Mostrando entradas con la etiqueta familia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta familia. Mostrar todas las entradas

lunes, 4 de mayo de 2015

Animales sueltos en la carretera




En mis años como conductor, al igual que todo el mundo me he cruzado en la carretera con innumerables ovejas, vacas y caballos, amén de los omnipresentes gatos y perros; cerdos y cabras; he atropellado palomas y pájaros diversos sin identificar, y en cierta ocasión tuve que frenar porque me topé con un buitre posado en el guardarrail. Se me han cruzado familias enteras de patos y serpientes (recuerdo una muy grande que en mi opinión iba siguiendo el rastro de los patitos), perdices, ardillas, conejos (o liebres) y zorros y, por supuesto, jabalíes. Pero el símbolo que aparece en la carretera es el de un corzo saltando; por extensión, un ciervo. 




Si quieren ver una foto fenomenal de un corzo:


Esta imagen la he extraído del blog http://verderin.blogspot.com.es/,  en concreto de la entrada http://verderin.blogspot.com.es/2010/06/corzo.html en la que cuenta cómo realizó la fotografía (he solicitado y obtenido permiso para colocarla).


El otro día se me cruzó un ciervo (o quizá fuera un corzo, pero me pareció demasiado grande para ser un corzo). Iba por una carretera de montaña, circulaba despacio porque no teníamos prisa, y lo vimos venir a pocos metros de nosotros. Frené, para no meterle más presión, y el ciervo miró, cruzó sin prisa y se metió entre los arbustos del otro lado. Es sorprendente lo bien que se camufla entre arbustos, dicho sea de paso.




Amaral - Hacia lo salvaje (acústico)

miércoles, 26 de noviembre de 2014

El Guerrero del Antifaz



En los años de mi niñez, me chiflaba el Guerrero del Antifaz. Sí, ya sé que no está bien que lo diga y que lo políticamente correcto es decir que yo era un fan del Capitán Trueno, pero es que no es verdad. El Capitán Trueno me gustaba, claro, pero me gustaba más el Jabato, y éste muchísimo menos que el Guerrero. Recuerdo perfectamente que con seis y siete años me sabía los primeros números de memoria, y en los recreos me abrochaba la bata por el cuello como si fuera una capa y jugaba a espadachines con los compañeros (sí, en aquella época para jugar con espadas bastaba con cerrar el puño y agitar el brazo; la espada la veíamos todos, solo que para herir había que clavarla hasta el mango).

Sin embargo, mi afición por el Guerrero decayó con el número 35.

Hoy, muchísimos años después, sigo sosteniendo la misma opinión: a partir del 35, el Guerrero del Antifaz pierde toda su magia y se transforma en un tebeo infumable. Los 34 primeros números, en cambio, son magistrales.

La historia del Guerrero comienza cuando un reyezuelo árabe, Ali Kan, rapta a la esposa del conde de Roca, sin saber que ésta se había quedado embarazada. Tiene un hijo y él cree que es suyo, y lo educa como tal. Con 20 años el mozo es el paladín de las huestes musulmanas, pero la madre no soporta verle matar cristianos y le cuenta la verdad. En ese momento Alí Kan irrumpe y mata a la madre; el guerrero hiere a Alí, y escapa. Acude al conde de Roca y le cuenta su historia, pero éste duda. El Guerrero decide entonces que capturará a Alí Kan para que confiese, aunque el conde termina por creerle. El problema es que, como hijo de Alí Kan, mató a muchos cristanos, y decide taparse la cara con un Antifaz. Y la serie comienza con el conde de Roca contándole esta historia en confidencia a la bella hija del conde de Torres, su vecino.

Bien, los primeros  números nos muestran los intentos del guerrero de capturar a Alí Kan. Y el combate es el lógico: Alí es poderoso, tiene una fortaleza y un pequeño ejército. Además, los mejores soldados de Alí Kan reconocen al guerrero y no le tienen miedo. El Guerrero es relativamente inexperto, y las pasa canutas. Sobrevive, claro, pero no vence. Y le capturan muchas veces, aunque, justo es reconocerlo, cada vez es más difícil. El conde de Roca, mientras tanto, no se queda quieto - lleva años combatiendo a Alí- y ficha al joven conde de los Picos, pretendiente de la condesita de Torres, para que le ayude. Éste, fuerte y ávido de triunfos, consigue conquistar la fortaleza de Alí Kan justo cuando iban a matar al Guerrero. Herido, el Guerrero se retira unos días a descansar con su padre (aunque nadie sabe porqué son amigos). En éstas, Alí Kan había conseguido huir y se encuentra a Olián, al cual había mandado pedir ayuda cuando le estaban asediando la fortaleza. Olián es el equivalente al de Picos; con el conocimiento de Alí Kan, reconquista la fortaleza; envalentonado, deja a Alí con sus soldados para que termine la reconquista - el de Picos, con los suyos, seguía sin rendirse en el palacio interior-, y marcha al frente de su hueste a, ya de paso, conquistar el condado de Torres. Resumido, esto es lo que pasa en los cinco primeros números, porque pasan muchas más cosas. No está mal, ¿verdad? El dibujo, además, va mejorando en cada número, y en el quinto es ya excelente.

