jueves, 29 de diciembre de 2011

El mejor deportista de la historia

Muy a menudo hemos debatido sobre quién es o ha sido el mejor deportista de la historia. Y también de España.

Lo que pasa, con el deporte, es que en primer lugar tienen que quedar registros de las hazañas (vete tú a saber si hubo un ibero que levantaba la piedra de 400 kg con la mano izquierda o que corriera los 100 m lisos en 9 segundos), y en segundo lugar nos falta capacidad para calibrar esas hazañas si no se corresponden con nuestro tiempo: no podemos saber qué habría hecho Berrendero con la bicicleta de Contador o Contador con la bicicleta de Berrendero, en las carreteras de uno y otro, y con los medios de locomoción de cada época para correr una carrera (habría que ver en qué condiciones llegaba el atleta a la línea de salida en 1935 y en 2010, por ejemplo).

También influye el que los deportistas no hayan competido entre sí, y por supuesto el hecho de que las disciplinas deportivas son muchas, muy variadas, y difícilmente comparables.

Así que para eso se hicieron las barras de bar, para poder debatir a gusto sobre si el Madrid de Di Stéfano le habría bailado o no a este Barcelona de Messi. Y por eso aquí va mi cuarto a espadas.

Ahora bien, como ingeniero yo no pego un tiro y ya está; no digo "como Urtain, ninguno". Primero me hago una lista de candidatos, y cartesiano como soy, la ordeno cronológicamente. Héla aquí:
 
El primero de la lista aparece en los años 20, Ricardo Zamora. Portero de fútbol. Un portento. Seguramente, el mejor portero de fútbol de todos los tiempos según la opinión mundial, diga Yashine lo que quiera. La lástima de Zamora es que el mundial de 1934, que España debía haber ganado, se jugó en la Italia de Benito Mussolini: la semifinal contra los italianos fue tan escandalosa que la FIFA mandó repetirla y apartó del arbitraje al árbitro suizo, pero para el segundo partido los italianos ya habían lesionado a medio equipo español y no hubo nada que hacer. Pero claro, Zamora era portero de fútbol, no jugador de campo. Nombrar a un portero deportista del siglo es como nombrar a un arquero o a un regatista: no nos cabe en la cabeza.

En los años 40 aparece otro crack: Telmo Zarraonaindía, Zarra para los amigos. Futbolista del Athletic, pero esta vez delantero. ¡Y qué delantero! Sin embargo, en la España de los 40 y primeros 50 Zarra no tuvo oportunidades de probar su valía contra el resto del mundo. Y con Zarra cierro la lista de futbolistas que ha dado España (con una excepción que luego saldrá), ya que ha habido muchos futbolistas muy talentosos, algunos llenos de éxitos internacionales (Luis Suárez, Paco Gento, y muchos más), pero no podemos decir que hayan arrasado deportivamente hablando. Y creo que ése es un criterio que se debe exigir. Es cierto que la selección de fútbol está actualmente en sus días de gloria, como también lo está el Barcelona ganalotodo, pero ambos equipos, aun compartiendo algunos nombres, tienen y han tenido infinidad de miembros, y además sus miembros, separados, no conseguirían nada; lo que prueba que lo que tienen estos equipos actualmente es un extraordinario nivel medio, unos entrenadores que les sacan un rendimiento increíble y múltiples factores que nos están haciendo vivir unos años irrepetibles. Pero no podemos señalar a ninguno en concreto como "el mejor deportista español de todos los tiempos".

Seguimos. En los años 50 surge Federico Martín Bahamontes. Por fin un deportista individual que se codea con la flor y la nata del extranjero.  Pero, desengañémonos, sólo en las cuestas. En los llanos y contrarrelojes Anquetil, Gaul o Bobet se lo meriendan sin miramientos. Gana el Tour del 59, sí, y eso demuestra lo bueno que era, pero no basta para ganar en esta particular competición.

También pienso que Bahamontes es el último de los protodeportistas. A partir de él, España va a ir produciendo deportistas de élite que se van a codear con las grandes figuras internacionales, a un ritmo que primero será un goteo e, in crescendo, acabará convirtiéndose en el chorreo que es ahora.

En los años sesenta brilla un tenista: Manolo Santana. Santana era un crack europeo, el único que se metía con norteamericanos y australianos. Era muy, muy bueno. Después de él vinieron otros: Orantes, Gimeno, ... pero Santana fue el que rompió todas las barreras. Indudablemente, Santana era un fenómeno: no sé si un Santana en 2010 vencería a Nadal, pero estoy convencido que un Nadal en los sesenta no ganaría lo que ganó Santana sin un Santana que lo hiciera antes.

Y a finales de los sesenta aparece Ángel Nieto, motociclista. En 1969 es ya campeón del mundo. Lo será trece veces hasta 1984, incluyendo dos campeonatos en 1972 (corriendo en dos cilindradas a la vez; en aquella época era "normal", Agostini corría en 350 y 500, y habría que ver si los pilotos de ahora son capaces de correr dos carreras en una misma mañana, con motos de cilindradas distintas, y ganar ambas). Y escribo de memoria, pero creo recordar que en 1984 ganó todas las carreras hasta que se garantizó el título matemáticamente. Digamos que, en mi opinión, nadie ha dominado una especialidad deportiva como lo hizo Ángel Nieto. Y ésa es la palabra clave. Dominio. A nivel mundial.

También aparece Luis Ocaña. Catorce años después de Bahamontes, gana el Tour. Pero con Ocaña va a pasar como con el fútbol: con él se inicia la generación de un porrón de buenos ciclistas, capaces de competir en todas las carreras, de lograr éxitos, pero su época está dominada por Merckx, Zoetemelk e Hinault, todos ellos muchos niveles por encima de los españoles.

A finales de los setenta hay un nuevo crack mundial: Severiano Ballesteros. Otro que tal. Increíble lo suyo. Lástima que sea golfista. 


Van pasando los años y en España van surgiendo cada vez mejores deportistas. Nos acostumbramos a verles competir al máximo nivel en fútbol, baloncesto, ciclismo, tenis, motociclismo, ¡incluso ganan una medalla de oro en los JJ.OO. esquiando, en 1972! Se van ganando muchas cosas, pero siempre impera el sentimiento de que los extranjeros son, sólo por el hecho de serlos, mejores, y que si un español gana eso es excepcional y flor de un día. Hasta que en 1983 se destapa un deportista pequeñito, de un deporte pobre y minoritario, y que sin embargo va a cambiar la manera que teníamos de ver las competiciones: después de él, sólo se competirá para ganar. ¿Se me nota que soy fan suyo? Vale, es cierto, pero es que tengo razones para ello. Hablamos, claro, de Pedro Delgado.

En 1983, deportivamente hablando, España estaba hundida. El desastre del mundial de fútbol del 82 nos había dejado más que tocados. Sí que Ballesteros, Nieto o Tormo seguían siendo los mejores y se seguía compitiendo en tenis o baloncesto. Pero el ciclismo era la representación de cómo era el concierto mundial. Si en una carrera se producía una escapada con seis españoles y un belga cojo, ganaba el belga. Si un español se escapaba y sacaba treinta minutos de ventaja y los holandeses decían que ya valía, lo alcanzaban a 5 km de meta y llegaba el último. Y, por supuesto, iba a ganar Hinault, Bataglin o el extranjero que pasara por allí. Si la carrera era española, por lo menos había españoles en los puestos de honor, pero si la carrera era fuera, había que leer la clasificación a la inversa.

Y en éstas que Perico Delgado, un gregario que sólo había ganado la Vuelta a Aragón, se pone segundo en el Tour de Francia. Acabará 15ª al perder casi media hora por una indigestión el antepenúltimo día, pero no importa. Les mojó la oreja a todos. Y además, Angel Arroyo (al que le habían quitado la Vuelta a España el año anterior por "doping" - estaba acatarrado y se tomó un jarabe para hacer al día siguiente 200 km bajo la lluvia, o la solana, o lo que fuera-) sí acabó 2º en la general. La prensa creó el apelativo de "hombre-tour" para calificar a estos dos ciclistas que eran capaces de estar entre los mejores en las carreras que daban el verdadero caché. Nacía una nueva estirpe de campeones.

