducen un modelo complejo y completo en el ordenador, éste escupe datos y planos, y firman los planos. ¿Conocer la norma o la estructura? ¿Para qué? No lo necesitan: tienen un ordenador.

Y el colmo es que sus estructuras las entregan más rápido, con más detalle y más completas que las mías. Y lo peor de todo: sus cálculos son más seguros. Pandeos, uniones, comprobaciones normativas mil, deformaciones, combinaciones de cargas, torsiones,... sus programas tienen en cuenta todo y calculan todo. Lo que dice el ordenador está bien y no necesita retoques: si dice 4 de 25 o una IPE360, no hace falta nada más. Yo, en cambio, he de considerar un factor de inseguridad en mis cálculos y quizás aumente la IPE360 o ponga más 25, "por si las moscas".

Ya les digo: mucho más rápido, mucho más detallado, mucho más todo. Entienden la palabra de moda, BIM: ellos son BIM, yo... soy del paleolítico.

Y esto alcanza a todo lo que se hace con ordenadores, que ahora en el cálculo de estructuras es todo.

Hay más: no tengo ganas de aprender nuevos métodos, de evolucionar y adaptarme. Puede que sea como los neardentales cuando llegó la cuarta glaciación: les cogió demasiado cansados y dejaron de luchar. Notaron que su tiempo había pasado y que el mundo ya era de los jóvenes cromagnones. ¿Por qué no quiero aprender? Primero, porque ya no soy la esponja que era a los veinte años. En aquellos años yo estaba en la vanguardia tecnológica. No solo utilizaba los medios más modernos, sino que colaboraba en su desarrollo. Y los que trabajaban conmigo estaban boquiabiertos con lo evolucionado (sigo el símil) que estaba yo. Con los años esa brecha se fue cerrando; a los treinta todavía estaba por delante, pero menos. A los cuarenta podía sentirles en el cogote. Y poco a poco me alcanzaron y siento que ahora soy yo el que va por detrás... y les veo alejarse.

Y en segundo lugar, porque ponerse a aprender algo nuevo lleva consigo un cambio de estado. De status, si lo prefieren. Y no estoy seguro de querer cambiar mi status.

Por último, tengo una razón más poderosa quizá que las anteriores, pero también más difícil de explicar salvo que ustedes también sean neardentales.

Verán, lo cierto es que yo no he recibido una formación en estructuras, apenas las cuatro nociones que nos enseñan a todos los ingenieros industriales. Puede que la razón sea porque en aquel tiempo bastaba con eso. Con una docena de reglas se calculaban la mayoría de las cosas normales. Había que saberse las normas, pero eran normas sencillas. La norma de acciones eran unas pocas páginas, todas ellas muy claras; la norma de estructura metálica (la MV-103) se resumía en tres fórmulas y cuatro conceptos, y la de hormigón era ás elaborada, pero tampoco demasiado. Lo importante era entender la estructura, cómo iba a trabajar, qué tenía que soportar. Con operaciones aritméticas se hacía un cálculo suficiente. Con algo de experiencia muchas estructuras se podían resolver a ojo, y conozco a bastantes que así lo hacían. Por supuesto, si uno se enfrentaba a algo difícil era mejor ampliar conocimientos, o dejárselo a los especialistas, que los había.

Cuando llegaron los ordenadores, no pasaba nada, porque yo estaba ahí. Sabía programarlos y los programaba. Pero un programador solo no puede competir con un batallón de programadores que se dedica a ello en exclusiva, y llegó un momento en que los programas comerciales eran a) mejores que los míos, y b) muy buenos, sin comparar. Desde entonces no tenía sentido el emplear programas propios, y todos nos pusimos en manos de los programas comerciales. Quizá por eso, porque los cálculos de verdad los hacían los programas, las normas de estructuras también cambiaron. Ya no eran normas para que las trabajen las personas, sino los ordenadores. El resultado fue que no sólo son incomprensibles para las personas y que no podemos aplicarlas sin ordenadores, sino que se ampliaron hasta lo indescriptible. Ahora, para calcular una unión atornillada hay que hacer unas setecientas comprobaciones. Y eso incluye multitud de fenómenos que uno antes no tenía en cuenta.

Al final, lo que pasa es que uno ya no puede calcular una estructura con los cuatro criterios de siempre: hay muchas más cosas que tener en cuenta, cosas que el ingeniero del pleistoceno desconocía o despreciaba. Y el resultado, tras años de intentar aplicar el método antiguo a las normas nuevas, es que termina calando la sensación de que uno, en realidad, ni sabía ni sabe. Que uno, antes, era un inconsciente, y las estructuras no se caen porque Dios es bueno.

Pero no es necesario soltar lágrimas por los ingenieros del pleistoceno: no pasa nada con nosotros en particular, porque estamos aquí y seguiremos estando hasta que llegue el definitivo mutis por el foro. En cuanto a la Ingeniería del Pleistoceno, como concepto y forma de entender y ejercitar la ingeniería, también se extinguirá a medida que lo hagamos nosotros; pero esto también será un proceso natural, la evolución técnica de la sociedad. Igual que ya no concebimos que no haya telecomunicaciones, ni conexión global de todos los ordenadores del mundo, y con ordenadores nos referimos a todo lo que acabe teniendo un procesador matemático: acabarán estándolo todos los teléfonos, los televisores, las cámaras fotográficas si aún existen, los vehículos, las cámaras de vigilancia y los termostatos de las casas (estos dos conceptos se integrarán en uno), casi cualquier máquina que no sea puramente mecánica. Hoy es anacrónica la regla de cálculo, y en breve lo será el lápiz y el papel. Y esto no significará que la sociedad vaya a tener peores ingenieros por el avance técnico. Nunca ha ocurrido en la Historia y no reo que vaya a ocurrir ahora; en cuanto a la ingeniería de estructuras, lo único que cambiará será que los verdaderos ingenieros, los que de verdad sepan resolver las estructuras y cómo funcionan, serán de silicio y no de carbono. De carbono, como mucho, serán las máquinas que emplearán los ordenadores para que los manejen.

El caso es que yo soy ya un ingeniero del pleistoceno. Y la prueba, me temo que definitiva, es que ante el empuje de los jóvenes, mi única defensa es decir que no nos entusiasmemos tan rápido con esos métodos tan novedosos, porque un burro con un ordenador sigue siendo un burro.

