miércoles, 20 de mayo de 2015

Elecciones (otra vez)



El domingo votaremos de nuevo. Elegimos concejales (no alcaldes, a los alcaldes los eligen los concejales, y ya veremos qué pasa), y en casi toda España, mandamases.

Hace años recuerdo que esperaba ansioso que llegara el día de las elecciones: era el final de las insoportables campañas electorales. Teníamos a los candidatos hasta en la sopa. Ahora, en cambio, ni la he notado. No carteles, menos octavillas, apenas un correo comercial con la papeleta de algunos partidos. ¿Porqué, este cambio? Se me ocurren tres explicaciones:

En primer lugar, los partidos están arruinados. No hay dinero, y yo que me alegro. Colgar una banderola en una farola tiene su precio; si hay tantas farolas libres, la cosa está clara. Por lo mismo, no se alquilan grandes pabellones: no hay dinero para fletar autobuses de viejitos de los pueblos a los que traer con bocadillos.

En segundo lugar, al menos en Cataluña vivimos en campaña electoral permanente desde hace cinco años. Desde 21010 estamos con que si elecciones, con que votaremos, con que decidiremos... Verán, se sabe cuándo se está en campaña electoral porque los gobernantes no gobiernan y los políticos no paran de hablar de lo bien que vamos a vivir si les creemos y les votamos y de los pérfidos y malintencionados que son los otros. Pues eso es lo que hemos tenido aquí, a tope, desde hace cinco años. Casi que esto de las municipales es como un descanso, vaya. Al menos hay un tema nuevo. Con decir que el Barcelona ha ganado la liga y apenas me he enterado...

Y la tercera razón no sé si es buena o mala. Estamos hartos de los políticos. No les creemos, no les queremos ni los queremos, y eso se nota. Así que ¿con qué ánimo van a venir a nuestros mercados y a nuestros parques a estrecharnos la mano y besar a nuestros hijos?

El caso es que vivo en Barcelona, quedan 48 horas de campaña, y si ha habido algún gran acto electoral, o siquiera mediano, yo no me he enterado. No ha venido Felipe ni Guerra, no me suena que haya venido Rajoy, no sé si Mas se ha dejado ver por aquí... nada de nada.

Aunque, claro, supongo que estoy equivocado porque Barcelona, con 41 concejales, es como el Parlamento: votas a partidos, no a candidatos, no sabes quién encabeza la papeleta que depositas y mucho menos quién es el nº 2 ó el nº 3, como para preguntar quién es el 38º. Luego, cuando se cuenten los votos, los partidos harán sus pactos, sus repartos de puestos y canonjías y todas las mamandurrias que son las que en verdad estarán en juego el domingo, y los barceloneses seguiremos igual que antes; si algún nombre ha cambiado, ¡a nosotros qué!

Lo curioso es que, cuando pensamos en política, pensamos en la corrupción. Si a alguien se le pide la opinión sobre un partido político, el "son todos una manga de corruptos" es lo primero que se dice. Pero sólo pensamos en corrupción al alto nivel: Pujol, el Palau de la Música de Barcelona (ya saben, si usted quiere hacer una obra pública en Cataluña primero debe hacer una sustanciosa donación al Palau de la Música, que ya se encargará el presidente del Consorcio de hacerle llegar el dinero a Convergencia, menos su comisión, el corretaje y algunos qué-sé-yo que se perderán en el camino, claro está)...

Y es curioso porque no pensamos que la verdadera corrupción está en las ciudades menores. En los miles de poblaciones de 50.000 a 500 habitantes en las que se mueve una millonada de euros. Estas millonadas sin cómputo tienen el problema de que, además de ser públicas y por lo tanto muchos políticos piensan que no son de nadie - o de ellos-, hay muchas manos controlando la caja. Porque están repartidas en miles de cajas, y cada una de ellas tiene muchos dueños de sus llaves: cualquier concejal de una ciudad de 20.000 habitantes sabe cómo exprimir al máximo sus opciones presupuestarias, cómo burlar las normas y la burocracia. Porque aquí rige que "hecha la ley, hecha la trampa", y si hasta de 50.000 euros puedo adjudicar a dedo, todo vale 49.000 ó fracción. Que si vale 80.000 son dos fracciones de 49.000, ¿entienden? Y así con todos los límites. Además, gran parte de este gasto se adjudica con criterios "personales", como los que tendríamos usted y yo: compro donde me da la gana. Y si un amigo de mi cuñado pinta casas, me pinta el comedor él. Que está muy bien si el dinero es mío, pero el de los ayuntamientos no lo es. Y, sin embargo, si su cuñado pinta casas, las dependencias municipales las va a repintar su cuñado. Cada seis meses, si le da tiempo con tanta dependencia. Y no es eso, pero ¿quién se va a quejar? El político de la oposición, en realidad, quiere que no las pinte mi cuñado, ¡sino el suyo! Y tampoco va a salir a la plaza del pueblo a decir que no quiere que las dependencias municipales las pinte uno de aquí, que es mejor que venga un pintor de la capital que pinta mucho mejor. ¿Qué quiere, que lo apedreen? No, el tío calla y espera su turno, como todos.

Lo peor de todo esto, sin embargo, es que no tiene remedio. Está en la naturaleza humana, si manejamos la hucha común y podemos, alguno de nosotros meterá la mano. Se podrán poner normas, interventores y controles; siempre habra la forma de puentearlos. Siempre habrá agujeros por donde colarse. Habrá quien no lo haga, pero muchos lo harán. Ayudarán a éste, al otro o al de más allá, porque a ésos no les importa ayudarles, están encantados de hacerlo. Por lo mismo, no les importará ayudarles permitiéndoles que cobren más caro, que carguen algo más, que en el recibo del taxi ponga 15 € tras una carrera de 12 o que la comida sea pantagruélica. En cosas pequeñas, en cosas no tan pequeñas, en un enchufe para un puesto de ordenanza o de técnico municipal, en lo que sea. En un goteo constante, un goteo por doquier. Es un chorro de dinero que se malversa a sabiendas de sus gestores y con beneficio para ellos o para quienes ellos quieren.

Esto, el control de todo esto, es lo que me temo que está en realidad en juego estas elecciones.




Bruce Springsteen - Born to run (versión de mcfly)

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