jueves, 28 de marzo de 2013

De tortillas y huevos

Si es usted un joven ingeniero que empieza a trabajar seguro que su madre le da un consejo: no llegues tarde. Es un consejo valiosísimo que yo repito a todos los pipiolos que han caído en mis manos. No vale la pena intentar apurar cinco minutos y llegar cinco minutos tarde; al contrario, hay que asegurar el llegar pronto; si es necesario, se espera fuera, tomando un café. Pero el día se empieza de mejor ánimo si lo empezamos cinco minutos antes. Vale, su juventud le fuerza a reírse de los consejos que les damos los mayores, pero con el tiempo descubrirá que su madre tenía toda la razón.

Es posible que su padre también le diera un consejo: no hables mal de los compañeros. De nuevo, es un buen consejo. Y, de nuevo, sólo lo descubrirá si no lo sigue, y para entonces ya será tarde. O aún no: si lo ha descubierto ya, decídase a seguirlo: nunca hable mal de un compañero. Sepa que su padre le lleva muchos años de ventaja en esto del trabajo, y algo habrá aprendido. Usted ni sabe de quién es amigo su interlocutor, ni sabe lo que la vida le va a deparar a los tres, a usted, a su interlocutor y al objeto de sus críticas. No será la primera vez que alguien empieza por debajo de alguien y termina siendo su jefe, y tampoco será la primera vez que alguien le cuenta algo a la persona menos indicada. Por cierto, el corolario a este consejo es que cuando hable, nunca revele sus fuentes. Nunca diga quién le ha contado el cotilleo que ahora usted va a repetir.

Yo también le quiero dar un consejo, pero como no soy ni su padre ni su madre, le voy a pedir algo a cambio. No mucho, sólo que lea la historia que contaré a continuación.

Hace bastantes años, yo trabajaba en una fábrica del sector químico. Trabajábamos un tipo de plástico bastante peculiar, que se producía mucho pero que tenía (entonces) pocas aplicaciones. Nosotros no producíamos ese producto, éramos una fábrica muy pequeñita, pero había una enpresa petroquímica (entre otras cosas) alemana que sí lo hacía. Nosotros, lo que sabíamos era trabajarlo, mezclarlo y extrusionarlo: llegué a hacer mezclas con cáscaras de granos de arroz, que es un desecho de la industria arrocera y que por lo tanto podía conseguir por casi nada, no le cuento cómo nos olía la fábrica en aquella época. Y yo, más o menos, era el director de fábrica. Por encima de mí estaban los dueños, cosas de las pymes.

El caso es que los alemanes y nosotros estábamos intentando conseguir un producto con el que hacer las moquetas del suelo de los coches. Y es que el mercado de la automoción es bestial, si conseguíamos poner nuestro producto en algunos modelos asegurábamos nuestra producción por años sin cuento. Nosotros, claro está, no éramos nadie para ir a la Opel o a la Volkswagen y decirles "Mira tío, que he pensado que las moquetas de vuestros coches en vez de hacerlas con este producto de mierda os irá mejor ponerlas con el nuestro". Pero los alemanes sí podían. Ésa, por cierto, era otra buena parte del negocio: de la gestión comercial se encargaban los alemanes, nosotros sólo éramos la fábrica. 

Sin embargo, querer hacer algo a menudo no basta. En este caso concreto, el producto tenía que ser barato y extrusionable. Con un comportamiento plástico, pero ignífugo. En caso de fuego, éste tenía que autoextinguirse. Tenía que tener masa, aislamiento acústico y térmico. Resistente al roce y al desgaste. Y poderse adherir a un tejido de moqueta. Entre otras cosas. ¡Ah, sí, tenía que ser también muy barato!

Por decirlo burdamente, el producto tenía tres componentes: el plástico que queríamos consumir y que sería en torno al 45% de la fórmula, el elemento barato que proporcionaría peso y ahorro de costes (porque sería casi gratis y sería el 50% de la fórmula) y que denominábamos "carga", y un 5% de aditivos. Los aditivos serían los que obrarían el milagro de conseguir las propiedades necesarias. Ahora bien, ¿qué aditivos? Nadie lo sabía.  ¿Qué elemento barato? Nadie lo sabía. Por suerte, contábamos con una tercera persona.

Esta persona era un químico de una empresa ya desaparecida de Asua (Asua es una población, en tiempos un pueblecito, que forma parte de Erandio, que a su vez forma parte del Gran Bilbao). La idea era determinar entre todos la fórmula idónea, y la empresa de Asua fabricaría los aditivos que necesitáramos. En principio todos, incluyendo los alemanes, colaborábamos; en la práctica, el esfuerzo de investigación lo hacíamos el químico y yo.

Hicimos tropocientas pruebas. Compramos una pequeña amasadora de hormigón, y un día a la semana yo destinaba una línea de producción de mi fábrica a experimentar. Los aditivos podían ser casi cualquier cosas, polietileno, polipropileno, PVC, yo qué sé. Incluso usábamos un aditivo especial, que llamaré "aditivo ASUA", que traía el quimico. En realidad, el aditivo ASUA era la fórmula que yo iba a probar (y que había discutido o compartido a lo largo de la semana con el químico), preprobada en dosis de laboratorio por el químico en Asua, y que servía para que mi fórmula se mezclara mejor. Pero yo callaba ante este conocimiento y hacía ver que simplemente era un ingrediente Z debido al genio del químico. Que, por cierto, era un genio.