Aunque, por otro lado, si usted está de acuerdo con esto último... creo que es porque usted también es un poco del pleistoceno.


jueves, 24 de septiembre de 2015

La pregunta que separa a los ingenieros de los demás hombres




El otro día recibí un correo con una pregunta que me alegró el día: un ingeniero, cliente mío, había recibido la pregunta de otro ingeniero, cliente suyo, que a su vez había recibido la pregunta de un jefe de obra. Y me alegró, porque -estoy seguro de que esto ya lo he contado más de una vez- es ni más ni menos que la pregunta que siempre hago para explicar a los ingenieros jóvenes qué es un ingeniero.

Siempre les cuento lo mismo: estás en una fábrica y hay que levantar una máquina con un puente grúa, pero no sabemos lo que pesa la máquina. La diferencia entre un ingeniero y un físico es que el físico tomaría cientos de medidas, se iría a su laboratorio y volvería seis meses después con el peso exacto de la máquina hasta el miligramo. Pero el ingeniero no tiene seis meses, todo lo más el tiempo de rezar un Jesusito de mi vida, y tiene que decir el peso aquí y ahora. A cambio, se le admite un error de, pongamos, un 10%, no nos vamos a pelear por el decimal.

Pues esto fue lo que me ocurrió. Querían (supongo, no recibí muchas explicaciones) saber qué grúa traer para retirar un tanque. El constructor tenía el tanque delante, pero no se atrevió a estimar lo que pesa; además, lo lógico es que pregunte al propietario. El propietario, en este caso su departamento de ingeniería, tenía el plano del tanque. Pero ni teniéndolo, así que le desviaron la pregunta a su oficina de ingeniería habitual. A este ingeniero yo le he calculado muchas cosas y no dudó en pasarme a mí la pelota.

¿Saben qué hice? Abrí el pdf que me enviaron como plano. Era un escaneado de un plano antiguo, creo que hecho en una tablilla de madera, y apenas se leían los números. Pero bueno, forzando un poco la vista le dí un diámetro, 3,50 m, y una altura, 15,50 m. Y me da igual no haber acertado, seguro que iban de ese palo. Así que cogí una calculadora e hice una única operación. El resultado, 10.930 kg y pico, 11 toneladas. Ése fue el peso que le pasé, 11 t. Y ahora viene mi truco: no añadí ningún coeficiente de seguridad, porque el dato iba a pasar por tres personas más. Fijo que cada uno de ellos le añade un poco: uno dirá 12 t, el siguiente lo subirá a 15 t y el constructor al gruísta le dirá 20. Con lo que el gruísta sabrá si le vale una grúa de 90 toneladas, de 120 o de 200, ahí no me meto.

Como ven, la cosa era facilísima y me alegró que me lo preguntaran, como cuando te piden la hora por la calle y luego te dan las gracias.  Pero me ha quedado una duda: los dos ingenieros que intervinieron antes que yo ¿no fueron capaces de estimar un peso? Vale que yo soy calculista y ellos no, pero ellos han hecho muchos proyectos con tanques antes, puede que más que yo. Y siempre es lo mismo: un tanque de tantos mil litros (o hectolitros, o metros cúbicos), que pesa tantos mil kilos. ¿No se han quedado con la copla de lo que suelen pesar esos bichos? ¿O es que no saben de grúas?

Hace años, uno de esos ingenieros jóvenes a los que aludía me dijo (en otra ocasión) que es que yo era un ingeniero de los antiguos, y ya no se hacían ingenieros así. Polivalentes, multidisciplinares, no sé cómo calificarlos. Éste es también un tema del que he escrito otras veces y cada vez lo veo más borroso: es bueno que haya especialistas. Pero no es cuestión de ser un antiguo o un nuevo, polifacético o especializado, lo que me llama la atención es que ninguno de ellos hiciera el esfuerzo de intentar estimar el peso del tanque por sí mismo: no lo vieron escrito, y delegaron el trámite. Son, sin duda, buenos ingenieros en lo suyo, pero adolecen de la habilida necesaria para estimar el peso de un tanque a partir de un plano, eso es todo. ¡Vaya! Estoy seguro de que también he escrito, antes, que esto ocurriría en un futuro.

Parece ser que el futuro ya está aquí.




Vivaldi - Las 4 estaciones: verano. 3er movimiento

jueves, 20 de noviembre de 2014

Ingenieros y científicos: Henry y Faraday, el fin del mundo antiguo




Si a cualquier mameluco de los tantísimos que abundan por estos lares le preguntáramos la principal diferencia entre el mundo moderno y el mundo antiguo, si pudiera reflexionar lo más probable es que nos dijera que es la electricidad. No le falta razón, ¿verdad?

Solo que es un mameluco, y no sabría decirnos nada más. Si nuestro hombre fuera un científico, nos habría dicho: Faraday, y la electricidad. Y tiene muchísma razón. La electricidad antes de Faraday es como los aviones antes de los Wright. Tiene tanta razón que incluso (al menos, antes de la ESO), la figura de Faraday se estudiaba en el colegio.

Pero si nuestro héroe fuera un ingeniero industrial pre-ESO nos habría dicho: Joseph Henry, y la electricidad.  Y quizás hubiera añadido: Faraday era un gran tipo, sí, pero fue Henry.

Desafortunadamente, la figura de Henry no se estudia en los colegios.

Michael Faraday nació en 1791, cerca de Londres. La típica historia del herrero con diez hijos, al chaval lo coloca como ayudante de un encuadernador, el encuadernador le permite leer los libros y el chico se convierte en un gigante de la Ciencia. En medio, el padre le deja asistir (después del trabajo) a conferencias, al chico le gustan las de Humphrey Davy - el Londres de la épóca, ya saben-, traban contacto, al químico el chico le cae bien y lo toma como ayudante.

Cuando Davy muere, en 1829, Faraday ocupa su puesto y sigue las investigaciones. Abrevio: en 1820, el danés Oersted había descubierto que un alambre tiene propiedades magnéticas cuando por él pasa la electricidad (estotambién se estudiaba en el colegio, el tipo que descubrió que se le desviaba la aguja de una brújula).