Sigo: Olián asalta el castillo de Torres, pero cuando va a capturar a la condesita aparece el Guerrero. Luchan, Olián pierde, pero sus oficiales deciden que por si acaso, y capturan al guerrero, levantan el asedio y se retiran a la fortaleza de Alí Kan, que ya ha capturado al de Picos. Estando allí, el Guerrero se escapa y libera al conde de Picos, y entre los dos consiguen reconquistar la fortaleza - también ayuda que el conde de Roca, de nuevo, estaba asaltándola desde el exterior. Olián y Alí Kan escapan, claro.



A partir de ahí, las andanzas del Guerrero se convierten en aventuras, persiguiendo a Alí Kan, Olián intentando capturar a la condesita de Torres (de la que también está enamorado el Guerrero), y todo eso. En una de estas, el Guerrero y su padre, que han formado un dúo, caen prisioneros de Harúm. En la sala de torturas, Harúm mata al conde de Roca: un nuevo enemigo para el Guerrero, solo que no le va a durar mucho. Es el número 14, y en el 15, en Guerrero conoce a tres colosos, los hermanos Kir (el mayor se llama Osmin), que por razones que nunca se dicen también luchan contra Harúm. Los cuatro asaltan el castillo, pero los Kir son cogidos - Osmin sólo más o menos, sí pero no. Cuando peor le va a Osmin aparece el Guerrero, rescatan a los otros dos y salvan a Aixa, la hija de Harúm - que se había enamorado del guerrero y le había liberado una de las veces que Harúm le había capturado-, y el Guerrero mata a Harúm. Estamos en el número 17 y el dibujo alcanza su cénit.

Vengado el padre, los argumentos pierden un poco. Se forman dos tramas paralelas: por un lado, Hamed Zenete, un sobrino de Harúm le hereda e intenta recuperar a Aixa - de la que se enamoran los dos Kir pequeños. Por el otro lado, Olián consigue raptar a la condesita y la lleva a su fortaleza. El guerrero lucha contra las huestes de Hamed cuando sabe de lo de Olián, y junto con Osmin acude a su rescate. Eso le llevará hasta el capítulo 29 (le cuesta muchísimo), y acabará con la condesita rescatada y Olián gravemente herido. Mientras tanto Hamed ha coseguido recapturar a Aixa, y el guerrero y los Kir se lanzan de nuevo a su rescate. Las pasan realmente canutas, pero matan a Hamed, Aixa es la nueva reina y los Kir pasan a ser sus oficiales principales; fin del número 33.


A todo esto, el tema de Alí Kan ha quedado inconcluso; a estas alturas, se ha convertido en el jefe de una banda de salteadores (con el sueño de recuperar su reino), con apariciones ocasionales. En el número 34, el Guerrero retoma su rastro, pero aparece el hermano de Alí, Yeir, que por lo visto es un reyezuelo en Túnez, y que había acudido a ayudar a su hermano a escapar a África. El Guerrero lucha contra Yeir Kan, éste le hiere, le vence y lo lanza a un lago. Su fiel escudero, Fernando, le rescata y le lleva herido al territorio de Aixa para que le curen. Ya hemos entrado en el fatídico número 35: el guerrero se lanza a la caza de los Kan, pero estos se han embarcado, así que el héroe también se hace a la mar.

El dibujo es cada vez menos cuidado, pero no es solo eso. Las tramas se repiten, el esquema jefezuelo captura al guerrero, el guerrero lucha y le vence, una y otra vez... pero no es solo eso. Es algo que me rechina, que me rechinaba desde niño y que ya de adulto se me hizo intolerable. El Guerrero se hace a la mar... y sigue tal cual.