A lo que iba. En el largo y lento proceso de descubrir la fórmula, solía ocurrir que yo, llevado de mi ardor juvenil, proponía dos cambios a la vez: por ejemplo, subir la dosis de PVC y por otro lado bajar la de polietileno, o variar la relación plástico/carga. Si ambos cambios iba a ser buenos, hagámoslos. Obvio, ¿verdad?

El químico de Asua era todo un personaje. En aquella época ya debía haberse jubilado, pero ahí seguía. De hecho -el hombre estaba soltero-, se había montado en un despacho adjunto al suyo en su fábrica - él no era el dueño, sino el Director Técnico- un dormitorio, de manera que vivía a medias entre la fábrica y su domicilo real; no era raro, pues, que el tío estuviera trabajando hasta muy tarde. Cuando venía, íbamos a comer y él me contaba historias de Barcelona, en la que pasó su juventud. Pero una Barcelona de 1950, en el ambiente canalla en el que él se movía entonces. ¡Caray cómo las gastaban ya en aquella época! ¡Y yo que me creía entonces moderno! Claro que él me solía llamar Charles Boyer, y allí ya le notaba un poquito sus años...

Pues bien: cuando sugería dos cambios, el químico siempre me repetía la misma frase: no puedes decir que tu madre hace mejores tortillas que la mía porque compra mejores huevos.

No puedes decir que tu madre hace mejores tortillas que la mía porque compra mejores huevos. Porque a lo mejor los huevos no son la explicación de que haga mejores tortillas.

Joven ingeniero que empieza a trabajar, recuerda siempre que no puedes decir que tu madre haga mejores tortillas que la mía porque compre mejores huevos. No eres tan tonto como para que necesites que te explique lo que quiero decir; en cualquier caso,  seguro que lo irás descubriendo a lo largo de tu trayectoria profesional. Tú sólo acuérdate de mí y te darás cuenta de que, como tu padre y tu madre, tengo razón.

Por supuesto, también te vale para entender porqué tu madre hace mejores tortillas que tú. Quizás la culpa sea de los huevos, pero no vayas por ahí echándole la culpa a los huevos.

martes, 26 de marzo de 2013

¿Nunca ha visto Mercurio?

Sí, hablo de Mercurio, el planeta, no de mercurio, el metal. El metal, si tiene usted ya una edad, seguro que lo ha tenido en la mano, en gotas, ha usado termómetros de mercurio y lo ha visto en barómetros y equipos similares. En cambio, si hablo del planeta, ¿usted cree que lo ha visto?

Sin duda, ha visto Venus. Es facilísimo. También habrá visto Marte y si ha tenido un poco de curiosidad, Júpiter. En cambio, ¿cree que ha visto Mercurio? Posiblemente no. 

Mercurio es difícil de ver. Es pequeño, lo que no ayuda. Está algo lejos, más que Venus, pero sobre todo, el principal problema, es que está entre el Sol y nosotros. ¿Y por qué es un problema? Pues porque de día sólo se ve el Sol y la Luna. No se ven estrellas ni planetas. Y, claro, cuando es de noche lo que vemos es lo que está al otro lado del Sol. Mercurio nunca está al otro lado del Sol, luego no se ve por la noche. Lógico, ¿no?

Con Venus ocurre algo parecido, pero está más cerca de nosotros y es más grande: tenemos posibilidades. Unos dicen que Venus es el lucero del alba, otros que es el lucero de la tarde. Y los dos tienen razón. Venus se ve o al amanecer o al anochecer, dependiendo de en qué punto de las órbitas estemos la Tierra y Venus. El ángulo que forma Venus (o cualquier otro astro), la Tierra en el vértice y el Sol e el otro lado se llama elongación. Pues bien, cuanto mayor es la elongación mayor es el ángulo relativo entre los tres astros y el resultado es que más alto en el cielo vemos el planeta. Si el ángulo es suficiente, cuando el Sol ya se ha puesto (o aún no ha salido), el planeta interior todavía está por encima del horizonte, y como refleja la luz del Sol conseguimos verlo. Con Venus es fácil, porque la elongación máxima llega a ser de 47 grados, con lo que con el Sol totalmente oculto y el cielo ya negro, Venus todavía tiene ángulo de elevación. 

De hecho, hay un hecho especial con Venus: se puede ver de día, como la Luna. No brilla tanto, pero sí lo suficiente, y si el día es muy claro y Venus está cerca de su elongación, y si además sabe dónde mirar, se puede ver. Y una vez que lo haya visto de día, se preguntará cómo es que no se había dado cuenta hasta ahora.

Más aún, he leído por ahí que Venus... incluso llega a generar sombras, como hace la Luna.

Con Mercurio pasa algo parecido. Brilla mucho, porque está muy cerca del Sol y refleja mucha luz. Pero su elongación es muy pequeña, 28 grados como máximo.