En 1984 parecía que Delgado tenía el Tour en el zurrón, pero sufre un accidente. Y en el 85, como en los años anteriores, pierde una minutada en el llano pero la recupera con creces en los Pirineos. Queda 6º, pero todo el mundo sabe que a ese tío había que sacarle horas en las etapas llanas o te reventaba en la montaña, y esto obliga a cambiar la manera de correr de todos los equipos.

En 1986 podía ganar el Tour, Hinault está ya en su último año, pero muere su madre y abandona. Sin embargo, lo importante sucede ese año en los despachos: ficha por el equipo holandés PDM. Esto no es en sí una noticia: ya Marino Lejarreta corría en el Alfa Lum italiano. Pero sí su ficha: si no recuerdo mal, se habla de 80 millones de pesetas. Poco para Maradona, absolutamente disparatado en el ciclismo, un salario más allá de toda imaginación. Y Delgado -aunque nunca revela la cifra exacta - defiende el derecho de un ciclista estrella a tener un sueldo de deportista estrella. 

A partir de ahí, todo es diferente. Los ciclistas  empiezan a cobrar de verdad, uno de los mejores equipos del pelotón internacional tiene a un español como jefe de filas, en 1987 Delgado vuelve a casi ganar el Tour (tengo para mí que Roche estaba más dopado que un caballo de carreras), lo gana en 1988, en 1989 se pierde en Luxemburgo calentando para el prólogo y la expectación en todo el Tour es si remontará la minutada perdida ese día, y en el 90 vuelve a estar arriba. Pero los años no pasan en balde y además tiene un nuevo compinche que pide sitio, nada menos que Miguel Indurain. En el interín, dos Vueltas a España y un palmarés envidiable. Vale que no sea el mejor ciclista de la historia, que su palmarés no pueda compararse con Indurain o Contador, pero se tuvo que fajar con Hinault o con Fignon en sus grandes años, por ejemplo. Y, como he dicho, cambió el ciclismo mundial y cambió la manera en la que los deportistas españoles afrontaron psicológicamente las competiciones desde entonces. Si el canijo de Delgado daba miedo a los grandes monstruos mundiales, ¿porqué yo no? Empezó el superchorreo de victorias españolas en todos los deportes, y los españoles empezamos a exigirlas. Desde Pedro Delgado, el español que no ha ganado ha fracasado.

(Permítanme un recuerdo: en aquellos años todos los organizadores querían que Delgado corriera su prueba. Si la ganaba, el caché era inmenso. Pero si no la ganaba, el prestigio era aún mayor: la había ganado un tío que había ganado a Pedro Delgado).

El siguiente en la lista da el paso adelante en 1991: Miguel Indurain. Entre 1991 y 1995 es el amo y señor de todo el ciclismo mundial; únicamente Eugene Berzin, en un año que tenía que ir más dopado que incluso Roche, y Bjarne Riis, que años después reconoció públicamente que sí iba dopado, le vencieron en el Giro y en el Tour. Convirtió a Perico Delgado en un "paquete", redujo a virutas a todos sus coetáneos y estableció el estandar en el que se mirarían a partir de entonces todos los campeones. Tras él, no basta ganar. Hay que ganar siempre, año tras año. Y, por cierto, yo pienso que Indurain notaba que los otros hacían trampas y que a él también se las ofrecieron pero que se negó a ello, y al darse cuenta que no podría competir contra aquellos elementos sin las mismas armas se retiró.

También aparece entonces Carlos Sainz, piloto de rallies. Su importancia ahora no se valora, pero en aquel momento España podía sacar pecho en casi todo, menos en coches, fuera cual fuera la especialidad. Sainz cambió todo eso; desde entonces se ha ganado el campeonato de rallies, el Dakkar y similares, la Fórmula 1 y lo que se tercie. Pero en 1990 ganar en coches nos parecía como soñar en ir a la Luna.

Antes he dicho que había un futbolista especial, digno de mención específica. Éste irrumpe en 1994 y se podrá estar a favor o en contra - no hay que olvidar que hablamos de fútbol-, pero es innegable que no puede faltar en la lista. Es Raúl González, conocido como "Raúl". Siendo España un país que produce futbolistas a paletadas, Raúl es un caso único. Lleva ya 17 años de carrera en la élite, y siempre ha estado en la élite de la élite. Ha tenido triunfos de todos los colores (lástima no lograrlos con la selección), ha recibido más patadas que nadie en este país, y goza desde hace muchos años del respeto de todos los futbolistas del mundo, pero por si fuera poco Raúl destaca por su incuestionable ética de trabajo, de esfuerzo y de compromiso. Y eso, en un mundo como el del fútbol actual - ¿hace falta recordar a otras megaestrellas como Ronaldo o Ronaldinho?-, es más raro que un perro verde.

Y así van pasando los años, hasta los actuales, en los que tenemos a cuatro superclases: Pau Gasol en baloncesto, Fernando Alonso en Fórmula 1, Rafael Nadal en tenis y Alberto Contador en ciclismo.

Pau Gasol merece estar en esta lista porque no solamente está considerado mundialmente al nivel de los mejores, sino porque también -es mi opinión y yo la comparto- encarna muy bien el espíritu del deportista. Está muy bien dotado para el baloncesto, cierto, pero además es inteligente en su juego, no es egoista y consigue mejorar al resto del equipo (como también hace Fernando Alonso, entendiendo el equipo de F-1 como como el pack completo desde los ingenieros de diseño hasta el chaval que llena el depósito de la gasolina) y a pesar de todo sorprende fuera de la cancha con un comportamiento personal admirable.

Fernando Alonso tiene imagen de arisco, pero es un crack. Cualquier piloto de F-1 es increíble si es capaz de tomar decisiones a 350 km por hora en centésimas de segundo, pero es que tengo entendido que Alonso sobresale entre todos los demás pilotos porque, simplemente, además ni siquiera se equivoca. Es inexplicable, parece que tiene un instinto insuperable. Todos los que saben dice que es el mejor; no hay discusión al respecto.

Y de Rafa Nadal y de Alberto Contador, ¿qué puedo decir que no se haya dicho ya? La dictadura de Nadal y Federer en el mundo del tenis ha sido lo nunca visto, por lo férrea y lo prolongada, y desde luego Nadal tiene un sitio en la historia junto a los absolutamente más grandes. Y de Contador... yo creo que todavía le quedan muchos años de éxitos y que hará malo a Indurain.

Así que tengo una lista con quizá casi todos los grandes del deporte español. Muchos se han quedado en el tintero, bien porque no han tenido los éxitos suficientes (Epi, por ejemplo, Gemma Mengual o Abascal y muchísimos de nuestros atletas), bien porque no han tenido el carisma popular necesario, como José María Olazabal, Almudena Cid o Sheila Herrero, un caso sangrante: quince campeonatos mundiales de patinaje y varios records del mundo aún vigentes, ahí queda eso, pero nadie la incluiría en su lista de deportistas (miserias del patinaje).

Pero, aun siendo escueta, la lista es larga. Hay que reducirla a tres. Y, teniendo en cuenta que todos son muy buenos y bellísimas personas, el criterio definitivo a emplear es el dominio que hayan tenido de su especialidad. Tienen que haber sido auténticos dominadores mundiales de la especialidad. De ésos que antes de empezar el resto del mundo se pregunta quién quedará segundo. Y de éstos los tenemos: Ángel Nieto, Miguel Indurain y Rafa Nadal. Los tres han tenido una época en la que machacaban a todos sus rivales, no importa quién fuera; salían derrotados antes de empezar. Llegaron a ser, simplemente, invencibles. Sólo competían contra ellos mismos. Nota: podría añadir a Alberto Contador, pero dado que su carrera ni siquiera ha llegado -se espera- a su apogeo y que después de Indurain ningún ciclista nos va a sorprender, no lo he incluido (que conste que no es un descarte).

