sábado, 29 de septiembre de 2018

El bombardeo de Tokio




El seis de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó una bomba atómica sobre Hirosima. La bomba era de uranio. El 9 de agosto, lanzó una de plutonio sobre Nagasaki. En ambas acciones murieron 70.000 y 40.000 personas, más otros 70.000 y 40.000 más tarde y respectivamente.

Pero hubo un bombardeo más salvaje que estos, y sobre el que nunca se habla. Para ilustrarles el salvajismo de ese ataque, les repito: nunca se habla de él. Así fue de salvaje. Fue el bombardeo de Tokio la noche del 9 al 10 de marzo de 1945; y el hecho de que fuera por la noche (y sin luna: sería luna nueva el 14) me parece de especial importancia: las bombas nucleares fueron por la mañana, y la cosa cambia.

El bombardeo de Tokio podría resumirse en algunos datos: 279 superbombarderos B-29 (unos 30 más no llegaron, bien porque se perdieron, bien porque se averiaron) que lanzaron 1.665 toneladas de bombas de 230 kg de peso, miles de bombas. Cien mil muertos en el bombardeo. Un millón de personas perdieron todo lo que tenían, casa incluida. Pero decir esto sería quedarse en la superficie.

Las bombas no eran bombas como usted se imagina cuando piensa en bombas. Eran bombas de racimo que desperdigaban a su vez bombas de napalm. Cada una soltaba 38 bombas incendiarias, así que tenemos unas 275.000 bombas. Lanzadas desde el cielo en un par de horas.

El objetivo no era militar. No era estratégico. No se quería destruir ningún complejo industrial o una red de comunicaciones importante. Se eligió como objetivo a la población civil, los barrios más poblados. Se eligió el rectángulo noreste de la ciudad, en el que vivían más de un millón de personas. La mayoría de las casas, allí y entonces, eran de madera (y de bambú), y de ahí el emplear napalm.

A esas alturas de la guerra, todo Japón ya sabía que iba a perder. Los heridos volvían a sus casas y los heridos hablaban, así que de puertas adentro no se engañaban; lo que no sabían era cómo rendirse.

También los norteamericanos sabían que la cosa ya estaba resuelta. Seguían combatiendo en Iwo Jima, pero para ellos todo era cuestión de tiempo, la victoria ya estaba asegurada. LLevaban tiempo bombardeando Japón (¡desde casi tres años antes!) y su dominio del espacio aéreo era indiscutible. El problema que tenían con estos ataques era que no conseguían gran cosa. Bombardeaban los objetivos clásicos, militares e industriales, pero por una causa o por otra no lograban grandes resultados. Sí que probaron, también, el empleo del napalm, pero el mando aéreo prefirió el estilo tradicional. Hasta que destituyeron al general Hansell y pusieron al mando al general Curtis LeMay.

Y LeMay quería resultados que presentar.

Así que cambió la estrategia de bombas contra industrias a napalm contra la población.

¿Cómo es la noche en un Tokio en guerra pasadas las 12 de un 10 de marzo? En primer lugar, pensemos quiénes estarían viviendo allí. Desde luego, no jóvenes aptos y hombres en su plenitud, no. Vivirían niños, mujeres, ancianos, lisiados e inutiles para el combate. Las familias, sin el cabeza, sin la persona en la que confiar para sacarlos de todo apuro. La noche sería oscura, sin luces. Hay que ahorrar, y además no hay que poner las cosas fáciles a los bombarderos. 

Así que tendríamos a todo el mundo durmiendo. Hasta que de manera salvaje empieza a llover fuego del cielo. Despierta, deprisa. ¿Qué está pasando? No lo sé, pero tenemos que salir de aquí: ¡busca a tu hermana! Los bomberos no pueden hacer nada, sólo ayudar a la gente a escapar. Pero no del fuego de tu casa, sino de la ciudad: el sector atacado medía 6,4 por 4,8 km, y el fuego y el caos está por todas partes. El aire arde, creo que se alcanzaron los 980 grados centígrados. Miles de personas murieron simplemente porque el fuego consumió todo el oxígeno. Y todo aquél que intentó combatir el fuego, o que prefirió quedarse en su casa, todo aquél que no salió disparado por piernas, murió. Más de 100.000 muertos. Pero no, repito, soldados o trabajadores: niños, mujeres, ancianos. Los soldados estaban todos a salvo, en sus cuarteles.

Y no fue un daño colateral de un bombardeo. Fue el objetivo buscado. Era lo que querían.

Mención aparte merece el napalm: lo inventaron en Harvard en 1942 y los americanos lo usaron en la guerra en Europa y, como he explicado, en Japón. Luego en Corea, y la fama le llegó en Vietnam. Y es un producto que, mientras encuentre oxígeno, no dejará de arder: no se puede apagar salvo que se sumerja completamente en agua, algo imposible en un edificio. ¿Sabían los bomberos japonenes lo que tenían que combatir? Desde luego que no. Y el fuego abarcó unos 41 km2. 

De noche. Usted estaba durmiendo. Se despierta porque la casa está ardiendo. Sale, cegado por el humo. Le cuesta respirar. Busca a los suyos, intenta organizarse, un lugar seguro. Pero no existe tal lugar, y si existe, está muy lejos de usted. ¿En qué dirección? No lo sabe. ¡Ah!, pues entonces va usted a morir, usted y su familia, atrapado en un incendio que no podrá apagar. ¿Sabe dónde huyó mucha gente? A los parques que se habían construido, precisamente para tener a salvo a la población, tras el gran terremoto de 1923.. Llevaban 20 años con la consigna "en los parques estaréis a salvo". Imagine usted, qué pasó con esos parques.

 Los días siguientes al ataque se recuperaron 80.000 cadáveres. Pero muchos más no se recuperaron, y el departamento de bomberos estimó que había 97.000 muertos y 125.000 heridos. No lo sé, y supongo que jamás se sabrá. Algunos historiadores creen que el número de muertos fue mucho mayor, varias veces, pero que ni Estados Unidos ni Japón entonces tuvieron interés en revelar que la matanza había sido tan espantosa. En cualquier caso, murió más gente y el área desvastada fue mayor que en Hiroshima y en Nagasaki. Y en mi opinión, más salvaje. En Tokio hubo ensañamiento.

Y por cierto: las noches siguientes atacaron con el mismo método Nagoya, Osaka y Kobe. Hasta que se quedaron sin bombas incendiarias. Y cuando tuvieron más, continuaron. A finales de mayo, más de la mitad de Tokio había sido destruida.


