https://www.youtube.com/watch?v=mCHUw7ACS8o
Hace bastantes años leí que en la profesión de ingeniero se alcanza el cénit entre los 45 y los 55 años. A diferencia de, por ejemplo, deportistas, camioneros, artistas o filósofos: cada uno tiene sus picos de rendimiento y calidad en edades diferentes.
En
mi caso, yo diría que mis mejores años fueron cuando tenía entre 40 y
50, pero es cierto que entre los 50 y los 55 también fueron buenos años;
no tanto como los anteriores, pero todavía con un buen nivel. Aunque,
eso sí, con un descenso evidente en esos 5 años. Lo que tengo claro es que mi apogeo profesional ya pasó.
Soy consciente de que hace tiempo que no tengo la capacidad de trabajo que tenía otrora. Ni de chiste dedico las mismas horas. En las visitas de obra me canso, físicamente. Obsoleto en lo informático, no sé usar los programas de cálculo que imperan ahora, desconozco las normas, soy como un perro viejo que ya no aprende trucos nuevos. Y algo muy desagradable: casi siempre soy ya el más viejo, y el que cuenta las historias del pasado, qué diferencia con mis años mozos que escuchaba ávido de saberes las batallitas de los que estaban ahí antes que yo.
Antes de las vacaciones se me ocurrió demostrar con datos la sensación que tenía, e hice un listado de todos los asuntos que me habían llegado en los doce meses anteriores: ninguno tenía empaque suficiente para que en mis buenos viejos tiempos los hubiera considerado dignos de mención y no sólo distracciones o agradecidas variaciones (o descansos) de los grandes proyectos que entonces llevaba. Lo cierto es que no recuerdo ningún proyecto de los últimos años que pudiera decir que tiene de verdad consistencia propia: todo son patas de banco, informes preceptivos que alguien ha de hacer o casetas de perro. Y no me importa, en absoluto. Yo ya tuve mis obras con 20 grúas, ya hice mi rascacielos, ya di mis conferencias, ya afronté grandes problemas, ya resolví los proyectos que nadie sabía resolver, ya viajé, ya enseñé a jóvenes, ya mi nombre y mi prestigio me precedió al presentarme en las obras o en las salas de reuniones. Qué caramba, estuvo bien, ya pasó, y ahora tengo una vida tranquila. Suerte de las placas solares, que son cosas sencillas y bien pagadas: mi ego no necesita revivir mis años de gloria.
El caso es que ahora ya me dedico a las actuaciones menores, ésas que da vergüenza dárselas a un calculista de verdad. Me habrían hecho feliz en la época en la que empezaba, pero ahora me divierte sobre todo el notar cuán diferente es el enfoque con que las afronto ahora. Digamos que, con el tiempo, me he desengañado y ya no aplico las normas sino mi sentido común. Me parecen muy exageradas, las normas, con tanto coeficiente, tanta precaución y tanto, dicho en plata, cogérsela con papel de fumar. Miren, lo que quiere el cliente es que su estructura no se caiga y que sea barata, no está pidiendo que cumpla las normas. Con lo que yo, que como he dicho a estas alturas sólo me dedico a cosas de pequeña importancia, me acojo a la cláusula de las normas de que en obras de pequeña importancia no es necesario ser tan estricto, y hago lo que me parece razonable. A estas alturas, mis clientes ya me conocen y confían en mí, y eso me permite ser poco convencional. Original, si se prefiere. Para mí, es una liberación.
A estas alturas de la película, y aprovechando que ya trabajo fuera del radar... qué quieren que les diga.
Of monsters and men - Dirty paws