En los días de vino y rosas éramos felices. Los delineantes se llevaban bien, los técnicos nos llevábamos fenomenal y los becarios también se llevaban muy bien. Todo era genial, salvo que teníamos mucho trabajo. Así que se fichó a N. No sabíamos lo que se nos venía encima.
N entró como una estrella. En las reuniones que teníamos con la Dirección clamábamos que hacía falta otro calculista experto, y ésta nos explicó que, ante la escasez de calculistas del calibre requerido, había encontrado a uno de fuera. Y se venía a Barcelona por nosotros, así que supusimos que a) recibía un sueldo de estrella, y b) era una estrella. Pero nosotros éramos felices, el Mal todavía no había acampado entre nosotros y le acogimos con los brazos abiertos. Sinceramente. Sólo que algo salió mal, y no sé qué.
Si ya es duro cambiar de trabajo, debe ser más duro cambiar de ciudad, de mundo. N se encontró en un entorno diferente, con programas diferentes, con filosofías diferentes, con arquitectos diferentes, con técnicas constructivas diferentes, y con un idioma diferente - vale que siempre se le habló y se le aceptó que todo su trabajo fuera en castellano, pero también es cierto que es un poco más difícil si no entiendes el catalán. Por poner un símil, es como si un periodista de fuera se trasladara a un periódico catalán. Nuevos compañeros, nueva línea editorial; una actualidad diferente, un entorno informativo diferente. Sin sus contactos de allí, sin comprender muchas de las cosas que pasan (porque no conoce la infrahistoria de lo que pasa) y a menudo sin literalmente entender lo que se dice.
Además, N venía como estrella, como jefe de equipo, como superproyectista. Quiero decir, aquí tienes 17 proyectos tipo "Estación interplanetaria en satélite de Marte" y "Proceso de ejecución de escalera mecánica de Barcelona a la Luna". Para el martes, claro. Y entonces descubrimos...
Por seguir con el símil periodístico, se le pedía un artículo diario que sería el central del periódico, aquel por el que la gente lo buscaría con avidez. N sale a la calle con su gabán de sabueso y vuelve una hora antes del cierre. Todos sus ayudantes esperan ansiosos la exhibición del maestro. N se sienta en su mesa, arranca el ordenador... y comienza a teclear con un solo dedo, buscando cada tecla en el teclado. Tac----tac----tac----tac...
Una vez comprobado que N no sabe escribir, se le pone un ayudante. N le dicta. Y una vez acabado el dictado, N no sabe hacer nada más. Otros hacen las composiciones, las revisiones, buscan las fotos que deben acompañar el artículo, lo que sea que haya que hacer. Se encargan de todo. Finalmente, el periódico se publica y N recibe los parabienes.
Al día siguiente los compañeros de redacción leen el artículo de N. No vale nada. Mal informado, mal basado, mal escrito, pobre en aportaciones, de bajo nivel intelectual... No pasa nada, ha sido su primer día y ha sido duro. Ya se adaptará, ya aparecerá el gran N que nos habían anunciado. Por desgracia, nunca apareció. N consiguió que fueran sus ayudantes los que se patearan las calles, los que encontraran las noticias y los que desarrollaran los artículos. Ni siquiera aprendió a escribir a máquina. N siempre necesito un ayudante que le escribiera el artículo, él sólo lo firmaba.
A nosotros nos pasó algo parecido. N no sabía emplear el Autocad, el programa de dibujo universal. Y para un ingeniero de estructuras, es un drama. Significa que no puede mirar los planos que envían los arquitectos, los planos de los demás ingenieros y en general toda la información gráfica. Los programas de cálculo se basan en los archivos de los planos, ya que leen la información directamente del archivo del ordenador. Si no sabe siquiera abrir un archivo, no puede hacer nada con él y no puede calcular. Los resultados también se muestran en planos de ordenador. Así que no puede ni ver el resultado del cálculo. Tampoco puede expresar qué quiere que se haga o cómo, porque (el lenguaje del técnico es el plano) no sabe dibujar. N necesitaba un ayudante, un técnico, que manejara los planos recibidos, generara el modelo de cálculo, ejecutara el cálculo y obtuviera los planos de estructura resultante. También debe ayudarle a interpretar los resultados del ordenador. Y luego un delineante que le preparara los planos en papel, para que él, a mano, sugiriera las modificaciones. Luego el delineante las volvía a dibujar y las enviaba al cliente. N era completamente incapaz de trabajar sin un ayudante que le hiciera el trabajo de ingeniero y sin un delineante que le hiciera el trabajo de delineante. En los años que estuvo, N nunca aprendió a manejar los programas ni hizo esfuerzo o mostró interés. Él opinaba que eran trabajos inferiores que hacían otros, delineantes y ayudantes.
