Hace años asistí a una exposición de cuadros de la señora Milagros, madre de mi amiga Arancha. Arancha estudiaba Arte, y me iba explicando los cuadros. Uno de los que guardo mejor recuerdo fue una versión de "Susana y los viejos". Y la recuerdo porque el enfoque era el opuesto al clásico.
Susana y los viejos es un tema que se ha pintado a menudo: Tintoretto, Rubens y Rembrandt, entre muchos:
(aprovecho la ocasión para recomendar la visita al semidesconocido museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, donde se guarda la versión de Rubens que muestra la fotografía)
Como me explicó Arancha, Susana y los viejos hace referencia a un pasaje de la Biblia; resulta que es un pasaje perdido y que no viene a cuento, al final del Libro de Daniel, uno de los Profetas Mayores. Cuenta la historia de Susana, mujer muy bella (y felizmente casada), y dos Ancianos (porque pertenecían al Consejo de Ancianos del lugar) que bebían los vientos por ella y la espiaban. En un determinado momento, Susana decide darse un baño creyéndose sola y los libidinosos mirones la asaltan y le dicen:
- Las puertas del jardín están cerradas, nadie nos ve, y nosotros sentimos deseos de ti; así que consiente y acuéstate con nosotros. Si no, daremos testimonio contra ti diciendo que un joven estaba contigo y que por eso habías despachado a las criadas.
Como ven, en muchos pasajes la Biblia es como la vida misma. El caso es que, figurando en la Biblia, ésta era una ocasión perfecta para dibujar el desnudo femenino sin ser tachado de pagano o profano, ya me comprenden. Y, por descontado, daba a los poderosos de la época el motivo para encargar una obra cuasipornográfica para solaz en sus habitaciones privadas, de nuevo sin ser tachado de concupisciente en vez de pío. Y ya que estoy, un chascarrillo que leerían en la web que les he enlazado del Museo de San Fernando:
...el mandato que Carlos III, movido por un prurito moral, dio a Mengs para que seleccionase los lienzos que, con desnudos licenciosos, se encontraban en sus distintas residencias. La orden era la de quemar esas pinturas consideradas indecentes. Mengs, con el pretexto de que tenían valor pedagógico para el estudio de la pintura, salvó de la quema obras maestras de Durero, Tiziano, Rubens, Veronés y otros grandes pintores. Ocultadas hasta 1792, fueron trasladadas a una habitación secreta o «Gabinete reservado», al cual muy pocos tenían acceso.
Pero yo les decía que la madre de Arancha le había dado un enfoque diferente. Llamativo, porque en aquella época (dije "hace años", pero era un eufemismo) el feminismo beligerante y castrador aún no lo invadía todo. Y es que la señora Milagros se había centrado en los viejos. A Susana se la veía pequeñita, al fondo. El cuadro era en realidad un estudio sobre los dos babosos mirones.
En fin, el Arte se para siempre aquí; en realidad, le da igual cómo acaba la historia de Susana. Y, por supuesto, usted no tiene una Biblia a mano y de todas formas no pensaba consultarla para saber el resto, así que permita que le haga un pequeño resumen.
Susana - como sigue pasando hoy en día en ya se imagina usted qué países- sabe que si se niega la condenarán a muerte por lapidación; con todo, lo prefiere a ceder, y se niega. Los dos ancianos hacen lo que le dijeron, la denuncian y consiguen (cito: "Como eran ancianos del puebo y jueces la asamblea los creyó") que se la condene a muerte. Pero antes de ejecutarla aparece un muchacho (al que se le llama Daniel, porque el relato está en el Libro de Daniel, por nada más) que dice que los ancianos mienten y que puede probarlo. El Consejo decide darle una oportunidad, y Daniel pide que separen a los dos ancianos lejos el uno del otro, y que los interrogará por separado. Y a cada uno le pregunta, puesto que declaran que vieron a Susana y al miserioso joven abrazados en el jardín, bajo qué arbol estaban. El primero dice que una acacia, el segundo que una encina: cazados. Daniel les acusa de hacer lo mismo que aquel juez, Pascual Estevill, que tuvimos como uno de los Popes de nuestra judicatura como cuota de CiU, y de dar sentencias injustas a sabiendas para obtener ellos provecho y de haber conseguido en otras ocasiones que atemorizadas mujeres se acostaran con ellos, y la asamblea decide que la condena de los dos convictos sería la misma que ellos querían imponerle a la inocente.
Es un relato cortito y entretenido, no les pasará nada malo si lo leen.
Henry Purcell - Lamento de Dido (Dido y Eneas), intr. Jessye Norman
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