Pues bien, el próximo 31 de marzo Mercurio alcanzará su elongación máxima al amanecer. Es su oportunidad de buscarlo (hacia el Oeste); si no, tendrá que esperar a la siguiente (en el caso de Mercurio, son relativamente frecuentes, el próximo máximo será el 9 de octubre en el ocaso y el 14 de marzo al amanecer). Ya sé que la vida en la ciudad no facilita estas cosas, pero si tiene ocasión... haga el intento. El esfuerzo valdrá la pena.

(imagen copiada de http://astrofanaticos.wordpress.com/tag/el-planeta-mercurio/)

lunes, 18 de marzo de 2013

50 años

50 años. Pueden ser muchos años, y pueden ser pocos. Son muchos años si está diseñando un cartel publicitario de unas obras, y son muy pocos para  una pirámide tumba de un faraón. ¿Y para su casa? ¿Cómo se queda si le digo que s casa está proyectada para que dure 50 años? Pues sepa que seguramente así será.

Hablo, claro, de la parte que me toca. De la estructura, de los cimientos, de los elementos estructurales. No sé si las fachadas, los materiales decorativos, las persianas, la instalación eléctrica o la fontanería están proyectadas para que les duren 50 años; debería saberlo, pero yo tampoco lo sé. Su televisor, seguro que no. Y la estructura, ya le digo, si está bien proyectada y ejecutada, le ha de durar 50 años. ¿Qué le parece?
Muerta su madre hace un año, una amiga heredó su piso, construido en 1960. El otro día, en el piso de arriba dos viguetas del forjado se vinieron abajo. De golpe, en el comedor, sin previo aviso. La estructura del edificio no era vista y... 53 años después, empieza a colapsar por zonas. Deterioro de los materiales, oiga.
Por otro lado, estoy seguro de que nadie le advirtió, ni el vendedor, ni el tasador, ni el notario, ni su prestamista, nadie le diría que el edificio con la vivienda que se iba a comprar venía con fecha de caducidad. Así que si le gustaría que le explicase un poco todo esto, siga leyendo.

En primer lugar, las cosas son como son. Los materiales se degradan. El acero se oxida, los plásticos cristalizan,... Las cosas no son para siempre. El calculista, ésto lo sabe, y lo que hace es fijar una vida útil. En el caso de viviendas, lo habitual son 50 años; en edificios monumentales o de especial importancia, 100 años es una vida corriente, y en otros casos se fijan incluso menos de 50 años.

Por supuesto, esto no significa que a los 50 años la casa se venga abajo, claro que no. Se proyecta con un margen de seguridad, y el alargamiento de la vida útil es uno de los resultados de esos márgenes del proyecto. Por otro lado, la norma define lo que es vida útil: es el período durante el cual la estructura se puede utilizar con normalidad sin necesidad de hacer un mantenimiento más allá del ordinario. ¡Ah, pero es que esto tampoco se lo había dicho nadie! A los 50 años, usted debería hacer un chequeo a fondo del estado de sus elementos estructurales y repararlos de las patologías ("achaques", para entendernos) que tuviera. Muy fácil de decir, es verdad, pero salvo que hablemos de fábricas, muy difícil de ejecutar. Me huelo yo que éste es uno de esos casos en los que el legislador pensó que posponer las cosas 50 años le garantizaba que a él ya no le pillaría...

Y precisamente por esto, en mi opinión, la norma es tan pobre. Porque, vale, una revisión/reparación a fondo (que ya me dirán cómo se miran los cimientos) le puede dejar el edificio como el primer día, más o menos (más menos que más, no nos engañemos). Pero ¿qué pasa con las acciones?

Quiero decir, cuando se calcula un edificio se hace para que soporte unas determinadas cargas. Una ventolada, una nevada, un sismo, una situación de incendio.... unas acciones cuyo valor establece la norma. Y se establecen basándose en criterios probabilísticos; es decir, qué valores cuentan con una probabilidad aceptable de ser sobrepasados en un determinado tiempo. En este caso, 50 años. Por poner un ejemplo: la nevadona que se produce cada 50 años. La riada que se produce cada 50 años. La ventolada que se produce cada 50 años. Seguramente, cada 100 años suele producirse una nevada aún mayor, pero no es esa nevada la que se le pide al edificio que aguante, porque la probabilidad de que se produzca en los primeros 50 años de vida del edificio es tan baja que se acepta el riesgo.

