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A finales de 1969 se encontró petróleo en el Mar del Norte, en la plataforma continental noruega. Noruega no era, hasta entonces, un país que generase admiración (ni por sus mujeres: la fama la tenían las suecas); pero el gobierno noruego hizo lo que fue una jugada maestra: permitió que fueran petroleras extranjeras (no había noruegas, claro), pero estableció un impuesto del 80% los beneficios de las petroleras. Empezó la época de la abundancia. Como el zaragozano municipio de La Muela con los molinos de viento, se encontraron que lo tenían todo pagado. A mediados de los 90 hicieron la segunda jugada maestra: crearon el famosísimo fondo soberano noruego, que gestionaba el enorme excedente monetario que tenían, y establecieron además que el gobierno no podía jamás gastar más del 3% de ese fondo al año. Es decir, supieron ver más allá de la riqueza inmediata, y además pusieron las normas para no verse tentados a meter la caja en la hucha. Todos nos imaginamos lo que habría pasado, con Zapatero o con Sánchez, si el gobierno de España hubiera tenido un fondo semejante.
Pero esos eran otros políticos y otros tiempos. ¿Recuerdan lo de hombre rico, hijo tonto, nieto pobre? Pues en Noruega están en ello. La riqueza les está llevando a la complacencia, y años de altos ingresos con jornadas laborales cortas, atención médica gratuita, guardería gratuita, educación gratuita y demás lujos se están cobrando un peaje en la sociedad: generan pocos emprendedores. ¿Y los políticos? Pues también degeneran, cada vez son peores, pero como el dinero fluye y la sociedad vive bien no se dan cuenta. Gastan un 45% más en salud que Suecia, con resultados similares. El porcentaje de trabajadores de baja por enfermedad es 2,5 veces el de Dinamarca. Gastan un 50% más que Finlandia en educación primaria y secundaria y sus resultados son peores...
Llegados a ese punto, no se les ocurrió otra cosa que establecer un impuesto a las ganancias no realizadas de las empresas. Una ganancia no realizada se produce cuando una inversión aumenta de valor pero no se vende; por ejemplo, cuando una acción sube de precio. La tasa establecida fue de un 1%. Ahora imaginemos una empresa que surge. Una start-up, por ejemplo. Las acciones se disparan, y el 31 de diciembre se establece un valor que es muy alto. Ha de pagar usted el 1% de ese valor muy alto. Empezó su empresa con 100.000 euros de capital social (es el dinero que puso para arrancar la empresa), las acciones se han disparado y vale, pongamos, 10 millones, ha de pagar el 1%. Aunque usted no tenga ese dinero, porque es un beneficio ficticio, no real. Pero... ¿y si la empresa quiebra o las acciones se desploman? Ah, eso al gobierno le da igual: el día que devino el impuesto sí tenían valor. Recordemos, además, que las ganancias reales y los dividendos ya pagan el 38% de impuestos. Es un asunto complejo, lo reconozco, pero lo interesante es que el efecto obtenido fue que 100 de los 400 mayores de impuestos abandonaron el país (esos 100 representaban, por cierto, el 50% de la riqueza de ese grupo). Y con ellos sus negocios, claro está. A las petroleras y empresas pesadas, este impuesto no era sino uno más, pero las tecnológicas y las típicas nuevas empresas que pierden dinero los primeros años estaban vendidas. ¿Y cómo reaccionó el gobierno a esa fuga? Pues... si habían generado un problema, la solución que encontraron fue ahondar más aún en él: si decides mudarte de Noruega, inmediatamente debes pagar el 38% del valor total de mercado de tus activos al momento de tu partida. No importa si no tienes liquidez, si tus activos son de alto riesgo y podrían desplomarse en valor, o incluso si tu empresa fracasa después de que te vayas: aún deberás el impuesto.
Anteriormente, los emprendedores al menos podían reubicarse si el impuesto sobre la riqueza se volvía demasiado oneroso. Ahora, tienen incentivos para irse antes incluso de comenzar sus negocios.
Cuando se empezó a levantar el muro de Berlín, quedó claro para todos qué lado de la ciudad tenía el mejor sistema, en cuál prefería vivir la gente: en el que no necesitaba levantar un muro para impedir que sus ciudadanos lo abandonaran. Pues en Noruega parece que está pasando lo mismo. De momento, son los que quieren crear empresas los que están abandonando el país, pero también casi cualquiera que tiene un cierto capital está quedando atrapado. Se supone que lo que el gobierno debería hacer es atraer talento e inversiones del exterior y retener las que tiene, y en cambio lo que están provocando es justo lo contrario.
Para más inri, el país es tan rico que no necesita el dinero del impuesto a las ganancias no realizadas, lo que provocó todo, pero cuando el petróleo se acabe sí necesitarán empresas. Lo conseguido con estos vaivienes impositivos ha sido romper la confianza en el país para hacer negocios o crear empresas, y eso les va a llevar, me temo, décadas recuperar. Asombra un poco que los políticos no lo vean, pero así son las cosas.
Esto, por supuesto, jamás nos pasará a nosotros, ¿verdad?
Es el momento de revisitar "Occupied".
W. A. Mozart - Concierto para piano nº 21 en Do mayor. 2º movimiento: andante
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