En serio, resumo mucho más porque la vida de Faraday y la electricidad son dos temas que dan para muchísimo. En 1831 Faraday descubrió que moviendo unos imanes generaba electricidad. Cómo lo hizo es muy curioso: primero, aplicó el descubrimiento de Oersted, y enrolló un cable (un alambre) en torno a un anillo de hierro, y pasó electricidad por ese cable. Como era de esperar, se eneraba un campo magnético en el anillo. Enrolló otro cable en el anillo... y apareció electricidad en ese segundo cable. En realidad, no era tan fácil, pero Faraday era un lumbrera. La electricidad sólo aparecía al conectar el primer cable a la batería y al soltarlo. En situación estable no pasaba nada. Ergo, lo que producía electricidad era la variación del campo magnético. Y como era un lumbrera, montó una rueda de cobre que giraba entre unos imanes e hizo girar la rueda: aparecía la corriente eléctrica. Lo cual es una absoluta genialidad, porque si conectaba usted la rueda a un motor de vapor, obtenía una corriente eléctrica de verdad, nada que ver con la que se disponía entonces en los laboratorios, siempre a partir de pilas químicas que daban lo que daban y duraban lo que duraban. Básicamente, Faraday había descubierto el generador. Lo cual es genial, porque a partir de entonces... se podían mover las agujas de los imanes. Claro, porque en aquel momento la electricidad no servía para nada: ya que no había electricidad, no había nada que funcionara con electricidad. Y, recuerden, en aquel momento con la electricidad sólo se conseguían calambrazos y desviar limaduras de hierro.

Pero esto era Europa. En 1797, seis años después de Faraday, había nacido en Albany, Nueva York, Josep Henry. Por supuesto, de nuevo tenemos la tipica historia: muy pobre, muchos hermanos, lo colocan de ayudante en un taller. Solo que en este caso, era un relojero.No había libros. Lo que pasa es que Henry era un pillete, y en una pillería topó con unos libros y le gustaron. Decide que eso promete, vuelve a una escuela y estudia. Y se hace ingeniero. En 1826 es ya profesor en la academia de Albany. Sabe del descubrimiento de Oersted, y se dedica a investigarlo. Es posible que descubriera el principio de inducción electromagnética antes que Faraday, da igual: Faraday fue el primero que lo anunció, para él la gloria. Henry era ingeniero, y él buscaba otra cosa. Buscaba que aquello sirviese para algo.

En 1825, años antes que Faraday, William Sturgeon, británico, había (por hobby) enrollado 18 vueltas de alambre en una barra de hierro en forma de herradura y descubierto que al pasar la corriente por el alambre el hierro funcionaba como un imán (leo en la wikipedia que consiguió levantar 4 kg de peso), y lo llamó "electroimán"; creo que arrasaba en las ferias de los condados (es broma, no lo sé). Henry se metió por ahí, pero lo hizo mejor. Mucho mejor. Bobinó el alambre muchísimas vueltas, y separó cada vuelta de alambre con seda, para que la electricidad no pasara directamente sin rodear a la herradura. En 1831 su electroimán levantó 300 kg en una exhibición en Princeton; a finales de año, 1.000 en Yale. Ahora empieza a servir la electricidad para algo... si hubiera electricidad.

Pero Henry no se paró en los electroimanes. O, mejor dicho, hizo algo más. Ideó un dispositivo que tenía un electroimán. Una corriente eléctrica generaba un campo magnético que movía una palanquita de hierro. Y esa palanquita hacía un ruidito porque golpeaba una campanita. Si la corriente era intermitente, la palanquita golpeaba de manera intermitente. ¿Alguna vez ha oído un timbre?

Claro, había un problema. Si el electroimán está a dos metros de distancia, la cosa funciona. Pero si está a seis kilómetros, necesitas una corriente brutal. Dede luego, fuera del alcance de la época. Solo que aquí nos encontramos con un ingeniero como la copa de un pino que se saca un conejo de la chistera. Muy sencillo hoy, pero si no es usted ingeniero eléctrico, seguro que no se le ha ocurrido. 

Verán, Henry inventó también el relé. Al relé llega una corriente pequeñísima, pero suficiente para mover una palanquita que era a su vez un interruptor. Este interruptor cerraba un segundo circuito por el que circula una corriente más intensa, y así podía hacer lo que quisiera. Por ejemplo, podía llevar un alambre de una ciudad a otra, poner a un tipo de dedos ágiles a accionar un interruptor en una ciudad y que sonara un pequeño tic en el otro lado del tendido. Aquí entra en juego una particularidad de Henry: el tipo pensaba que toda la humanidad debía beneficiarse de todos los avances técnicos, y no patentó nada. Entonces, un listillo que andaba por allí y que no pensaba igual, un tal Samuel Morse, se apresuró a patentar la idea. Como pasa siempre, mucha gente instaló entonces "telégrafos pirata". Morse pleiteó contra ellos, y ellos adujeron que, a fin de cuentas, Morse no había sido el verdadero inventor, sino Henry. Claro que los jueces dijeron que sí, pero que la patente era de Morse. Y Morse ha quedado para la Historia como el inventor del telégrafo; justo es reconocer que también aportó algunas buenas ideas, como el codigo y, ¡qué caramba!, el orignal usod e los electroimanes de Henry, verdadera esencia del telégrafo. Por cierto, ya se imaginan que el invento de Bell (que tampoco fue suyo), el teléfono, tampoco habría existido sin los electroimanes de Henry.

Da igual, lo más grande de Henry tampoco es el telégrafo. Porque el tipo seguía dándole al coco. Sabe hacer electroimanes y que muevan cosas. ¿Y si lo que mueven es una rueda que gira? ¿Recuerdan el "invento" de Faraday? Pues lo mismo, pero en el orden inverso: en vez de mover mecánicamente una rueda entre polos magnéticos para obtener electricidad. Henry usó la electricidad para activar unos polos magnéticos que hacian moverse una rueda.... obteniendo trabajo mecánico. Ni más ni menos que el motor eléctrico. Y, más o menos, tal como se sigue estudiando en las escuelas de ingeniería con el nombre de "motor de jaula de ardilla".

Y es casualidad: Henry construye su invento (un primer prototipo) en 1829 y lo describe en 1831. Ese mismo 1831 Faraday consigue generar electricidad a la inversa que Henry. Y digo que es casualidad, porque (creo) nadie sospecha que Faraday estuviera al tanto de los avances de Henry.