Ya puestos, ¿sabe usted qué sobrecarga normal resiste su vivienda? 200 kg por metro cuadrado. La norma considera "razonable" que usted coloque toda esa carga en su casa: muebles, librerías, un trastero o un armario/despensa/cocina, quizá está pintando una habitación y ha apilado todo lo que ahí estaba en la otra habitación... En cambio, es poco probable que utilice su casa como almacén de materiales de construcción, acumule baldosas, sacos de cemento, vidrios y ladrillos en las habitaciones. Puede ocurrir, claro, pero la probabilidad de que así sea es tan baja que la norma opina que no hay que penalizar el cálculo de todas las viviendas por la probabilidad de que en una de ellas se cargue tanto.
Como curiosidad, los 200 kg/m² es en general salvo que viva usted en una "casa barata", denominada vivienda económica desde 1961, y construida antes de 1988, en cuyo caso su casa sólo aguanta 150 kg/m². Algo que, por cierto, tampoco sabrá (si su casa es de ésas o no), ya que no suele darse esa información. A veces se encuentra, eso sí, en la escritura de la casa, pero salvo que sepa lo que busca y lo que significa, y que esté usted a tiempo de echarse atrás, me temo que ya será tarde para hacer nada. Por ejemplo, ¿diría usted que las casas entre Baltasar Gracián y Cortes de Aragón en Zaragoza son de ésas? Pues lo son. Dudo que algún propietario lo sepa. Y ya tienen más de 80 años...
Lo mismo ocurre con las cargas climáticas y demás. Un valor grande tiene una probabilidad baja de que pase en 50 años y no se considera. Pero ¿y si su casa ha de durar más de 50 años? Lo cierto es que, probablemente, se verá sometida a cargas para las que no estuvo calculada, o al menos la probabilidad de que así ocurra es suficientemente alta como para haberla tenido en cuenta. De nuevo, tenemos la suerte de que existen los coeficientes de seguridad, pero, la verdad, no creo que se pensara en esto cuando se establecieron. Con decir que cada vez se trabaja con coeficientes menores...

En fin. Piense en su edificio. Piense en la hipoteca que contrató (y piense también que usted es copropietario de la estructura y cimentación de TODO el edificio). Piense que se proyectó (cargas que ha de soportar, duración de los materiales, etc) para que tuviera una vida útil de 50 años. ¿Cree que durará su edificio hasta el final de la hipoteca? ¿Cree que cuando lo transmita en herencia tendrá algún valor y no será ya una ruina? ¿O quizá, como me pasa a mí que vivo en un edificio de 70 años, su edificio ya está caducado, agotado? ¿Tiene idea de lo que vale hacer la revisión y rehabilitación que la estructura de su edificio necesitaría?

Nadie le advirtió de todo esto, ¿verdad?

miércoles, 13 de marzo de 2013

Si no va a mejorar las cosas, cállese


Cuando hay buena intención, se busca que la comunicación sea positiva para los dos. Cuando hay mala intención, el objetivo es que sea positiva para mí y negativa para ti.



Cuando interactuamos con una persona, podemos definir esta interactuación según el resultado obtenido: positivo si ha sido un intercambio positivo y negativo si ha sido negativo. Esquemáticamente, con un '+' y un '-'. Y las interactuaciones pueden ser, entonces, +/+, +/-, -/+ o -/-.

En una relación +/+, tanto el emisor como el receptor terminan con una sensación positiva: "¡Qué guapa estás hoy! / ¡Gracias!", por ejemplo, pero también "¿Has preparado los datos que te pedí? / Sí, aquí los tienes", y más claro aún si continúa "aquí los tienes / Gracias".

En una relación +/-, el emisor busca chafar al otro: "Eres un incompetente", "No me estás ayudando mucho" o "Tampoco veo que tú ayudes mucho".

En una relación -/+, el emisor queda con una sensación negativa a costa de que el receptor quede con sensación positiva: "No, de verdad que no me importa" sería un buen ejemplo.

Y, claramente, en una relación -/- ambas partes pierden: "No vales para nada / Pues tu mujer no opina lo mismo".

Vale que no es todo tan sencillo, que hay multitud de matices y que las tornas pueden cambiar; sirva como ejemplo el tipo de comunicación "trampa para osos". Que empieza con un -/+ "Hay que ver, estoy liadísimo y además me tengo que encargar del proyecto del nuevo prototipo XR-73", que es del corte -/+ porque el emisor busca que el receptor quede '+' a costa de uno: hay que ver qué bien estoy yo, relajado, mientras este infeliz está con el agua al cuello. El primero intenta que todo sea --/++ para que el receptor pique: "El proyecto del XR-73, va a a ser espectacular, pero es que me viene justo ahora… / No te preocupes, tengo tiempo y me encantaría echarte una mano". El receptor ofrece una solución +/+, echa una mano (su ego se alimenta), incluso puede que se le incorpore al atractivo proyecto XR-73, y el emisor queda '+' al saber que se le descarga su nivel de trabajo. Y entonces el emisor cierra su trampa: "Genial, te paso lo del proyecto KK-51, que por cierto, están buscando culpables y hay que entregar el informe mañana por la mañana". Ha conseguido convertir el conjunto en una interactuación +/-.

Personalmente, no me gustan las interactuaciones +/-: que uno busque chafar al otro, especialmente en aquellas situaciones en las que alguien interviene echando más leña al fuego, o cuando uno prolonga el +/- más de lo necesario, que ya está bien, que ya lo hemos entendido, que sí que tienes razón y que lo sentimos, que no es necesario que insistas, y, sobre todo, cuando uno clama pidiendo que a otro se le quite: "¿Porqué Juanito puede tal cosa y a mí no me dejas?", "¿Porqué le das tanto si a mí no?", etc.

Sin tanto rollo psicológico, los árabes lo expresaron mucho mejor en uno de sus proverbios: "No hables si lo que vayas a decir no es más bello que el silencio".  Si vas a provocar una reacción negativa en el otro, mejor no lo digas.

