Hoy, en el periodiquillo local, venía la carta de una lectora, que decía sentirse indignada. Resulta que ella, joven y creyente, había intentado acceder a la Catedral de Barcelona; era un día caluroso y ella vestía pantalones cortos y tirantes. Y, por lo que cuenta, el servicio de puerta no la dejó entrar, no iba vestida adecuadamente. En la carta, la moza se quejaba de que esta norma era de los tiempos de Franco y se preguntaba si seguíamos igual que hace 70 años. Opinaba, claro, que la religión tenía que cambiar y adaptarse a los tiempos, y que comprendía que la gente, y sobre todo los jóvenes, se alejaran de la Iglesia.
La chica, ya digo, es joven. Probablemente demasiado, pues no entiende que no cualquier ropa vale para cualquier ocasión. No me cabe duda que si fuera a la boda de su mejor amiga se afanaría por encontrar un buen traje de fiesta, de gala; no se le ocurriría presentarse con una camiseta de tirantes y unos pantalones "cortos" como de pasear por Barcelona en un día caluroso. Tampoco se vestiría así si fuera a una audiencia con nuestro Molt Honorable, el Rey de España, el Papa o la reina de Inglaterra... no hace falta que siga nombrando situaciones, ¿verdad?
Quizá lo que ocurre es que la moza, aunque se declara creyente, no es muy consciente de que, para los creyentes, la catedral de Barcelona, como cualquier templo, es un lugar sagrado. No es una discoteca, es un sitio especial.
También se le podría decir que en Barcelona, en verano, se ve de todo: bandadas de jóvenes de 100 kg de peso medio borrachos (o sin el medio) recién salidos de la playa, gente con una camiseta de tirantes de un solo hilo y que huele a un kilómetro, bikinis al aire ... De hecho, recientemente hasta el ayuntamiento ha decidido poner en su ordenanza normas sobre el mínimo decoro en el vestir en la vía pública. Por ejemplo, (en Barcelona) los hombres no podemos vestir camisetas sin mangas; se estableció, sobre todo, epnsando en las aglomeraciones que se producen en los transportes públicos, autobuses, metro,... no necesitan que sea más explícito. Se dieron cuenta que había que poner normas, establecer un límite. ¿Y se extraña la moza de que haya normas en un templo al que acuden los turistas en masa?
Pues bien, se me hace curioso que cosas tan evidentes no se las haya explicado nadie hasta ahora; porque imagino que antes de escribir una carta a un diario lo habrá consultado con alguien sentato. Pero se ve que no.
Ya no se estilan, pero ¿sabrá esta señorita que a los templos, entre otros recintos, no es correcto que un hombre entre con la cabeza cubierta - sombrero, gorra, boina? Es posible que nuestra escritora, simplemente, tenga un problema de urbanidad. De falta, claro.
Una cosa que me suele llamar la atención al respecto es la cantidad de gente que se queja de que algo parecido ocurre en Roma: para entrar en algunas basílicas, San Pedro, San Juan de Letrán y otras, exigen normas de vestimenta, en mi opinión no exageradas: los adultos, no pantalones cortos, no minifaldas, y los hombros cubiertos. No es una norma muy dura, yo he visitado Roma en verano y, simplemente, el día que tocaban estos edificios me ponía unos pantalones de lino y un polo de manga corta; las mujeres, por su parte, sólo tenían que ponerse, en ese momento, un simple chal o pañuelo sobre los hombros. Eso era todo. Pero ¡hay que ver cómo se quejan algunos, que incluso ni siquiera han estado! Yo, si son de Zaragoza, les replico que también en el Pilar hay un cartel en la puerta que establece esas mismas normas. Pero que si quieres arroz.
En fin, dejémoslo. Porque lo mejor, para mí, es la alusión a Franco y a 1943. ¿Cree acaso la mocita que en 1932 - plena II República- habría podido entrar así vestida en la catedral? Se ve que sí, no sé qué le habrán enseñado. A lo mejor es que piensa que los bañadores de manga larga y pernera eran de la época de Franco y los de tipo braguero eran de principios de siglo... Pero claro, se trataba de denigrar a la Iglesia. Y el mayor insulto que se puede hacer hoy en Cataluña (y seguramente en su tierra también, no se crea) es tildar de franquista.
Por último, un chascarrillo. Franco ya estaba muerto y enterrado, pero aún no teníamos la constitución de ahora. Donde yo veraneaba, recuerdo que íbamos a misa a un sitio cercano, una urbanización de playa. La iglesia tenía un altar interior, pero también un altar por la parte de atrás, al aire libre. Allí la gente se sentaba en el suelo, sobre la hierba... y muchos íbamos en bañador; la playa estaría a 50 metros, se comprende. Yo notaba la diferencia con la ciudad, pero comprendía perfectamente la diferencia de situaciones. Con esto quiero decir que no es cierto que las cosas, con Franco, fueran como ahora las están contando; por cada historia terrible de entonces -que las habrá-, seguro que se pueden contar 99 casos excelentes.
Y no creo que los jóvenes se alejen de la iglesia por las normas de vestimenta para entrar en los templos; quizás sí tenga que ver que no perciban lo sagrado que hay en los templos. Pero ésa es otra historia...
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