Quiero decir, al principio todo tenía un ambiente medieval del siglo XIII. Reconquista, reinos de Taifas, luchas a espadas, sin pólvora, cotas de malla y escudos, en contadas ocasiones unas ballestas. Sobre todo, las cotas de malla: todos llevan cotas de mallas, moros y cristianos. Los moros suelen lucir una medialuna en el pecho, los cristianos una cruz, pero casi todos llevan cota. Y, cuando se hace al mar, el Guerrero sigue llevando cota. Lucha en África, el traje lo pierde mil veces, pero siempre tiene la cota de malla. Y casco, no importa el calor que haga. Cae al mar con casco, capa, espada, puñal y cota de malla, pero el tipo bucea como si nada, nada como si volara, nada le pesa. Rodeado de marineros semidesnudos, el sigue igual, con su uniforme, su capa a veces, y su casco y su cota de malla siempre. Pero ahora, en el mar, la lucha no es a espadas, no es del siglo XIII. Los barcos, elaboradísimas galeras, parecen navíos de línea del siglo XVIII, con múltiples cañones muy manejables y precisos. Los cañones están por doquier, aunque nunca aparecerá un arcabuz: se lucha con cañones, espadas y flechas. Y el Guerrero, que en teoría nunca había visto el mar, es todo un experto. Por cierto que en África sigue llevando el antifaz, aunque nadie le reconocería; supongo que se habría acostumbrado ya, porque no se lo quitaba nunca.

Por supuesto, a estas alturas el Guerrero es invencible. Luchará contra cuatro o cinco tiburones, buceando con capa, casco ¡y cota de malla! y les vencerá sin parpadear, como si lo hiciera todos los días. Y no es todos los días, porque otras veces son leones, cocodrilos, gorilas, pitones,... lo que toque.

Me dirán que son exigencias de las series de tebeos, que eso a los niños les da igual y que lo miran con los mismos ojos. Pero yo creo que no: de niño, a partir de ese número ya no me gustó tanto. Me siguió gustando, claro, tampoco Mortadelo y Filemón están siempre contra el gang del chicharrón y sin embargo siguen gustando, pero ya no era lo mismo: aunque pequeño, para mí el nivel había dado un bajón tremendo.

Y luego, la referencia constante a los Reyes Católicos. Resulta que la acción transcurre durante la campaña de Granada. Y esto fue lo definitivo. Todo lo demás tenía un pase, pero esto.... Que yo era pequeño, pero no tonto. Y sabia perfectamente en qué años reinaron, y que ya no había reyezuelos en aquella época, y mucho menos en la zona original, se supone que en las montañas de Alicante. Vale que la primera frase del primer número es "Durante el reinado de los Reyes Catolicos.", pero era una frase que era sólo eso, la primera frase, equivalente a "érase una vez". Y les confieso que aquello me cabreó. No había ninguna necesidad - fuera del hecho de que se escribiera en los años 40, ya me entienden- de situar la acción en esa época, el autor podría haber dicho sin problemas "durante el reinado de Fernando III el Santo", por ejemplo.

En fin, les contaré cómo terminó todo. Hacia el número 100, mi madre se hartó de que guardara tantos tebeos y los tiró todos. Para entonces yo estaba ya aburridísimo del personaje, y no me importó. Así que no sé cómo continuó la serie, cómo se resolvió todo y qué diantres hacía el guerrero luchando contra unos chinos en Asia - un número suelto que compré en un viaje en tren-.

Pero todo esto no importa. Los 34 primeros números son tan buenos que, desde mi infancia, mi personaje favorito ha sido siempre, es y será, el Guerrero del Antifaz.




Billy Oskay & Mícheál Ó Domhnaill - The Cricket's Wicket

lunes, 10 de noviembre de 2014

El Muro de hace 25 años



Ayer, 9 de noviembre, se cumplieron 25 años de la caída de l Muro de Berlín. A una parte importante de la población, lo del Murod e Berlin no les significará nada; otros, en cambio, exclamarán cosas del tipo "¡Cómo! ¡25 años ya! ¡No puede ser, qué barbaridad, cómo pasa el tiempo!". Yo me temo que soy de los que pedirían un recuento.

Mi primer intento serio de ir a Berlín es de cuando pretendía hacer mi proyecto fin de carrera. Quería hacer un restaurante giratorio sobre una torre, y me habían dicho que en Berlín había uno y que fuera a verlo. Pero resulta que en aquel momento yo estaba haciendo el servicio militar, y la cosa no era tan fácil. No po dinero, pues yo trabajaba ya de antes, sino por el hecho de estar en la mili. Verán, no era cuestión de tener días de permiso: es que uno no puede abandonar el país, podría ser prófugo. Así que tocaba pedir al coronel un permiso especial para el viaje. Joven e impetuoso, lo solicité.

