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Cuando yo era chico, la gran atracción era el cine. La televisión, la verdad, no pasaba de ser un mero entretenimiento: cuando uno estaba en casa, una buena lectura o jugar con amigos o hermanos era siempre preferible a ver la tele. También es cierto que los televisores de entonces no estaban al nivel de los de ahora: pequeños, cuadrados curvados, con 625 líneas, muchas veces en blanco y negro,...
Nadie esperaba con ansia el momento de sentarse a ver la programación, nadie pasaba luego el resto del día rememorando el buen rato que había pasado viéndola. Sí es cierto que algunos programas daban luego qué hablar, claro que se comentaban a posteriori, pero no se tiraban cohetes. El cine, en cambio... Desde el momento en el que se decidía que se iba a ir al cine a ver tal película aparecía una ansiedad por que llegara el momento. Luego, los preparativos. Comprar las entradas, esperar en el ambigú, tal vez comprar unas palomitas con miel o unas almendras garrapiñadas, o proveerse de pipas. Entrar, la gran sala, la gran pantalla. La película. Luego, a la salida, rememorarla y volverla a disfrutar en los recuerdos. Y, por supuesto, los días siguientes contarlo. Como digo, era la gran atracción, sólo superada por las ferias o el circo los días que llegaban a la ciudad.
Valga este prolegómeno para decir que he ido mucho al cine y que recuerdo muchas escenas. O, lo que es lo mismo, que ha habido muchas escenas que han grabado una espero que indeleble huella en mi memoria.
Llevo unos días pensando sobre el tema, y creo que mi escena favorita, la que más me impactó y estoy seguro de que a muchos también, fue cuando Tom Hanks pierde a su pelota en el océano y grita, desesperado: «¡Wilson!». Huelga decir que vi la película en un cine: una pantalla enorme, en la oscuridad, con un sonido espectacular... En un televisor en mi casa, por moderno que fuera el televisor, no habría sido lo mismo. Los que han visto Náufrago saben a qué escena me refiero, pero sólo los que la hayan visto en la gran pantalla estarán de acuerdo conmigo. El televisor no nos traslada igual a la escena, no nos la hace vivir tanto.
La escena de Wilson es mi escena. Otros tendrán otras, pero seguro que algunas tendrán, si han ido al cine.
Hoy, el cine es despreciado. No es la atracción favorita de casi nadie. Pero la magia que contiene sólo está ahí. Me dirán que las películas de ahora son malas, no son como las de antes: eso usted no lo sabe si no ve la película. Sí, muchas son malas. Pero vale la pena descubrirlo por uno mismo. Y otras son una sorpresa. Inténtelo. Este 2025 vaya más al cine.
Johan Strauss (hijo) - Bombones de Viena
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