A veces, parece difícil conseguir una comunicación +/+; por ejemplo, al comunicar un problema. Pero se puede. Por supuesto, es el espíritu de la manida frase "no me cuentes problemas, dame soluciones"; pero incluso si el emisor que trae el problema no tiene la solución, tiene que aportar algo para convertirlo en positivo: "Tenemos un problema, estamos intentando resolverlo", o también con su actitud, que muestre que aunque hay un problema, no nos despreocupamos y estamos a disposición del otro para lo que considere conveniente. Un "Tenemos un problema", que empieza con un -/-, sigue con un "Y no sé cómo resolverlo" parece que gira a -/+, acaba con un +/+ si termina transmitiendo la voluntad de resolverlo: "díme qué puedo hacer", por ejemplo.

Todo esto lo suelto a cuenta de los comentarios que hace la gente en los blogs y artículos que permiten al lector opinar sobre lo escrito. Normalmente el autor inicial intenta siempre que la interactuación sea +/+: que el lector tenga una sensación positiva (se ha informado, ha conocido algo, ha reflexionado sobre algo); no busca sulfurarle ni hacerle quedar realmente como un estúpido. Claro que a veces parece que sí, pero es un recurso argumentativo para mantener su atención, conseguir que se interese  (siquiera por amor propio) y llegue al final, y que el resultado global sea positivo. Es lo mismo que cuando un padre reconviene a su hijo porque ha hecho algo mal y acto seguido le enseña a hacerlo bien; si el padre sabe comunicarse adecuadamente, consiguiendo que el hijo no se sienta reprendido sino enseñado, la comunicación ha sido +/+: no has sabido hacer la tarta o cambiar el enchufe, no pasa nada, yo te explico, lo hacemos juntos y verás que bien te sale, por ejemplo.

Pues bien, hay muchos comentarios que son +/-: el que comenta intenta que el autor (o si responde a otro comentario) se quede '-' y el comentarista quede a gusto y demostrada su superioridad sobre el otro. Superioridad que consigue dejándole '-' y que es tanto mayor cuanto más negativo es el regusto que deja.

(Llegados a este punto, por favor pinchen y lean este enlace:
http://blogs.lainformacion.com/zoomboomcrash/2012/02/26/tonterias-que-he-aprendido-como-bloguero/, del gran Carlos Sala, que por supuesto se expresa mucho mejor que yo).

Yo no entiendo a los que insultan. Quiero decir, si no te ha gustado lo que lees, dejas de leer y punto. A otra cosa, mariposa. ¿Qué necesidad hay de hacer un comentario +/-? Se pueden reformular las cosas para convertirlas en +/+; por ejemplo un simple "No estoy de acuerdo con usted" revela que, aunque no se está de acuerdo, se respeta la opinión original. Si se cree que el primero no sabe o se equivoca, un aleccionamiento cortés también termina siendo +/+: "La misma información puede encontrarse en… " o "También se trata este tema en…"; quizá el bloguero se quede chafado porque hubiese pretendido ser original, pero si el comentario se escribe en positivo, él también terminará captando que el comentarista trata de ayudar. En cambio, los insultos ¿qué buscan? El mismo insultador, consciente de que el insulto le retrata negativamente, emplea el anonimato, no lo hace a cara descubierta. Sabe que es algo de lo que se avergüenza.

Yo tuve también una entrada que recibió un montón de comentarios injuriosos por parte de miembros de un colectivo que se sintió ofendido. Estos miembros de ese colectivo, obviamente no supieron interpretar el texto (como si alguien que leyera esta entrada se sintiera ofendido como comentarista y decidiera escribir un comentario insultándome), y como en el artículo, en un momento dado, me referí a ellos de manera tangencial (citados como ejemplo por citar), respondieron con el insulto. Sin criticar el contenido, sin decir si su colectivo se ajustaba o no a lo que el ejemplo pretendía ilustrar, ni nada de nada. Sólo insultar por insultar, ya ven qué beneficio.

Y lo peor es que tampoco me sentí especialmente ofendido, porque no hay blog en internet que se precie que no tenga su ración de insultos: si a mejores articulistas que yo, mejores escritores, personas más documentadas y sabias, opiniones más razonadas y lógicas que las mías, si todos ellos reciben constantemente una ración de insultos que arrugaría a estibador portuario, ¿me voy a sentir yo ofendido por tener mi proporcional ración de panolis?

Dicho lo cual y volviendo al tema principal, por favor: en adelante, en todas sus interactuaciones con personas, intenten que la cosa sea +/+. Verán que son más felices.

lunes, 11 de marzo de 2013

No hablamos latín

Hace tiempo leí este artículo:

Me llamó la atención y decidí guardarme el hipervínculo para poder leerlo más veces. Y también ¿porqué no? comentarlo en este mi blog. Que es un blog de un ingeniero, pero eso no quita para que me puedan interesar temas diversos, como ya advertí al crear este blog.
La tesis es rompedora: las lenguas latinas no provienen del latín. Si provinieran del latín se daría la paradoja de que todas las lenguas latinas abandonaron las declinaciones y evolucionaron hacia los artículos y preposiciones de la misma manera, todas a la vez. Con el agravante de que ninguna lengua de esa época (o más antigua) habría evolucionado tanto y tan rápido. Y que en 800 años se pase del latín a un castellano, italiano o francés arcaico tan diferente, y en los mil años siguientes estas lenguas no evolucionen tanto... Y ¡caray!, todos captamos que el portugués, el castellano, el catalán, el francés, el italiano, el rumano,etc., todas son parecidas y esos parecidos no están en el latín.Tenemos una gramática similar y no es la gramática del latín. Curioso.