¿Y entonces? Tres son todavía demasiados. Sólo puede quedar uno.

Y ése es... Ángel Nieto. Por dos razones: porque dominó su deporte en una época en la que nos parecía del todo punto inimaginable que un español fuera 'o rei' (recordemos que ni Santana, ni mucho menos Bahamontes u Ocaña lo fueron), y en segundo lugar porque lo fue... durante quince años. Indurain fue el capo cinco años, el reinado de Nadal - así es el tenis- sólo ha sido absoluto dos años; quince años, para cualquiera de ellos, es realmente una eternidad.

Así que, si me preguntan a mí, ya lo saben: el mejor deportista español de la historia, sin discusión, es Ángel Nieto.

martes, 27 de diciembre de 2011

Para entretenerse haciendo cola

¿Alguien sabe alguna palabra con cuatro íes, cuatro eses y dos pes?

Si la pregunta anterior parece de un nivel excesivo, ¿alguna palabra con cinco íes?

Pero mi favorita: ¿alguien sabe alguna sílaba en castellano que contenga las cinco vocales, a-e-i-o-u? Una condición: que salga en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua.

Un monje tibetano madruga y sale al amanecer hacia el templo que está en la cima de la montaña. Camina durante todo el día con paso firme y llega al caer la noche. Al día siguiente, vuelve a su templo original al salir el sol, pero esta vez el camino es de bajada y no mantiene siempre el mismo ritmo: unas veces baja rápido, otras despacio con cuidado. Al caer la noche llega a su templo en el valle. ¿En algún momento estuvo en el mismo punto a la misma hora?

Piense un deporte que empiece por N. Piense en un país que empiece por D. Piense un animal que empiece por I. ¿Qué demonios hace una iguana nadando en Dinamarca?

Juan y Pedro, pilletes a la antigua usanza, van caminando por el campo cuando ven un manzano con manzanas en su punto. Pero están un poco altas. Como Juan mide 1,50 y Pedro mide 1,70, a Juan se le ocurre subirse a hombros de Pedro. Pero no llegan. Les falta un poco. Al cabo de un rato, tienen los bolsillos llenos de manzanas. ¿Cómo lo hicieron?

¿Cuántas vueltas da una moneda de un euro si da una vuelta alrededor de una moneda de un euro manteniendo el contacto en todo momento?

Con números se pueden hacer cosas más complejas. Ejemplo: Pídase a A que escriba (y no lo muestre) un número cualesquiera de tres cifras. Pídase a B que escriba a continuación el mismo número, formando uno solo de seis cifras. Es decir, si A escribe 754, B escribe 754754. Tras esto, que C divida el número de B por siete. Que D divida el resultado de C por 11. Y que E divida el resultado de D por 13. ¿Es el resultado de E el número que escribió A? ¡Un aplauso, respetable público!

¿Cómo se escribe veinte con tres doses o treinta con tres treses? ¿O cien con cinco treses o con cinco cincos? Y, ya puestos, el diez con cinco treses.

Este tipo de conocimientos es inútil en general, pero a veces las esperas en el médico o las colas para subir a una atracción se eternizan, y entonces conviene echar mano de cualquier recurso. Y es que lo de la palabra con cinco íes es dificilísimo.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Historia de N

