domingo, 6 de julio de 2014

John Kay y el fin del mundo



Hasta principios del siglo XVIII, los tejedores empleaban la lanzadera manual que había diseñado Leonardo da Vinci. Esta máquina consistía en un pequeño huso de madera, dentro del cual estaba el hilo enrollado en una bobina, y el tejedor lanzaba el huso para insertar entre los hilos de la urdimbre las sucesivas  pasadas de trana del tejido.

En 1733, un inglés, John Kay, inventó una máquina (que denominaremos lanzadera mecánica), la cual constaba de una espiga metálica con un resorte. Esta lanzadera trabajaba más rápidamente (muchísimo más rapidamente, en realidad), y permitia fabricar telas más anchas que las logradas con los brazos del tejedor. De hecho, trabajaba tan rápido que las hilaturas existentes no daban a basto para proporcionar el hilo necesario. Un problema, por cierto, que no se resolvería hasta que Richard Arkwright, otro inglés, reinventara el proceso de fabricación de hilo en 1775.

Si lo piensa usted bien, no hay mucha diferencia de cómo vivía un campesino hace dos mil años y hace trescientos. Podría tener ciertas ventajas textiles, gafas y relojes, acceso a libros, y las mejoras debidas a adelantos tecnológicos, el arado, los molinos, las organizaciones,... pero, en el fondo, más o menos la cosa debía ser bastante parecida. En 17 siglos no se avanzó mucho, si lo comparamos con los cambios en 1, 2 y 3 centurias hacia adelante; convendrá conmigo que el campesino de 1714 está mucho más cerca del campesino del año 14 que del de 2014; y seguramente dirá lo mismo si en vez de 2014 digo 1914. Y 1814. Y también diría lo mismo si hablamos de habitantes de ciudades, ¿verdad?

Puede que se pregunte cómo ocurrió, qué pasó para una evolución tan rápida. Bueno, la religión no evolucionó demasiado, tampoco la arquitectura o la medicina; ni la práctica de las Leyes, la Astronomía  o la técnica gastronómica. Lo que se desarrolló hasta lo inconcebible, todos lo sabemos, fue la tecnología. Los inventos. Cien años después de 1714 existían infinidad de inventos, algunos tan importantes como los ferrocarriles (la primera prueba, exitosa por cierto, se hizo en 1814), las vacunas y las campañas de vacunación, el pararrayos, la litografía, ¡el extintor de incendios!, los alimentos en conserva, los barcos a vapor, ¡los lápices de grafito que usamos hoy en día!, el alumbrado por gas, y tantos otros; por citar un último invento, en 1814 el Times de Londres adoptó un invento de Frederik Koenig: la máquina de imprimir mecánica. Una máquina como ésta:
(cortesía de http://www.victorianweb.org/technology/print/3.html)

Hasta entonces se imprimía a mano, página a página, y con esta máquina... bueno ya se lo imaginan.

Sí, un salto increíble. Ni el hombre más erudito de 1714 podría haber soñado con lo que sería 1814.

En realidad, inventos y avances ha habido siempre. No sabemos mucho de la vida de los cavernícolas, salvo algunos inventos: las puntas de sílex, los hachas y las lanzas, las trampas de caza, el fuego, la rueda... Luego, la escritura, los barcos, el calzado; la brújula, la imprenta y los mapas, los relojes,... claro que siempre ha habido inventos. Pero lo que ocurrió en la segunda mitad del siglo XVIII supera cualquier comparación. De hecho, aquel periodo se conoce como "la Revolución Industrial", y cualquier persona con mínimos conocimientos reconoce que hay una sociedad anterior a la revolución industrial y una sociedad posterior.

Y yo me pregunto: ¿cuál fue el invento que lo cambió todo? ¿Qué desencadenó el frenesí inventor y fabril que denominamos Revolución Industrial?

Si usted es ingeniero industrial, siquiera accidental, posiblemente le vengan a la cabeza nombres como Newcomen o Watt. Muy buenos intentos, desde luego.

