domingo, 29 de noviembre de 2015

El ingeniero del pleistoceno

I feel fine... esa primera nota, ese riff inicial... es una canción de finales del 64, una de tantas del chorreo de singles que en aquella época producían los Beatles y justo antes del LP Beatles for Sale; Beatles for Sale es un disco que me gusta mucho, pero no tiene ninguna de las canciones señeras, y eso se aplicó a casi todas las del momento, como I feel fine. La metieron en el LP A collection of Beatles Oldiest (que yo tenía/tuve/tengo en algún lugar en cassete), que era una recopilación de canciones de los singles, empezándo con el increíble She Loves You; de nuevo, I feel fine pasaba desapercibida.

Las canciones de los Beatles mejoran con el tiempo. Hace más de 50 años de I feel fine,y no cabe duda: hoy, arrasaría. Como se aprecia, por ejemplo, en esta versión.



El otro día me llamó un gachó al que de ciento a viento le he hecho algún proyectillo, casi siempre racks de instalaciones. En este caso me llamaba por uno de hace unos años; el rack pasaba por encima de una nave y ahora estaba estudiando ampliar la nave. Quería quizá encargarme ese estudio? No, quería saber si yo tenía secciones de cómo era esa nave, para ahorrarle el buscarlas.

No tenía secciones, pero como manteníamos una buena relación desde hace muchos años (una época en la que sí solía trabajar conmigo) aproveché la ocasión para charlar. Le reproché que ya no me encargaba nada, que todo se lo daba a otros ingenieros. Además era así, cuando tenía un proyecto grande se lo pasaba a otro ingeniero; luego, una vez hecho el proyecto, a veces me pasaban a mí el rack de enlace de las instalaciones con el resto de edificios de su cliente. Las migajas, para que me entiendan. Pero eso me daba opción a ver cómo trabajaba el otro. Y, les seré sincero, al ver su trabajo uno entiende porqué no me pasan a mí esas cosas: los otros trabajan en 3D, crean modelos de la estructura completa del edificio y luego le dicen al software que genere 200 planos con todas las perspectivas, todas las secciones y alzados, detalles en cuatro vistas, los despieces, las mediciones,... espectacular. Yo, cuando veía esos planos, intentaba ponerme a la altura y dibujaba en 3D (¡en Autocad!) la estructura que me encargaban, pero ni de lejos. En dos o tres planos tenía todo lo mío. Las migajas, ya les digo.

Total, que le reprocho que antes construíamos los edificios sin tanto plano, ni perspectivas ni leches, y me respondió que justamente ese día su cliente le había hecho la misma reflexión; y aún más, le había dicho que la cosa se empezó a torcer cuando el proyecto del 2002, que fue con el que mi gachó empezó a pasarle los planos con todos los detalles, los alzados, las plantas, etc. A partir de ese proyecto, se fueron acostumbrando a los trabajos detallados y ahora no conciben que no les hagan modelos 3D.

Lo bueno es que recuerdo el proyecto del 2002. Lo hice yo, y fue el primero que le hice. Y el último grande, además. Recuerdo que la constructora subcontrató la estructura metálica a un taller, y este taller tenía un acuerdo con una chiquita (ingeniero técnico) que en esas situaciones les iba por las tardes al taller... y les dibujaba la estructura en 3D. Se resolvía todo, me daban los planos completos y cuando yo los aprobé pulsaron un botón y se generaron todos los planos de despiece. El montaje, salvo un accidente con muerto y unos problemillas con soldaduras y con uniones atornilladas, fue como la seda.

Y ésa es la historia. En el 2002 yo estaba en la vanguardia tecnológica (bueno, unos pasos atras, pero mis proyectos eran de lo mejorcito). Ahora son los otros, los que me hacen parecer un ingeniero del pleistoceno. 

El pleistoceno, por si no lo recuerdan, es el Paleolítico. Acabó hace 12.000 años. Conoció a los neardentales, los mamuts, los uros, los tigres dientes-de-sable, los mastodontes y animales de ese estilo. En aquella época, a los ingenieros no nos exigían perspectivas ni modelos 3D.

Hace tiempo que me siento como un ingeniero del pleistoceno. Trabajo con un método que los jóvenes, sin dudarlo, calificarían de extinto: intento entender el problema, conocer la norma, imaginar un modelo estructural, prever consecuencias de mis decisiones, todo eso. Uso los ordenadores, claro, pero para afinar cálculos, obtener números exactos y, en líneas generales, confirmar mis suposiciones iniciales: antes de introducir un modelo predimensiono, y si el ordenador no confirma razonablemente mi predimensionado, sospecho y repaso. Los jóvenes, en cambio, introducen un modelo complejo y completo en el ordenador, éste escupe datos y planos, y firman los planos. ¿Conocer la norma o la estructura? ¿Para qué? No lo necesitan: tienen un ordenador.

Y el colmo es que sus estructuras las entregan más rápido, con más detalle y más completas que las mías. Y lo peor de todo: sus cálculos son más seguros. Pandeos, uniones, comprobaciones normativas mil, deformaciones, combinaciones de cargas, torsiones,... sus programas tienen en cuenta todo y calculan todo. Lo que dice el ordenador está bien y no necesita retoques: si dice 4 de 25 o una IPE360, no hace falta nada más. Yo, en cambio, he de considerar un factor de inseguridad en mis cálculos y quizás aumente la IPE360 o ponga más 25, "por si las moscas".

Ya les digo: mucho más rápido, mucho más detallado, mucho más todo. Entienden la palabra de moda, BIM: ellos son BIM, yo... soy del paleolítico.