Podría contar muchas más cosas de Henry (también de Faraday), pero no se trata de eso. Se trata de dos tipos que hicieron los inventos decisivos, y a la vez. Uno, un científico, descubrió cómo generar electricidad. El otro, un ingeniero, inventó el motor eléctrico, que es en definitiva lo que le da uso a la electricidad (también vale para iluminar bombillas, pero ésa es otra historia). Y la electricidad, estamos todos de acuerdo, es lo que diferencia el mundo moderno del antiguo.

En cualquier caso, eso podría haberle respondido Wolowitz a Cooper: el científico descubre la electricidad, pero ese descubrimiento no vale para nada sin el ingeniero que inventa qué hacer con esa electricidad.



This Land Is Your Land - Sharon Jones & the Dap Kings

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Wolowitz, los ingenieros y los científicos (2ª parte)




Continuando con Wolowitz, los ingenieros y los científicos, tratamos de saber qué diferencia (positiva) hay entre los ingenieros y los científicos. La primera pista nos vendría ya durante la carrera, con la respuesta del catedrático de Transportes a nuestro delegado de clase ante una reclamación: "para un ingeniero, no hay nada imposible; y, si no, haber hecho Físicas". Esto pasó en 4º; al acabar 5ª me incorporé a la mili, a un cuartel muy especial (algún día quizás cuente batallitas de eso) cuyo lema era: "lo difícil se hace, lo imposible se intenta".

Y luego está el hecho diferencial (no la virtud) de que los científicos, de la observación de la Naturaleza, deducen las leyes que la rigen, y los ingenieros, del conocimiento de esas leyes, generan la Técnica, que es su aprovechamiento.

Venga, digámoslo ya: no son los científicos los que sacaron la hombre delas cavernas, fueron los ingenieros. No fueron los Tales de Mileto, Pitágoras, Anaximandro y demás sabios los que crearon el bienestar alcanzado por la antigua Roma ni su abrumadora superioridad técnica sobre los demás pueblos, y el dominio español sobre el Oceáno Pacífico no se basó en la teoría heliocentrista de Copérnico. No fueron científicos Kay, Watt o Bessemer, y si mira usted por la ventana verá un prodigioso avance técnico con respecto a 1914, mientras que la ciencia no ha avanzado de igual manera. Y si es perspicaz, captará incluso los increíbles avances desde 1964. ¿Tanto salto cree que ha dado la ciencia en estos últimos 50 años? Y es que la Técnica avanza siempre, porque cada vez que un ingeniero discurre una manera mejor de hacer las cosas todos nosotros avanzamos con él. ¿Cuántas patentes y modelos de utilidad se registran al año? ¿Cuántos avances científicos?

Por supuesto, nada más lejos de mi intención que desmerecer a los científicos; de hecho, acabo de borrar un par de párrafos que escribí hace unas semanas y que, releyéndolos ahora, he preferido eliminarlos. Sonaban hirientes, como si les acusara de no aportar nada. 

Pero lo cortés no quita lo valiente, y Wolowitz podría haberle respondido a Cooper que los científicos hacen descubrimientos, mientras que los ingenieros inventan. Como diría Cooper si fuera al revés, unos "encuentran" cosas que ya estaban ahí, esperando que alguien las conociera, y los otros crean de la nada.

Esta diferencia se aprecia claramente si comparamos a un gran científico y a un gran ingeniero que vivieron en los mismos años y que trabajaron en los mismos campos. El científico, Michael Faraday. El ingeniero, Joseph Henry. El escenario, el mundo antiguo y el mundo moderno, y de verdad.

En la próxima entrada les cuento esta historia.




The Beatles - Back in the USSR (versión de Popdudes)

lunes, 20 de octubre de 2014

Wolowitz, los ingenieros y los científicos




No es habitual pero tampoco insólito que el protagonista de una comedia sea un científico. El cine, por ejemplo, ha dado grandes películas como la conocidísima La fiera de mi niña o la no tan nombrada Me siento rejuvenecer, sin salirnos de Cary Grant. Pero no es la norma; en general, si sale un científico de protagonista es probable que la película sea de miedo, y si es una comedia suele ser un personaje secuindario: el científico loco al que hay que llamar Doc y todo eso. Aparte, por supuesto, están las películas de Paul Newman y de espionaje, pero ahí el ser científico es un dato, más que el meollo de la cuestión.

Y luego está Big Bang, serie de la que por descontado usted es fan. Big Bang es una comedia sobre científicos teóricos. Un personaje principal y uno secundario no son científicos, y bien que se burlan de ellos por no serlo, pero la ciencia siempre está presente. Es que la serie va sobre ello, sobre que son científicos, son raros, piensan diferente, ven las cosas de manera diferente, reaccionan de manera diferente. Bueno, también hay científicos normales, como Bernadette, pero tiene explicación: es microbióloga.

Big Bang es una serie de éxito. Va ya por la octava temporada, y los protagonistas cobran una pasta enorme por capítulo. Yo no salgo de mi asombro, porque es verdad que es una serie sobre científicos y que el peso de la comedia recae en los científicos. Penny, la camarera, apenas tiene fuerza cómica fuera de algunos chistes fáciles; está en la serie, claro, por dos motivos y para mostrarnos cómo esos dos motivos influyen en los cerebritos.

El caso es que en la serie hay un personaje especial, único: Wolowitz. En un grupo de científicos con un doctorado, él es una anomalía: es un ingeniero. Y, como muchos ingenieros - algo que explica en la serie-, no tiene un doctorado. Así que mientras ellos son Dr. Cooper, Dr. Hofstader o Dra. Rostenkowski, él es tan solo el sr. Wolowitz. Y eso, Cooper se lo restriega constantemente. Más aún, para Cooper Wolowitz está en la lista de "los que no tienen un título" junto con Penny; también lo pone entre los seres casi-racionales, y así una y otra vez. ¿Tiene razón, parte de razón, Coper cuando afirma que los ingenieros no tienen un valor real y todo eso?

En la octava temporada, Wolowitz decide cursar un doctorado y asistir a unas clases de Cooper. Éste, al principio, se niega: opina que un ingeniero carece de los conocimientos mínimos para asistir a sus clases. Discuten sobre eso y, claro, hay muchos conocimientos científicos que un ingeniero desconoce. Normal, ¿no? Pero luego Wolowitz intenta demostrar a Cooper que hay muchos conceptos de ingeniería que el físico desconoce. ¿Cómo funciona...? ¿En qué se basa...? ¿Cómo sabrías...? Pero por ahí no se pilla a Cooper, como tampoco se pillaría a un grupo multidisciplinar de científicos.

