En los años de mi niñez, me chiflaba el Guerrero del Antifaz. Sí, ya sé que no está bien que lo diga y que lo políticamente correcto es decir que yo era un fan del Capitán Trueno, pero es que no es verdad. El Capitán Trueno me gustaba, claro, pero me gustaba más el Jabato, y éste muchísimo menos que el Guerrero. Recuerdo perfectamente que con seis y siete años me sabía los primeros números de memoria, y en los recreos me abrochaba la bata por el cuello como si fuera una capa y jugaba a espadachines con los compañeros (sí, en aquella época para jugar con espadas bastaba con cerrar el puño y agitar el brazo; la espada la veíamos todos, solo que para herir había que clavarla hasta el mango).
Sin embargo, mi afición por el Guerrero decayó con el número 35.
Hoy, muchísimos años después, sigo sosteniendo la misma opinión: a partir del 35, el Guerrero del Antifaz pierde toda su magia y se transforma en un tebeo infumable. Los 34 primeros números, en cambio, son magistrales.
La historia del Guerrero comienza cuando un reyezuelo árabe, Ali Kan, rapta a la esposa del conde de Roca, sin saber que ésta se había quedado embarazada. Tiene un hijo y él cree que es suyo, y lo educa como tal. Con 20 años el mozo es el paladín de las huestes musulmanas, pero la madre no soporta verle matar cristianos y le cuenta la verdad. En ese momento Alí Kan irrumpe y mata a la madre; el guerrero hiere a Alí, y escapa. Acude al conde de Roca y le cuenta su historia, pero éste duda. El Guerrero decide entonces que capturará a Alí Kan para que confiese, aunque el conde termina por creerle. El problema es que, como hijo de Alí Kan, mató a muchos cristanos, y decide taparse la cara con un Antifaz. Y la serie comienza con el conde de Roca contándole esta historia en confidencia a la bella hija del conde de Torres, su vecino.
Bien, los primeros números nos muestran los intentos del guerrero de capturar a Alí Kan. Y el combate es el lógico: Alí es poderoso, tiene una fortaleza y un pequeño ejército. Además, los mejores soldados de Alí Kan reconocen al guerrero y no le tienen miedo. El Guerrero es relativamente inexperto, y las pasa canutas. Sobrevive, claro, pero no vence. Y le capturan muchas veces, aunque, justo es reconocerlo, cada vez es más difícil. El conde de Roca, mientras tanto, no se queda quieto - lleva años combatiendo a Alí- y ficha al joven conde de los Picos, pretendiente de la condesita de Torres, para que le ayude. Éste, fuerte y ávido de triunfos, consigue conquistar la fortaleza de Alí Kan justo cuando iban a matar al Guerrero. Herido, el Guerrero se retira unos días a descansar con su padre (aunque nadie sabe porqué son amigos). En éstas, Alí Kan había conseguido huir y se encuentra a Olián, al cual había mandado pedir ayuda cuando le estaban asediando la fortaleza. Olián es el equivalente al de Picos; con el conocimiento de Alí Kan, reconquista la fortaleza; envalentonado, deja a Alí con sus soldados para que termine la reconquista - el de Picos, con los suyos, seguía sin rendirse en el palacio interior-, y marcha al frente de su hueste a, ya de paso, conquistar el condado de Torres. Resumido, esto es lo que pasa en los cinco primeros números, porque pasan muchas más cosas. No está mal, ¿verdad? El dibujo, además, va mejorando en cada número, y en el quinto es ya excelente.
Sigo: Olián asalta el castillo de Torres, pero cuando va a capturar a la condesita aparece el Guerrero. Luchan, Olián pierde, pero sus oficiales deciden que por si acaso, y capturan al guerrero, levantan el asedio y se retiran a la fortaleza de Alí Kan, que ya ha capturado al de Picos. Estando allí, el Guerrero se escapa y libera al conde de Picos, y entre los dos consiguen reconquistar la fortaleza - también ayuda que el conde de Roca, de nuevo, estaba asaltándola desde el exterior. Olián y Alí Kan escapan, claro.
A partir de ahí, las andanzas del Guerrero se convierten en aventuras,
persiguiendo a Alí Kan, Olián intentando capturar a la condesita de
Torres (de la que también está enamorado el Guerrero), y todo eso. En
una de estas, el Guerrero y su padre, que han formado un dúo, caen
prisioneros de Harúm. En la sala de torturas, Harúm mata al conde de
Roca: un nuevo enemigo para el Guerrero, solo que no le va a durar
mucho. Es el número 14, y en el 15, en Guerrero conoce a tres colosos,
los hermanos Kir (el mayor se llama Osmin), que por razones que nunca se
dicen también luchan contra Harúm. Los cuatro asaltan el castillo, pero
los Kir son cogidos - Osmin sólo más o menos, sí pero no. Cuando peor
le va a Osmin aparece el Guerrero, rescatan a los otros dos y salvan a
Aixa, la hija de Harúm - que se había enamorado del guerrero y le había
liberado una de las veces que Harúm le había capturado-, y el Guerrero
mata a Harúm. Estamos en el número 17 y el dibujo alcanza su cénit.