Y, además, sus proyectos eran mediocres; en seguida advertimos que no era ninguna estrella. Pero, bueno, por lo menos salía del paso. Menos da una piedra.
Con todo, lo peor de N no era su competencia o incompetencia técnica. También teníamos otros técnicos en el departamento que no eran primas donnas de las estructuras, y no pasaba nada. Nunca se le juzgó por eso, no. Pero es que había otras cosas.
Por ejemplo, una de las funciones que yo desarrollaba era el chequeo de los proyectos de los demás. El que quería, antes de entregar un proyecto me entregaba una copia y yo la repasaba y le hacía mis comentarios. Nadie nunca se molestó por eso, y aun al contrario les gustaba que se les revisaran los proyectos. Así que un día vi en la mesa del delineante de N un proyecto a punto de entregar. En aquella época los técnicos sabíamos los proyectos en los que trabajaban los demás, y en menos de diez segundos había entendido lo que proponía. No es que estuviera mal, la verdad, si por mal entendemos que se fuera a caer y nos llamara un juez. No. Tenía un coeficiente de seguridad de tropocientos. No nos echaría en cara nada un juez: lo haría el cliente. Que nos estábamos pasando siete pueblos. Era un tejadillo al aire libre, con unos perfiles como los que dibuja Ibáñez y cada uno de ellos con un encepado de pilotes por cimiento. Como miembro del departamento, no podía permitir que el cliente, que por cierto era nuestro principal cliente, recibiera aquellos planos como nuestra mejor propuesta: el honor de la empresa estaba en juego. Sabía que ese proyecto se entregaba a las tres de la tarde y N ya se había ido a comer. Sin siquiera sentarme le dí al delineante las indicaciones de cambio para que cuando llegase N ya estuviesen dibujadas y se pudiera entregar a tiempo, y me fui a comer. ¡Menuda bronca me echó! ¿Quién me creía que era yo para corregirle algo? N sólo llevaba un mes escaso entre nosotros, pero tenía parte de razón, así que no le guardé rencor.
N nunca me trajo un proyecto para revisar, y yo nunca le sugerí que lo hiciera.
En lo que sigue después no fui testigo inmediato, pues llevaba varias obras y estaba casi todos los días fuera. Pero me iban contando.
Por razones que desconozco, sé que todas las mujeres del departamento le detestaron. Todas: no le tragaba ninguno. Qué les hacía o decía, no lo sé. Claro que sí sé que cuando salió a una de sus primeras visitas, la secretaria del departamento le pregunto que dónde iba y cuándo volvería (dado que saberlo formaba parte de sus funciones). La respuesta de N fue que a ella no le importaba. Así que Raquel nunca más volvió a preguntarle.
N cerraba sus cajones y armarios con llave. Fue el primero y el único en hacerlo. Se trajo de su anterior empresas un montón de archivos y hojas de cálculo. Las cargó en la red y las protegió con contraseñas. No sabemos qué eran. Creo que las usaba para calcular, en vez de las herramientas que empleábamos todos, pero no sabemos qué hacían. Siempre nos las ocultaba, si nos acercábamos a su mesa las recogía y las tapaba.
N nunca nos explicó nada de sus proyectos. Ninguna incidencia, ninguna anécdota. Ninguna experiencia de la que aprender, nada. Nunca se interesó por lo que hacíamos.
Nunca intentó hacer las cosas como las hacíamos. Siempre empleaba los métodos de su anterior empresa, o de la anterior a esa, que nunca supimos dónde había trabajado antes ni de dónde traía lo que quiera que fuera pero a la vista estaba que eran papeles pre-windows.