Y ésa es la pregunta que me hago: ¿tiene un ingeniero conocimientos que un científico no tenga? Porque, si es negativa, la pregunta siguiente es ¿cuál es el valor de un ingeniero?

Y cabe hacerse la segunda pregunta, porque me temo que la respuesta a la primera es negativa: soslayando el hecho de que el campo de la técnica es demasiado vasto para que una persona sepa de todo, lo cierto es que, por principio, un ingeniero no debería saber algo que un científico ignore. Como expliqué hace muchisimas entradas, el científico es el que entiende la Naturaleza y consigue formular las leyes por la que se rige. Es decir, formula el conocimiento que denominamos Ciencia. El ingeniero, por su lado, conoce la Ciencia y consigue obtener una utilidad de este conocimiento; la forma en la que se consigue la utilidad del conocimiento científico (del conocimiento de la Naturaleza, en suma) se llama Técnica. Por ello, los ingenieros deben tener un sólido conocimiento científico; pero como la Técnica es amplísima, los ingenieros se especializan y esto lleva a que sólo conozcan una pequeña parte de la Ciencia.

Así pues, ¿dónde reside el valor de un ingeniero? Si, tras pensarlo mucho, llegamos a la conclusión de que los ingenieros tienen un mayor sentido práctico y habilidad para ejecutar -casi lo que en el colegio se denomina "destreza manual"-, entonces los científicos harán bien en despreciar a Wolowitz, tal y como nosotros los ingenieros despreciamos a los mecánicos de coches. Moraleja: esto hay que pensarlo.

Quiero decir, si es usted ingeniero, piénselo. Si quiere y se atreve, proponga una respuesta. Yo la mía la publicaré en mi sigueinte entrada.





The Beatles - I feel fine (divertida versión de The Hummingbirds)

viernes, 11 de julio de 2014

De competencias, arquitectos e ingenieros



Andan un poco revueltos los gremios a cuenta de la nueva ley de servicios profesionales; parece ser que la ley a va alterar las compentencias de cada uno, pero no hay una información sólida de qué cambios serán. Imagine usted (si no es ingeniero ni arquitecto) que aparece una ley que le cambia lo que puede hacer y quiénes lo pueden hacer; normal que haya alboroto. El que hubo con los quiosqueros y la venta de tabaco, el que habría si en los estancos se pudieran vender medicinas, no se precisaran estudios de Derecho para ejercer de juez o si los profesores de piano pudieran expedir bajas médicas de la Seguridad Social. 

Por supuesto, en el caso que nos ocupa ambos bandos (y el de los ingenieros, además, divididos en sus propios bandos) han lanzado los tradicionales mensajes apocalípticos sobre el fin de la profesión, el desmoronamiento de la sociedad y la vuelta a las cavernas. Recuerdo, precisamente, un artículo que escribí hace tiempo sobre el tema, así que no me extiendo.

Hoy mismo, por ejemplo, he recibido una notificación de (el nombre lo cito de memoria) el Consejo de Colegios Oficiales de Ingenieros, quejándose. No entendí muy bien el motivo de la queja, pero creo que se quejaban por adelantado. Se quejaban de que "se decía" que se iban a cambiar competencias y no estaban siendo consultados.

Dicho lo cual, en este debate (y en todos los similares) hay dos sandeces que confunden a la mayoría y llevan  a muchos (y a cualquier representante de un Colegio Oficial) a decir tonterías.

En primer lugar, no son lo mismo. Y, como no son lo mismo, son diferentes. Escuchando a todas las partes, tengo claro que este punto es muy difícil de entender. Todo el mundo da por supuesto que él es diferente a los demás; pero nadie asume que los demás son diferentes entre sí. 

Un ingeniero Industrial no es un Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos y ninguno de ellos es un Ingeniero Naval. Todos son ingenieros y todos tienen habilidades básicas comunes, algunas comunes a todos y algunas comunes entre ingenierías. También un arquitecto tiene habilidades comunes a algunas ingenierías, pero un ingeniero no es un arquitecto y un arquitecto no es un ingeniero.

Incluso dentro de una misma carrera madre hay especialidades. Un ingeniero industrial "eléctrico" es diferente a un especialista mecánico o a un especialista en organización industrial, textil o químico. 

En segundo lugar, aunque dos profesiones sepan hacer el mismo trabajo, no lo hacen igual. Por ejemplo, que un ingeniero industrial pueda proyectar COMPLETAMENTE un edificio industrial no significa que si proyecta completamente un edificio residencial, aunque sepa, su trabajo vaya a tener la misma calidad que el de un arquitecto. La razón es difícil de explicar, pero existe.

Como aplicación al ejemplo del ingeniero y el arquitecto, fíjese en este símil: ¿amueblaría usted el salón de su casa con muebles de oficina? ¿Porqué no? El mobiliario de oficina le dota de mesas, armarios y estanterías, sillas y sillones, papeleras y muebles auxiliares, lámparas, teléfonos, cortinas y persianas... Son muebles de calidad y cumplen perfectamente la función: las estanterías admiten libros en cantidad y diversidad. ¿Entonces? Pues lo mismo ocurriría si un ingeniero industrial diseñara un edificio residencial.

Porque no son lo mismo.
 
En otras palabras, yo no le aconsejo que me contrate para proyectar una iglesia, el puente sobre el río Kwai, una nave para hacer la ITV de buques o una explotación porcina.

Pero tampoco me propongo para cosas no tan rimbombantes: ni haría el estudio de viabilidad de un aserradero ni diseñaría la pista de rodadura de un aeródromo; ni sugeriría la reparación de una calzada ni haría los presupuestos de un proyecto fuera de mi especialidad de estructuras. Y que tuviera conocimientos suficientes para hacer todo ello - o fuera capaz de adquirirlos- no significa que mi trabajo fuera el deseado: le decoraría su salón con muebles de oficina.

Por lo tanto, cuando se debata sobre las distintas competencias de cada oficio, si deben tener o no una reserva de actividad y todas esas cosas, piensen que hablamos de profesiones diferentes. Suficientemente diferentes. Pero en todas las direcciones: si yo, ingeniero industrial, me diferencio de un ICCP, también me diferencio de un arquitecto; que es lo mismo que decir que también un arquitecto es diferente de un ingeniero industrial.

