viernes, 10 de noviembre de 2023

La norma inútil

https://www.youtube.com/watch?v=4nMUr8Rt2AI 

 

 

Se cumplen 2 años de la entrada en vigor del Código Estructural, concebida como la supernorma que regula las estructuras de hormigón armado y de acero. Transcurridos dos años, pocas personas sabrán de qué estoy hablando.

Como botón de muestra: prácticamente nadie, en este tiempo, me ha hablado de esta norma. Teniendo en cuenta que a lo largo de los años yo he sido una especie de asesor/intérprete de las normas, el silencio me es estruendoso. Es como si nadie supiera que las estructuras las gobierna ahora una norma nueva, distinta.

Dos posibles explicaciones: o la nueva norma no cambia apenas nada, o a nadie le importa la norma. Como la nueva norma cambia muchísimas cosas, tiene que ser lo segundo: a nadie le importa la norma. La cuestión sobre la que reflexionar es el porqué.

Lo cierto es que a nadie le importa la norma nueva. A poca gente le importaron las normas anteriores del hormigón (EHE-08) y del acero (EAE), más le importó a todo el mundo el CTE, más aún la EHE y desde luego todo el mundo se sabía al dedillo la EA-95 y la EH-91. El desinterés de los técnicos con respecto a lo que dicen las normas es monótono creciente.

Una explicación es el exceso regulatorio, y además un exceso inútil: lo que se hacía antes de cada norma ya estaba bien (las cosas no se caían), luego es difícil justificar nuevas restricciones o reglamentar lo que ya se hacía bien sin decir nada. Pero esta justificación sólo vale si hablamos de técnicos veteranos, para los jóvenes se supone que las normas son nuevas.

Otra explicación son las normas en sí mismas: cada una es más prolija y más enrevesada que la anterior. Da la impresión que de el redactor de cada una tiene como objetivo el que su texto sea más difícil de seguir que el anterior. Cuando uno no entiende lo que lee, deja de leer. Si lo que tiene es un texto de 700 páginas (el Código Estructural llega a 1.800), pues abandona en seguida. Pero es que además si uno quiere hacer una consulta en la norma en seguida descubre que no entiende nada. Al tercer intento deja ya de consultar: ¿para qué?

No es tampoco baladí el aspecto "woke" de las normas: las últimas son unos peñazos woke insoportables, con sus llamadas a la sostenibilidad, la ecología y el bienestar del planeta. El manual de cómo se calcula un edificio no es el sitio adecuado para promover el bienestar de todos los animales, ni es la misión de los ingenieros, constructores y obreros.

Por otro lado hay un hecho incuestionable: los programas de cálculo se saben las normas. Con esa ventaja, el técnico que calcule mediante un programa de ordenador sabe que como el programa cumplirá la norma, su proyecto también. ¿Qué ventaja le aporta el saberse él (¡y comprender!) las 1.800 páginas del Código? ¿Le compensaría esa ventaja hacer el titánico esfuerzo de entenderlas? La respuesta a esto último me la sé: sin duda, no.

Me dirán que uno de los problemas es que el redactor afronta la norma como una oportunidad para exhibir su sabiduría. Hojeando las normas actuales, no sé decir hasta qué punto es cierta esa afirmación. Sí pienso que, como en la práctica la norma la va a aplicar un ordenador, el redactor, que siempre se siente encorsetado por lo que han escrito otros, ahora queda forzado a producir un texto que es sólo para máquinas, no para humanos. Por ejemplo, si el texto anterior decía que había que multiplicar un valor por 'e2,3', ahora había que decir 'e0,8·µ con µ=2,875'. Si se cambia un texto ha de ser para hacerlo aún más farragoso: no pueden, parece, cambiar radicalmente la formulación del precepto para que fuera más entendible (en el ejemplo,  decir '10' como en los textos más antiguos)

Curiosamente, este desconocimiento humano de la norma funciona. Porque es absoluto: nadie la conoce, ergo nadie la exige y nadie sabe si se cumple o no. Muchas cosas se hacen como se han hecho siempre, como se hacían antes, como marcaban las normas antiguas. Aplicamos normas antiguas, ya derogadas, y el otro reconoce esas normas en nuestra actuación; como el conocimiento regulatorio de ambos es similar, la actuación la valida como acorde con las normas, y así sale todo adelante. Si hay una norma inútil, la experiencia está demostrando que es ésta.




En cierta ocasión fui invitado a participar en la elaboración de un texto por el estilo, que iba a establecer estándares, explicar conceptos y servir de guía para arquitectos, ingenieros, promotores, constructores, personal de obra y todos los que participan en general de la construcción. En la primera reunión me di cuenta del palo que iban los que más hablaban, y ya no volví (aunque me siguieron llegando las invitaciones y los correos). Me dio rabia la oportunidad perdida de hacer un texto útil de verdad, pero no iba a enfrentarme a los fantasmones y sus discursos buenistas. Supongo que la gran mayoría de los redactores de las normas actuales piensan en privado como yo, pero el caso es que estoy seguro de que dentro de 4 años podré decir de nuevo que pocas personas saben de qué va el Código Estructural.

Ante normas estúpidas, comportamientos inteligentes.

 

 

 

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