Se estima que los bombardeos de LeMay en Japón mataron oficialmente a 500.000 personas (y ya nos imaginamos qué tipo de personas) y dejaron a cinco millones sin hogar. Si los EE.UU. hubiesen perdido la guerra, no me cabe la menor duda de que LeMay y todos sus superiores, desde Arnold hasta Rooselvet, habrían sido ahorcados por crímenes de guerra. 

La Historia la cuentan los vencedores, ya lo sabemos. Y de lo que no quieren hablar no se habla. Del bombardeo de Tokio, desde luego, no quieren.  Y ya sabe usted porqué.




Mónica Naranjo - Sobreviviré (Interpretación de Ainhoa, OT-2)

lunes, 24 de septiembre de 2018

Por qué se producen los atascos




Todos tenemos la experiencia: va uno tan pancho por la autopista, el tráfico es denso pero fluido y todos circulamos a velocidad alta. Y entonces ve que más adelante están todos parados. Todos. Usted también para. Poco a poco, los carriles van avanzando, cada uno a su ritmo, hasta que de pronto se encuentra de nuevo circulando a alta velocidad (quizá ya no tal alta) y con un tráfico denso pero fluido. ¿Por qué el parón? Ni idea, usted no vio causa alguna.

Una de las preguntas más frecuentes en estas situaciones es papá, ¿porqué se producen los atascos? Si usted no es ingeniero pero quiere saber la respuesta, quizá lo que sigue le ayude a responder. No va a ser la respuesta más científica posible, pero le servirá para salir del paso: se la entenderán.

Supongamos que su coche mide 4,5 m. Supongamos que usted circula a 120 km/h y que deja con el conductor de delante una distancia de seguridad equivalente a 1 segundo (como ya expliqué en esta entrada, es la distancia que usted recorre en 1 segundo, su tiempo probable de reacción: lo que tarda usted en pisar el pedal del freno en que ve que ha de frenar). Es decir, unos 33,5 metros. Con lo que usted ocupa 38 metros: 4,5 con su coche y 33,5 con espacio libre delante. Si todo el mundo en su carril va a la misma velocidad, que es la optimización de la capacidad del carril, podemos decir que 1000 coches ocupan 38.000 metros de carretera.

Imaginemos ahora que en esos 38 km quieren entrar más coches: se incorporan más coches de los que abandonan la carretera. Pongamos que no son 1000 coches, son 2000. Ahora no tiene usted 38 metros para usted, sino la mitad: 19. Y como su coche sigue ocupando 4,5 m (no circula usted a casi la velocidad de la luz), el espacio libre de delante es de 19-4,5=14,5 m.

Si usted es un conductor prudente, seguramente quiere mantener su segundo de reacción con respecto al coche de delante, por lo que ajustará su velocidad: irá a 52 km/h. Con respecto a sus 120 km/h iniciales, es como si estuviera casi parado.

Y si aún entraran más coches, pongamos 4000, usted iría a 18 km/h. Por cierto, si quisieran circular 6000 coches por ese tramo, la distancia que tendría es de 1,80 metros. Poco más de metro y medio. Pero es la distancia que, seguramente, deja usted con el de delante en un atasco: no se va a acercar más. Así que con 6000 coches usted está parado y no se mueve. Si eran 1000 coches al principio, significa que por cada coche que circulaba se han ido incorporando 5 más.

Recapitulo: si en el viaje, por cada coche que circula con usted cuando la carretera va densa pero fluida se incorporan 5 coches más, todos parados. Les es físicamente imposible avanzar: su única solución es que empiecen a salirse coches, lo que suele ocurrir... por la parte de delante, y cuando se hayan ido usted podrá moverse.

Por supuesto, el atasco se produce mucho antes de los cinco coches: las incorporaciones no son nunca tan fluidas como para no interferir en la circulación, y se producen reducciones de velocidad. Si usted va detrás del que ha reducido, lo que usted observará es que el coche que ha reducido ha invadido su espacio libre: se ha incorporado al espacio que tenía reservado, cuenta como uno de los cinco coches que le están quitando carretera. Y así se llega rápidamente al atasco.

De hecho, vuelvo al dato anterior: sólo que 1 coche se le incorpore en su espacio, usted dejará de ir a 120 km/h para ir a 52 km/h. Y eso, en una conducción ideal.

En fin, resumiendo: cada coche, para circular, necesita un cierto espacio. Mayor cuanto más rápido quiera circular. La carretera tiene el espacio que tiene, y si hay muchos coches usted no toca a tanto espacio. Así que reduce la velocidad. Y si hay muchos coches, llegan a no caber y se paran. Fin.

Sí, sé que es una explicación muy sencilla. Demasiado simplificada, me dirá alguno. Pero, bueno, tampoco hace falta darle a su hijo una clase magistral, ¿no?




 Pepa Flores (Marisol) - Háblame del mar, marinero

domingo, 23 de septiembre de 2018

Entropía





De todos los conceptos que nos enseñan (nos enseñaron) en la escuela, yo pienso que el más difícil de entender es el de la entropía. En las asignaturas de lenguas puede que haya conceptos complejos, figuras literarias y cosas así, y también en filosofía: la lógica y sus silogismos, algunas falacias. No cabe duda de que las ideas de muchos filósofos (Hegel y, de hecho, cualquiera que fuera alemán) son incomprensibles por el alumno medio; pero es por lo embarullado de las ideas del alemán, su retorcida visión de las cosas. Entender a Kant no es fácil, pero lo es por la grandeza de su pensamiento: por fuerza la explicación del Universo ha de ser compleja.

También hay dificultades en las matemáticas. Permutaciones, combinaciones, variaciones. El producto vectorial. Las series y las sucesiones. Sí, hay muchas ideas complicadas. Pero por áridas o por farragosas: bien explicadas, el estudiante se da cuenta de que no tienen ninguna dificultad. 

En las ciencias están la mayoría de las cosas incomprensibles. Ya que, a diferencia de las filosóficas, no son el resultado de razonamientos sino la descripción de realidades de la Naturaleza que no sentimos. Por ejemplo, el momento angular. No es sencillo explicar qué es el momento angular, fuera de que es algo que se tiene o no se tiene y el ejemplo universal de la patinadora. Tampoco creo que se explique bien qué es la temperatura y porqué es diferente del calor, porqué puede uno congelarse al instante en un ambiente que esté a 1000 grados. Y, por supuesto, hay cosas que es que, simplemente, no sabemos. La gravedad, por ejemplo. Son cosas que por suerte conocemos por la vida misma, no necesitamos que nos las enseñen en la escuela.

