A veces ocurre, por desgracia mucho últimamente, que los barcos pesqueros de nuetra flota tienen que ir a pescar cada vez más lejos. A nuevos caladeros, que además están cada vez más lejos, porque sus caladeros de siempre los han esquilmado. Hace cien años habría soñado increíble, pero el océano no es un recurso infinito.
A veces, también, los pesqueros se trabajan peces muy raros. Peces que no se va a comer nadie de aquí. ¿Recuerdan, por ejemplo, el fletán negro? Hace unos años se puso de moda porque Canadá quería poner límites a la cantidad de fletán que pescábamos en sus aguas. Y resultaba que éramos la primera potencia mundial de captura de fletán, con lo que faltó poco para que aquello fuera casus belli. ¡Menuda agarrada con Canadá! La gente, en la calle, indignada: querían prohibirnos capturar el fletán, ahí es nada. ¿Qué iba a ser de nosotros?
Usted nunca ha comido fletán. Claro que no, si aquí no se come. No es un pez comestible, diría yo. Y, sin embargo, resulta que sí lo es. Se consume, y mucho, en Japón, y los españoles se lo vendían a capazos. Así que ya ven, se nos daba un ardite que desapareciera el fletán, pero... es lo que había para pescar, y era lo que se pescaba.
A los ingenieros que nos dedicamos al ejercicio libre, en estos tiempos nos pasa algo parecido. No hay peces en nuestros caladeros. Por más que te pases el día echando las redes, a lo más sacas una raspa de sardina. Así que has de echar las redes más lejos. En otros sitios. Y resulta que, si tienes suerte, pescas peces muy diferentes a los que pescabas antes. Pero es lo que hay.
Yo soy un ingeniero especializado en estructuras de edificios. Como edificios se hacen cada vez menos, me he tenido que dedicar a otras cosas. Primero eran rehabilitaciones de edificios. Vale. También estructuras de no-edificios, por ejemplo, de silos. Racks. Cimentaciones de máquinas. En fin. Pero, poco a poco, me encuentro que hago cosas que ni se me habría ocurrido hacerlas antes. Cosas que, lo confieso, no debería estar haciendo. Porque carezco de experiencia, de conocimientos, de todo.
Y, de vez en cuanto, resoplo y me pregunto qué diantres hago yo desarrollando ese proyecto. Que trata sobre un tema del que carezco de las nociones mínimas, que es complicado y que sé, porque tengo sus trabajos delante, que otros ingenieros lo han intentado antes y han fracasado (casualmente, esto me ocurre en varios trabajos que tengo entre manos en estos momentos)...
Pero claro, si mi caladero habitual se ha agotado he de buscar otros. Y buscarlos como si además fuera un experto: mi cliente, por descontado, no debe notar que no tengo ni idea.
Esto no me pasa sólo a mí, nos pasa a todos. De vez en cuando, algún colega me pide ayuda para enfocar un proyecto o interpretar algún dato... señales claras de que está como yo, enfrentándose a lo desconocido. A veces, el cambio se hace hacia cosas rarísimas, como yo; a otros, el cambio les lleva hacia los caminos que nunca quisieron pisar: las legalizaciones, los proyectos de licencias, las coordinaciones de seguridad y salud,... el abanico en enorme.
Y, sin embargo, esto es bueno. Esto nos hace mejores. Tuve en tiempos un compañero que había pasado 35 años calculando estructuras de edificios residenciales. Sabía un montón, pero sólo de edificios residenciales. Bastaba con que el edificio fuera industrial para que no supiera ni su nombre.
En cambio, el que - con un esfuerzo y una congoja que sólo sabe él- se enfrenta a lo desconocido y lo vence, ése, alcanzará unos niveles de oficio que jamás habría obtenido de otra forma. Puede decirse que es lo bueno que tienen las crisis: los que sobrevivan lo harán más fuertes.
Pero cuesta, caray. Es como si pescara peces que no hubiera visto antes. Que no sé cocinar, que no sé guisar. Quizás alguno es ese pez japonés que tiene un veneno fulminante y que requiere cocineros especializados en ese pez. El neguit, el desasosiego que tiene el capitán cuando enfila la proa a un mar que no conoce y con una tripulación a la que no sabe si podrá dar faena porque encontrará peces y si sabrá dirigirles debe, seguramente, ser equivalente al que siente el ingeniero cuando, tras ímprobos esfuerzos, logra un proyecto para su mesa y, sin embargo, sabe que en realidad ese proyecto debería ser para otros, para especialistas en eso y que no son él.
Sí, ya lo sé, ya lo he dicho. Es lo que hay. Y que no se nos ocurra quejarnos, que al menos conseguimos encargos. Pero a medida que los encargos se alejan cada vez más de lo que solías y sabes hacer, te vas dando cuenta de lo profunda de la crisis. Y, de vez en cuando, como ahora, has de parar, resoplar y exclamar: ¡cómo está el patio!
Si es usted un profesional que, más o menos, se encuentra en una situación parecida a la que he descrito, sepa, compañero, que esta entrada va por usted. Ánimo, el trabajo es duro y los nervios no se los voy a quitar, pero.... no está usted solo. Saldremos adelante, y además saldremos mejores. Un abrazo.
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