El caso es que hubo un francés al que esto le llamó la atención y al que llamó la atención precisamente que fuera curioso y no le hubiera llamado a nadie la atención antes. Decide entonces intentar ver la evolución de las lenguas sin la idea preconcebida de que todas provienen del latín. Por usar sus propias palabras, decide hacer lo que hizo Copérnico para formular una nueva visión del mundo:
Presento a continuación los dos esquemas de filiación de las lenguas romanas. El esquema “antiguo”, el que se enseña en todas las universidades, y el esquema nuevo, el que voy a demostrar en este libro.

En el esquema antiguo, la lengua primitiva, el indoeuropeo habría dado origen al latín. Desde la época romana, el latín habría evolucionado hacia un bajo latín, el cual habría dado nacimiento a las lenguas romances.

En el nuevo esquema, que voy a demostrar en este libro, el indoeuropeo habría dado origen al latín, por una parte, y por otra, al italiano antiguo, mucho tiempo antes de la época romana; luego, el italiano antiguo habría dado a luz las diferentes lenguas romances, mientras que el latín no tuvo descendencia.
No hay textos escritos en italiano antiguo y sí todos los que ustedes quieran en latín. Pero sostiene el autor que esto, en realidad, sólo demuestra que existía el latín. También es cierto que hay idiomas que se hablan y no se escriben. En luxemburgo se habla luxemburgués (entre ellos, claro), pero todos los escritos son en francés y en alemán.

¡Qué caramba, lean el artículo completo! Yo no digo que el autor tenga razón, pero la verdad es que otra realidad es posible, si no aplicas unos clichés no demostrados que te han inculcado desde pequeño.



Cuando se enfrente a un problema, no lo haga con la solución ya preconcebida: tenderá a falsear las cosas para que su primera solución se ajuste como un guante. Y será un ajuste falso. Por el contrario, quítese todos sus prejuicios e ideas de lo que ha de ser correcto, y examine el prblema. Vaya paso a paso, sin prever el destino ni dirigirse a donde quiera llegar, y encontrará la solución más apropiada.


miércoles, 6 de marzo de 2013

The Dark Side of the Moon

Estamos a marzo de 2013. Hace cuarenta años era marzo de 1973 (lo sé porque soy pre-LOGSE). Por lo tanto, hace cuarenta años Pink Floyd publicó The Dark Side of the Moon. Dicho de otra forma, The Dark Side of the Moon tiene cuarenta años.

(mientras sigue leyendo, pinche aquí)


Tengo muchos discos "antiguos". Me gusta Elvis Presley. Tengo todos los Beatles, tengo cosas de los sesenta de Bod Dylan, de los Rolling, de los Beach Boys. Tengo de la Creedence Clearwater Revival, de Crosby, Stills, Nash & Young (y sin Young), de Neil Young en solitario, de Simon & Garfunkel, de Van Morrison, de The Doors,... Tengo, por supuesto, mucha música negra de la Motown y de Atlantic, tengo más Pink Floyd, tengo Bowie,... Quiero decir, tengo suficiente conocimiento de la música de los sesenta y de los setenta. Por ello, creo que puedo decirles una cosa: no hay nada como The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd. 

Escuchen de nuevo el disco. De cabo a rabo. A ser posible, con el volumen bien alto. ¿Verdad que suena más moderno que todo lo que suena ahora? No tengo un solo disco que haya envejecido tan bien. Todos suenan viejos. Tienen buenas canciones, sí, pero... suenan rancios. Suenan como a discos grabados hace cuarenta años o más. Y eso por no hablar de las canciones que, directamente, suenan de vergüenza. The Dark Side of the Moon no. Suena... increíble.

Solo por eso se merece este mísero homenaje de reconocimiento, porque vale la pena oirlo una vez más y ¡ey! preguntarse ¿de verdad este disco es de hace cuarenta años?

Pero hay algo más que quiero hacer notar. Algo que los jóvenes no sabrán. The Dark Side of the Moon no fue sólo un disco. No fue solo la música que, años después, el joven compra en un CD o ahora se descarga en MP3. The Dark Side of the Moon se editó en disco de vinilo, con una portada del tamaño de aquellas portadas.... pero doble. Con lo que tenía una imagen enorme por una cara y otra imagen por dentro. Eso era entonces relativamente frecuente, pero ahora es imposible. Aunque el CD se acompañe con un libreto, el efecto no es el mismo. Es como si usted se hiciera un retrato fotográfico, tamaño 55x40, regio, con un marco impresionante, colgado en la pared con una iluminación adecuada... y luego se conformara con una foto de carnet. Esa sensación se ha perdido.

