miércoles, 11 de noviembre de 2015

En camisas de once varas

Hey Jude. De todas las canciones de la serie de los Beatles, ésta es la que todo el mundo podía garantizar que iba a figurar. A todo el mundo le gusta. Y aunque hay muy pocas canciones de 1968 a las que no se le noten los años, a ésta no. Por eso todo el mundo hace su propia versión y la cuelga en Youtube: la seguimos cantando. Y no quedan mal, sino al contrario. Por ejemplo, esta versión.




Ando estos días muy preocupado; el lunes comienza una obra que me han pedido que lleve, y yo no soy la persona idónea: estoy en una de esas situaciones en las que uno dice "maldito sea el día que dije que sí". Y no me puedo negar a llevarla, porque también hice el proyecto. 

Aquel día me preguntaron si podía calcular una cosilla. He calculado otras parecidas antes, y no le vi ninguna complicación. Luego, metidos en harina, sí. Verán, yo soy un ingeniero industrial de corte generalista. Tengo nociones de bastantes cosas, pero no sé de nada en profundidad. En otras palabras, puedo resolver problemas sencillos en muchos campos, pero no problemas complicados. El caso que me preocupa ahora es uno de esos. Complicado, muy complicado. ¡Ni siquiera debían haber buscado un ingeniero industrial!

Y, para liarlo más, la constructora que lo ejecutará es pequeña, generalista y chapucera. Se ha llevado la obra porque el cliente no solicitó mi opinión, de haberlo hecho le habría aconsejado que buscara a una constructora especialista. Si lo hubiera hecho, yo estaría más tranquilo. Pero no.

El proyecto lo hice el año pasado. Me había olvidado de él. Estos días se está mirando con lupa, como es lógico, y van saliendo fallos. Unos, los está viendo - y denunciando- la constructora; otros, los estoy viendo yo en el cálculo. ¿Porqué los cometí? Sin duda, por ignorancia, por hacer varios proyectos a la vez con prisas, y por algo que los calculistas conocen muy bien: la presión del cliente para que salga algo pequeño. Que si sólo tenemos tantos euros, que si "¿no puede ser menor?", que si a fin de cuentas, que si cómo va a ser eso,... ¡Cuántos cálculos los hemos modificado o apurado en exceso porque al cliente le parecía excesivo! 

Ya sé que suena ridículo, como si uno fuera al médico y este le dijera que tiene cáncer de pulmón, usted le dijera que cómo va a ser eso, que sólo puede aceptar gripe, bronquitis todo lo más, y usted le dice que bueno, que escribirá que es una bronquitis. Pues estoy seguro de que no soy el único que alguna vez ha hecho esto. Conozco incluso a un calculista que dejó de calcular porque no soportaba la presión para cambiar... seis miserables tornillos, de M16 a M12.

En mi caso, cuando tenía el proyecto avanzado fue cuando me dí cuenta que aquello me sobrepasaba. No sé porqué no renuncié entonces. Supongo que porque nunca renunciamos: como ingenieros, no vamos a reconocer que de algo no sabemos. A fin de cuentas, en aquel momento eso era sólo papel. No era real. Ahora lo va a ser, y estoy que no sé en qué agujero meterme.

Porque no se trata de que se aplique algo que no he hecho nunca y tenga miedo de quedar como un pardillo. No. Es que se va a construir algo que no sé calcular ni supervisar su construcción. Y que puede fallar al instante, no si pasa algo cuasiimposible dentro de 30 años.

Para acabar de liarlo más, ni siquiera podré estar a pie de obra. Ni pasarme todos los días, porque ¡qué casualidad! estoy con una punta de trabajo, todo el mundo me está pidiendo atención. Como para desaparecer.

No sé qué voy a hacer. Lo afrontaré, claro, lo intentaré hacer lo mejor que pueda, y trataré que no se me note lo nervioso que estoy. Pero ni siquiera sé todos los fallos que he cometido en los cálculos. No sé cómo va a ir todo, cómo me voy a llevar con el equipo de la obra, cómo lo van a afrontar ellos, demasiados interrogantes.

La descripción exacta es: hecho un manojo de nervios.

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