viernes, 16 de octubre de 2015

Mujeres de los 50




Cuando yo era chico, era habitual que las mujeres no trabajasen. También era habitual que las mujeres trabajasen, ¡ey!, que siempre ha habido muchas mujeres trabajando. Cuando yo era chico, era normal que las mujeres que trabajaban fueran maestras o enfermeras, despacharan en los mercados o en las tiendas y comercios, o se dedicaran a tareas profesionales del hogar y afines, como limpiadoras, costureras, peluqueras, pedicuras, etc. Y al mundo del espectáculo, claro. No era habitual, en cambio, que fueran abogadas, médicos o arquitectas, aunque alguna había. Aparte de las secretarias, no solían estar en puestos administrativos: no las veías detrás de los mostradores de los bancos, y si iba a la policía o a cualquier oficina, no atendían mujeres. Y mucho menos metidas en política. No recuerdo mujeres trabajando en Correos. Y sí recuerdo a muchas mujeres que no trabajaban.

Ahora, todo el mundo lo sabe, es diferente. Es muy normal encontrar a mujeres en casi todos los ámbitos laborales (no suele haber muchas en los andamios), y lo que ya no es habitual es que la mujer no trabaje; de hecho, si no lo hace suele ser porque no puede, está en paro. Hoy hay que ser muy, muy pudiente, para que la mujer se quede en casa.

Cabe preguntarse, al menos yo lo hago, cuándo comenzó esta incorporación masiva de las mujeres. Por descontado, los sociólogos son como los historiadores, y siempre encontraremos alguno que afirme lo que le paguemos que afirme, con lo que tenemos tantas teorías como gente dispuesta a pagarlas. Así que si buscamos respuesta en los sociólogos, vamos apañados. Por esta razón, yo tengo mi teoría, a ver qué les parece.

Verán, llevo bastantes años trabajando. He conocido a muchas mujeres. Y salvo las que trabajaban en los ámbitos que he dicho al principio, no me he topado con ninguna que se jubilara hace años. En cambio, conozco a muchas que están ya ahí. Con los sesenta ya bien cumplidos, mirando cómo les queda la pensión y si pueden empezar a jubilarse parcialmente. Echo la vista atrás, recordando las compañeras, clientes y proveedoras que he tenido, y diría que las más mayores no pasan de los 65. Pienso en los que ya se han jubilado, e intento recordar a qué se dedicaban sus mujeres: o no trabajaban, o eran maestras; casos excepcionales son los de alguna arquitecta. Y ¡por favor!, no recuerdo a ninguna ingeniera. Pero es que no me suena ahora haberme topado con ninguna ingeniera que pase de los... ¿52? Que seguro que las habrá, pero no abundarán mucho, me temo. Arquitectas y arquitectas técnicas sí, bastantes incluso; eso, he de reconocerlo. Pero ingenieras no. Y que además se dediquen al cálculo de estructuras, creo que la más mayor que conozco (insisto, yo), creo que tiene 41. Claro que quizá esto se debe a que yo no soy muy sociable. 

En definitiva, las mujeres que llegaron en masa a los oficios poco habituales diría que son... del 50, como muy mayores. Más del 51 y del 52; las del 55, yo diría que definitivamente buscaban trabajo todas. Son éstas las quintas que, llegado el momento, no se conforman con quedarse en casa y plancharles las camisas al marido: retrasan sus matrimonios, salen, viajan, quieren trabajar y trabajan.

Así que, si uno echa cuentas y les da una carrera, parece que es a la muerte de Franco cuando cambiamos en este tema.

No será por casualidad, creo que también para entonces deja de ser habitual el tener muchos hijos. Lo que me lleva a un último pensamiento: una mujer podía tener, fácil, cinco hijos, cuatro, seis. Entonces eran enfermedades corrientes el sarampión, la varicela, paperas, escarlatina, rubeola; cada niño, mínimo, tres de éstas, seguro. La sanidad no era como ahora: estas enfermedades se pasaban en cama, dos, tres semanas, las que hicieran falta, el médico venía cuando podía, el practicante también. Y al acabar un niño una enfermedad, otro la cogería. En medio, las gripes, que también encamaban a los niños una semana. Un amigo mío tuvo hepatitis: 40 días en casa. Un compañero de clase y vecino, tuberculosis: no recuerdo bien, pero muchos días. Si hacen cuentas, verán que cada año una mujer iba a perder unas cuantas semanas por esta razón. Aparte, la vida no era como ahora: un puré de patatas no era abrir una bolsa de Maggi, ni un gazpacho abrir un brick, y las legumbres había que ponerlas a remojar la noche antes. Los congeladores eran pequeños y eran raros los envases, no se solía congelar comida. No había microondas, la comida no se sacaba de la nevera y se calentaba. La compra no se hacía en un hipermercado para una semana, quince días o un mes: casi había que ir cada día al mercado y hacer cola en los puestos. Los suelos se fregaban a mano, de rodillas, y no había lavavajillas. En general, todas las tareas del hogar eran más trabajosas y se hacían más lentamente. El mantenimiento del hogar y el cuidado de la familia requería muchísimo tiempo: era obvio que la mujer que se quedaba en casa no estaba de brazos cruzados.

Que la mujer se incorporara al trabajo supuso (o al revés, los hechos que enumeraré permitieron lo primero) que las familias fueran más pequeñas, que las casas se llenaran de electrodomésticos que hicieran más fácil las tareas del hogar, que las comidas se resintieran y se industrializaran, que las medicinas más vendidas sean el paracetamol y el ibuprofeno, que los niños coman en el colegio y pasen las tardes solos en casa... Y, como una espiral que se muerde la cola, cada vez pasamos más tiempo trabajando, cada vez hay menos hijos, cada vez hay más robots en las casas, cada vez...

El corolario de todo esto es que si ahora llegan a la jubilación las mujeres que se incorporaron en masa al trabajo, el ritmo de generar jubilados va a dar un salto importante. A ver qué tal lo hace, la hucha de las pensiones.




The Pretenders - Hymn to her

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