domingo, 17 de marzo de 2024

La pícara puritana

 https://www.youtube.com/watch?v=NPpRJoYISSQ

 

 

Ayer ví La pícara puritana, una película de 1937 con Cary Grant e Irene Dunne y el gran Leo McCarey como director. ¡Qué gran rato pasé! La película es una comedia en torno a que Grant y Dunne están casados y al regreso de una infidelidad de Grant (infidelidad que Dunne percibe) se encuentra con que Dunne ha pasado la noche fuera con un "profesor de canto". Se pronuncian algunas palabras gruesas y se divorcian, divorcio que será efectivo a los 90 días, y sin embargo comparten la custodia de... su perro. Y, claro, el espectador capta que ambos siguen enamorados pero se suceden las situaciones de darse celos y una antológica escena de enredo de las que no soporto ver de los nervios que paso: el profesor de canto acude al piso de la pronto soltera Dunne a no recuerdo qué, llega Grant y esconden al profesor de canto en la alcoba, los dos llevan el mismo sombrero pero de tallas distintas, el perro da a Grant el sombrero equivocado, Grant se mosquea, llega el nuevo prometido de Dunne con su madre y Grant se esconde rápido... en la misma alcoba, la madre del prometido empieza a disculparse de cómo pudo dudar de ella, etc.

Sí, soy un fan declarado de Cary Grant, para mí el mejor actor de siempre, pero es que la película es buenísima.

Con todo, me surgieron algunos pensamientos.

La película es en blanco y negro y de 1937. Imposible, por lo tanto, que la vea un menor de 40 años - quiero creer que no de un menor de 50. ¿Por qué, si es una obra magistral y mucho mejor que las películas que se hacen ahora? Por prejuicios, claro que sí, pero ¿qué sociedad es ésta que ha creado semejantes prejuicios? Los jóvenes de todas las generaciones hemos despreciado siempre a los viejos, pero no hasta este punto. O con estas consecuencias de no querer saber nada de lo que hicieran, vaya. 

En un momento dado Grant está en casa de su prometida. la reunión es en un gran salón, con varios grupos de personas, y en esas reuniones se charla. Algunos de los muebles... juraría que los tenía mi abuela. Mi abuela tenía una habitacioncilla (no un gran salón) que ya cuando yo era niño me parecía un saloncito de la Belle Epoque. Viendo la película, confirmé mi antigua impresión.

¡Que naïf los efectos especiales! Hay una escena en la que Grant y su novia hacen motorismo (el náutico) y se les ve pilotando la lancha en una carrera de velocidad. Fácil es notar que están los dos sentados con un volantito en las manos, y el resto de la escena es una proyección en una lona posterior mientras un ayudante de producción les echa salpicaduras de agua con la mano y un cubo. Y sin embargo, da igual. No importa que no sean los efectistas efectos de ahora, uno no ve la película para maravillarse de los efectos especiales sino para ver a los actores representar la historia. Seguro que les costó cuatro perras.

La película termina con Grant y Dunne pasando la noche juntos en una cabaña en el campo. Tal como le había pasado a Dunne al principio de la película (la discusión citada, es algo que no se muestra). ¿Terminan acostándose? Se sobreentiende, pero nada lo indica. En toda la película sólo hay un rápido beso entre Dunne y su prometido. No me gustan en las películas ni sexo ni palabrotas, y ésta es una excelente demostración de que no son necesarias para hacer una gran película. Diálogos, actores y ritmo. No hace falta más.

Y a propósito de actores: la fuerza cómica de Grant es insuperable. Me encanta cómo se mueve. El culmen, en la película, llega cuando sigue a escondidas a su mujer, cree que la va a sorprender con su amante el profesor de canto y resulta que es un recital privado ante un grupo reducido de personas (de alta sociedad, se entiende). Para no llamar más la atención, Grant se sienta en el fondo junto a una mesita y... en fin, en un momento dado Grant empieza a hacerse un lío con la silla y la mesita y acaba uno partiéndose el pecho del ridículo que hace. Un payaso de circo no lo haría mejor. Y sin palabras. 

Sí, lo sé: una comedieta de argumento corriente, una de tantas. Y sin embargo, al verla uno se da cuenta de que es una obra maestra a pesar de su simplicidad. Hay que verla. Y si uno piensa que es de 1937, entonces se da cuenta de que todo lo que nos parece nuevo es en realidad antiguo: los viejos que despreciamos ya lo habían inventado antes.

Por cierto: el rodaje de la película se interrumpió un tiempo porque uno de los personajes tenía ya agendada otra película. ¿Saben cuál? El perro. 

 

 

 

Penguin Cafe Orchestra - Perpetuum mobile 

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