En los días de vino y rosas éramos felices. Los delineantes se llevaban bien, los técnicos nos llevábamos fenomenal y los becarios también se llevaban muy bien. Todo era genial, salvo que teníamos mucho trabajo. Así que se fichó a N. No sabíamos lo que se nos venía encima.
N entró como una estrella. En las reuniones que teníamos con la Dirección clamábamos que hacía falta otro calculista experto, y ésta nos explicó que, ante la escasez de calculistas del calibre requerido, había encontrado a uno de fuera. Y se venía a Barcelona por nosotros, así que supusimos que a) recibía un sueldo de estrella, y b) era una estrella. Pero nosotros éramos felices, el Mal todavía no había acampado entre nosotros y le acogimos con los brazos abiertos. Sinceramente. Sólo que algo salió mal, y no sé qué.
Si ya es duro cambiar de trabajo, debe ser más duro cambiar de ciudad, de mundo. N se encontró en un entorno diferente, con programas diferentes, con filosofías diferentes, con arquitectos diferentes, con técnicas constructivas diferentes, y con un idioma diferente - vale que siempre se le habló y se le aceptó que todo su trabajo fuera en castellano, pero también es cierto que es un poco más difícil si no entiendes el catalán.  Por poner un símil, es como si un periodista de fuera se trasladara a un periódico catalán. Nuevos compañeros, nueva línea editorial; una actualidad diferente, un entorno informativo diferente. Sin sus contactos de allí, sin comprender muchas de las cosas que pasan (porque no conoce la infrahistoria de lo que pasa) y a menudo sin literalmente entender lo que se dice.
Además, N venía como estrella, como jefe de equipo, como superproyectista. Quiero decir, aquí tienes 17 proyectos tipo "Estación interplanetaria en satélite de Marte" y "Proceso de ejecución de escalera mecánica de Barcelona a la Luna". Para el martes, claro. Y entonces descubrimos...
Por seguir con el símil periodístico, se le pedía un artículo diario que sería el central del periódico, aquel por el que la gente lo buscaría con avidez. N sale a la calle con su gabán de sabueso y vuelve una hora antes del cierre. Todos sus ayudantes esperan ansiosos la exhibición del maestro. N se sienta en su mesa, arranca el ordenador... y comienza a teclear con un solo dedo, buscando cada tecla en el teclado. Tac----tac----tac----tac...
Una vez comprobado que N no sabe escribir, se le pone un ayudante. N le dicta.  Y una vez acabado el dictado, N no sabe hacer nada más. Otros hacen las composiciones, las revisiones, buscan las fotos que deben acompañar el artículo, lo que sea que haya que hacer. Se encargan de todo. Finalmente, el periódico se publica y N recibe los parabienes.
Al día siguiente los compañeros de redacción leen el artículo de N. No vale nada. Mal informado, mal basado, mal escrito, pobre en aportaciones, de bajo nivel intelectual... No pasa nada, ha sido su primer día y ha sido duro. Ya se adaptará, ya aparecerá el gran N que nos habían anunciado. Por desgracia, nunca apareció. N consiguió que fueran sus ayudantes los que se patearan las calles, los que encontraran las noticias y los que desarrollaran los artículos. Ni siquiera aprendió a escribir a máquina. N siempre necesito un ayudante que le escribiera el artículo, él sólo lo firmaba.
A nosotros nos pasó algo parecido. N no sabía emplear el Autocad, el programa de dibujo universal. Y para un ingeniero de estructuras, es un drama. Significa que no puede mirar los planos que envían los arquitectos, los planos de los demás ingenieros y en general toda la información gráfica. Los programas de cálculo se basan en los archivos de los planos, ya que leen la información directamente del archivo del ordenador. Si no sabe siquiera abrir un archivo, no puede hacer nada con él y no puede calcular. Los resultados también se muestran en planos de ordenador. Así que no puede ni ver el resultado del cálculo. Tampoco puede expresar qué quiere que se haga o cómo, porque (el lenguaje del técnico es el plano) no sabe dibujar. N necesitaba un ayudante, un técnico, que manejara los planos recibidos, generara el modelo de cálculo, ejecutara el cálculo y obtuviera los planos de estructura resultante. También debe ayudarle a interpretar los resultados del ordenador. Y luego un delineante que le preparara los planos en papel, para que él, a mano, sugiriera las modificaciones. Luego el delineante las volvía a dibujar y las enviaba al cliente. N era completamente incapaz de trabajar sin un ayudante que le hiciera el trabajo de ingeniero y sin un delineante que le hiciera el trabajo de delineante. En los años que estuvo, N nunca aprendió a manejar los programas ni hizo esfuerzo o mostró interés. Él opinaba que eran trabajos inferiores que hacían otros, delineantes y ayudantes.
Y, además, sus proyectos eran mediocres; en seguida advertimos que no era ninguna estrella. Pero, bueno, por lo menos salía del paso. Menos da una piedra.
Con todo, lo peor de N no era su competencia o incompetencia técnica. También teníamos otros técnicos en el departamento que no eran primas donnas de las estructuras, y no pasaba nada. Nunca se le juzgó por eso, no. Pero es que había otras cosas.
Por ejemplo, una de las funciones que yo desarrollaba era el chequeo de los proyectos de los demás. El que quería, antes de entregar un proyecto me entregaba una copia y yo la repasaba y le hacía mis comentarios. Nadie nunca se molestó por eso, y aun al contrario les gustaba que se les revisaran los proyectos.  Así que un día vi en la mesa del delineante de N un proyecto a punto de entregar. En aquella época los técnicos sabíamos los proyectos en los que trabajaban los demás, y en menos de diez segundos había entendido lo que proponía. No es que estuviera mal, la verdad, si por mal entendemos que se fuera a caer y nos llamara un juez. No. Tenía un coeficiente de seguridad de tropocientos. No nos echaría en cara nada un juez: lo haría el cliente. Que nos estábamos pasando siete pueblos. Era un tejadillo al aire libre, con unos perfiles como los que dibuja Ibáñez y cada uno de ellos con un encepado de pilotes por cimiento. Como miembro del departamento, no podía permitir que el cliente, que por cierto era nuestro principal cliente, recibiera aquellos planos como nuestra mejor propuesta: el honor de la empresa estaba en juego. Sabía que ese proyecto se entregaba a las tres de la tarde y N ya se había ido a comer. Sin siquiera sentarme le dí al delineante las indicaciones de cambio para que cuando llegase N ya estuviesen dibujadas y se pudiera entregar a tiempo, y me fui a comer. ¡Menuda bronca me echó! ¿Quién me creía que era yo para corregirle algo? N sólo llevaba un mes escaso entre nosotros, pero tenía parte de razón, así que no le guardé rencor.
N nunca me trajo un proyecto para revisar, y yo nunca le sugerí que lo hiciera.
En lo que sigue después no fui testigo inmediato, pues llevaba varias obras y estaba casi todos los días fuera. Pero me iban contando.
Por razones que desconozco, sé que todas las mujeres del departamento le detestaron. Todas: no le tragaba ninguno. Qué les hacía o decía, no lo sé. Claro que sí sé que cuando salió a una de sus primeras visitas, la secretaria del departamento le pregunto que dónde iba y cuándo volvería (dado que saberlo formaba parte de sus funciones). La respuesta de N fue que a ella no le importaba. Así que Raquel nunca más volvió a preguntarle.
N cerraba sus cajones y armarios con llave. Fue el primero y el único en hacerlo. Se trajo de su anterior empresas un montón de archivos y hojas de cálculo. Las cargó en la red y las protegió con contraseñas. No sabemos qué eran. Creo que las usaba para calcular, en vez de las herramientas que empleábamos todos, pero no sabemos qué hacían. Siempre nos las ocultaba, si nos acercábamos a su mesa las recogía y las tapaba.
N nunca nos explicó nada de sus proyectos. Ninguna incidencia, ninguna anécdota. Ninguna experiencia de la que aprender, nada. Nunca se interesó por lo que hacíamos.
Nunca intentó hacer las cosas como las hacíamos. Siempre empleaba los métodos de su anterior empresa, o de la anterior a esa, que nunca supimos dónde había trabajado antes ni de dónde traía lo que quiera que fuera pero a la vista estaba que eran papeles pre-windows.
N nunca hablaba con nosotros. Quizá fuera culpa nuestra, pero es que N sólo hablaba de fútbol. Y sólo había un delineante forofo del fútbol, así que sólo hablaba con él. 
Y, para colmo, nosotros, que éramos un grupo de calculistas que compartíamos todos nuestros conocimientos y avances, nos encontramos que él... bueno, N es el protagonista de la historia que cuento en mi entrada anterior sobre el valor de un técnico.
Así que teníamos entre nosotros a un compañero que se negaba a relacionarse laboralmente con nosotros, que no se hablaba con ninguna mujer y que sólo aprticipaba en discusiones de política o de fútbol. No digo ya tomar un café con nosotros, hasta ahí podíamos llegar. 
Que además era un técnico mediocre, por lo que los técnicos no le teníamos en gran estima; que no sabía ni abrir un plano, por lo que los delineantes le despreciaban, y que se negaba a enseñar nada a nadie, por lo que los becarios no le admiraban.
La parte mala es que, por no reunirnos con él y comentar las cosas, dejamos de reunirnos los técnicos. Y así dejamos de saber en qué trabajábamos los demás. Por no enseñarle, no compartíamos los avances salvo en petit comiteé. Como muchas personas se negaron a trabajar con él y ya no hacíamos reuniones de técnicos, dejamos de intercambiar a delineantes y ayudantes, con lo que se formaron equipos fijos. Estos equipos se fueron adaptando cada uno a su propia idiosincrasia y particularidades, y poco a poco los estilos de trabajo de cada equipo se fueron diferenciando cada vez más. Esta diferenciación hacía improductivo el intercambio de personas, y la cosa se fue volviendo cada vez más exagerada. Personas clave para el buen ambiente del departamento se marcharon asqueadas de la atmósfera que se había creado, lo que nos sublevaba todavía más a los supervivientes. 
Y N, ajeno a esto (parecía). Venía, trabajaba y se iba. Se cambió sus horarios, venía muy temprano, antes que nadie, y se iba muy temprano, antes que nadie. Nunca hacía un esfuerzo, una hora de más. Imagino que no estaba a gusto y que intentaba tener el menor contacto con nosotros. Seguramente lamentaba haber dejado su tierra, pero ya no tenía remedio. Y no renunciaba a sus galones de estrella.
Finalmente la cosa cayó por su propio peso. Seguían entrando más técnicos, con los que nos integrábamos sin problemas, y adujimos falta de espacio (era real). Se le cambió al departamento de arquitectura, como calculista específico de ellos y únicamente con dependencia técnica del nuestro. Allí le dejaron tranquilo. Pero sirvió para que le calaran los demás. Cuando llegó la crisis, fue el primero en salir. Normal. Salvo que ya era tarde, ĺa piña inicial del departamento ya no existía y trabajamos ahora muy diferentes unos de otros.
Eso sí, ahora nos llevamos todos muy bien.
No sé qué ha sido de N. Con el paso del tiempo he ido conociéndole mejor, porque he tenido que seguir su trabajo. Descubrí que no sólo no usaba el ordenador para cuestiones técnicas, sino que tampoco para cuestiones administrativas. No había informes, notas, correos, bocetos, nada. Sus expedientes eran cajas vacías. Algunas de sus obras más importantes llevaban cuatro años encima de sus estanterías, acumulando polvo sin ordenarse. Si tenía que actuar en un proyecto suyo, me encontraba que no había ninguna información. Se nos hacía ese nuevo encargo porque obviamente nosotros habíamos hecho el proyecto original y debíamos tener todos los datos, y me encontraba que sabía tanto como si la hubieran hecho los romanos. Al final, en cada proyecto suyo tenía poco menos que reconstruirlo desde el principio ¡pero teniendo que escarbar en busca de la información y requerimientos que se le hubieran dado!
Y ya está. Sé que me ha quedado una entrada triste, desagradable incluso. Es posible que alguien piense que N fue victima de mobbing. Lo reconozco, al final lo era. Pero es que hoy, hablando con otras personas no he podido evitar el recordar cómo un tipo como N nos cambió el departamento.

martes, 20 de diciembre de 2011

Las computadoras y los ingenieros


Prólogo: Antes de iniciar este blog tenía escritas algunas entradas; una de ellas era ésta, y la verdad, no me había dado cuenta que todavía no la había publicado. Así que yo mostraba mi tirria hacia las computadoras, pero no había explicado realmente mi posición. Para subsanar ese error, héla aquí.