En el interín,las cosas en el cuartel se me complicaron. Había llegado a un pacto con un teniente, por el cual él me libraba de la instrucción y yo le calculaba una casa a su cuñado. Él me libró de la instrucción, y yo me dediqué a darle largas (para que luego se diga que la mili no es una escuela de la vida). Él me arrestó y yo me ví metido en un lío. Había aprobado el cursillo de cabos y el ascenso era inminente, pero al mismo tiempo quedó libre una plaza de imaginaria y me presenté voluntario. Al hacerlo renunciaba a ser cabo y a todos los permisos y pases de fin de semana, pero me permitía (me permitió) esquivar a mi teniente los ocho meses que me quedaban. Pero, claro, cuando me llegó la autorización para ir a Berlín tuve que rechazarla.

El caso es que no pude hacer ese viaje hasta el verano de 1990. Todavía existía Alemania del Este, pero la frontera estaba abierta. Y como ese año sí tuve vacaciones, allí que me fui.

He de reconocer que mi llegada no fue muy espectacular. Venía en un tren de Praga, por supuesto llegaba a Berlín Este, y era muy temprano. Mucho. Nada abierto en la estación. No problema, me tumbé en un banco y me eché a dormir. Al cabo de un rato, me despierta un policía con un perro asesino con bozal. Batida en la estación. Junto con una banda de vietnamitas, me echan de la estyación. A la puta calle. Por cierto que fue la primera vez que ví vietnamitas, supongo que por ser un país comunista es lógico que estuvieran en uno.

Ahí me tienen, vagando por las calles de Berlín Este. Por fin abre una cafetería. Yo, como occidental, era rico, lo había descubierto al entrar en el Este, pero no lo sabía al salir de España, y mis billetes de marcos eran enormes para el Este. Pago, y me dan el cambio: un montón de marcos. Ya puedo coger el metro y pasar al Oeste, de nuevo al mundo libre. Donde descubrí otra jugarreta de los orientales: me habían dado el cambio en marcos orientales. No los aceptaban en el oeste. Me fijé con detalle en las monedas y, en efecto, eran de la DDR. En fin, cosas que pasan. Aunque si mi llegada a Berlín no fue la de un marajá que va a pedir la mano de la hija de otro marajá, mi salida sí fue de verdad humillante. Cómo no, también por Berlín Este; aunque antes, en el Oeste,... no, mejor no lo cuento.

¡Yo les estaba hablando hablando del muro! Aquel verano del 90 el muro todavía estaba allí. La parte más urbana se había demolido, pero el original medía 160 km; quedaba mucho muro. Tanto que, desde el centro, me di un paseo por su trazado. En un determinado punto estaba solo, nadie cerca, y el muro tenía un roto tremendo. No recuerdo si aproveché un bolo de hormigón para romper un fragmento que estaba a punto, creo que no. Lo que sí hice fue llenar mi mochila de cascotes. Muchos, 11 ó 12. Quería llevar uno a cada uno de mis 8 hermanos, otro para... no recuerdo, pero cogí muchos. Luego, en el hotel, los envolví en papel de periódico, los puse en la bolsa de ropa para lavandería que tienen todos los hoteles y desde ese momento mi maleta pesó un quintal.

Lo triste del caso es que, al legar a casa, no los repartí. Alguno, a los más mayores, creo, pero la mayoría de mis hermanos eran jóvenes y decidí guardárselos para cuando se independizaran. El tiempo pasó, 24 años, yo lo olvidé, y nunca los dí. Aún los tengo, perdidos en algún rincón de mi casa, dentro de una bolsa de plástico blanca y quizás envueltos en hojas de un periódico alemán de 1990.

Pues bien, les confesaré una cosa. También, parte de la verdadera razón por la que no los repartí y por la que los tengo olvidados no sé dónde. Aquella tarde, en Berlín, no me dí cuenta; luego, al llegar a casa, sí: son fragmentos normales de hormigón. Normales y corrientes, de los que es por completo estúpido guardarlos. Nada indica que sean del Muro, pueden ser de cualquier muro de cualquier lugar. O, si nos ponemos trascendentes, pueden ser de cualquier Muro de cualquier lugar. Y son sólo fragmentos, sin más. No valen la pena.


No volví a Berlín hasta 1998. En esa ocasión ya tenía un guía, un alemán oriental. Pero todo era distinto.

Quizás algún día les cuente esa historia.




Somewhere Over the Rainbow - Israel Kamakawiwo'ole




lunes, 12 de mayo de 2014

Floja de remos



Mi cuñado solía tener la costumbre de buscarse siempre novias de entre 18 y 20 años. Yo, claro, al principio lo encontraba normalísimo; con el tiempo, me parecían demasiado jóvenes y, lo confieso, acabé choteándome de ello. El vicio, por supuesto, le duró hasta que se lió con una de 37 (o le cazó, ahí ya no entro), la veteranía es un plus, y la ya no tan moza supo encandilarlo de verdad, y fin de sus veleidades.