Claro que hay muchos interrogantes, pero es que la escuela es una educación básica; para saber más, para entender mejor las cosas, ya están los siguientes niveles de enseñanza.

Y luego está la entropía.

La entropía es un concepto fundamental de la Termodinámica (que es la fuerza que mueve al mundo). Recuerdo que ya cuando empezaron a explicarla, en el colegio, mi padre me advirtió que la Termodinámica y su 2ª ley eran muy importantes, pero que eran muy difíciles de entender. La 2ª ley, claro está, es la de la entropía. Y es una ley muy fácil: la entropía siempre aumenta.

Bien, en la Universidad estudié un año entero de Termodinámica. Amén de posteriores asignaturas directamente relacionadas. Y tampoco allí supieron explicar bien qué es la entropía.

¿Qué es la entropía? Ya digo que es difícil de explicar. Como prueba el hecho de que la citada 2ª ley de la Termodinámica no tiene un enunciado tan claro como el que he hecho. La entropía es que el calor siempre pasa del cuerpo caliente al frío. ¿Es eso la entropía? Claro que no, pero también es una manera de enunciar la 2ª ley. Así que algo debe tener que ver la entropía en eso de que el calor va del caliente al frío. Pero suele definirse la entropía como la medida del desorden. Las cosas tienden a desordenarse, por lo que la entropía siempre aumenta. Ordenar cuesta esfuerzo, que se invierte en reducir la entropía. Pero mirando más allá, ese esfuerzo se ha obtenido a costa de algo, y ese algo ha supuesto un desorden mayor que el que ha ordenado el esfuerzo. La 2ª ley.

(Aviso: es cierto, no entiendo bien la entropía, ni su sentido físico. No sé decir qué mide. Y es posible que las elucubraciones de este artículo sean erróneas).

¿Porqué es importante la entropía? Pues porque siempre aumenta. Y cuando ya no pueda aumentar más, el Universo se detendrá por completo. Se habrá acabado todo. Cada acto que cometemos aumenta la entropía del Universo.  Así que cada acto que cometemos nos acerca más al final. Pero esto no es normal. Entiendo que en el principio la entropía sería 0; no puede ser negativa. Con el Big Bang la entropía empezó a aumentar. Y resulta que la cantidad admisible de entropía es finita, y cuando se alcance, fin. Ya no sucederá nada más, porque ya no podrá aumentar más la entropía. 

Pero, por supuesto, la entropía no se puede medir. No hay entropiómetros.

¿Ustedes lo entienden? Yo no, pero una cosa está clara: debe ser algo muy importante, porque se enseña en la escuela. Y si allí se enseña un concepto tan extraño, es que debe ser importante.

Pues bien, la misión de los ingenieros es reducir la entropía.

Sí, ya sé que suena muy raro y que la inmensa mayoría de los ingenieros no sabe que ésa es su misión, pero lo es. Aquí, me temo, interviene la formación que he tenido como ingeniero: en mi plan de estudios era muy importante la Termodinámica. Y lo ilustraré con un ejemplo.

No sé si saben qué es el coeficiente volumétrico. En un motor térmico (verbi gratia, el motor de un coche), es un parámetro que se refiere al proceso de introducción del combustible en la cámara del pistón. Pues bien, en la práctica la única manera de mejorar el rendimiento de un motor (está claro que nos interesa a todos) es mejorar el coeficiente volumétrico. El resto de parámetros ya no podemos mejorarlos apenas. Y de ahí vienen las cuatro válvulas por cilindro, la inyección, el "turbo", etc. Pero el rendimiento del coche no viene sólo por el rendimiento del motor: hay muchos más detalles que influyen. El más conocido es la resistencia del viento: la aerodinámica. No tiene sentido que la energía del motor se invierta en vencer toda la resistencia del viento, cuando un diseño cuidadoso de la carrocería puede encargarse de la mayor parte. Otro aspecto, que suele pasar desapercibido, es la salida de los gases de escape: a fin de cuentas, la mezcla de aire y combustible que entra en el cilindro tiene que expulsar los gases que ya están dentro, ¿no? Pues entonces, si conseguimos facilitar el escape de estos gases estamos quitando una tarea más al motor. De ahí los colectores, los escapes múltiples, etc.

Pero lo bueno es que todo importa. Por ejemplo, cuando hablo de la aerodinámica de un coche todo el mundo piensa en el morro afilado, en los retrovisores carenados, etc. Pocos piensan en los spoilers traseros, tan de moda en los ochenta, en el diseño en general de la trasera del coche. Y sin embargo importa y mucho: si el diseño es poco cuidadoso, el aire que deja atrás el coche en su avance no está encauzado y no sabe qué hacer, formando pequeños remolinos. ¡Ay! Estos remolinos los está generando el vehículo, luego está empleando la energíad e su motor en hacerlos. Si el diseño de la carrocería consigue eliminar los remolinos traseros, el motor se podrá dedicar más a lo que se trata.

No sé si captan la idea: todo influye. Unas cosas para bien y otras para mal. Y la tarea de los ingenieros es eliminar lo que afecta para mal e introducir lo que afecta para bien.

Podríamos definir la entropía como la medida de la ineficacia. Lo que contribuye a consumir energía, a hacer algo ineficaz (por ejemplo, el rozamiento), aumenta la entropía. Lo que contribuye a aumentar la eficacia, disminuye la entropía. Claro que, como siempre hay ineficacias, globalmente la entropia siempre aumenta. Así que lo que podemos conseguir es que aumente lo menos posible. Graficamente podríamos verlo como una pelota que dejamos caer contra el suelo. Si el proceso fuera ideal, la pelota rebotaría y volvería a nuestra mano. Se diría entonces, que el proceso ha sido reversible, y podríamos repetirlo hasta el infinito. Pero la realidad no es ideal, y la pelota no vuelve a la mano: parte de la energía de la pelota se invierte en vencer el rozamiento del aire, y parte en la deformación de la pelota durante el choque. Para que el proceso pareciera reversible (es decir, que volviera a la mano), tendríamos que haberle comunicado algo de fuerza. Pero eso no podríamos repetirlo hasta el infinito, ¿vertdad? Pues bien, la labor del ingeniero sería conseguir que la pelota rebote lo más alto posible, para que haya que emplear la menor energía en el proceso. ¿Cuánta energa cree que existe en el Universo? Desde luego, mucha, sí. Pero necesariamente ha de ser un número finito (si el Universo es finito, y si no lo es hemos de no creer en el Big Bang). ¿Qué pasará cuando la energía total se haya agotado? Pues eso. No, en realidad no es así: sabemos (creemos) que la energía (junto con la masa) ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Así que la suma total de energía del Universo permanece constante. Pero no lo miremos así: pensemos en "la energía aprovechable". Por ejemplo, si quema usted carbón obtiene energía que puede aprovechar. Con poco oxígeno, el carbón se habrá convertido en CO, que aún podría volver a quemar y obtener más energía. Entonces obtendría CO2, y fin del proceso. Ya no puede quemar el CO2 y no obtendrá energía de él. Ésto, más o menos, es lo que pasa con la entropía.