Hoy en día, si fuera a mi médico de asistencia primaria y me quejara de un dolor intenso y localizado en el empeine izquierdo, es posible que, para descartar una diabetes y otras causas, me mandara hacer un análisis de sangre y unas radiografías. Lo que es seguro es que terminaría desviándome al traumatólogo. Con un poco de suerte, el traumatólogo sería un tipo socarrón que en su juventud era médico de una plaza de toros, y que tras mirar la radiografía en su pantalla de mirar radiografías, y de leer los resultados de los análisis,… me diría que me apretara un poco menos el cordón del zapato. 

Y yo estaría muy contento, porque fue lo que me dijo hace veinte años y desde entonces no me duele el empeine izquierdo. 

Lo cierto es que actualmente también se hacen escáneres, TACs, ecografías y qué sé yo cuantas cosas, y que se recetan alegremente, “para asegurar el diagnóstico”, “para descartar otras opciones”,… hay mil razones, y muchas de ellas son totalmente válidas. No hay que rechazar lo que la Técnica ofrece a la Medicina.

Por ejemplo, el otro día, mi mujer fue al médico por un dolor incesante en el hombro derecho. Le dijo los síntomas que tenía, el médico de familia la escuchó, le pidió que se pusiera de pie y la tocó en un punto determinado. Casi se dobla del dolor. Así que el facultativo sonrió, le dijo lo que le pasaba y le prescribió una radiografía de la zona y una ecografía. En un centro le hicieron la ecografía; previamente, allí la escucharon, le pidieron que se pusiera de pie y la tocaron en ese mismo punto, con el mismo resultado. Antes de hacerle la ecografía le dijeron lo que tenía, y después de la ecografía, también. Pero, por si acaso, y para descartar cualquier extraña posibilidad, debía hacerse la radiografía.

Me creo que gracias a los modernos métodos de diagnóstico se hacen mejores diagnósticos. Pero albergo mis dudas sobre si estos modernos métodos consiguen mejores médicos. El médico que años ha no tenía a su disposición tales herramientas tenía que aguzar su intuición, su capacidad, su conocimiento, o lo que fuera; tendría que estar esforzándose en interpretar síntomas, y también en descubrir síntomas que no le relataban: miraría las uñas, los ojos o quizá un tono macilento en las muñecas o una postura diferente al sentarse, no tengo ni idea, pero su éxito como médico se basaría en su capacidad de diagnóstico y ésta sería puesta a prueba constantemente. Seguramente al final tendría una capacidad de éxito sobresaliente, y sin ayuda de máquinas.

Pero ¿un médico joven ahora? Lo dudo. Con los años desarrollará una enorme capacidad de interpretar resultados de ensayos, pero perderá el instinto de saber primáriamente qué buscar y qué ensayos recetar.

Por último, los ingenieros conseguiremos construir máquinas que diagnostiquen por sí solas y robot que operen por sí solos. Al tiempo. Y entonces ¿qué calidad tendrán nuestros médicos?

Con los ingenieros ocurre algo parecido. El calculista, en un proyecto, tiene que establecer una estructura y comprobar que es idónea; si no aguanta, ha de idear una estructura más fuerte, y si va muy sobrada ha de idear una estructura más ligera. Y así hasta que acierte.

Esta iteración, con ordenadores, se hace en un plis plas (más o menos). Se modeliza, se asignan secciones, el programa calcula, el programa comprueba  y el programa da los ratios de uso. Incluso se le puede pedir que optimice  la estructura. Si se quiere hacer a mano, se reasignan secciones y el programa vuelve a calcular.

Antes no había ordenadores; el calculista tenía que hacerlo todo a mano, y por ello rápidamente se espabilaba en intuir la estructura más idonea a la primera. Con lo que desarrollaba el instinto y el conocimiento de cómo funcionan las estructuras.

¿Pero ahora? En teoría, el tiempo libre que se gana calculando por ordenador podría emplearse en crear otros modelos estructurales, comparar resultados y aprender. Pero seamos serios. Esto no se hace; el tiempo libre se emplea en cumplimentar la burocracia, y otras zarandajas.

Entonces ¿cuál es el futuro? ¿Tendremos mejores ingenieros cada vez o no? Lo que es seguro es que tendremos mejores programas de cálculo de estructuras y mejores operadores de programas de cálculo de estructuras. Pero mejores ingenieros…

No estoy en contra de los ordenadores, como no lo estoy en contra de las calculadoras. Pero ya no sabemos hacer raíces cuadradas y me juego el cuello a que los menores de cuarenta ya no saben dividir por tres cifras.

Así que, desde aquí, hago un llamamiento a los ingenieros a que intenten calcular lo más posible sin ordenadores- Porque si no, es mi opinión, si el calculista abandona la práctica de calcular a mano, sea predimensionando antes de meter el modelo en el ordenador o haciendo cálculos de comprobación, acabará por perder esa habilidad. Y a continuación su capacidad de analizar problemas, su capacidad de definir todo lo que influye, su capacidad de saber a ojo si algo está bien o mal... en definitiva, todo lo que define al ingeniero calculista. 

Ya lo verán, el arte de calcular estructuras y el puro conocimiento de las mismas se va a perder en unos años. Y si no, al tiempo.

Epílogo: el otro día, en la cena de la asociación, un colega me dijo que si calculas a mano puedes equivocarte y cometer un error. Pero para cagarla del todo, bien cagada y por todo lo grande... necesitas un ordenador.


domingo, 18 de diciembre de 2011

Es negra la noche

Como sabemos todos, las noches son negras. Lo que la mayoría no sabe es por qué es negra la noche. Claro que el sol está por el otro lado y no se aprecia su luz, pero, están las estrellas, ¿no?

A lo que se ha de responder que sí, están las estrellas, pero es que están muy lejos. Pero que muy lejos. Incluso, un ingeniero o alguien con ínfulas añadiría que el brillo de una estrella es inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que nos separa, y es cierto. El área cubierta por un estereoradián es el cuadrado del radio por el ángulo, y dado que la cantidad de luz que hay en ese ángulo es la misma, el brillo cumple la formulación antedicha. Vale que Deneb o Rigel son 25.000 veces más brillantes que el Sol, pero están un mogollón de lejos. Fin de la discusión. ¿Fin? Será para la persona normal. El ingeniero siempre preguntará algo más.

Porque... es que hay muchas estrellas. ¿Cuántas? Así, a bote pronto no sabría decir, pero si hay 1010 galaxias, es decir, 10.000.000.000, y la media de estrellas por galaxias es de 1010, esto hace 10100, que escrito sería un uno con cien ceros detrás, y no digo el número en letras porque carece de sentido; quedémonos con que hay muchas, casi infinitas.

Y digo yo que, dado que la tierra da vueltas alrededor del Sol, o aproximadamente se ven siempre la mitad de ellas, que sería un  cinco con 99 ceros detrás, o unos meses se ven muchas más o otras menos. Pero esos meses se verían muchas más. De nuevo, dejémoslo en que en cada momento se verían la mitad, el 5 con 99 ceros. Y más o menos lo mismo en el hemisferio norte y en el sur. Vale que la luz que nos llegaría de cada una de ellas sería una cantidad infinitesimal, pero que son muchos infinitésimos. Tendría que notarse algo, digo yo. 

De hecho, la galaxia no es como una pelota con nosotros en el centro: la Vía Láctea vista desde la Tierra es relativamente plana y alargada, seguramente somos una galaxia en espiral como la de Andrómeda, sólo que al estar dentro no lo notamos. Pero por la noche sí se aprecia que en una banda del cielo hay como más estrellas. En esa banda de estrellas están las diez mil millones de estrellas más cercanas. Y, sin embargo, no iluminan nada. De hecho, cualquier estrella de medio pelo dentro de esa banda, a poco cerca que esté la vemos con muchísima mayor claridad.