Thomas Newcomen fue el primero. Inventó la máquina de vapor, lo que no es moco de pavo y le da bastante puntos en esta clasificación. La máquina de vapor fue un inventazo, porque en aquella época Inglaterra (permítanme la sinécdoque, ustedes ya me entienden) tenía un problemilla: no podían talar árboles para hacer leña porque los que les quedaban estaban ya reservados para la construcción naval. De la necesidad hicieron virtud y los ingleses se convirtieron en mineros, extrayendo carbón para emplearlo en sus chimeneas. Pero las cosas no son tan fáciles, y había otra dificultad: las minas estaban empapadas de agua que se filtraba, ya se lo imaginan. Y ahí apareció Newcomen: inventó una máquina que servía para achicar el agua, y esta máquina funcionaba por vapor. Quizá lo de inventar sea excesivo, pues antes que él otros tipos estuvieron dándole vueltas a la idea y desarrollando modelos, pero fue Newcomen el que realmente construye una máquina con partes móviles. En 1705 su modelo tiene cara y ojos, y la patenta en 1712 (Inglaterra ya era un país más avanzado que nosotros, ¿verdad). La primera máquina con motor aparece, pues, en 1712. ¿Es el inicio de la Revolución Industrial?

Pues... yo diría que no. Una pista: el nombre de Newcomen ha pasado a la posterioridad como el del protoinventor de la máquina de vapor, pero la gloria del invento se la llevó James Watt. Y la potencia se mide en watios, no en newcomens. ¿Porqué?

Porque la máquina de Newcomen sólo servía para achicar agua de minas; y además era muy rudimentaria. Muy mejorable, si me permiten la expresión. Básicamente era un recinto en el que tenemos agua. Calentando ese recinto, el agua se convertía en vapor y el vapor hacía avanzar un émbolo. A continuación, mediante agua fría enfríabamos el vapor, que se condensaba de nuevo en agua, el émbolo retrocedía y vuelta a empezar. ¿Ven el problema? Si no lo captan, no se avergüencen: tuvieron que pasar más de cincuenta años con la máquina delante de las narices hasta que el año 1765 un ingeniero (llamémoslo así, se lo merece), James Watt, dio con la solución: el ciclo correcto es: el vapor hace avanzar un émbolo y llega a un segundo recinto; este vaciado de vapor es el que hace bajar el émbolo. En esta segunda cámara, también mediante agua fría, el vapor se condensa. Luego, ese agua se calentará para generar vapor, y el vapor entra de nuevo en la cámara donde está el émbolo ése que hay que mover.

Dos cámaras. Una para que el vapor, caliente, trabaje, y una segunda para que el vapor utilizado se enfríe. En la máquina de Newcomen hay que enfriar el vapor en una cámara que está caliente, con lo que hay que enfriar el vapor y la cámara. Y luego hay que calentar el vapor en una cámara (la misma) que está fría, con lo que hay que calentar también la cámara. Poco eficaz, ¿verdad? Y lento. Además, el vapor alcanza su máxima productividad cuando está muy caliente, y luego hay que enfriarlo mucho. En la máquina de Watt, cuando el vapor caliente entra en la cámara con el émbolo, esta cámara ya está caliente. Rendimiento máximo. Y luego pasa a una cámara de enfriamiento que ya está fría, con lo que el enfriamiento es también más eficaz.

Ahora sí. A partir de 1765, por fin, podemos hablar de motores de vapor. La máquina de Watt arrasó y en seguida sustituyó a la de Newcomen en las minas. Pero hubo más aún, porque Watt siguió con el tema. Consiguió, por ejemplo, que el vapor entrara en el cilindro con el émbolo por los dos lados, con lo que empujaba al émbolo alternativamente en ambas direcciones y se obtenía un aumento tremendo de la eficiencia.

Y, a partir de ahí, el cielo. Donde necesite usted potencia, ponga una máquina de Watt. Y, además, hablamos de potencia a una escala inimaginable por tracción de sangre, sea animal o humana. Por cantidad, por calidad, por constancia, por disponibilidad... por todo lo que se imagine. Y por cierto: gracias a la máquina de Watt se pudo extraer mucho más carbón y a mayores profundidades. En consecuencia, el carbón circulante fue mucho más abundante y más barato: más carbón significaba más vapor, y tener vapor significaba tener energía. La Revolución Industrial ya estaba aquí, y en menos de 50 años más (1814), otro ingeniero, George Stephenson, conseguirá que una máquina de vapor encima de un vagón lo mueva por los raíles. Hasta entonces los "vagones de trenes" que se empleaban en las minas los arrastraban tiros de animales, y ya sabe usted lo que consiguió Stephenson. Para los políticos y la gente de Letras, la Edad Contemporánea empezó con la Revolución Francesa. Para un ingeniero, si no empezó con Watt desde luego lo hizo con Stephenson.