En fin, mucha divagación por mi parte, porque nunca entendí bien qué es la entropía.

De ahí que, como ingeniero, mi misión es disminuir la entropía. Y un efecto colateral es que tiendo a ver las cosas como procesos en los que hay que disminuir la entropía. En palabras de la calle, siempre pienso que cosas no salen gratis.

Cualquier detalle tiene su repercusión. El aleteo de la mariposa que causa un tifón en Hong-Kong, pero por una confluencia de infinitas circunstancias. Ergo cada una de ellas tuvo su parte en la consecuencia, en el tifón.

Pues tiendo a pensar que en la vida todo es así. Cualquier error se paga. Tarde o temprano. La sociedad es una máquina, todos somos máquinas, y cualquier así como ajuste repercute, cualquier decisión influye. La siembra produce la cosecha meses después. La formación, años después. No estudiar, quizás semanas después. Una decisión política, lustros; algunas, décadas. Y siguen influyendo durante generaciones.

Así que me da rabia el cortoplacismo de las personas. El no ver que el resultado inmediato no es el único resultado. Y que, hagamos lo que hagamos, la entropía siempre aumentará. Me da rabia que no todos luchemos para que ese aumento sea el menor posible.

Y sin embargo, no sé bien qué diantres es la entropía.





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martes, 11 de septiembre de 2018

Los Comentarios, Parte II: la Guerra de las Galias




Conté en mi entrada sobre el cierre de Oci que el día que acudí a despedirme aproveché la ocasión y compré un libro que en condiciones normales nunca habría elegido: con toda la pinta de ser un rollazo insoportable. El libro era Comentarios de la Guerra de las Galias, de Julio César. Sí, el legendario romano. Sí, de la colección Austral, serie "Humanidades". Sí, todas las trazas de ser un auténtico ladrillo.¡Cielos, qué equivocado estaba, qué equivocado estamos todos! ¡Si en la segunda página ya estaba añorando que en las páginas pares apareciera la versión original en latín, como el Cantar de Mío Cid! Y es que me daban ganas de leerlo en latín, idioma que no hablo ni escribo y que tampoco entiendo, pero eso me daba igual: tenía que captar el ritmo y la música, aquello era fabuloso.

El libro es la narración que hace Julio César de las campañas galas al pueblo de Roma, para que las conozca, y más de 2.000 años después, sigue siendo fabuloso.

Es cierto que no empieza con un "Canta, ¡oh Musa!, la cólera del juliano César...", sino con un poco prometedor "La Galia, en su conjunto, está dividida en tres partes...". Pero es sólo la primera página; en seguida, la narración atrapa al lector y le sitúa perfectamente, junto a Julio César, viendo cómo avanzan las legiones, cómo evolucionan las batallas, cómo se complica la logística,...

Porque ésa es otra. El libro es precioso, una joya. Pero la historia que cuenta las ocho campañas de conquista de la Galia (sólo se hacía campaña de abril a octubre, más o menos) es, en sí misma, una hazaña portentosa.

Por un lado, tenemos el genio militar romano. César sólo tuvo a su disposición unos pocos miles de hombres; y aunque conseguía reponer el número total incorporando nuevas legiones con diversas levas, el número de soldados veteranos era cada vez menor: su X Legión, su favorita y más experimentada, terminó con menos de 500 hombres de los 6.000 que empezaron la guerra. Pero era el ejército romano, y eso significa varias cosas: ejercicio, forma física para soportar cuantas horas de combate sean necesarias, disciplina, pericia con las armas, versatilidad para hacer cuanto sea necesario (y no sólo luchar: también tender puentes, erigir fortificaciones, excavar minas y trincheras, lo que hiciera falta) y, sobre todo, sentido del honor: más de un combate y más de dos se ganaron porque los soldados, ante la posibilidad de perder las insignias de su manípula, cohorte o legión o ante el ejemplo de su centurión dieron un 120% de su potencial y eso les llevó a la victoria.

Pero, por otro lado, tenemos el genio de César. El ejército romano era el más poderoso del mundo, sí, pero a lo largo de los siglos sus batallas perdidas se cuentan por cientos. Con César, en cambio, eso no iba a pasar. En parte, porque evitó todas las batallas que no fuera a ganar. Lo que también tiene su mérito: no todos sus lugartenientes lo consiguieron. En parte, porque sólo el saber que César estaba entre ellos daba moral a sus tropas y se las quitaba a los enemigos. Hasta el punto de que cuando los galos fueron conscientes de ello cambiaron su estrategia a conseguir que César no estuviera en las batallas. Bien atacando donde él no estuviera, bien haciendo la guerra en invierno, cuando César tenía que estar de vuelta en la provincia romana que gobernaba, la costa mediterránea de Francia (por cierto que a esa provincia en el libro se la denomina, a secas, "la Provincia"; y ahora se la conoce como... la Provenza).

Y es que ésa es otra: cada invierno César distribuía a sus tropas por los territorios entonces seguros, y el se volvía a la Provincia, donde tenía que ejercer de gobernador y juzgar los asuntos que tenía.Y lidiar con el Senado y con Pompeyo, y entrometerse en la política de Roma, y... realmente no paraba quieto, el hombre.