Otra historia, totalmente otra, es si tiene sentido que se regulen reservas de actividad. ¿Por qué los ingenieros industriales somos los únicos que podemos proyectar silos de misiles nucleares? O torres de alta tensión, igual me da.

Imagine que un bufete de abogados, Dios no lo quiera, le lleva sus asuntos. De variado pelaje, si me permite decirlo. Supongo, suponemos todos, que en el bufete habrá abogados especializados en los distintos ámbitos y no se meterán en algo que no dominen; si para un asunto concreto no los tienen, le aconsejarán la derivación a otros especialistas. Por ejemplo, la anulación de su matrimonio a un despacho que trabaje con tribunales de La Rota.

Pero eso no quita para que su interlocutor con el bufete sea único, típicamente con un socio. Este socio no es especialista en todos los ámbitos, pero usted entiende que en cada momento le habla en representación del especialista.

Pues en ingeniería y arquitectura puede ocurrir lo mismo. Puede haber un despacho con decenas o cientos de arquitectos e ingenieros. ¿Por qué no puede haber formalmente un único firmante de los proyectos? ¿Por qué no puede ser el mismo firmante de todos los proyectos del despacho? A fin de cuentas, firma en nombre del despacho aunque luego los jueces le procesen a él personalmente (ésa es otra guerra).

Si un profesional se atreve a aceptar un encargo y lo lleva a cabo, ¿por qué he de prohibirle que lo haga? Por egoísmo, porque tendría la esperanza de que, no dejándole hacerlo, fuera más probable que me lo encargaran a mí. Este egoísmo se disfraza con el eufemismo de "defensa gremial"; más eufemismo aún: "defensa de la profesión". 

También es cierto que ese mismo profesional es libre de sacarse el titulo que le acredite para ese trabajo que quiere hacer. Pero ni el título es garantía de que una persona sabe, ni su ausencia del desconocimiento. Y me revienta que a partir de ciertas edades se menosprecie a grandes profesionales por no tener un título tan rimbombante como el otro.

¿Entonces?

Pienso que lo ideal sería que se establecieran categorías de trabajos y de profesionales. Cada trabajo, valorado según su empaque, requiere un profesional de categoría mínima acorde. La categoría del profesional se obtendría por puntos, obtenidos tanto por su formación como por su experiencia visada, y también por sus años y puestos laborales. De esta manera los jóvenes empiezan desde abajo, realizando trabajos de menor cuantía - pero para los cuales la formación específica da un plus de competitividad frente a otros jóvenes-, mientras que a un profesional con mucha experiencia ya no se le tiene que mirar el título. Y que sea el mercado y el tiempo el que sitúe a cada uno en su sitio.

De todas maneras, aquí manda "Europa", y por lo tanto huelga cualquier discusión sobre este tema. Es hablar por hablar. Aunque siempre divierte cómo se retratan los de los Colegios Profesionales. 



Dire Straits - Telegraph Road



domingo, 18 de mayo de 2014

Una conversación espeluznante



El pasado viernes tuve una conversación con un excalculista, muy buen calculista por cierto hasta que un buen día se cansó de los gajes de este oficio y se metió a comercial de una oficina de cálculo de estructuras. Esta empresa era muy buena, pero básicamente calculaba estructuras. Quiero decir, en los años  del oro llegaron a ser unos 40, si no me falla la memoria, pero cuando se acabó el oro lo pasaron muy mal. Ya saben, EREs, despidos,... quedaron 13, con la jornada reducida, el sueldo reducido,... todo eso.

Hace algún tiempo, me lo encontré y le pregunté qué tal les iba.  Buf, estaba siendo duro, pero empezaban a remontar el vuelo. Habían tenido que cambiar su modelo, ya no trabajaban apenas para clientes locales, y estaban buscando la faena en el extranjero. Y ahí estaba, mi excalculista, peinando las posibles ofertas, buscando socios locales, intentando tejer una red internacional de contactos con la que presentarse a concursos. Muy diferente de lo que habían hecho siempre, el trabajar directamente para arquitectos. Muy duro, también. Pero era lo que había, y poco a poco estaban consiguiendo encargos. En sitios rarísimos, pero encargos a la postre.

Por eso me alegré, cuando el otro día me contó que las cosas les iban bien y estaban contentos. Ya eran 30. ¡30! Pero entonces me dijo el truco. Ya no es como antes. Nada de contratos indefinidos, eso por descontado. Es que ya ni siquiera contratos temporales. Contratos por obra, por proyecto. Contratan a la gente para un encargo específico, se realiza el encargo y adiós muy buenas. "¡Y qué gente!", me decía. "Buscando" me explicaba, "se encuentra de todo. Eso sí, no es fácil, hay que saber buscar. Y buscar en todos los sitios".

"¡Y a qué precios!", me dijo. "Encontramos gente buenísima, auténticos especialistas, que trabajan por ... por...".

Y me contó algunos casos. Es cierto, me confesó, que no siempre les sale bien la jugada; pero están encontrando - y explotando- auténticos chollos.
Quizá ustedes opinen que, en la práctica, estos trabajadores son como los autónomos, ejerciendo la profesión por cuenta propia. Les contratan para un proyecto, lo realizan, lo cobran y adiós muy buenas. Pero no. No es lo mismo. Un profesional independiente acepta encargos. Puede tener una racha en la que no le entre nada, sí, pero puede tener buenas rachas con varios proyectos encima de la mesa. Puede estar, al mismo tiempo, negociando otros proyectos para cuando se acaben esos. Puede intentar establecer sus honorarios. Con el tiempo, establece una red de contactos, y confía en que si no uno, de otro lado saldrá algo; si consigue trabajar para 20 arquitectos, es más fácil que alguno tenga algún proyecto en la fase de cálculo. Trabaja con la confianza de considerarlos "clientes", sabiendo que si ellos consiguen encargos, él también conseguirá encargos. Que cuentan con él para el futuro. Y aquí no. Aquí tenemos un proyecto. Dedicación exclusiva. El trabajador no puede trabajar al mismo tiempo para otro despacho, realizar otros proyectos, distribuirse el tiempo para cumplir con todos, hacer ofertas con los precios que cree que debe. Aquí se le encarga un trabajo, un cálculo, una semana, dos de trabajo, y adiós gracias. Para el siguiente cálculo no contaremos contigo, buscaremos a otro. Quizás este otro sea un poquito mejor que tú en el caso concreto del nuevo cálculo, o quizás nos salga aún más barato... o quizás, si lo quieres, te lo lleves si bajas aún más tu precio. Tú decides, pero rapidito.