Y más aún: Pink Floyd no quería sólo que el oyente tuviera además la carpeta del disco en las manos. Con el LP se incluían dos posters. Venían doblados, eran relativamente grandes, uno de ellos era una foto de las pirámides de Gizeh en un ambiente nocturno, con una luz azul y quedaba fenómeno en la pared de mi habitación. Del otro póster no me acuerdo, pero sí que además de los posters venían dos grupos de adhesivos con motivos también de pirámides y palmeras. Uno de ellos todavía lo guardo, junto con los pósters y el disco, en lo más profundo del remoto armario en el que guardo mis viejos vinilos, pero el otro lo pegué en el cristal del armario del equipo de sonido que años más tarde me compré con un préstamo y que pagué dando clases particulares. Durante años fue lo primero que veía al despertarme y lo último al acostarme. Pero eso es ya otra historia.

La historia, ahora, es que ya no hay grupos como Pink Floyd, no los hay desde no sé cuántos años, no se hacen discos como The Dark Side of the Moon y, auqnue se hicieran,... una parte de su contenido, precisamente el que no era musical, se ha perdido para siempre. Imagino que Bach diría que a él le pasó lo mismo, que ahora ya nadie puede escuchar su Pasión según San Mateo en las condiciones para las que él la compuso y que hemos perdido elementos que ni sospechamos, pero no es consuelo. En fin. Sepamos simplemente que las cosas que tenemos ahora, grandes o menores, son apenas un reflejo de aquello que fueron, y un reflejo que será cada vez más lejano.


 

Coda: Supongo que usted estará pensando que esta entrada me ha quedado un churro, y que he tenido entradas mejores. Le reconozco la razón, pero me da igual. The Dark Side of the Moon tiene cuarenta años, suena como si acabara de publicarse y además fue uno de los máximos exponentes de una forma de expresión que ya ha desaparecido. Sí, esta entrada es un churro, pero lo importante es la música que estará sonando si ha pinchado en el enlace que puse al principio. Olvídese de mi blog, escuche la música y disfrute. No piense que tiene cuarenta años.

lunes, 4 de marzo de 2013

Una historia increíble

Durante unos años tuve un compañero de trabajo, J. J. Vivía solo, estaba separado, no tenía hijos. Rondaba los 40.

Un día J. no vino a trabajar porque se encontraba enfermo. Un resfriado, una gripe, lo normal. J. vivía solo. Con fiebre, con temblores, J. intentaba cuidarse, es sólo un gripe.

Pasaron los días. Las semanas. Extrañados por no tener noticias, los compañeros avisan a Personal. Allí contactan con el padre de J., que tiene llave de su casa y va a verlo. Al llegar llama a una ambulancia y lo ingresan en el hospital.

Un resfriado es una infección respiratoria. Todos concemos los efectos: tos, mocos, fiebre, dolor de garganta, de cabeza, malestar,... A veces la infección no pasa de ahí, pero a veces no la tratamos oportunamente y entonces viaja. Faringitis. Laringitis. Bronquitis, y ya se acude al médico. La bronquitis evoluciona y pasa a neumonía, que tumba a un caballo, y de ahí a pulmonía, que es la neumonía en su grado más severo.

Vencido por la fiebre, J. no pudo cuidarse bien. No pudo ir al médico, no pudo ir a una farmacia a comprar las medicinas. Prepararse un caldico, una tortilla,... era un esfuerzo. Cuando tienes fiebre sólo quieres acurrucarte en posición fetal, taparte y esperar que a la mañana siguiente te encuentres mejor. Te levantas en mitad de la noche para ir al baño y en unos segundos estás temblando de frío. Así que vuelves a tu cama, y aunque sabes que deberías levantarte, no lo haces. Pasan los días, y con la falta de cuidados estás cada vez más débil. Cada vez tienes menos fuerzas, cada vez te vas a cuidar menos.

Cuando el padre de J. lo encontró, la infección le había pasado ya al cerebro. Lo ingresaron, no recuerdo si en la UCI o en la UVI. Estuvo allí semanas, bastantes. Al final lo ingresaron en la planta. Estuvo hospitalizado unos tres meses, y algún tiempo más de baja.

J. vivía solo. Se resfrió, como otras veces, pero esta vez el resfriado era más potente. En un momento dado, algunos cuidados como ir a comprar medicinas requirieron más fuerzas de las que la fiebre dejaba a J., y J., que vivía solo, cayó.

viernes, 1 de marzo de 2013

Mejor una vez rojo que cien colorado

He leído por ahí que un antiguo responsable de Caja Navarra ha tenido que declarar en el Parlamento de ahí, lógicamente para responder de los distintos trapicheos que, qué menos, habrá habido en su Caja durante su égida. Nada del otro mundo, salvo que el listo estuvo compareciendo durante trece horas y media. Trece horas y media dan mucho de sí, si se trata de dar explicaciones, por lo que imagino que no volverán a preguntarle a ese hombre nadie nada nunca más, no vaya a ser que se casque otras trece horas respondiendo.