Vengado el padre, los argumentos pierden un poco. Se forman dos tramas paralelas: por un lado, Hamed Zenete, un sobrino de Harúm le hereda e intenta recuperar a Aixa - de la que se enamoran los dos Kir pequeños. Por el otro lado, Olián consigue raptar a la condesita y la lleva a su fortaleza. El guerrero lucha contra las huestes de Hamed cuando sabe de lo de Olián, y junto con Osmin acude a su rescate. Eso le llevará hasta el capítulo 29 (le cuesta muchísimo), y acabará con la condesita rescatada y Olián gravemente herido. Mientras tanto Hamed ha coseguido recapturar a Aixa, y el guerrero y los Kir se lanzan de nuevo a su rescate. Las pasan realmente canutas, pero matan a Hamed, Aixa es la nueva reina y los Kir pasan a ser sus oficiales principales; fin del número 33.
A todo esto, el tema de Alí Kan ha quedado inconcluso; a estas alturas, se ha convertido en el jefe de una banda de salteadores (con el sueño de recuperar su reino), con apariciones ocasionales. En el número 34, el Guerrero retoma su rastro, pero aparece el hermano de Alí, Yeir, que por lo visto es un reyezuelo en Túnez, y que había acudido a ayudar a su hermano a escapar a África. El Guerrero lucha contra Yeir Kan, éste le hiere, le vence y lo lanza a un lago. Su fiel escudero, Fernando, le rescata y le lleva herido al territorio de Aixa para que le curen. Ya hemos entrado en el fatídico número 35: el guerrero se lanza a la caza de los Kan, pero estos se han embarcado, así que el héroe también se hace a la mar.
El dibujo es cada vez menos cuidado, pero no es solo eso. Las tramas se repiten, el esquema jefezuelo captura al guerrero, el guerrero lucha y le vence, una y otra vez... pero no es solo eso. Es algo que me rechina, que me rechinaba desde niño y que ya de adulto se me hizo intolerable. El Guerrero se hace a la mar... y sigue tal cual.
Quiero decir, al principio todo tenía un ambiente medieval del siglo XIII. Reconquista, reinos de Taifas, luchas a espadas, sin pólvora, cotas de malla y escudos, en contadas ocasiones unas ballestas. Sobre todo, las cotas de malla: todos llevan cotas de mallas, moros y cristianos. Los moros suelen lucir una medialuna en el pecho, los cristianos una cruz, pero casi todos llevan cota. Y, cuando se hace al mar, el Guerrero sigue llevando cota. Lucha en África, el traje lo pierde mil veces, pero siempre tiene la cota de malla. Y casco, no importa el calor que haga. Cae al mar con casco, capa, espada, puñal y cota de malla, pero el tipo bucea como si nada, nada como si volara, nada le pesa. Rodeado de marineros semidesnudos, el sigue igual, con su uniforme, su capa a veces, y su casco y su cota de malla siempre. Pero ahora, en el mar, la lucha no es a espadas, no es del siglo XIII. Los barcos, elaboradísimas galeras, parecen navíos de línea del siglo XVIII, con múltiples cañones muy manejables y precisos. Los cañones están por doquier, aunque nunca aparecerá un arcabuz: se lucha con cañones, espadas y flechas. Y el Guerrero, que en teoría nunca había visto el mar, es todo un experto. Por cierto que en África sigue llevando el antifaz, aunque nadie le reconocería; supongo que se habría acostumbrado ya, porque no se lo quitaba nunca.
Por supuesto, a estas alturas el Guerrero es invencible. Luchará contra cuatro o cinco tiburones, buceando con capa, casco ¡y cota de malla! y les vencerá sin parpadear, como si lo hiciera todos los días. Y no es todos los días, porque otras veces son leones, cocodrilos, gorilas, pitones,... lo que toque.
Me dirán que son exigencias de las series de tebeos, que eso a los niños les da igual y que lo miran con los mismos ojos. Pero yo creo que no: de niño, a partir de ese número ya no me gustó tanto. Me siguió gustando, claro, tampoco Mortadelo y Filemón están siempre contra el gang del chicharrón y sin embargo siguen gustando, pero ya no era lo mismo: aunque pequeño, para mí el nivel había dado un bajón tremendo.
Y luego, la referencia constante a los Reyes Católicos. Resulta que la acción transcurre durante la campaña de Granada. Y esto fue lo definitivo. Todo lo demás tenía un pase, pero esto.... Que yo era pequeño, pero no tonto. Y sabia perfectamente en qué años reinaron, y que ya no había reyezuelos en aquella época, y mucho menos en la zona original, se supone que en las montañas de Alicante. Vale que la primera frase del primer número es "Durante el reinado de los Reyes Catolicos.", pero era una frase que era sólo eso, la primera frase, equivalente a "érase una vez". Y les confieso que aquello me cabreó. No había ninguna necesidad - fuera del hecho de que se escribiera en los años 40, ya me entienden- de situar la acción en esa época, el autor podría haber dicho sin problemas "durante el reinado de Fernando III el Santo", por ejemplo.
En fin, les contaré cómo terminó todo. Hacia el número 100, mi madre se hartó de que guardara tantos tebeos y los tiró todos. Para entonces yo estaba ya aburridísimo del personaje, y no me importó. Así que no sé cómo continuó la serie, cómo se resolvió todo y qué diantres hacía el guerrero luchando contra unos chinos en Asia - un número suelto que compré en un viaje en tren-.
Pero todo esto no importa. Los 34 primeros números son tan buenos que, desde mi infancia, mi personaje favorito ha sido siempre, es y será, el Guerrero del Antifaz.
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