Pero, sobre todo, era un gran estratega. Su prioridad, parecía, era asegurar el suministro y el bienestar de las tropas. Dónde y cómo debían pasar los inviernos, cómo avituallarse durante las campañas, cómo tener a salvo la impedimenta (los bienes de los soldados, y no sólo lo necesario para el invierno, sino también sus botines). Y su gran victoria estratégica fue, es paradójico, su clemencia: César, a diferencia de lo que hicieron los romanos en Hispania, cuando vencía a un pueblo que se le resistía no pasaba a todos a cuchillo: les perdonaba, bastando la toma de rehenes (lo que en realidad era un chollo para los rehenes). Esta clemencia, conocida por todos, fue quizá su mejor arma: facilitaba que las tribus se rindieran, pues veían que luchar les llevaría a la muerte en combate y rendirse no. También, respetando su palabra de clemencia, ganó César la gratitud y la fidelidad de muchas tribus; de hecho, la guerra/conquista empezó con la petición de ayuda de unas tribus a César contra otras tribus que los atacaban: fue, digamos, una pelea que no empezaron y no quisieron librar, pero bien que la acabaron.

Mención aparte merece la faceta de César como ingeniero. Cruzó en varias ocasiones el Rin (y otros ríos caudalosos, pero ninguno como éste), y dedica un amplio apartado a describirlo; bien, la primera vez le costó descubrir cómo hacer un puente sólido, pero una vez sabido cómo, repitió con facilidad. El hecho de cruzar el Rin no es baladí, y el lector se da cuenta de cómo el cruce representa la tremenda diferencia entre el ejército romano y las tribus galas: unos son capaces de hacerlo con facilidad y a los otros les es imposible.

Y también el cruce del Canal de la Mancha y la invasión de Inglaterra. Esto lo hizo en dos campañas, en la primera sólo cruzó el Canal y desembarcó una legión, más que nada para ver cómo era aquello, y el segundo año, con la experiencia del año anterior, hizo un cruce e invasión en toda regla. Temporal, eso sí, porque César no tenía como objeto conquistar Inglaterra: sólo darles un susto a los britanos, que estaban dando apoyo a los galos, un mensaje tipo "meteos en vuestros asuntos o yo me meteré en los vuestros".
Los nervios [una tribu gala], frustrada esta esperanza, rodean el campamento de invierno con un vallado de diez pies de altura y un foso de quince pies. Esta estrategia la habían aprendido de nosotros durante su relación en los años precedentes y, habiendo hecho algunos prisioneros de nuestro ejército, les daban éstos las oportunas instrucciones. Pero al no tener ninguna de las herramientas que serían idóneas para este trabajo, se veían obligados a perforar el suelo con las espadas y a sacar la tierra con las manos y con los sayos. De todo lo cual pudo inferirse la gran multitud que constituían, pues en menos de tres horas acabaron esa fortificación con un perímetro de quince mil pies. En los días siguientes comenzaron a construir torres de la altura de nuestro parapeto y a preparar hoces de asedio y tortugas, artefactos que los mismos prisioneros les habían enseñado a fabricar.
Libro V, XLII

La invasión de Inglaterra representa mejor que nada el principal, a mi modo de ver, reto de las campañas: se lanzaron a guerrear en lo desconocido. Es de suponer que César tendría descripciones de dónde se metía, dadas por comerciantes o por aliados galos, pero pobre ayuda sería ésa: "seis días de bosque impenetrable llenos de fieras", o "un río tan ancho que una barca con ocho hombres tarda medio día en cruzarlo" (me las estoy inventando), por fuerza tienen una difícil aplicación práctica: imaginemos a las centurias marchando, intentando abrir nuevos caminos a través de un bosque del que, como mucho, le habrán dicho al centurión que tiene seis días de ancho. La niebla, por ejemplo, era algo que les asombraba. Y es que el clima de Bélgica no tiene nada que ver con el del sur de Italia al que estaban acostumbrados. Y de aquí para allá, en Suiza, en el norte y el sur de Francia, en las llanuras y en las montaña, en las marismas de Bélgica y en los bosques sin fin de Germania.

La naturaleza del lugar que los nuestros habían escogido para el campamento era ésta: un collado que, desde lo alto, descendía con suave y uniformado declive hasta el río Sabis, que antes hemos mencionado. Desde la ribera opuesta del río, frente por frente, se alzaba otra colina de parecida pendiente, de unos 200 pasos de anchura, despejada en su parte inferior y tan boscosa en la superior, que difícilmente era penetrable para la vista. Los enemigos se mantenían ocultos en el interior de esas espesuras. En la zona descubierta podían verse, a lo largo del río, unos pocos piquetes de caballería. La profundidad del río era de unos tres pies.
Libro II, XVIII

De hecho, a menudo la táctica gala (y de los germanos) para no ser vencidos era trasladarse, toda la población, a los interminables bosques y zonas pantanosas, en las cuales no se aventuraba el ejército romano (que estaba pensado para batallas, no para escaramuzas: no tenían tiempo para ellas). 

En fin, los Comentarios se leen con una facilidad insultante para los libros modernos, tan peñazos la mayoría de ellos, y más aún si atendemos a lo poco atractivo del tema, el relato de unas campañas militares.

Pero es que hay un dato que escapa a la mayoría de las personas y a mí me parece el más asombroso de todos: César empleó 8 años. Conquistó Francia y Bélgica, el oeste de Suiza y zonas de Alemania y Holanda. Y uno de los 8 años lo dedicó a invadir Inglaterra a modo de exploración. Si no tenemos en cuenta que la Galia Narbonense, la costa mediterránea, había sido conquistada 70 años antes (la región, en realidad, estaba muy helenizada a partir de la colonia griega de Marsella, fundada hacia el 600 a.C.: era muy poco gala), podemos decir que César conquistó toda la Galia en 8 años. Ocho años.

Para ponernos en situación: a César lo nombraron procónsul (gobernador de la Galia Narbonense y desde ahí consuistó la Galia. No lo nombraron nada en Hispania, y no se metió por allí (bueno, sí, durante la guerra civil que siguió al cruce del Rubicón tras la conquista de la Galia, pero ésa es otra historia).

