https://www.youtube.com/watch?v=X7SvBtJuh3Y
La Guerra fría, la pugna declarada y soterrada entre los EE.UU. y la URSS produjo también la carrera espacial, algo quizás irrepetible: dos países pugnando por ser el primero en conseguir un logro que "sólo" beneficiaba... a toda la humanidad, y con unos resultados tan espectaculares que realmente han ampliado nuestra imaginación.
El caso es que esta semana se cumplen años de dos hitos cruciales, y cada país consiguió uno; juzguen ustedes cuál fue más importante.
El primero de ellos sucedió el 18 de marzo de 1965. Dos rusos, Pavel Belaiev y Alexis Leonov, pilotos militares, se subieron al misil Voskhod 2 con una misión especial: cuando alcanzan los 500 km de altura, Leonov (Belaiev está a los mandos) se mete en una cabina con una escafandra blanca que le protege de las radiaciones cósmicas y de las quemaduras de los rayos del sol, y dos bombonas de oxígeno a la espalda. Belaiev extrae el aire de la cabina y entonces Leonov abre una escotilla y sale al exterior. Es el primer paseo espacial. Durante 10 minutos se mueve por el espacio y filma la escena. Está conectado a la nave con un cable en cuyo interior hay un hilo para el enlace telefónico y un tubo de gas a presión para permitirle los desplazamientos en el espacio. El cable mide 5 m, porque tampoco hay que exagerar: lo importante es que está en el exterior y todo sale según lo planeado.
Hasta que decide volver: no cabe por la escotilla. ¿Por qué no? Porque su traje, ante la ausencia de presión exterior, se ha hinchado como un globo. En la carrera espacial muchos de los retos que se resolvieron ni siquiera se sabía que se iban a afrontar, les pasaron cosas que a nadie se le ocurrió que les pasarían. Y ésta fue una de ellas. Yo no sé si en aquella época hacían los cascos de las escafandras herméticos con respecto a los trajes, me da a mí que no. Tampoco estoy seguro de que deban serlo, porque si la presión en el interior del traje es la misma que la del exterior, no tengo claro que el cosmonauta (es ruso) pueda generar la presión necesaria para expirar; aparte de que por muy hermético que sea el cierre del casco con el traje, siempre habría aire en el interior del traje. El caso es que, poco a poco, el traje se hincha. Hasta el punto de que los guantes se le salen de las manos y las botas de los pies. Y pierde el control del cable.
Peor aún, el Voskhod 2 sigue viajando por el espacio y queda poco para entrar en la zona nocturna: Leonov corre además el riesgo de quedarse a oscuras. ¿Houston, tenemos un problema? Los dos cosmonautas deciden no avisar a la base y operar por su cuenta, se les acaba el tiempo. Leonov abre una válvula que hay en su traje para expulsar el aire que hay en su traje. Corre el riesgo de quedarse sin oxígeno, pero si no lo hace su muerte es segura. A medida que se descomprime el traje... Leonov empieza a notar que él también se descomprime. Uy, uy. Ha de ser rápido: tira del cable y se mete de cabeza en la cabina. ¡Ay, la cosa estaba pensada para meterse por los pies! ¡El cable se va a quedar fuera y la escotilla no cerrará! De alguna manera, Leonov consigue girarse dentro del recinto y recoger el cable. Luego confesó que ese día perdió 6 kilos por el sudor: los esfuerzos que tuvo que hacer fueron tales que su temperatura corporal subió rápidamente (me lo creo: el cuerpo humano no se diseñó para esas circunstancias), y el sudor le empaño el cristal del casco impidiéndole ver lo que hacía. Cerrada la escotilla empiezan a meter oxígeno en el habitáculo, pero la humedad y la alta temperatura crean un entorno muy inflamable, de máximo peligro. Al final lo consiguen y los dos cosmonautas regresan a la Tierra... y cuando tienen que entrar en funcionamiento los motores de propulsión inversa el sistema automático falla.
No se había hecho nunca antes, pero los dos cosmonautas no tienen otra que encenderlos de manera manual. Y, como sabemos por la película Apolo XIII, han de tenerlos encendidos un tiempo preciso: si es poco tiempo rebotarán en la atmósfera, si es mucho entrarán a demasiada velocidad y el Voskhod 2 se destruiría. Lo consiguen, pero no tienen ni idea de dónde aterrizarán. ¿Donde aterrizan? En Siberia. Fuera, en el exterior, la temperatura era de -25°. Y una vez abiertas las escotillas ya no pueden cerrarse de nuevo. Por suerte, los dos cosmonautas eran rusos (rusos de campo y de la época, quiero decir). Una estación de radio de Alemania Oriental capta los mensajes (cifrados) de socorro y un equipo de rescate aterriza a 9 km y esquían hasta allí. Cuando los encuentran, los calientan, pero... ¿cómo los sacan de allí? ¿Cómo los llevan a lugar seguro? El rescate no ha terminado: construyen una cabaña (choza) para los dos héroes, que deben pasar allí la noche. Al día siguiente, por fin se resuelve todo. Todo que, huelga decirlo, se mantuvo en secreto. Oficialmente, todo resultó a pedir de boca. Y tres meses más tarde, el 3 de junio, hubo un nuevo paseo espacial. Pero esta vez era el norteamericano White.
Que se tapen los problemas que ha habido y la brillante forma (o heroica, o lo que quieran) de solucionarlos no siempre es una gran política. La segunda efeméride lo acentúa.
El 16 de marzo de 1966 (un año después del paseo de Leonov) son los americanos los que se apuntan un tanto. Y un tanto curioso. El artífice, en esta ocasión, es Neil Armstrong (sí, el que pisará la luna). Ese día se lanzó desde Cabo Kennedy el proyectil Agena y, 100 minutos después, la cápsula Geminis 8 en la que viajaban Armstrong y David Scott en persecución del Agena. Armstrong consigue seguir la ruta del proyectil y alcanzarlo y acoplarse a él a las 23 horas y 15 minutos. Es el primer acoplamiento de la historia de la astronáutica. Es fácil imaginar la explosión de alegría en el centro de control de vuelo en Houston, lo hemos visto mil veces en películas, pero en esta ocasión la alegría dura poco: Armstrong avisa que los cohetes de estabilización de la cabina no responden a los mandos y se ha visto obligado a separar el Geminis 8 del Agena. Habían estado fuera de contacto con la NASA y habían tenido que decidir ellos qué estaba pasando y cómo actuar, y Armstrong (comienza su leyenda) tomó todas las decisiones correctas.
Finalmente, emprendieron el regreso a la Tierra (uno de los objetivos secundarios de la misión era probar la reentrada controlada en la atmósfera), y una hora después son recogidos sanos y salvo flotando en el océano. Sí, la misión ha fallado, pero la experiencia ha sido muy enriquecedora y supone el primer paso para la creación de las estaciones orbitales. Ahora estamos acostumbrados y no nos asombra, pero es cierto: el primer intento del primer paso salió mal. ¿Y qué? No se rindieron, siguieron intentándolo y lo demás es historia. Y una historia pública: pueden leerla en la web de la NASA.
Eso sí, unos y otros, Leonov y Belaiev y Armstrong y Scott, se comportaron como los héroes que fueron. Las hazañas de los pioneros nunca se contarán lo suficiente.
Stanley Myers - Cavatina
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