Pero oiga, me replicará el lego y estulto, es que el polvo que hay en la atmósfera nos impide ver con claridad. ¡Punto para ti! No has acertado, pero me gusta tu manera de pensar. Vale que el polvo en la atmósfera tiene algo que ver. En la cima de una montaña se ven muchas más, y también sabemos que existen "noches claras". Pero siempre son noches oscuras, ¿no? Además, en todas las fotos espaciales, fuera de la atmósfera, se ven muchas estrellas (que menudas cámaras llevan, habría que añadir como explicación), pero siempre es la negritud.

Expliquemos la cosa de una vez. Para ello sugiero usar una fotografía de  la Nebulosa del Caballo. El término "nebulosa" apareció para designar a todos los objetos celestes de apariencia difusa (la Galaxia de Andrómeda era originalmente una nebulosa, la primera de todas, de hecho, pues no se concebía que pudiera haber una segunda galaxia), pero actualmente las nebulosasas "son regiones del medio interestelar constituidas por gases (principalmente hidrógeno y helio) y elementos químicos pesados en forma de polvo cósmico. Tienen una importancia cosmológica notable porque muchas de ellas son los lugares donde nacen las estrellas por fenómenos de condensación y agregación de la materia; en otras ocasiones se trata de los restos de estrellas ya extintas o en extinción", según la wikipedia. Los gases hacen que la luz se vea difusa. Bien, veamos la Nebulosa del Caballo:


Además de preciosa, se entiende porqué se la llama "del Caballo". Ampliemos:




Er.... o hay otra explicación que no aceptamos, o ahí hay algo. Hay algo que tapa, y que visto desde la Tierra tiene la forma de la cabeza de un caballo. Pero que hay algo, seguro. Y ese algo es "polvo interestelar". El Universo está lleno de polvo. Da igual la densidad de polvo, si hay un miligramo de polvo por kilómetro cúbico de espacio, ahí afuera tenemos todos los kilómetros cúbicos que quieran. Y el efecto de este polvo, acumulado en los millones de millones de kilómetros que hay entre las demás estrellas y nosotros, es que no nos llegue la luz que debería.

Así que eso pasa. El Universo no es infinito (o sí, pero no nos afecta: la luz de una galaxia a más de 12.500 millones de años luz no puede llegarnos jamás, de acuerdo con la ley de Hubble - lo explicaré otro día-), con lo que el número de estrellas es grande pero no infinito, punto primero; en segundo lugar, casi todas están entre lejos y lejísimos; visualmente, las galaxias ocupan el espacio de una cabeza de alfiler; y por si fuera poco, el espacio está lleno de polvo que es el que termina por tapar la luz. Como ejemplo, la Nebulosa del Caballo.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Gajes del oficio

Esta mañana he entregado una estructura que había estado calculando estos días. Todo perfecto, algunos comentarios sobre modificaciones y ya está. Un trabajo limpio y profesional, sí señor.

Luego, por la tarde he documentado la carpeta y he escrito la memoria de cálculo, y se me ha ocurrido que debía comprobar una cosita más que no había hecho (un cálculo en segundo orden con no linearidades y patatín). Lo hago, obtengo los resultados del ordenador y... la estructura estaba trabajando a más del doble de su capacidad. ¡Rompía seguro!

Me quedé blanco. 

Por suerte, fue una falsa alarma: me había equivocado en la comprobación. La estructura estaba bien (espero). La verdad es que sólo me llevó diez minutos, pero ¡qué diez minutos! Más aún, es posible que ni siquiera fuesen diez minutos sino sólo cuatro. Recuerdo que estaba oyendo música, pero sólo recuerdo la canción que oía antes y la que oía cuando encontré el error. Quizá ocurrió todo en lo que tarda una canción. Veamos.

Los primeros cinco minutos no hice nada. Bueno, sí, parpadeé, miré la pantalla y comprendí lo que significaban los numeritos y el color rojo que salía por todos lados. Pánico, pánico absoluto. En tiempos tenía una ayudante que siempre se maravillaba de que no me sudaran las manos en situaciones en las que ella sólo quería esconderse bajo una piedra. ¡Pues en ese momento yo tuve un pánico absoluto!. Mi primera reacción fue llamar al cliente para decirle que parara la fabricación, que me había equivocado y que quería repasarlo todo. Pero miré la hora y era tarde, seguro que habían cerrado en la fábrica. Y no tenía su móvil. Más pánico.

Recuerdo también que me levanté y paseé por la habitación con los brazos en jarras y resoplando cual jamelgo corriendo el Grand National. ¿Tenía mi pasaporte en regla, peluca, bigote postizo? Calma, calma. Todavía no lo sabe nadie. Puedo apañar las cuentas, poner que las cargas son menores de lo que son y obtener resultados positivos. Sí, en serio que pensaba trucar los números. ¡Estaba convencido que si hacía unas operaciones que dijeran que la estructura estaba bien, la estructura estaría bien! De verdad que sí, y además no me cabe duda de que no soy el único ingeniero que ha pensado algo parecido alguna vez. Total, seguro que no se iba a caer, Dios existe y está de nuestro lado, ¿no? ¿En qué momento se me ocurrió la estúpida idea de poner perfiles menores que los que me proponía el cliente?

Os juro que ése fue uno de esos momentos que no hay dinero que lo compense. Es posible que haya gente, nuestros clientes sobre todo, que piensen que los ingenieros cobramos demasiado, pero los nervios que pasamos si nos equivocamos (y todo el mundo se equivoca) no lo sabe más que otro calculista. De verdad.

Para más inri, pongámonos en antecedentes en este caso concreto. El cliente era nuevo. Nos había pedido un informe en una ocasión, hace muchos meses, y se le cobró muy poquito. Por primera vez volvía y traía una estructurita auxiliar de lo suyo, poquita cosa, pero para aguantar muchas toneladas. Por cierto que se parecía mucho a una estructura -calculada por una ingeniería alemana- que yo había visto venirse abajo este verano. La estructura era metálica (si hubiera sido de hormigón siempre podría echarle la culpa al encargado, al paleta, a la hormigonera, ... y además en hormigón todo se construye para mucho más de lo que ha de ser, por si acaso; pero cuando la cosa es de acero... vas a lo que vas). Y corría prisa, estaban casi fuera de plazo. Ítem más, habían ofertado una estructura ligera y se habían pillado los dedos, así que debía conseguir que fuera lo más ligera posible. Más aún: los honorarios que le pasé eran de los políticos, más para conseguir un cliente que para ganar dinero. Y aun así me pidió una rebaja. Que le dije que no, claro, porque no me gusta ofertar como en un mercado persa y regatear: si entra, entra, y si no a otro sitio. Pero entendía perfectamente la situación: me iba a pagar, pero yo debía ganarme mis honorarios ahorrando suficiente material en la estructura con respecto a lo que había dimensionado su delineante. Obvio, si no le salía más barato su propio diseño.

Así que tenemos una estructura en la que ya había apurado al máximo, hecha con un material que casi no deja margen de seguridad y calculada de prisa, el viernes la analicé (nota: en estos momentos trabajo en cuatro proyectos a la vez y a cada uno le voy dedicando tramos de jornada), el lunes la calculé, el martes la dibujé (completa, con todos los detalles) y hoy miércoles la entregué al punto de la mañana.

Y por la tarde descubro que me había equivocado. Lo dicho, no hay dinero que pague trabajar así. Porque, no sé si lo he dicho, nadie revisa a un calculista. Nadie sabe si he calculado bien o mal; yo digo un perfil, se pone y punto. No se trata de equivocarme en hacerlo dieciséis centímetros más corto (me pasó una vez y menuda la que se lió), una errata en un texto o poner un lavabo debajo de una ventana. No, un fallo en un cálculo no lo suele detectar nadie y las consecuencias pueden ser espantosas. Que en España se han caído puentes y presas, y que una nave a Marte se ha chocado con ese planeta porque alguien se equivocó al calcular la distancia a la que estaba.

