Cuando estuve en Chicago compartí habitación con un neoyorquino que se llamaba Jim. Jim Gordon. Alto, rubio, con gafas de pasta... seguro que se lo imaginan. Como además vestíamos traje, a menudo le llamaba Comisario Gordon. No es de extrañar.
Por cierto que con esto de los trajes hubo un detalle que me llamó mucho la atención: todos los norteamericanos vestían la chaqueta con un corte (me refiero a un corte en la parte inferior del faldón trasero), mientras que los europeos llevábamos chaquetas de dos cortes o de ninguno. Y no había excepciones a esta regla, por ninguna de las partes. Cosas de la moda.
Jim Gordon era un tipo franco y abierto. Recuerdo que en cierta ocasión, al caer la tarde, llegó y me dijo "mis sentimientos pueden resumirse en un ¡whoammmm!": estaba cansadísimo.
Y es que el idioma inglés es así. Como no tienen real academia que lo regule, no hay entidad reguladora y es, como dicen por aquí, 'can Pixa'. Al final, la autoridad la tienen los diccionarios. El Cambridge, el Collins, todos esos. ¿Pero qué da autoridad a un diccionario? Podría pensarse que la precisión y claridad de sus definiciones, pero con norteamericanos de por medio, lo importante es el número, no la calidad. Lo importante es tener muchas palabras registradas. Más que los demás. Quizá por eso el inglés es de los idiomas con más palabras, pero lo que sí es consecuencia es que aceptan palabras nuevas en seguida. El concepto de neologismo es desconocido para ellos, y si aparece la web Google, el primer diccionario que incorpore la voz googlear gana. El chorro de nuevas palabras es constante, que a competitivos nadie gana a los americanos, y si no aparecen nuevas webs algo han de hacer. Y una de las cosas que hacen es inventar palabras partiendo de sonidos. Por ejemplo, el gutural sonido 'yawn'. Es el típico
sonido de victoria, de haberlo conseguido, del austrolopiteco que no
reacciona articulando un ¡sí! o un ¡bien! o algo por el estilo cuando se marca el gol de la victoria; si prueba a gritar ¡yawn!, entenderá lo que digo. Pues bien, lo que hacen los diccionarios es recoger 'yawn' como palabra válida, y a partir de ahí un yawnido es decir (en voz alta, se supone) 'yawn'. Por eso pueden montar la frase "el bárbaro profirió un poderoso 'yawnido'".
Pero volvamos con Jim Gordon.
No recuerdo cuál de los dos fue, supongo que fui yo. Pongamos que sí. Salgo del cuarto de baño tras vomitar en el retrete (por la razón que sea), y Jim me dice que he estado "driving the taxi". Conduciendo el taxi. No, no, he estado vomitando, intento aclararle. Pero él me explica. Es una expresión neoyorquina, que hace referencia a la cara y gesto habitual de los taxistas de allí, que agarran con fuerza el volante con ambas manos (muévase al mismo tiempo las dos manos, como Cary Grant cuando conduce un coche en las películas de Hitchcok) y se ponen a gritarle al mismo volante como si estuvieran vomitando.
Todo esto viene a cuento de que llevo unos días con una sonora tos seca que hace que la gente se vuelva por la calle, flemas, malestar general,... Pero no pasa nada: en Urgencias, tras preguntarme si había estado en China, en Italia o en Irán, decidieron que era un catarro normal (6 años de carrera y 4 años de residencia) y no el coronavirus.
Y también he estado conduciendo el taxi. Era un tipo genial, Jim Gordon.
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