lunes, 4 de enero de 2021

Jugando a indios y vaqueros

https://www.youtube.com/watch?v=k_i-AN18_xs 

 

 

Leo en el Heraldo la esquela de la anciana madre de un compañero de curso, que en paz descanse. Y, claro, me acuerdo de mi compañero. Y de cierta ocasión, siendo niños, que vino a jugar con nosotros.

Aquel verano nosotros lo estábamos pasando en un chalet en las afueras de Zaragoza y la otra familia, ignoro porqué, vino una tarde a visitaros. Y los chicos nos fuimos a jugar por ahí. El chalet, ya lo describí en esta entrada, tenía un jardín enorme: algo apartado de la casa había un campo de fútbol de hierba, rodeado en uno de sus laterales por una hilera de chopos, y al otro lado de la hilera había una pradera y más allá la chopera en sí. Bien, el caso es que la pradera era normalmente nuestro centro de juegos y, no sé la razón, en el centro tenía un pequeño poste metálico, redondo y pintado de blanco. Que me aspen.

Pues bien, nos pusimos a jugar a indios y vaqueros. Al pobre Pablito, mi compañero, lo cogimos prisionero y lo atamos al poste: es lo que hacen los indios. 

Y rompió a llover. Verano, ya saben. Raudos cual centellas, los chicos corrimos a guarecernos en la casa. ¿Y Pablito? No, Pablito no. Pablito se quedó atado al poste. En una pradera más allá de un bosque algo alejado de una casa que no conocía, con pongamos seis o siete años...

Cuando las madres descubrieron que faltaba, claro, nos obligaron a salir a soltarlo; e imagino que le darían un bocadillo de pan con chocolate para animarle; puede incluso que con cuatro pastillas de chocolate en el bocadillo, un lujo que sólo estaba autorizado a tomar mi hermano mayor por la obvia primogenitura ("niño grande, estómago grande", se llamaba ese criterio).

Pero me acuerdo de Pablo, llorando atado en el poste. Normal.

Creo que los chicos de ahora ya no juegan a indios y vaqueros.



Neil Young - Heart of gold (versión de Philip Bölter)


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