La conquista de Hispania, España y Portugal, duró 200 años. Y el dominio, en algunos sitios, parece ser que fue tan débil que aún hoy los habitantes de esas zonas "alardean" de haber permanecido en la Prehistoria y no haber sido romanizados como los demás. ¿Eran más débiles los galos? No lo creo, pues una de las cosas que más asustaban a los romanos en la primera campaña era el enorme tamaño de los galos, tan superiores a ellos los retacos romanos. ¿Menos valientes? ¿Hay ríos más caudalosos en España, bosques más impenetrables, montañas más altas? ¿Un clima más duro, quizá? ¿Estaban más organizados, los iberos? Esto seguro que no, pues los galos se llevaban muy bien entre sí, se consideraban todos un solo pueblo, se ayudaban unos a otros y, lo digo como ejemplo, nos cuenta César que tenían la costumbre del boca a boca en tan alta estima que las noticias, entre ellos, volaban y entre los galos se sabían las cosas de una punta a otra de la Galia en un tiempo récord. Además, la zona civilizada de España, todo el arco mediterráneo y la costa sur de Andalucía, era mucho mayor. Y, sin embargo, incontables militares romanos fracasaron a lo largo de estos 200 años (por supuesto, tuvieron más éxitos que fracasos, pues el balance final fue positivo para ellos: ganaron). 

Así que, de pronto, 8 años es realmente muy, muy poco tiempo para una conquista tan grande. Y tan trabajada, con tantas batallas y tantas victorias necesarias. Algo tendrá, pues, César.

César fue un gran político. Un gran militar. Y un gran escritor, pues desde el primer día lo tuvieron como tal los que le leyeron. Aparte de Octavio Augusto, el primer emperador, no sabemos (las personas normales, no yo; y tampoco los que se dedican a la Historia, supongo) el nombre de muchos grandes estadistas romanos. Nerón y Calígula, no por buenos motivos. Trajano y Adriano, los españoles sobre todo. Constantino, Diocleciano, los que se consideren algo puestos en Historia; Claudio, en televisión, o Publio Cornelio Escipión, los amantes de las batallas. Voy a dar una ristra de nombres, a ver cuáles sabe usted relacionar con una época y/o con algún hecho significativo: Mario, Sila, Pompeyo, Tito, Marco Aurelio, Teodosio, Valente, Decio, Caracalla, Séptimo Severo, Quinto Cecilio Metelo, Tiberio,... Con suerte, estos nombres le sonarán. Incluso sabrá situar a algunos de ellos. ¿Pero sabe algo más?

En realidad, ¿algún romano puede compararse en grandeza a Julio César?

Julio César, ya lo expliqué aquí, es uno de mis Hombres Extraordinarios.




Enseñanza adicional: conviene huronear de vez en cuando por las librerías. Hay muchas sorpresas ahí fuera, esperando una oportunidad.




Renato Carosone - Tu vuò fa' l'americano

 

lunes, 3 de septiembre de 2018

Zimmer y Minassian: el famoso que se aprovecha del desconocido

En otras ocasiones, por ejemplo en esta entrada, he dicho que Hans Zimmer copia cuando compone bandas sonoras. Pues bien, estaba escuchando la pieza Siretzi Yares Daran (They Have Taken the One I Love) del armenio Lévon Minassian y... caray, como que eché de menos el arranque de la batalla.

Y es que la pieza es tremendamente parecida a Wheat, de la banda sonora de Gladiator, que es la que marca el inicio de la acción en la película (el arranque de la batalla).

Zimmer compuso la banda de Gladiator entre 1999 y 2000. La pieza de Minassian sale en el disco The Doudouk beyond borders, que es de 1998.

Ésta es la pieza de Zimmer:



Y ésta la pieza de Minassian, juzguen ustedes mismos:


La pieza de Minassian es mucho más larga, pero... lo que hay que hacer es no quedarse sólo con Wheat, que es cortita. El espíritu de Minassian, en mi opinión, aparece en más piezas de la banda sonora de Gladiator, como en Sorrow o en To Zucchabar. ¡Si es que es casi la base de toda la banda!

¿Casualidad, coincidencia, plagio? Hombre, yo creo que plagio. Pero hablamos de Zimmer, así que estoy curado de espanto y no le doy más importancia, aparte de que me ha divertido descubrirlo.

sábado, 1 de septiembre de 2018

Los Comentarios: Parte I. Hombres extraordinarios




En contadas ocasiones a lo largo de la Historia han aparecido hombres extraordinarios. Extraordinarios de verdad, no uno entre un millón. Hombres con un genio superior, con habilidades superiores y con una capacidad de liderazgo insuperable, capaces de aunar a miles de hombres sólo con su carisma, a millones, y que todos, por él, den lo más de sí mismos, hasta la vida cuando era preciso.

Llevo unos días meditando cuántos de estos hombres me salen, y no son muchos. Siete, quizás ocho.

Lo más curioso, sin embargo, es una coincidencia que casi todos ellos tienen en común. Casi todos, no todos. 

Por orden cronológico, el primero de los hombres extraordinarios es Alejandro Magno. Porque caudillos ha habido muchos, y grandes reyes, incluso grandísimos caudillos y reyes. Pero lo de Alejandro Magno se sale de escala. Intenten explicar cómo fue posible que un territorio insignificante de la pequeña Grecia, un reino que sin él apenas sería hoy conocido sólo por los muy eruditos del helenismo, dominara en tan pocos años casi toda la Tierra conocida y más aún. Cual ratón que se come un elefante, se tragaron el vastísimo imperio persa y, por si era poco, lo que lo rodeaba, desde las arenas de Libia hasta las selvas de la India.

¡Ah, y a pie!

Alejandro Magno murió, rey del mundo, con 32 años de edad. Con sólo 22 años ya arrastró a su ejército a la conquista de Asia.

No sé qué carismas tuvo Alejandro, pero, fueran los que fueran, sin duda hicieron de él un hombre extraordinario. Por fuerza, tenía que haber algo en él. Es el patrón por el que se han de tallar los hombres extraordinarios y quien mejor representa mi idea de hombre extraordinario.

Cien años después, en la costa de Túnez nació otro hombre extraordinario: el hijo de Amílcar Barca, el gran Aníbal. La figura de Aníbal ya la glosé en mi entrada sobre Tocón, así que baste decir que su nombre en la lista no admite discusión posible. Sin peros.

Y poco más de cien años después, nació el tercero. Esta vez, romano: Julio César.

Ya hablaremos de César en otra ocasión; de momento, quedémonos con esta idea: después de él, todos los emperadores romanos quisieron llamarse también "César".

