domingo, 29 de enero de 2012

Job

El Antiguo Testamento es una colección de 45 libros; unos de ellos se denominan "históricos": El Génesis, el Éxodo, los Reyes, etc; Otros se llaman "didácticos", como Proverbios o Eclesiastés, y los otros son "proféticos". De los didácticos, mi favorito es el libro de Job.

Y una de las cosas que más me asombra de él es simplemente que exista, que no lo hayan borrado. Porque ese libro era una herejía. El contenido y sus tesis eran completamente heréticas para los judíos. Me explico.

El libro tiene un prólogo y un epílogo, que juntos forman lo que se cree una leyenda muy antigua sobre un tal Job, y que es lo que en definitiva todo el mundo conoce. Y seguramente como tal formó parte de la colección de textos de los hebreos. Ah, pero resulta que alguien decidió desarrollar más el tema del sufrimiento de Job y lo metió entre ambas partes; y por razones que desconozco nadie borró el inciso. Y por lo visto, siglos después otra persona intercaló un fragmento que pretendía resituar todo dentro de la ortodoxia. Vano intento, porque la herejía seguía estando ahí, en ese relato intermedio. Esa es la parte que me gusta, y es la que quiero explicar ahora.

Lo primero: ¿sobre qué va el libro?
Meses de desengaño me han tocado y noches de sufrimiento me han caído en suerte. Al acostarme digo: ¿Cuándo será de día? La noche se me hace interminable y las pesadillas me acosan hasta el amanecer.
Job era un  empresario de éxito, un hombre respetado y solicitado en todo tipo de asuntos y proyectos. Negocios, hacienda, trabajadores, una familia feliz. Un buen judío y un buen hombre. Y sin embargo un día su suerte se tuerce. Lo pierde todo. Se arruina, pierde sus tierras, sus siervos, todo. Un día sus hijos tienen un accidente, quizá al salir de una boda, o alguna enfermedad terrible; el caso es que también mueren. El mundo de Job se ha venido abajo. 

Más aún: Job mismo cae enfermo. Un cáncer de piel terrible, que le cubre de llagas "desde la coronilla hasta las plantas de los pies". Totalmente desahuciado por los demás, Job no puede sino salir fuera, donde se echan las cenizas y rescoldos de los fuegos, y rascarse todo el día con una teja. Y va a peor: llega un momento en que él dice "Mi carne está cubierta de gusanos y de costras terrosas, mi piel, agrietada, no deja de supurar".

Su mujer, ante tal cúmulo de desgracias, pierde la fe y discute con su marido. Hasta que finalmente ella también le abandona, diciéndole: "¿Todavía perseveras en tu rectitud? ¡Maldice a Dios y muérete!". Incluso Job maldice el día en que nació y sólo quiere morir ya.

¿Qué habría dicho cualquiera de nosotros si nos llega a pasar la mitad de lo que le ocurre a Job? Seguro que todos, en un momento u otro, habríamos exclamado "¿Porqué a mí, Señor?", o su variante "¿Qué he hecho yo para merecer esto", o al menos "¿Quién me pone la pierna encima?..." Ya me comprenden.

Es decir, ¿porqué sufre el hombre justo? ¿Porqué nos pasan ciertas cosas que nos pasan? ¿Porqué la injusticia clamorosa? ¿Cómo pueden decir que Dios es bueno y que sin embargo consiente semejante sufrimiento?

Para los judíos, el papel del hombre en el mundo estaba claro: debías ser bueno, y Dios te recompensaría. Si ellos se apartaban del sendero marcado, eran castigados. Como pueblo, ganaban a los filisteos  o los filisteos les daban p'al pelo. Como personas, eran ciegos de nacimiento y leprosos o eran prósperos comerciantes. Si a Job le iban mal las cosas (y estaba claro que le iban muy mal) era sin duda culpa suya, por haber ofendido a Dios.

Un día tres grandes amigos de Job, que habían oído de su ruina, acuden a verle. Se lo encuentran convertido en una sombra de lo que fue, ni le reconocen; lo ven a las puertas de la muerte. "¿Cómo lo encontraste? Fatal, le quedan dos telediarios, de estas navidades no pasa...". Tan es así que incluso empiezan con los ritos del luto.

El propósito de estos amigos es ayudar a Job, pero a su manera. Es decir, intentan convencerle de que confiese qué espantosos crímenes ha cometido para merecer semejante castigo y que se arrepienta; quizás así Dios le perdone. Porque, como le dice uno, "mi experiencia es ésta: los que cultivan maldad y siembran misera eso mismo cosechan". Job, que no cree merecer su desgracia, intenta decir que no, que él no ha hecho nada. Pero los amigos no le creen, discuten - Job está enfadado por el patético consuelo que le ofrecen- y finalmente le dejan. Job queda solo, sin nada, ni familia, ni mujer ni amigos. Condenado por todos.

De hecho, el grueso del libro son las conversaciones que tiene Job con sus amigos; en un tono casi de hospital, porque Job está gravemente enfermo y lo que quiere es morirse, mientras que los amigos sólo pueden ofrecerle palabras y - a los oídos de Job- sermones típicos de aquellos que no sufren. Como dice Job (iróniza): "¡Oh, cuánta ayuda das al débil, cuánto vigor al que no tiene fuerzas!".

Cuando se queda solo, Job suelta toda su amargura, su clamor, su "porqué a mí", y pone a Dios de vuelta y media (tan es así que los estudiosos del libro están de acuerdo en que el personaje que interviene después es un añadido posterior para intentar responderle desde la ortodoxia a la sarta de herejías que pronuncia Job, y me atrevería a decir que también del gusto de la ortodoxia católica, cosas tipo "Dios escribe recot con renglones torcidos", etc). Hasta que, finalmente, "El Señor respondió a Job desde la tormenta". 

No voy a hablar sobre el final. Quien quiera, que lea el libro y, si puede, que intente entenderlo. 

Fin.

Nota del Autor: Quiero pedir disculpas, tanto en el caso de Jonás como en éste, por haber tocado temas tan poco atractivos como la Biblia. No soy un exégeta, aunque lo pareciera. Mi objetivo es que tengamos claro que las historias que cuentan, además de partir de una base "legendaria" (y entiendo por tal una tradición oral que se pierde en la noche de los tiempos), se han de poner en contexto, se han de terminar de desarrollar y así comprender mejor a cada personaje. ¿Creen ustedes que lo harían mejor que los amigos de Job?

Y es que en los próximos días quiero destripar una de las historias legendarias por excelencia: la de la manzana. Lo de hasta ahora me era sólo de entrenamiento.

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