Lo cual me recordó una escena de la nunca suficientemente bien ponderada El Ala Oeste de la Casa Blanca, obra culmen del género audiovisual de la Humanidad y sin duda en los próximos días declarada una de las Siete Maravillas de la Humanidad. La escena en cuestión ocurre en la séptima temporada, cuando hay un accidente en una central nuclear en California. Están en plena campaña electoral, y precisamente el candidato republicano (personaje interpretado por Alan Alda) había sido, en algún momento de su larga trayectoria de Senador por California, el principal promotor de esa central y todo eso. El caso es que se le culpa a él del accidente, que además es un ferviente partidario de la energía nuclear frente al medioambientalismo del rival demócrata. El equipo del candidato republicano está debatiendo cómo salir de la que les está cayendo cuando Alda decide, directamente, volar a la central nuclear y convocar allí a toda la prensa. ¡Prime time! Los periodistas se le echan encima como lobos, mientras el senador va respondiendo una a una a todas las preguntas, a cual más comprometida, que le realizan... hasta que de pronto van dejando de hacerles preguntas. Pero él sigue allí, declarando. Los periodistas, poco a poco se van yendo y él sigue clamando su atencion... que ya no tiene. La cosa ya no va a dar más de sí, ya no hay interés, ya está todo dicho. Al acabar la jornada, exhausto, el republicano ha conseguido matar el tema. Sí, ha sido estrella en las noticias un día, pero ya está, se acabó.

Lo que ha hecho el personaje de El Ala Oeste, y lo que ha hecho el mandamás de Caja Navarra, es aplicar la sabia máxima de "mejor una vez rojo que cien colorado". Y es lo que deberían hacer, en general, los políticos. Cuando cometen un error, lo que hacen ahora es esconderse, que salga otro a decir alguna frase ingeniosa sobre el adversario, como mucho aparecer para dar una escuetísima declaración (no se admitirán preguntas) y rápidamente que algún subordinado llame fascista al otro partido. Imaginemos, por ejemplo, que un alto cargo de tu partido mete mano en la caja (repito que es un suponer), saca cada viernes un buen montón de fajos de billetes y los reparte entre unos cuantos, aunque no se ha demostrado que el mandamás sea uno de ellos; Insisto, esto es pura especulación, en un plano meramente teórico. Mil a uno a que el mandamás lo negará todo y dirá que esto es una cortina de humo creada por el adversario que, ése sí, ése sí mete mano a su propia caja. Y que además todo es una patraña para ocultar los graves problemas que tiene el país y que bláblálá. No, nunca se da el caso de que el mandamás se enfrente a porta gayola con TODOS los medios de comunicación y conteste a todas las preguntas, empezando por a más comprometida del más hostil de los periodistas. Y que hable y hable y hable, y cuente toda la verdad y expliqué qué pasó, que fallaron los mecanismos de selección de personas y de control de la caja, que ha habido unos aprovechados y que son éste, ése y aquél,... en definitiva, que lo cuente todo. Si así lo hiciera, sin duda el tema sería la estrella de los periódicos hasta el siguiente domingo... y ya está. Puede que el tema de la metida de mano en la caja siguiera adelante, no en balde sería algo que no podía quedarse ahí, pero desde luego la posición y el honor del mandamás ya no sería el objeto de la discusión (probablemente, lo que habrían estado buscando los destapadores del asunto). Amenaza anulada y a seguir.

Se preguntarán ustedes cómo es que sé tanto del tema. Pues porque soy ingeniero, y he cometido muchos errores.  En multitud de ocasiones se me han requerido explicaciones y... he descubierto que no es buena idea intentar escurrir el bulto, negar la evidencia o echarle la culpa a otros (y menos aún, al equipo). No, hay que ser un hombre y asumirlo. Incluso si el fallo lo ha cometido un subordinado, un delineante, un ayudante, quien sea. Mejor una vez rojo que cien colorado, y normalmente la persona de enfrente no quiere tu cabeza, quiere que no haya errores. Y en ese momento, en el que ya tiene un error encima de la mesa, lo que no necesita es además a un culpable que no lo reconozca. Así que lo reconoces y, si sabes explicarlo sin que suene a excusa de mal pagador, lo explicas, y si no, agachas la cabeza y aguantas el chorreo. Y a buscar soluciones, que es de lo que se trata. 

Pero aún digo más: en que detecte que ha cometido un error, dígalo. Dígalo con conocimiento y a quien debas decirlo, claro, pero dígalo. Estas cosas, cuanto más tarde peor. Más grande será la bola de nieve. Más enraizado estará y más costará resolverlo. Y se descubrirá, se lo aseguro. Probablemente, al principio el único coste de la solución será ponerse rojo y que le calienten las orejas; ni siquiera su prestigio estará en juego, porque hasta el mejor escribano echa un borrón. Pero si deja que el fallo avance, se mida y presupueste, se ejecute,... de verdad, cada vez el coste de pararlo será exponencialmente mayor, su exposición cada vez más pública y el número de personas ante las que se pondrá colorado se multiplicará. Y si piensa que lo mejor es callar cual tumba porque nunca se descubrirá le advierto que puede llegar incluso, casos suficientes ha habido como para escarmentar en pellejo ajeno, a farfullar las excusas directamente a los dos números de la Guardia Civil que le acompañen, uno de cada brazo, a ver al juez.

Así que siga mi consejo: más vale una vez rojo que cien colorado.