N nunca hablaba con nosotros. Quizá fuera culpa nuestra, pero es que N sólo hablaba de fútbol. Y sólo había un delineante forofo del fútbol, así que sólo hablaba con él.
Y, para colmo, nosotros, que éramos un grupo de calculistas que compartíamos todos nuestros conocimientos y avances, nos encontramos que él... bueno, N es el protagonista de la historia que cuento en mi entrada anterior sobre el valor de un técnico.
Así que teníamos entre nosotros a un compañero que se negaba a relacionarse laboralmente con nosotros, que no se hablaba con ninguna mujer y que sólo aprticipaba en discusiones de política o de fútbol. No digo ya tomar un café con nosotros, hasta ahí podíamos llegar.
Que además era un técnico mediocre, por lo que los técnicos no le teníamos en gran estima; que no sabía ni abrir un plano, por lo que los delineantes le despreciaban, y que se negaba a enseñar nada a nadie, por lo que los becarios no le admiraban.
La parte mala es que, por no reunirnos con él y comentar las cosas, dejamos de reunirnos los técnicos. Y así dejamos de saber en qué trabajábamos los demás. Por no enseñarle, no compartíamos los avances salvo en petit comiteé. Como muchas personas se negaron a trabajar con él y ya no hacíamos reuniones de técnicos, dejamos de intercambiar a delineantes y ayudantes, con lo que se formaron equipos fijos. Estos equipos se fueron adaptando cada uno a su propia idiosincrasia y particularidades, y poco a poco los estilos de trabajo de cada equipo se fueron diferenciando cada vez más. Esta diferenciación hacía improductivo el intercambio de personas, y la cosa se fue volviendo cada vez más exagerada. Personas clave para el buen ambiente del departamento se marcharon asqueadas de la atmósfera que se había creado, lo que nos sublevaba todavía más a los supervivientes.
Y N, ajeno a esto (parecía). Venía, trabajaba y se iba. Se cambió sus horarios, venía muy temprano, antes que nadie, y se iba muy temprano, antes que nadie. Nunca hacía un esfuerzo, una hora de más. Imagino que no estaba a gusto y que intentaba tener el menor contacto con nosotros. Seguramente lamentaba haber dejado su tierra, pero ya no tenía remedio. Y no renunciaba a sus galones de estrella.
Finalmente la cosa cayó por su propio peso. Seguían entrando más técnicos, con los que nos integrábamos sin problemas, y adujimos falta de espacio (era real). Se le cambió al departamento de arquitectura, como calculista específico de ellos y únicamente con dependencia técnica del nuestro. Allí le dejaron tranquilo. Pero sirvió para que le calaran los demás. Cuando llegó la crisis, fue el primero en salir. Normal. Salvo que ya era tarde, ĺa piña inicial del departamento ya no existía y trabajamos ahora muy diferentes unos de otros.
Eso sí, ahora nos llevamos todos muy bien.
No sé qué ha sido de N. Con el paso del tiempo he ido conociéndole mejor, porque he tenido que seguir su trabajo. Descubrí que no sólo no usaba el ordenador para cuestiones técnicas, sino que tampoco para cuestiones administrativas. No había informes, notas, correos, bocetos, nada. Sus expedientes eran cajas vacías. Algunas de sus obras más importantes llevaban cuatro años encima de sus estanterías, acumulando polvo sin ordenarse. Si tenía que actuar en un proyecto suyo, me encontraba que no había ninguna información. Se nos hacía ese nuevo encargo porque obviamente nosotros habíamos hecho el proyecto original y debíamos tener todos los datos, y me encontraba que sabía tanto como si la hubieran hecho los romanos. Al final, en cada proyecto suyo tenía poco menos que reconstruirlo desde el principio ¡pero teniendo que escarbar en busca de la información y requerimientos que se le hubieran dado!
Y ya está. Sé que me ha quedado una entrada triste, desagradable incluso. Es posible que alguien piense que N fue victima de mobbing. Lo reconozco, al final lo era. Pero es que hoy, hablando con otras personas no he podido evitar el recordar cómo un tipo como N nos cambió el departamento.
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