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Amalec vino y atacó a Israel en Refidin. Moisés dijo a Josué: «Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón de Dios en la mano». Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; entre tanto, Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec. Y, como le pesaban los brazos, sus compañeros tomaron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras, Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así resistieron en alto sus brazos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su pueblo, a filo de espada.
Ex 17, 8-13
De entre las historias mosaica ésta es, sin duda, una de las favoritas de todos los tiempos. Moisés, en lo alto de un otero, con los brazos levantados para que su pueblo gane el combate porque cuando se le cansan pierden, los dos compañeros que deciden que ellos le sujetan los brazos,...
Pero esta historia contiene más chicha de la que parece.
En primer lugar, es la primera batalla que libra Israel. Han conseguido huir de Egipto (no hubo batalla en el cruce del Mar Rojo), y empiezan su vagabundeo por el Sinaí. Todavía es reciente la huida, no se han organizado, están débiles. Y el libro del Éxodo no cuenta, o yo no lo sé, los detalles ni el porqué ni nada, pero parece ser que los amalacitas atacan a la columna de refugiados. La marcha hacia la tierra prometida no va a ser un camino de rosas.
¿Y quién era Amalec? Pues parece ser que descendientes de Esaú, el hermano y rival de Jacob Israel. Viejos enemigos, por lo tanto. Y un pueblo que moraba al sur: es decir, en Arabia. Es decir... árabes. Parece ser que eran nómadas, dedicados al pastoreo (el Sinaí era mala tierra para cultivar, pero muy buena para pastar). Y chocaron unas cuantas veces con los israelitas, pues la Biblia recoge varios enfrentamientos. Algo debió pasar en Refidin, porque el odio entre amalacitas e israelitas fue perpetuo, hasta la desaparición de los primeros, y quizás la explicación está en lo que dirá el libro del Deuteronomio :
Recuerda lo que te hizo Amalec en el camino, a tu salida de Egipto; cómo te salió al paso en el camino cuando ibas agotado y extenuado y atacó por la espalda a todos los rezagados, sin temor de Dios.
Dt 25, 17-18
Es decir, los amalacitas no fueron hospitalarios, no acogieron con la tradicional hospitalidad beduina al que llega agotado a través del desierto. Y precisamente a los rezagados: los más débiles, los más extenuados. Aquel acto debió ser tan atroz a los ojos de los judíos que decidieron registrarlo para no olvidarlo, para asegurarse de que el odio a los amalacitas se transmitiría de generación en generación. Claro que la Biblia omite un pequeño detalle, casi insignificante: para nosotros, fueron los israelitas los que estaban invadiendo a los amalecitas, así que podríamos preguntarnos el comportamiento de la hambrienta turba judía cuando encontrara los rebaños de los de Amalec, ¿no creen?
Historias aparte, el relato de la batalla incluye varios detalles de los que deberíamos sacar enseñanzas provechosas. Y es que los libros de la Biblia, en especial los libros más antiguos, no se redactaron como los demás libros que en el mundo se han escrito. En especial, insisto, los más antiguos, como el Éxodo. Pongámonos en situación: Aarón, el primero de los sacerdotes, de la casta sacerdotal. Es fácil que el relato de la batalla de Refidin se transmitiría de unos sacerdotes a otros, de forma oral, ya que no se escribían libros en esa época y menos un pueblo inculto y errante como el judío. E imaginar a los sacerdotes, a su vez, contándolo al pueblo en las reuniones que tuvieran al atardecer, al regresar todos de sus obligaciones y juntarse para compartir ese rato del día. Los sacerdotes, claro, se aprenderían los textos de memoria (aun hoy, en las sinagogas, cuando alguien lee un pasaje de las Escrituras hay una persona a su lado vigilando que lo que pronuncie sea lo que realmente hay escrito), pero es que seguro que en sus escuelas, templos y casas discutirían entre ellos sobre el pasaje e irían puliendo el texto, hasta que finalmente, siglos después, algún escriba haría una primera plasmación en tablilla, papiro o lo que utilizaran, y tal vez un par de siglos después algún otro escriba haría una enmienda, un añadido o una corrección (quien sabe, puede que algún fragmento se perdiese, o...). El caso es que podemos estar seguros de que el texto dice exactamente lo que se quiere decir y cada palabra tiene su motivo y su intencion. Pero las enseñanzas no son explícitas, no darían a basto los papiros disponibles, y estos textos se escribieron con la idea evidente para ellos de que los lectores los meditarían y se les explicarían.
Vamos a por esos detalles.
El primero, por supuesto, es la moraleja oficial del relato: en tiempo de tribulación, acude a Dios. Y confía, porque con su ayuda saldrás del apuro. Pero hay más.
Sí, Moisés sube al monte a pedir la ayuda de Dios... pero antes envía a Josué a luchar. Ayuda para la batalla, sí, pero al mismo tiempo los israelitas se parten el careto. Como dice el refrán, "a Dios rogando y con el mazo dando". Tendríamos que contar esta historia a tantas personas que confían, exigen incluso, en que sus padres, o papá-Estado, les resuelva la vida. Les paguen los gastos, les den subsidios, les pensionen. Por su cara bonita, sin haber hecho nada para ganárselo, pero sobre todo sin luchar ellos con todas fuerzas para salir de la situación en la que se encuentran. En fin, no sigo que creo que ya se me entiende.
Otro detalle, más difícil de captar: Moisés solo no puede. Han de ayudarle. Aaron y Jur, desde lo alto, se dan cuenta de que cuando Moisés baja los brazos por cansancio se vuelven las tornas de la batalla, y actúan. Para meditarlo. Una ayuda, por cierto, que Moisés no desprecia, reconoce que la necesita. También para meditarlo: conozco a muchas personas que se niegan, a veces, a que las ayuden.
G.F. Haendel - El mesías, HWV 56 - Parte 1, nº 3: Coro "Y la gloria del Señor"