Después de César hubo que esperar 1.200 años: Temudjin. No alcanzo a explicarme cómo pudo Gengis Kan juntar a los desharrapados mongoles de la estepa, campesinos y pastores y todo lo más salteadores ocasionales (la excusa mundial es que eran curtidos guerreros, cuando lo más probable es que se limitaran a pelearse en sus contiendas tribales internas) y convertirlos en el más exitoso ejército que jamás han visto los tiempos y conquistar absolutamente todo lo que quiso en un abrir y cerrar de ojos. Y es que el imperio mongol es el más grande (terrestre) que ha existido nunca; abarcó desde el Pacífico hasta las murallas de Viena y no hubo nadie que fuera capaz de resistirles. Pero ¡por favor, que hablamos de mongoles! En el caso de todos los anteriores (y de los que seguirán), al menos tanto ellos como los hombres que les siguieron tenían un propósito, un fin. Uno quiso ser el conquistador de Asia, el rey del mundo. Otro quería destruir Roma. Y el romano quería darle gloria. Pero ¿Gengis Kan? ¿Los mongoles? Vale que los macedonios, los cartagineses y los romanos no tenían ni idea de lo que se iban a encontrar cuando atravesaban Asia Menor, los Alpes o la Selva Negra y el Rin, pero es que los mongoles ni siquiera sabían a dónde iban o dónde pararían. No sabían qué país estaban conquistando, contra quién luchaban o porqué; simplemente, era el país siguiente. El que iba a continuación. Pero es que ni la codicia, oigan. Los mongoles siguieron viviendo en yurtas y montando a caballo de la mañana a la noche, siempre buscando el siguiente cuello que rebanar.

Sí, Gengis Kan merece estar con todos los honores en la lista de hombres extraordinarios.

El quinto miembro de la serie tardó 300 años en aparecer, y diría que era italiano, aunque su éxito vino de la mano de España: Cristóbal Colón.

Cristóbal Colón era un crack. Un auténtico crack. No fue sólo su pericia como navegante (y como almirante, jefe de una flota). Su comprensión de lo que pasaba con la brújula (hasta él, la brújula sólo se usaba en el ámbito del Mediterráneo y Europa Occidental, en el que la brújula marca más o menos siempre con el mismo ángulo con respecto a la Estrella Polar), cómo supo que Cuba era una isla y que habría un continente más allá, su descubrimiento (es increíble que no se lo estudie como una de sus máximas hazañas) de ¡la ruta de vuelta!, que no es ni de lejos la ruta de ida, su tesón, el convencimiento que tenía (sin pruebas) de que valía jugarse la vida porque tenía razón,... Hay tantas cosas y tantos detalles asombrosos que yo, personalmente, a menudo pienso que Colón fue un fraude: que él ya sabía que América estaba ahí, que de alguna manera  algún barco habría llegado antes por error (¡qué sé yo, alguna tormenta que lo desviara!) y que en el viaje de vuelta naufragara y algún marinero llegara hasta Madeira y allí él escuchara el relato de un moribundo náufrago... 

Por cierto, lamentable la página sobre Colón en la Wikipedia. Parece que la ha escrito su peor enemigo.

Colón, sin lugar a dudas, merece un puesto en la lista de los hombres extraordinarios. Y, desde luego, si alguien fue capaz de arrastrar a un puñado de hombres hasta el infinito y más allá, fue el. Pero es que además con Colón se inicia una etapa irrepetible en la que de la Península salieron una pléyade de hombres que llevaron a cabo hazañas sin paragón. Cortés, Pizarro, Almagro, Valdivia, Orellana, Cabeza de Vaca, Hernando de Soto, Magallanes, Elcano, Núñez de Balboa, Torres, Ponce de León, Urdaneta y Legazpi, Mendaña, Ojeda, Jiménez de Quesada, Coronado,... la lista parece interminable y todos ellos realizaron proezas que empequeñecen a las de cualquiera de los exploradores anglosajones que se nos venden como héroes. No alcanzo a entender porqué no se estudia, en nuestras escuelas, esta etapa gloriosa de nuestra Historia y menos aún las gestas que hicieron nuestros paisanos; imagino que será porque nuestros planes de estudio los confeccionan gente que nos odia, pero aun así... El caso es que de la larga lista de descubridores y conquistadores, dos nombres descollan sobre todos los demás y merecen ser incluidos por derecho propio (y también como representantes) en la lista de los hombres extraordinarios.

El primero de ellos es Hernán Cortés; para entenderle, situémonos en 1519. En esa época España controla las islas del mar Caribe. Ha descubierto el continente, y Núñez de Balboa lo ha atravesado por el itsmo de Panamá, descubriendo el océano Pacífico. Ojeda ha descubierto el lago de Maracaibo y Venezuela, Ponce de León Florida y Hernandez de Córdoba ha llegado a Yucatán. Las colonias de las islas ya están en marcha y los colonizadores empiezan a traer a sus familias desde la Península, pero no hay mucho más. Se han descubierto tierras y selvas infestadas de mosquitos, indios poco civilizados (apenas ha habido un primer contacto con los mayas) y nada especialmente interesante... aparte del imperio azteca. Se sabe que al otro lado del mar hay tierras vastísimas, controladas por indios guerreros y poderosos que tienen sometidas a todas los pueblos indígenas que los rodean. Su cultura es impresionante, rica en oro y muy avanzada. Sin duda, no es un enemigo despreciable, y desde luego no son los indios con los que se han topado hasta ese momento. De hecho, Hernández de Córdoba había descubierto la península de Yucatán, sí, y contactado con los mayas y sabido de una civilización avanzada, pero esos indios ya eran demasiado para él: salieron por piernas.

Un detalle adicional: los españoles aún no conocían la corriente del Golfo. No tenían cartas marinas ni mapas. Podían saber que había tierras al oeste, al sur, al suroeste... pero no sabían ni cómo de lejos, ni dónde había radas donde atracar los barcos. Y la corriente del golfo trastocaba lo poco que sabían: salvo que fueran hacia Sudamérica (Colombia, Venezuela...) por las islas antillanas, una corriente imperceptible para ellos arrastraba los barcos al estrecho entre Cuba y Florida; debían ser escasos los pilotos que, tras varias malas experiencias, supieran cómo lidiar con ella.

Y en éstas, aparece Cortés, dispuesto a romper el estrecho corsé que supone colonizar sólo las islas. La aventura debía parecer imposible, pero Cortés consiguió organizar la expedición y llevar 600 hombres. Cruzaron el mar y desembarcaron en Yucatán: hasta ahí, terreno más o menos conocido. A partir de ahí, una de las más asombrosas hazañas de la Historia, como prueba el que, en el omnipresente intento de desprestigiar a España y sus hijos, cuando se estudia este pasaje en los colegios siempre se intenta aportar explicaciones: que si los caballos, que si el armamento,... Es tan asombrosa la gesta que no se acepta tal cual: piensen en cambio si en alguna de las otras grandes gestas de la Humanidad se pone tanto interés en intentar explicar (¡y desde niños, por si acaso!) las ventajas que tenían los que la lograron: no, no encontrarán ninguna otra. Así que algo tendrá el agua cuando la bendicen, y sin par es la hazaña de Cortés.

