Cuando era chico, no me gustaban las novelas de Maigret. Las encontraba aburridas. No había acción, el crimen no estaba claro, y al final el detective no reunía a todos en un salón y desgranaba lo que había pasado y cuáles eran sus deducciones.
El tiempo pasó, llegaron nieves y vendavales y un día, ya mayor, volví a leer un libro de Maigret. Y de pronto, descubrí que me gustaba. Ítem más, que los que antes me gustaban ahora no querría leerlos.
Desde entonces suelo leer las historias de Maigret. Pero, como que, aunque muchas, son contadas, me las raciono. No las busco y las devoro; no, lo hago entre lectura y lectura, en plan descompresión. Cuando uno lee a Tucídides y a Juvenal unos días y otros a Thimosenko y tratados sobre la resistencia del hormigón, entre una cosa y otra ha de leer algo más liviano, ¿no? Yo lo cierto es que no leo a Juvenal ni tratados sobre el hormigón, pero sí que lo que leo suele considerarse un ladrillo por la mayoría de los lectores. Y, ya saben, entre ladrillo y ladrillo algo ligero. A veces es una novela "clásica" (es decir, escrita hace 150 años, por ejemplo), a veces es una novela de ciencia ficción, a veces un "thriller" moderno y a veces, que ya digo que me las raciono, una novelita de Maigret.
Las de Maigret son las que más me gustan. Ahora tengo a mitad un thriller cuyo título no recuerdo y cuyo autor tampoco, que es un petrecol de cientos de páginas, y no resiste comparación con Simenon. Y eso que el protagonista también es un comisario francés de la Policía Judicial, pero no es lo mismo. La gota que ha colmado el vaso ha sido el crimen que se cometía: ¿atroz? Eso es quedarse corto. Era un asesino en serie especialmente sádico. Pero es que el thriller anterior que leí, sobre el que luego se ha basado una exitosa serie de televisión, también tenía como malo a un asesino en serie ultra sádico. Este último, por ejemplo, era una pareja (cuando muere el padre le reemplaza el hijo, además) que llevaba innumerables años viviendo de lo siguiente: secuestraba a mujeres a poco de parir, las mataba y les quitaba el nonato (o si no estaban a punto de parir las mantenían con vida hasta entonces) y lo vendían en el mercado negro. Se sacaban una pasta, e iban moviéndose por todos los States manteniendo un esquema, como toda su vida vivían en negro oficialmente no existían, etc. etc. hasta que topan con la forense equivocada.
¡Caray qué complicado y qué truculento! Y, además, necesitan cuatrocientas páginas para contarlo. Simenon, en cambio, no. Se comete un crimen, y punto. Y en cien paginitas está todo resuelto. Simenon no necesita algo espectacular para enganchar al lector. Tampoco desribirlo todo hasta la extenuación ni meter tramas secundarias. Alguien muere, Maigret investiga, encuentra las amantes de todos, descubre el motivo, luego al asesino, y le atrapa (casi siempre). Fin. ¿Tonto? Quizás lo parezca, pero engancha.
No sé, quizá la defensa de los escritores modernos de thrillers sea el mismo Simenon: escribió antes que ellos, luego eso ya estaba ahí. Ellos se han visto obligados a retorcer los casos, a buscar el más insólito todavía; porque, para todo lo demás, ya está Simenon. Ya digo, no sé. Puede.
El caso es que hay dos cosas que me gustan sobremanera. Una, que no se extiende. A buen entendedor pocas palabras bastan, y siento como si Simenon como tal me tratara.
Y la segunda y principal, que me encanta cómo escribe. Porque quizá no lo parezca en un primer vistazo, pero cada obra es un lienzo en el Simenon nos cuenta cómo era la vida en aquel momento. Las fichas para llamar por teléfono, las esperas bajo la lluvia, el médico de cabecera, los coches, las estaciones de servicio, las conferencias, los aeropuertos, las cervecerías,... Y, sobre todo, la moral de la sociedad. Es como los decorados en las películas: están ahí, forman parte de la película, y si uno se fija en ellos advierte muchas más cosas de lo que sería el argumento principal. Me encanta cómo escribe Simenon.
Me encantan las novelas de Maigret.
Terence Trent d'Arby - Seven more days