¿Capitalismo salvaje? ¿Ley de oferta y demanda? Miren, no me vengan con historias. Hay casos en los que las cosas no funcionan así, y éste es, ha de ser, uno de ellos. 


Michael Jackson - Dirty Diana

martes, 13 de mayo de 2014

Sobre los estudios de ingeniería



Publica El Comercio de Asturias una amena entrevista a José Coca. Desde la autoridad que le confiere su dilatada experiencia, opina muy bien sobre tres temas que nos atañen a los ingenieros y, de rebote, a toda la sociedad; yo no tengo ninguna autoridad, pero este es mi blog y me van a permitir que eche mi cuarto a espadas en estos tres temas.

Es la tesis del profesor Coca que a) Bolonia está mal planteada para la ingeniería; b) la carrera de ingeniería, ya antes estaba mal planteada, y c) los incompetentes son los que están al mando.

Bien. En primer lugar: podemos formar ingenieros especializados o ingenieros enciclopédicos. ¿Qué opción es preferible? Como yo voy a hablarles desde mi experiencia, tengo que darles cuatro cinceladas previas sobre ella.

Yo soy del plan de 1964. Especialidad mecánica. Antes de este plan, la carrera era de 6 años, y ya en tercero se hacía una especialización brutal, directamente se entraba en la rama elegida. Créanme, había una diferencia enorme entre los ingenieros del plan del 64 y los anteriores. Si era debido a la diferente realidad de España entre ambas épocas o a la formación de los ingenieros, no lo sé. Pero la había, se notaba.

El plan del 64 éramos enciclopédicos. Generalistas, se diría en público. No aprendimos de nada, todo se estudiaba como por encima, sin profundidad. Sumen a esto que la regla de que los buenos profesores universitarios son minoría (en mi Escuela, clarísimamente), y tendrán lo que fuimos: ingenieros con título, sí, pero sin conocimientos. En nuestro caso, tuvimos suerte de que la Industria aún nos absorbía en una forma que nos curtía sin anestesia: yo, por ejemplo: a los 22 hice la mili; a los 23, entregué el proyecto que hice durante la mili, y me trasladé a Cataluña, donde empecé a trabajar en una consultoría; con 24, me contrataron como director de una fábrica... He tocado muchos palos, y por eso les digo que, creánme, los planes generalistas, para formar ingenieros no sirven.

La buena noticia es que el plan del 64 duró poco, en el 76 se volvió ya a una formación de seis años, con especialidades e intensificaciones de verdad. Sin embargo, ¿cree que salen buenos ingenieros de la Universidad? Mi experiencia personal es que conocimientos sí que traen, pero les faltan dos cosas: arrojo y razonamiento. El arrojo es generacional, es social: desde el momento en que consideramos que una persona de 30 años es joven y una de 25 un pipiolo, les estamos diciendo que no se arriesguen, que no tomen decisiones, que no sean responsables. Que tranquilos, que ahí estamos nosotros para ayudarles. Y pasa lo que pasa. 

Pero lo del razonamiento sí es una carencia de la Universidad. Les enseñan un montón de cosas, pero no les enseñan a discurrir por ellos mismos.Conocen las situaciones canónicas, pero no saben asimilar las reales. Saben qué se hace cuando es 7 y cuando es 8, pero no cuando es 7,05 ó 7,95. Y cuando uno, bragado por miles de horas de vuelo extremo, se topa con un mozo que no sabe discurrir, es inevitable que piense que lo que sale de la Universidad no son buenos ingenieros.

En éstas, que se implanta "Bolonia". La sensación general es que va a ser un desastre, y que si los ingenieros de ahora somos malos, los de mañana van a ser peor. Sin embargo, yo no estoy de acuerdo. Quiero decir, que la culpa de lo que viene sea del Plan Bolonia. 

Para empezar, por muy bueno que sea el plan de estudios, si los profesores son malos no hay nada que hacer. El catedrático de Estructuras que tuve que sufrir era como un veterinario de dinosaurios. Imagínense qué tipo de experto sería, qué tipo de experiencia sería, en qué mundo viviría. ¿Qué veterinaria le va a enseñar un experto en veterinaria para dinosaurios? Pues yo tuve a alguien así "enseñándome" estructuras. Gente así, en la Universidad hay mucha, porque El Sistema lo permite. Por lo tanto, antes que despotricar sobre un plan de estudios debemos reflexionar sobre si nuestro sistema para obtener profesores universitarios es el adecuado.

 Creo que mi opinión sobre los profesores universitarios ya la he dado antes suficientes veces. A su favor, empero, quiero decir que, con el tiempo, se desarrollan como buenos profesores de su asignaturas. Una manera un poco peculiar de ejercer la ingeniería, sí, pero quien se dedica en exclusiva al mundo universitario, lo que tiene que ser es un buen profesor.

Lo cual, por supuesto, no quita para que el plan de estudios no tenga su importancia. En mi opinión, como he dicho, la ingeniería debe enseñarse de forma especializada, cuanto más mejor. No sirve de nada que se dediquen en la carrera 60 horas a la metalurgia o 120 a los motores, y que esos conocimientos se mezclen con nociones de electrónica, electrotécnia, aire acondicionado y organización de la producción, por mencionar algunas materias, y pretendamos que el estudiante salga como especialista en estructuras de hormigón. No. Yo creo que si, por ejemplo, queremos un especialista en estructuras, éste debe aprender geotecnia y mecánica del suelo, pero no si se va a dedicar a la organización de la producción.

Parece ser que Bolonia se va a basar en una etapa de 4 años en las que se impartirán conocimientos técnicos (entiendo que con un primer curso de formación científica básica), y después una etapa de 2 años, "máster", en la que el técnico graduado profundiza en una especialidad, ahora ya más con una mayor insistencia en la ciencia en la que se base esa técnica. Miren, si es así, a mí no me parece mal. Como ahora, seguirá existiendo el doctorado, que no es sino la posibilidad de una especialización aún mayor, hasta un grado tal que, me atrevo a decir, la cosa raya en lo ridículo e inútil.