Bueno, eso fueron los primeros cinco minutos. Calma, calma, repasemos. Hagamos la comprobación a la antigua usanza, sin ordenadores. La hago y me da que está bien, es imposible que falle en lo que el ordenador me dice que falla. Repasemos la comprobación del ordenador, a ver si está bien... 

Y no lo estaba. En un par de minutos encontré qué estaba mal y porqué. Respiré hondo y volví a oír que sonaba una canción. El mundo era maravilloso.

Así que la segunda reflexión trata sobre algo que digo a menudo: los ordenadores nos están matando el instinto del cálculo, y siempre, siempre, hemos de ser capaces de calcular la estructura a mano. Si no lo somos, no la modelicemos en un ordenador. Y aún más: aunque la calculemos por ordenador, hemos de hacer antes un predimensionado a mano. Si los resultados no concuerdan, malo. Algo estará mal, y probablemente sea el modelo que hemos metido al programa.

Y así son las cosas. Los calculistas nos la jugamos tanto como Fernando Alonso en cada curva, y cobramos bastante menos. ¡Déjennos siquiera el consuelo momentáneo de sentirnos mejores que los demás!!!



Addendum: Tras conversación con el cliente y conocer la previsión que ellos tenían, el ahorro en coste de material que les he generado equivale más o menos al doble de mis honorarios. No supera el ahorro que conseguí una vez de cuatro millones de euros en cristales, pero para ser una cosa pequeñita tampoco está tan mal. Me iré a la cama más contento.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Camps

Creo que hoy ha empezado el juicio contra Camps, el expresidente de Valencia que, según parece, obtuvo de matute unos trajes, algunos zapatos y puede que un par de corbatas, de resultas de lo cual tuvo que dimitir como exitoso presidente y afronta no sé qué cargos con penas horribles, se dice que lo máximo que le puede caer es una multa de 40.000 euros. Dado que el sumario lleva ya 19.000 folios, si el juez tiene su copia, el fiscal la suya, el abogado defensor y los procuradores las suyas, y puede que alguien más... hablamos de 100.000 folios que tratan sobre tres trajes que no se pagaron al sastre. ¿Nunca tanto se ha hablado sobre tan poco?

Como con todo en este país, Camps tiene partidarios y detractores. Los partidarios, en resumen, vienen a decir que con la de problemas que hay y con la de casos de corrupción que hay en Valencia, cargar con tanta saña contra este hombre por unas minucias revela que en el fondo se busca arruinar a la persona más que querer castigar el favor recibido.

Los detractores, por el otro lado, opinan que ¡dónde va usted a comparar! Llevar el país a la ruina, lograr más de cinco millones de parados, deshacer el tejido industrial del país, ganar las elecciones negando que existiera crisis y decir que sólo tendríamos una suave desaceleración (y paro, que si no...), todo eso es pecatta minuta, gajes del oficio, le puede pasar a cualquiera. ¡Pero unas corbatas de regalo...! ¡¡¡Ejecución en plaza pública YA!!!!

Yo ¿qué quieren que les diga? en estos casos me acuerdo de José Marco. José Marco, hará unos veinte años, era el líder de una facción del PSOE aragonés conocida como "los rurales" que, gracias a las intrigas y maniobras oscuras de la política, logró hacerse con el control del Partido, desterrando a la cúpula de entonces que formaban las viejas glorias, Marraco, Gastón y compañía (González Triviño sobrevivió, pero es que él era indescriptiblemente corrupto), y finalmente logró la presidencia del gobierno de Aragón tras la retirada del histórico del PAR y líder (éste, sí) aragonés Hipólito Gómez de las Roces. Más o menos como quince años después ocurriría en Cataluña con Montilla y los capitanes del Baix Llobregat (nada nuevo bajo el sol).

Obviamente, al igual que ha pasado en Catalunya, los rurales eran una panda de la peor calaña, con una pésima preparación y un único lema: "quítate tú p'a ponerme yo". Normal que luego cogieran a uno de ellos pagando sus putas y las de la policía - y avisando a las putas que "se cobraran lo que quisieran"- con la visa del Parlamento Aragonés.

Pero el caso es que José Marco era el presidente de Aragón. Un indeseable, sí, pero un presidente que ganó el puesto en una elección democrática. Era evidente que estaba corrupto, lo de su gasolinera en Pedrola no tenía justificación alguna, pero... ahí estaba. Y entonces ocurrió.

No recuerdo bien si se descubrió que en su etapa previa como presidente de la Diputación provincial (¡mira, como Corbacho y Montilla!) mandó arreglar un sillón del Palacio de Sástago y se lo llevó a su casa o si un empleado de la Diputación le retapizó el sillón de su casa. Creo que era una butaca, en realidad.

El caso es que salió a la luz, tuvo que dimitir como presidente de Aragón (a la boda de la infanta Elena fue Tejedor, un presidente en funciones nombrado unos días antes), hubo juicio y fue condenado. A nada, porque lo que se quería cobrar ya se había cobrado, y para entonces el hombre era un cadáver político sin futuro.

Así que a Camps le van a entrampar por tres trajes como a Marco le pillaron por una silla. Pues vale. A Al Capone le enchironaron por no pagar los impuestos, no por otra cosa, pero al FBI eso le dio igual. Y también a nosotros nos es indiferente, de lo que se trata es de que estos tíos no deben seguir ahí.

Y es que ¡joder! si eres el presidente de tu comunidad autónoma no te enfangues por unas minucias.

Lo más curioso es que al final, esas minucias son las que hunden a la gente. Benach, presidente del Parlamento de Cataluña la cagó de por vida cuando se descubrió que había mandado instalar un reposapiés en el coche oficial que le llevaba de Reus a Barcelona (100 km por autopista), y Carod Rovira perdió todas sus expectativas al saberse que la lanza que le había regalado en un viaje oficial (de visita a una tribu perdida del Amazonas de Ecuador, donde regaló tres millones de euros para fomentar el idioma de esos jíbaros) se la había quedado para su casa. A Clinton lo hundieron ni siquiera por un polvo, sino por una mamada que le hizo una becaria más bien corrientita. Y la lista podría seguir ad aeternum. Da igual; claro que no les pillarán con las operaciones muchimillonarias, no. Ahí tendrán todo el cuidado del mundo. Donde caen es en los pequeños detalles, en las tontadas. En tres trajes que te llevas gratis del sastre.

Así que, si me preguntan a mí, bien por la caída de Camps. Todo lo demás, los 19.000 folios y la enorme cantidad de horas de trabajo que se van a generar en este juicio, sobra porque no compensa. Ha dimitido y dejémoslo correr, que no volverá.

El tema no merece ya ni una palabra más.

domingo, 11 de diciembre de 2011

De aquí a diez años

Hace diez años, a finales de 2001, tuve que hacer un curso sobre Microsoft Project, un programa para el control de proyectos. La verdad es que el programa era (y seguramente sigue siendo) igual al Superproject que utilizaba en 1988, sólo que con ratón, fondo blanco y colores (en 1988 mi pantalla era de fósforo verde), y siendo Microsoft. Vamos, que apenas aprendí gran cosa que no supiera. Y, sin embargo entonces me enseñaron mi futuro.

Y es que el profesor explicó, y puso gran interés en ello, que existía un buscador en Internet que era la megapera, y que obtenía resultados inimaginables, que buscaba y encontraba allá donde nosotros ni pensábamos. Sí, era Google. Diez años después, el Internet pre-google nos parece ridículo.

No recuerdo bien cuándo empecé yo a usar Internet. Primero empleaba la transferencia de ficheros vía modem, a pedal. De ordenador a ordenador. Eso debió ser hacia 1995, quizá 1994. Luego conocí Infovía, que llamando al 055 y pagando un fijo al mes más un plus según las horas de uso que contratábamos, nos permitía las conexiones sin emplear la tarifa de conferencias. Yo creo que fue en 1996. Sé que me instalé Internet con Windows 3.1, el programa iba en diskettes,... 