Hernán Cortés, de Trujillo, es sin duda uno de los hombres extraordinarios.

Y el otro hombre que incluyo sin dudarlo es un portugués: Fernando de Magallanes. 

De nuevo, 1519. Sitúense, por lo tanto, en el panorama anterior: América se limita al territorio antillano. Cabral, el portugués, ha descubierto por accidente Brasil, pero sólo la punta que está más cerca de África. Y Núñez de Balboa, el Pacífico. Por el otro lado, en 1512 los portugueses, siempre con su técnica de exploración por cabotaje y pasos cortos pero seguros, habían llegado hasta las islas Molucas. Pero siempre, desde Colón, pasos cortos. En estas apareció Magallanes.

¿Qué movía a Magallanes? ¿En qué pensaba? No lo sé, pero sí sé una cosa: metido en faena, no se arredró ante nada, y como resultado no hubo obstáculo que no superase.  Y es que circunnavegó América del Sur hasta el estrecho que lleva su nombre, dando la vuelta en la Patagonia; y cuando decidió que ya estaba en el Pacífico, mas al sur de lo que nadie había llegado jamás, hizo lo que se me antoja más imposible de todo: se lanzó a cruzar el océano y, de alguna manera, llegó a las Molucas. ¿Cómo llegó, cómo sobrevivieron, cómo no se perdió, cómo....? Las mil preguntas que se pueden hacer sólo revelan lo imposible de su hazaña. Pero a partir de ese momento, el océano Pacífico fue "el mar de los españoles".

Como todo el mundo sabe, Magallanes murió en Filipinas en un combate contra indígenas, y fue Juan Sebastián Elcano, su segundo, el que culminó la expedición con el regreso a España. La gesta de Elcano no estriba, en realidad, en su aspecto de exploración, sino en el ejercicio de su liderazgo: Filipinas, Molucas, era ya territorio descubierto. El camino hasta casa era, pues, conocido. Pero... era un camino portugués, y los españoles no podían navegarlo. Si los descubrían, no les socorrerían: les matarían. Elcano lo consiguió: cruzó Indonesia, atravesó el océano Índico (y no por la ruta portuguesa, pegada a la costa, sino a la brava, y luego rodeó África hasta llegar a España. Pocos y medio muertos de enfermedades, hambre y esfuerzos, pero vivos y libres. Ambas gestas, la de Magallanes y la de Elcano, son realmente asombrosas; pero si he de escoger a un hombre como extraordinario, escojo a Magallanes. Elcano, a fin de cuentas, hizo lo imposible pero porque no tenía otra opción. Magallanes, en cambio, consiguió que todos abandonaran la comodidad de sus día a día para lanzarse, a pecho descubierto, hacia lo desconocido.

Alejandro Magno, Aníbal Barca, Julio César, Gengis Kan, Colón, Cortés y Magallanes. Siete. Han pasado 500 años (el año que viene, ya verán cómo pasan sin pena ni gloria) de las gestas de Hernán Cortés y de Magallanes. Y yo creo que no ha vuelto a surgir un hombre extraordinario. Ha habido, sí, grandes exploradores, genios militares, caudillos y líderes. También científicos e inventores que cambiaron nuestro mundo; e incluso políticos.  Pero, en mi opinión, ninguno de ellos realizó una gesta del calibre de la de mis siete héroes. Quizá sea porque ya es imposible: a Armstrong, si lo miramos bien, a la Luna lo llevaron. Y previamente lo entrenaron a fondo. No fue él que se plantó en Houston y dijo "señores, dénme un cohete y dos tripulantes que voy a pisar la Luna". O, como diría Newton, las cosas extraordinarias se consiguen ya porque se está "a hombros de gigantes". Aunque escribí al principio que quizás podríamos ampliar la lista hasta ocho. Y el octavo sería, sin duda, Napoleón Bonaparte. Pues sin duda a él hay que atribuirle el cambio de la problemática Francia de finales del siglo XVIII a la potente nación que dominó Europa bajo su mando. Pero me resisto a considerarlo al mismo nivel que los otros siete. Digamos que Napoleón se lleva el accésit.

Podríamos nombrar también a algunos finalistas que sin embargo me temo que no pasan el corte. Por ejemplo, Gandhi. O Mahoma. Y es que tampoco es que lo suyo fuera extraordinario. Tomemos como ejemplo a Mahoma: en realidad, lo que pasa es que se le mira con buenos ojos. A fin de cuentas, lo que de verdad hizo fue organizar una banda de salteadores, deponer a los gobernantes de La Meca (¡como si en aquella época eso fuera una hazaña!) y vencer a las tribus de la zona. Que luego los Omeya expandieran sus dominios (aprovechando la debilidad coyuntural en esa época de Occidente y los persas) no tiene nada que ver con él, no fue obra suya. Sería como dar a Colón el mérito de lo que hicieron Cortés y Magallanes.

Así pues, ésta es la lista de los hombres verdaderamente extraordinarios:
  1. Alejandro Magno
  2. Aníbal Barca
  3. Julio César
  4. Gengis Kan
  5. Cristóbal Colón
  6. Hernán Cortés
  7. Fernando de Magallanes
 Accésit: Napoléon Bonaparte.

Y ahora viene un dato curioso: un griego, un tunecino (pre-Islam), dos italianos, un español, un portugués, un mongol y (si lo incluimos) un corso. ¿Alguien nota un patrón aquí? Caray, no sé que pinta un mongol en esta lista y quizá sea la excepción que salva a todos los pueblos, pero no puede ser casualidad. No sé qué decir al respecto, salvo que ya que hoy en día se mira la Historia desde una perspectiva ex-Mediterráneo estoy seguro de que se aducirán múltiples razones que en realidad no son sino excusas por parte de las demás naciones que no han conseguido aportar jamás ningún nombre a la lista.

Pero estoy seguro de que no es casualidad. Algo debe haber en nuestro carácter, en nuestra manera de afrontar la vida, no sé qué, algo que hace que, a veces, surjan entre nosotros alguno los hombres más extraordinarios de la Historia de la Humanidad.




Schubert - Sinfonía inacabada (1er movimiento)