No sé. Aquí, por ejemplo, veo el plan de estudios de la Universidad de Zaragoza para un título ¿de ingeniero?. Muchas optativas, parece. Lo cual está muy bien, pero veo también muchas chorradas: parece que será posible conseguir el título sin apenas aprender. Aunque imagino que, en la práctica, estas asignaturas las elegirán para desahogar un poco los programas, las "marías" que siempre han existido. Y allá la responsabilidad del estudiante, si pudiendo cursar "Cálculo y selección de elementos de máquinas" prefiere "Ética profesional y RSC". Y, por si les interesa, aquí el plan de estudios para una ingeniería civil. Lo de los máster, en la UZ, parece que no lo tienen muy elaborado; aquí les pongo el programa para un ingeniero mecánico. Que, por cierto, me llama la atención que hacen un máster consista en especializarse más aún en una rama en concreto; chocante, cuando menos, si se piensa que la tendencia general hasta ahora ha sido que los ingenieros superiores tengan una visión más amplia y menos especializada, en la línea de lo que escribí hace algunos años.

Y, a todo esto, ¿irá bien o irá mal? La partitura parece buena, oigan, pero irá mal, porque -pienso- el fallo viene de origen. En la Universidad creen que la Ingeniería se aprende sentado en un pupitre, y no. Pero ellos lo creen, al igual que se creen ingenieros, y no hay nada que hacer. Antes de enseñar, el aspirante debería conocer el mundo de la ingeniería. Vale que tiene 18 años, pero tiene que salir de los colegios. Entrar en una oficina de ingeniería fotocopiando planos, organizando archivos, encuadernando proyectos, haciendo de secretario o telefonista. En una fábrica, como peón. Al lado de un oficial, pelando cables o desengrasando ejes. En una obra o en un almacén, ayudando a llevar las cuentas o el inventario. Ayudando en mantenimiento, cuidando los vehículos de una flota, lo que sea. Ha de ver el mundo laboral, ver a ingenieros de verdad, cómo se mueven, cómo hablan, cómo dirigen. Conocer qué ramas existen en la técnica, saber qué es la regulación automática y en qué se diferencia de la electrónica. Saber qué les gusta, saber por qué quieren ser ingenieros. Y entonces ir a los pupitres, a aprender. A que les expliquen lo que han visto. Sí, creo que quizá así habría alguna posibilidad de éxito. 

Pero sabiendo el pelaje de los que cortan el bacalao en los planes de estudio y el de los que han de enseñar la teoría de la profesión a pie de aula... me temo que tendremos que seguir como hasta ahora, confiando en que sean los profesionales en el ejercicio los que enseñen a los novatos titulados.

Por lo tanto, y volviendo a lo que plantea Coca:

a) ¿Está Bolonia mal planteada para la ingeniería? No, mejora lo presente. El modelo español de formación de ingenieros, técnicos y superiores, es caótico. Parte del problema estriba en la autonomía de cada Universidad y su facultad de hacer de su capa un sayo y "personalizar" su plan de estudios; yo no sé mucho, pero confío en que la convergencia europea lleve a la renuncia a estas autonomías y que el plan de estudios sea único para todos los países adscritos, y eso me parece bueno. Parte del problema es también la división entre Ingenieros Técnicos e Ingenieros Superiores. Esta división no es como Médicos y Enfermeros, es una división tipo "Yo sé de mecánica y de electricidad y tú solo de mecánica", y como ese conocimiento es sólo oficial y no real, de esa división no sale nada bueno. Con Bolonia, la división será entre grados y master (entre master y doctores, como a un doctor únicamente se le requiere a efectos de fardar de título, pues no importa). 

Por otro lado, ingenieros industriales hay muchos. ¿Sabe usted lo que sabe un ingeniero industrial? No, no lo sabe. Ese ingeniero será especialista en algo y gran desconocedor de muchas cosas sobre las que también tiene compentencias, y nadie lo sabe. ¿Se sentiría usted cómodo si supiera que el anestesista de su operación de trasplante de cerebro con doble by-pass es en realidad estomatólogo y que el cirujano es otorrinolaringólogo pediatra? Pues en el sector de los ingenieros, esto es el pan nuestro de cada día. Así que, como no sé qué título se atribuirán los ingenieros en el futuro, espero que incuyan el título del máster o grado que hayan obtenido. Claro que esto no es Alemania, sino el país de los pícaros: mejor, no nos hagamos ilusiones.

b) ¿Está mal planteada la carrera de ingenieria? Absolutamente. Pero no. Lo que está mal planteada es la enseñanza en general, y también la Universidad en su concepto. Así que, con los mimbres que hay, se teje lo que se puede.

Y, c) ¿Son incompetentes los que están al mando? Pues... el mejor médico de un hospital no suele ser el gerente, ¿verdad? Ni el mejor técnico de una fábrica el presidente de la empresa. El Presidente del Gobierno rara vez es nuestro mejor legislador, diplomático, jurista o policía. No estoy diciendo que sean malos en lo suyo, pero que no se titulen como médicos, ingenieros,

The Boxer (Simon & Garfunkel cover) - Mike Masse and Sterling Cottam

 

 

P.S. (20 de mayo): http://www.elcomercio.es/v/20140513/asturias/pymes-pueden-tener-ingeniero-20140513.html

Parece ser que hay quien no está de acuerdo con lo que dice Coca y como tal lo publica El Comercio. La clave de lo que dice el respondiente, Tomás Balibrea, es que «nuestra formación universitaria, al menos antes de Bolonia, era completa, compleja, profunda, generalista y cimentada sobre una base científico-tecnológica, que capacita para dar una respuesta ágil a situaciones imprevistas y desconocidas». Muchas afirmaciones, aunque parezca una sola, y me temo que no todas correctas. Formación completa, formación profunda,... Creer eso es como creer que, por haberlo estudiado en el colegio, todos recordamos "A un olmo seco..." y los principales productores mundiales de yute, cáñamo, lino y algodón.
Malamente curamos un mal cuando diagnosticamos mal. Ahora, yo no sé si Balibrea cree que nuestra realidad es la que dice, o dice que es porque por su cargo debe defender que es.