Internet era entonces un poco diferente a como es ahora. En primer lugar, no había muchas direcciones. Las empresas empezaban a entender que debían tener presencia, pero sólo las grandes, y se limitaban a poco más que crear folletos electrónicos. En ese sentido, la mayoría de las páginas webs eran mera publicidad.

Para acceder a la información que entonces tenía interés, había que acceder a los servidores de las universidades americanas; esto se hacía vía FTP, no por la web. Uno entraba en la dirección principal de un servidor e iba curioseando por los directorios hasta encontrar los juegos, los manuales de programación, o lo que quiera que se buscase. Y saber estas direcciones tampoco era fácil; de hecho, el períodico que yo compraba publicaba un suplemento de "páginas amarillas", direcciones de internet, 20 ó 30 direcciones.

También tenía correo electrónico, pero poca gente con la que "cartearme". Por no hablar de la velocidad, la ausencia de contenidos (comparada con la oferta actual) y, en realidad, que no se podían hacer muchas cosas con un ordenador entonces.

Luego apareció Geocities, que permitía tener páginas personales, Netscape y Yahoo, que era un buscador. De entonces. Uno entraba en la página de Yahoo y aparecían categorías, como en las grandes librerías. Por ejemplo, geografía, ciencia, comunicaciones,... Y uno iba "navegando" entre categorías y subcategorías" hasta que el buscador daba las direcciones de páginas que podían interesar. Y si, por ejemplo, uno buscaba una página X, una vez localizada podía volver al salón y terminar de ver la película mientras se cargaban las fotografías...

Ha pasado el tiempo, y ahora en mi casa hay tres ordenadores full-time y la televisión se ve en la pantalla de los ordenadores, completamente a la carta. Uno decide que quiere ver tal serie, y la ve. No importa lo que emitan las cadenas en ese momento, se ve lo que se quiere y en la habitación en la que se quiere, que para eso los ordenadores son portátiles. La música se adquiere (o no) por internet, y el CD es más un zarrio que ocupa espacio. Total, el reproductor donde se oirá no lee CDs... Y, al menos en mi casa, los libros se han tirado por kilos mientras que mi biblioteca se ha multiplicado por cien. Donde esté un lector electrónico, que se quite el papel. Y así podríamos comparar la vida de hace diez años con la de ahora. Pero eso es para economistas. Los ingenieros comparamos con la vida de dentro de diez años.

En primer lugar, tengo que avisar que casi todos los campos que cambiarán de aquí a 2021 son áreas donde los ingenieros tienen manga ancha. En todo lo demás, básicamente la vida seguirá siendo como hasta ahora. Los políticos seguirán siendo endogámicos y corruptos, los escritores y artistas seguirán como hasta ahora y tener que necesitar un abogado seguirá siendo lo peor que pueda pasarte. Los periodistas seguirán trabajando más o menos igual, y la universidad seguirá con la misma mentalidad de siempre. Pero en aquellos aspectos de la vida cotidiana en los que nos dejen meter la mano, ¡hola, siglo XXI!

En 2021 un CD, un DVD y cualquier otro soporte similar será tan tecnológico como un disco de baquelita. Todo reproductor, soporte de almacenamiento o similar que necesite un motor que gire estará en la basura. La mecánica estará reducida a lo mínimo, y la información se guardará en las tarjetas de memoria. Que, huelga decirlo, tendrán una capacidad y una velocidad de acceso monstruosa. Videotecas, discotecas y bibliotecas se guardarán en una caja de cerillas. Como en las cámaras de fotos o en los consolas portátiles de juegos.

Los ordenadores tendrán un disco duro simbólico. Todo el mundo almacenará todo siempre en "internet"; total, para usar esa información empleará programas de internet, con lo que ya que el acceso lo necesitará de todas todas... Obviamente, el acceso a internet será no sólo constante y eficaz como encender la luz en una habitación, sino tan presente, cotidiano e ignorado como la electricidad.

Que, a propósito de la luz eléctrica, me gustaría que para entonces ya fuera una realidad que, al entrar en una casa, te prendieras un chip que te acompañara y se encargara de encender y apagar las luces en cada habitación. Pero me temo que eso tendrá que ser para el 2031, más bien.

Las casas estarán más informatizadas. ¿Más aún? Sí. La conexión wi-fi estará en todos lados, y prácticamente todo electrodoméstico tendrá conexión a internet, siquiera con la excusa de las actualizaciones: el robot de limpieza se conectará para optimizar sus programas de barrido, las termomix, los microondas y los hornos se programarán para recetas que se seleccionen,... y todo será sin apenas interacción del usuario. Ya que todo lo que se compra viene con un código de barras - las cajas de los supermercados los leen para cobrarlos-, con lo que despensas y alacenas mantendrán el inventario casi automático: al llegar con la compra se pasa el artículo por un lector en casa, y listos. Así, a la hora de comprar se imprimirá la lista básica deseada, por ejemplo. Sentarse en una mesa a escribir una lista en papel nos parecerá de trogloditas.

¿Que no? El reloj del salón de mi casa se pone en hora siempre vía internet. Hasta el cambio de hora en marzo y octubre. De hecho, yo no puedo cambiar la hora que marca. Y, en mi opinión, siempre me da la hora correcta. Los demás relojes que tengo son más estéticos que otra cosa. ¡Ah, tengo ganas de que mi despertador también sea con internet y me despreocupe de él!

Ya que el libro electrónico habrá expulsado en todos los hogares al libro en papel, en las escuelas se impondrán los libros de texto virtuales. El alumno accederá a ellos por internet, esté donde esté, y los ejercicios también los hará por internet. Que será un contenido de pago, claro, que para eso las editoriales son lo que son y los padres en las escuelas pagamos todo lo que nos digan. Por supuesto, todas las casas tendrán webcams en diversos sitios y los estudiantes harán los trabajos "juntos" con telepresencia. Los adolescentes pasarán horas en sus habitaciones "haciendo trabajos"...

Los ingenieros de estructuras también notaremos el paso del tiempo. El papel desaparecerá de los despachos, y no se nos ocurrirá entregar un proyecto en papel. El modelo Revit se impondrá como estándar de trabajo: dibujaremos los planos en 3-D, el mismo programa de dibujo chequeará que esté bien calculado, nos avisará de lo que no lo esté y los cambios que hagamos se actualizarán automáticamente.  Calcular, lo que se dice calcular, ya no calcularemos. El ordenador calculará. Luego, pasaremos el modelo 3-D al constructor y sus programas harán los despieces necesarios, la lista de materiales y el pedido de lo necesario. Adiós a los delineantes, a las fotocopiadoras de planos y todo eso. Los dinosaurios como yo nos dedicaremos a los resquicios del sistema: básicamente, las rehabilitaciones y reformas de lo que no fuera proyectado con este método. Y que conste que me encanta el Revit: dentro de diez años no entenderemos porqué no nos subimos a ese carro en 2011.

Con la desaparición de los delineantes y la propagación de las webcams, el teletrabajo entre los ingenieros estará  muy extendido. Será un cambio lento, porque cada ingeniería cambiará cuando lo empiece a hacer su rival, pero en diez años ya será la práctica más frecuente.

Y así en todos los ámbitos donde podamos meter la cabeza. Por ejemplo, en Medicina el cáncer estará curado. Más o menos, claro. Gracias a los avances científicos logrados por los médicos e investigadores, los ingenieros habrán diseñado aparatos que permitan la detección precoz de casi todos los cánceres conocidos hasta entonces, y tratamientos eficaces se podrán aplicar en el momento justo.

Y, como siempre, los cerrajeros nos cobrarán una fortuna por abrirnos las puertas si nos olvidamos las llaves dentro. Aunque lo harán por transferencia bancaria al instante vía wifi, claro.