Y esto alcanza a todo lo que se hace con ordenadores, que ahora en el cálculo de estructuras es todo.

Hay más: no tengo ganas de aprender nuevos métodos, de evolucionar y adaptarme. Puede que sea como los neardentales cuando llegó la cuarta glaciación: les cogió demasiado cansados y dejaron de luchar. Notaron que su tiempo había pasado y que el mundo ya era de los jóvenes cromagnones. ¿Por qué no quiero aprender? Primero, porque ya no soy la esponja que era a los veinte años. En aquellos años yo estaba en la vanguardia tecnológica. No solo utilizaba los medios más modernos, sino que colaboraba en su desarrollo. Y los que trabajaban conmigo estaban boquiabiertos con lo evolucionado (sigo el símil) que estaba yo. Con los años esa brecha se fue cerrando; a los treinta todavía estaba por delante, pero menos. A los cuarenta podía sentirles en el cogote. Y poco a poco me alcanzaron y siento que ahora soy yo el que va por detrás... y les veo alejarse.

Y en segundo lugar, porque ponerse a aprender algo nuevo lleva consigo un cambio de estado. De status, si lo prefieren. Y no estoy seguro de querer cambiar mi status.

Por último, tengo una razón más poderosa quizá que las anteriores, pero también más difícil de explicar salvo que ustedes también sean neardentales.

Verán, lo cierto es que yo no he recibido una formación en estructuras, apenas las cuatro nociones que nos enseñan a todos los ingenieros industriales. Puede que la razón sea porque en aquel tiempo bastaba con eso. Con una docena de reglas se calculaban la mayoría de las cosas normales. Había que saberse las normas, pero eran normas sencillas. La norma de acciones eran unas pocas páginas, todas ellas muy claras; la norma de estructura metálica (la MV-103) se resumía en tres fórmulas y cuatro conceptos, y la de hormigón era ás elaborada, pero tampoco demasiado. Lo importante era entender la estructura, cómo iba a trabajar, qué tenía que soportar. Con operaciones aritméticas se hacía un cálculo suficiente. Con algo de experiencia muchas estructuras se podían resolver a ojo, y conozco a bastantes que así lo hacían. Por supuesto, si uno se enfrentaba a algo difícil era mejor ampliar conocimientos, o dejárselo a los especialistas, que los había.

Cuando llegaron los ordenadores, no pasaba nada, porque yo estaba ahí. Sabía programarlos y los programaba. Pero un programador solo no puede competir con un batallón de programadores que se dedica a ello en exclusiva, y llegó un momento en que los programas comerciales eran a) mejores que los míos, y b) muy buenos, sin comparar. Desde entonces no tenía sentido el emplear programas propios, y todos nos pusimos en manos de los programas comerciales. Quizá por eso, porque los cálculos de verdad los hacían los programas, las normas de estructuras también cambiaron. Ya no eran normas para que las trabajen las personas, sino los ordenadores. El resultado fue que no sólo son incomprensibles para las personas y que no podemos aplicarlas sin ordenadores, sino que se ampliaron hasta lo indescriptible. Ahora, para calcular una unión atornillada hay que hacer unas setecientas comprobaciones. Y eso incluye multitud de fenómenos que uno antes no tenía en cuenta.

Al final, lo que pasa es que uno ya no puede calcular una estructura con los cuatro criterios de siempre: hay muchas más cosas que tener en cuenta, cosas que el ingeniero del pleistoceno desconocía o despreciaba. Y el resultado, tras años de intentar aplicar el método antiguo a las normas nuevas, es que termina calando la sensación de que uno, en realidad, ni sabía ni sabe. Que uno, antes, era un inconsciente, y las estructuras no se caen porque Dios es bueno.

Pero no es necesario soltar lágrimas por los ingenieros del pleistoceno: no pasa nada con nosotros en particular, porque estamos aquí y seguiremos estando hasta que llegue el definitivo mutis por el foro. En cuanto a la Ingeniería del Pleistoceno, como concepto y forma de entender y ejercitar la ingeniería, también se extinguirá a medida que lo hagamos nosotros; pero esto también será un proceso natural, la evolución técnica de la sociedad. Igual que ya no concebimos que no haya telecomunicaciones, ni conexión global de todos los ordenadores del mundo, y con ordenadores nos referimos a todo lo que acabe teniendo un procesador matemático: acabarán estándolo todos los teléfonos, los televisores, las cámaras fotográficas si aún existen, los vehículos, las cámaras de vigilancia y los termostatos de las casas (estos dos conceptos se integrarán en uno), casi cualquier máquina que no sea puramente mecánica. Hoy es anacrónica la regla de cálculo, y en breve lo será el lápiz y el papel. Y esto no significará que la sociedad vaya a tener peores ingenieros por el avance técnico. Nunca ha ocurrido en la Historia y no reo que vaya a ocurrir ahora; en cuanto a la ingeniería de estructuras, lo único que cambiará será que los verdaderos ingenieros, los que de verdad sepan resolver las estructuras y cómo funcionan, serán de silicio y no de carbono. De carbono, como mucho, serán las máquinas que emplearán los ordenadores para que los manejen.

El caso es que yo soy ya un ingeniero del pleistoceno. Y la prueba, me temo que definitiva, es que ante el empuje de los jóvenes, mi única defensa es decir que no nos entusiasmemos tan rápido con esos métodos tan novedosos, porque un burro con un ordenador sigue siendo un burro.

Aunque, por otro lado, si usted está de acuerdo con esto último... creo que es porque usted también es un poco del pleistoceno.


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