Honor y gloria, pues, para James Watt. 

Sin embargo, en este punto yo quiero decir algo. Sin menospreciar a Watt, desde luego (¿cómo podría?). Hay algo que hemos pasado por alto en este relato. ¿Se han dado cuenta?

Watt inventó el motor de vapor. ¿Pero para qué quiere usted un motor de vapor?

En tiempos de Newcomen, la necesidad era obtener carbón. Para las chimeneas, porque no se podían talar árboles. Necesitaban carbón para calentarse, y para actividades tales como hornos y fundiciones.

Cincuenta años después, en cambio, había una fuerte demanda de máquinas eficaces que se movieran por vapor. ¿Porqué había demanda? Porque ya había fábricas, tal y como las entendemos ahora. Fábricas que tenían mecanismos que querían mover constantemente, a toda velocidad, con potencia.

¿Lo entienden ya? Fábricas con la lanzadera volante de John Kay, y con las máquinas que producían los hilos, como las de Hargreves, Highs y Crompton. Y a partir de 1771, fábricas que hilaban el algodón con el sistema Arkwright.

Miren, fueron las fábricas las que cambiaron el mundo. James Watt mejoró la máquina de Newcomen, porque era un profesor de la Universidad de Glasgow que se dedicaba a construir instrumentos matemáticos; una máquina de Newcomen llegó a la Universidad, y como no funcionaba bien le pidieron a Watt que la arreglara. Luego, las fábricas se aprovecharon del invento de Watt, pero Watt simplemente mejoró una máquina que hacía una cosa, achicar agua. Otros genios antes que él idearon inventos geniales o mejoraron inventos anteriores. Pero fue John Kay el que inventa la primera máquina "para fábricas". En 1733, la máquina de Kay dio el salto de la fabricación artesana a la fabricación moderna. Y no es sólo el avance tecnológico; es sobre todo el cambio de mentalidad que conlleva. Antes de Kay no podemos hablar de fábricas, sino de talleres artesanales. Antes de Kay sólo hablamos de obreros en la construcción; para la producción "industrial" hablamos de maestros artesanos, oficios,... Con la máquina de Kay empezaremos a hablar de obreros fabriles.

Piénselo, tómese el tiempo que quiera y medite sobre el tema. Antes de Kay tenemos la sociedad "antigua"; después de Kay, la sociedad contemporánea. Yo diría que un mundo terminó y otro nuevo empezó.

Y ya está. Me ha salido un artículo más largo de lo habitual, y aun así se me han quedado muchas cosas en el tintero. Algunas, quizás, las desarrolle otro día; la del otro John Kay, desde luego, merece su artículo. Alguna anécdota, empero, no me resisto a contarla ahora: el sistema de hilado Arkwright, ¿saben qué conseguía hilar? Se lo digo, porque no lo adivinarían nunca: las fibras blancas de las famosas pelucas inglesas de la época. También me habría gustado aprovechar la ocasión para clamar porque el plan de estudios de la Ingeniería Industrial (al menos) incluyera una asignatura de Historia de la Técnica. Pero esto sí tendrá que ser otro día.

Por cierto: ¿no ha pinchado en el enlace musical del principio? Bien, ahora que ya no tiene que leer, hágalo. Y disfrute.



Ombra mai fu (Jerjes) - Haendel - voz de Janet Baker

2 comentarios:

  1. Justo estaba buscando música de la época para amenizar mi lectura. llegué acá porque encontre en un bazar un libro que se llama "catálogo ilustrado de la maquinaria para hilar y teer algodón de Platt Brothers and Co. Limited, Hartford Works, Oldham, Inglaterra". Y entre la lectura me puse a investigar sobre las biografías, primero de Kay y luego de Lewis Paul....Gracias...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. De nada. Espero que te gustara el artículo; de la pieza musical estoy seguro. Y es cierto que son de la misma época: el invento de Kay es de 1733 y la ópera de Haendel, de 1738.

      Eliminar