viernes, 20 de septiembre de 2013

Por qué hay que pagar bien a los ingenieros (la historia de Urban)


Urban (también llamado Orban, Orbon,... con este tipo de gente estas cosas pasan a veces) era un ingeniero húngaro (aunque hay quien dice que no, que era alemán, o transilvano, o hasta sajón...) que estaba al servicio del emperdor de Bizancio durante el asedio final de los turcos, entre 1452 y 1453. Por lo visto, el emperador no aceptó la revisión de honorarios, y el buen hombre, tras partir peras, ofreció sus servicios al sultán, aunque Urban era cristiano. Pero se ve que el sultán sí supo apreciar lo que valía, y le contrató.

El amigo Urban, no lo he dicho, era fundidor de piezas de artillería. En aquella época, la artillería era algo conocido pero poco más. Nadie sabía, y en el oriente de Europa mucho menos (por mor de la Guerra de los Cien Años, en la parte occidental había habido avances, pero éstos viajaban despacio; probablemente, a la velocidad de caminar de Urban). Se habían construido algunos cañones, del tipo bombarda, muy rudimentarios, con los que se conseguía lanzar bolones... "lejos". Y digo "lejos" porque ahí terminaba la cosa, olvídense de apuntar. Además, los cañones se calentaban mucho, y era frecuente que si se hacían algunos disparos rápidos el cañon se rajara o estallara; más de siete disparos al día era una locura. Sí, sí, siete al día. La técnica, que en aquella época no estaba muy desarrollada. Gibbon cuenta que una vez un cañón explotó y murieron siete hombres, así que no sé cuál era el bando beneficiado (se dice, incluso, que así murió el propio Urban). 

A propósito, creo que fue Urban quien sugirió a los turcos verter aceite en la boca del cañón después de cada disparo.

El caso es que antes de Urban los turcos también tenían cañones, pero hacían más ruido que efecto, así que una de las primeras cosas que les enseñó nuestro hombre fue a apuntar. Pero lo más importante es que, como con esos cañones no se conseguía apenas nada, el sultán le encargó a Urban un cañón de verdad. El ingeniero empleó tres meses para fundir su bombarda, y una vez terminada, en la fase de pruebas y demostración hundió a gran distancia una nave europea. Alucinado, el sultán le pidió otro, pero el doble de grande. ¡Buf! Urban no se amilanó, y construyó un cañón que podía disparar proyectiles de hasta 600 kg y con un calibre de más de 800 mm. La pega es que el mamotreto era tan grande que para transportarla se necesitaban 60 bueyes y 400 hombres; casi nada. La construcción y las pruebas fueron en Adrianópolis, la explosión se oyó desde el quinto pino, y la enorme bala (una bola de piedra) recorrió casi dos kilómetros, haciendo un agujero en el suelo de dos metros de hondo.

¡Hay que hacer una pausa! ¡La mera mención de Adrianópolis así lo exige! Si la Historia se enseñara por batallas y fechas, Adrianópolis tendría un capitulo entero.

El año 378 un ejército godo se enfrentó al imperio romano. Los romanos, como era costumbre, acudieron con sus afamadas legiones, las de siempre. Y los visigodos, ayudados por los ostrogodos, se basaron en sus combatientes a caballo. El encuentro, claro está, fue en la llanura de Adrianópolis, y, por resumir, digamos que tras casi 500 años de victorias (o derrotas absolutamente menores), los romanos fueron masacrados, emperador Valente incluido. Pero es que la derrota fue tal que ya no se volvieron a emplear las legiones; a partir de entonces, la crema de los ejércitos fue la caballería.

Por cierto que esto del dominio de la caballería también tuvo su miga; duró aproximadamente unos mil años, hasta que en 1346 los arqueros ingleses masacraron a la caballería francesa en Crecy. Y aquí también se merece un inciso explicativo: hasta esa batalla, los caballeros y nobles luchaban a caballo, bien protegidos por sus armaduras, y las luchas consistían en tumbar/atontar al caballero rival. Tras la victoria en la lid, los caballeros se daban la mano y uno pasaba a ser prisionero del otro, hasta el punto de que las muertes eran escasas entre la nobleza: morir era cosa de la gentuza, que peleaba a pie y no tenía los miramientos de las personas cultivadas. 

Pues bien, en Crécy, los ingleses no presentaron caballos, sólo arqueros y lanceros, y éstos seguían las costumbres del pueblo llano y mataban al vencido. Para más inri, a los tozudos caballeros franceses no les cupo en la cabeza que los villanos ingleses les vencieran, y persistieron en la idea de que se pelea a caballo. La consecuencia, lógicamente, fue que durante cien años los ingleses les ganaron todas las batallas y refriegas que mantuvieron, y sólo tras la batalla/matanza de Azincourt los franceses aprendieron que era mejor no enfrentarse a los ingleses y que quizás ir a caballo no era la panacea.

El caso es que a partir de entonces los godos entraron en el Imperio Romano como el cuchillo caliente en la mantequilla... pero estábamos hablando de Urban y yo me estoy enrollando como una madeja, así que mejor lo dejamos para otra ocasión.

La superbombarda, ya digo, era grande de narices. La llevaron a Constantinopla a un ritmo de 2 km diarios,  y eso que Adrianópolis está 240 km al oeste de Estanbul, en el límite de la Turquía europea. La muralla de Constantinopla era un prodigio para la época, pero no estaba pensada para una desconocida artillería: día a día, el cañón fue bombardeando la muralla... y en fin, el resto es historia.

Por supuesto, el tema de Constantinopla da para un millón de artículos (y sin duda hay miles de blogs que los escriben), pero ahora quería hablar de Urban. Puede que, a fin de cuentas, en la sitiada Bizancio no tuvieran material suficiente para que el hombre se luciera y por eso no le contrataron, pero el caso es que no le contrataron. Le contrató el otro. Ya les dije que el valor de un ingeniero lo establece su conocimiento, y en este caso el conocimiento de Urban era valiosísimo. Tenerlo significó el éxito, y no tenerlo el desastre. Así de fácil.

Así que aprenda de la Historia, y no vuelva a discutirle a un ingeniero sus emolumentos, ¿vale?

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