Este artículo versa sobre un relato corto de Isaac Asimov; no recuerdo el título, creo que era algo así como "¿Porqué lo llaman Olimpiadas?"; no tengo el original en papel aquí y hace tiempo que lo leí. Si no lo han leído y les apetece, o sí lo han leído pero ¡qué diantres!, pueden leerlo en este enlace: http://forexconmql.cl/geos/pa/profesion.pdf. A partir de aquí, entiendo que no les importa que les destripe el cuento. Que, a propósito, es posible que se titule "Profesión"; no importa.
De entrada, es el típico relato de ciencia ficción de Isaac Asimov: hiperpoblado mundo futuro, sociedad ideal pero con un defecto "congénito". En este caso, la Tierra domina la galaxia. Los mundos exteriores le suministran los recursos, y la Tierra les exporta gente. Gente con conocimientos, en concreto. Resulta que la gente se educa en la Tierra, y luego van a trabajar a los mundos exteriores; a su vez, se celebran unas "olimpiadas" técnicas y los mejores mundos exteriores hacen las mejores ofertas a los mejores técnicos.
Lo curioso es el sistema de educación: primero, los niños viven sin escuela hasta los 8 años. A los ocho años pasan "el día de la lectura"; cual inyección, se les inyecta el conocimiento de leer, y ya está. Luego, ya más crecidos, les llega el "día de la educación"; ese día, les analizan el cerebro, descubren para qué están más predispuestos, y se les asigna un oficio - que deberán aprender. El sistema para aprender algo también es bastante utópico, algo así como ponerse unos auriculares y unas cintas (de cassette), y esas cintas transmiten la información directamente al cerebro, y ya está. El amigo del protagonista, Rollizo Treveylan, va a ser metalúrgico. El protagonista, en cambio, quiere ser pogramador, pero... no lo consigue. Entonces, se revela contra el sistema, se escapa y, en su huida, se esconde entre el público que asiste a una jornada olímpica. Da la casualidad que ese día hay una prueba de metalúrgicos, y compite su amigo Rollizo. La prueba es sencilla: tienen una máquina Beeman modelo FX-2, que tiene una avería. Para superar la prueba, primero deberán reparar la máquina. Y para repararla, primero deberán saber qué le pasa. Y Rollizo fracasa, porque no ha estudiado las máquinas Beeman: no estaban en sus cintas. Él sólo había estudiado hasta las Hesler, parece ser que los ganadores venían de ciudades más ricas donde sí tenían esas cintas.
Nuestro protagonista se da cuenta de que el problema es que su amigo lo que no sabe es aprender, sólo sabe lo que se le graba en el cerebro; ningún conocimiento lo adquiere por sí solo. Se le ocurre entonces que lo que tiene que hacer es contactar con los líderes de los mundos exteriores más ricos y contarles su idea: enseñar a sus habitantes a aprender por sí solos, sin depender de las cintas de conocimientos que se crean en la Tierra.
Por supuesto, estos líderes le hacen ver la tremenda lentitud de su sistema de aprendizaje. Además, mientras uno aprende la técnica sigue avanzando, con lo que uno nunca se pone al día. Y aunque lo consiguiera, nunca sería tan experto como uno educado con cintas.
Si quiere leer el cuento antes, aún está a tiempo.
Y en ese instante el protagonista lo entiende todo. Cómo funciona el sistema, quiero decir. Ya hay gente que aprende sin cintas, que se forma a sí misma: son los que escriben las cintas. Son los que crean los avances, el Beeman que consigue mejorar la máquina Hesler. Y resulta que la clave de todo ello es que esas personas, esos Beeman y Hesler, tenían que aceptar previamente que ellos iban a aprender y avanzar por sí mismos, que no tenían que conformarse con aprender un oficio con cintas en el cerebro. Y, sí, el protagonista es uno de ellos. Son la élite de la sociedad, lo más valioso de la Tierra, pero es algo secreto porque, en primer lugar, no pueden decirle a alguien "eres capaz de inventar, inventa", y en segundo lugar, no pueden decirle a todos los demas que ellos no son capaces de inventar.
Les desvelo el final porque pienso que no importa: yo me lo sé, y sin embargo releo el relato siempe que puedo. Es como Caperucita Roja, que a los niños les encanta que se lo cuenten una y otra vez. Saber el final no les importa.
La cuestión, en cualquier caso, es el tema de fondo. Es un relato de ciencia ficción, pero a mí no me parece tan alejado de la realidad: estoy pensando, por ejemplo, en los ingenieros que enseñan a calcular estructuras metiendo los datos en un ordenador, en el delineante que usa un avanzado programa de dibujo, en el cocinero que cocina con un robot de cocina, en el médico que pide quince mil prubeas y máquinas que le den el diagnóstico, en los fotógrafos que lo arreglan luego con el Photoshop, en el mecánico que conecta con el ordenador del coche para que le informe de la avería que tiene,... Que sí, que todo esto está muy bien, pero yo pienso que si estas personas no han aprendido antes a hacer las cosas por sí mismos, sin máquinas que se las den hechas, no vamos a ningún lado. Seremos como los mundos exteriores, que tienen a los mejores técnicos y sin embargo dependen de la Tierra para que les haga avanzar. Y como cada vez dependeremos más de lo bien que sepan las máquinas hacer las cosas, cada vez esta historia será más verdadera.
Un último chascarrillo, si es usted ingeniero calculista: ¿quién se sabe la norma, usted o su ordenador? Usted es Rollizo Treveylan. O está en ello.
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