El caso es que en cierta ocasión, describiéndome cómo era una de sus novietas, la calificó como "floja de remos", pero acto seguido añadió: "aunque, claro, a esas edades todas lo son". Me hizo tanta gracia la expresión y encontré la observación tan aguda y acertada que, desde entonces, cuando miro a una mujer me fijo siempre en esa característica. Y, en mi cuestionario subconsciente de valoración, ése que instantáneamente rellenamos todos los hombres como un reflejo, ese epígrafe se formula siempre como "Floja de remos: sí/no/un poco". Y, sí, tengo que convenir con él que las mayorías de chicas, a esa edad, son flojas de remos.

No sé si usted es taurino o no lo ha necesitado, pero, en cualquier caso, ¿verdad que tenía razón?



Los Sabandeños - La muralla

 (por mi cuñado, que era un fan de los Sabandeños)



miércoles, 16 de enero de 2013

Camino de Ipás

Yo debía haber salido el segundo, pero en mi lote faltaba la escayola, así que me retrasaron y pasaron a todos los demás por delante. Instrucciones, consejos,... la preparación de cada uno requería un cierto tiempo, con lo que cuando pude partir ya se ponía en Sol. Y encima, mi destino era Ipás, nada menos. No Badaguás, que estaba más cerca,ni Yosa, Cenarbe o Bescós; ni Villanovillos, que estaba realmente cerca (aunque claro, no tan cerca como el cementerio de Acín, sitio al que, por otra parte, nadie quería ir). No, yo tenía que ir a Ipás. Como me dijo el jefe, "tu camino en Pioneros debe ser el más exigente". Y allí que me fui.

Se suponía que debía haber llegado de día, pero no que saldría justo antes del ocaso, con lo que la noche me llegó en plena ascensión (Ipás estaba en el valle de atrás). ¿Qué iba a hacer? Busqué un sitio apropiado, me hice un vivaq, pergeñé algo de cena y a dormir. Me levantaría temprano, y listos. Yo tenía catorce años, y veinticuatro horas de soledad por delante antes de regresar al campamento. Un listado de actividades (¡y reflexiones!) que hacer, un básico de comida de supervivencia (el mito del huevo, la lata de sardinas, el tomate y la cerilla era una exageración, pero no iba muy allá),... y poco más. El resto es cosa mía. 24 horas en la montaña no es el rito de Orzowei, pero para un chico de ciudad de catorce años ya está bien.

Ahora sería ilegal. Y no sólo que yo me fuera, sino, me temo, todo lo que hice. Me había ido de campamento sin la autorización expresa de mis padres consintiendo la actividad del raid. Mi jefe tenía 18 ó 19 años recién cumplidos, y de hecho lo era en calidad de sustituto, que con 19 había abandonado el campamento para incorporarse a la mili. No era (ninguno de los dos, en realidad) un monitor titulado, y a los chicos se nos dejaba sueltos (¿he de puntualizar que no existían los móviles?) con increíble facilidad: de hecho, las 24 horas anteriores al raid personal había estado otras 24 horas de raid de patrulla, casi igual pero la patrulla (seis chicos de los cuales yo sería el mayor) juntos.

Y lo más llamativo: ningún padre se quejó. Un raid personal de 24 horas es duro, pero todos entendían que era parte de nuestra formación. Creo que en aquella época, y perdónenme la expresión, "no nos la cogíamos con papel de fumar".

Hoy, a los padres les habrían quitado la tutela del chaval y al jefe lo habrían enchironado. Y la multa al chico por hacer acampada libre la habrían pagado sus padres, ya ex-tutores. Y nos parece fenomenal, nos parece que es así como deben ser las cosas. Cuando se es menor de 18 años, a lo único que se tiene derecho es a abortar sin que lo sepan tus padres; para todo lo demás, tienes el mismo tratamiento que los niños de guardería.

Desconozco qué mente preclara prohibió que un chaval de 14 ó 15 años no estuviera vigilado las 24 horas; seguro que fue alguien que nunca pudo vivir su raid personal: prohibió lo que no conoció. Hoy mis hijos no podrán tener la experiencia, la oportunidad de crecer que yo tuve, y si han leído alguna entrada anterior de mi blog sobre la educación, sabrán lo que pienso. Pero cuando, cualquier día, se lamenten de que los jóvenes de ahora blablablá, y que nosotros a su edad blablablá,... piensen que la educación no es sólo saber tocar la flauta o tener más o menos horas de inglés.

Y, aun con todo, ustedes consideran que lo de ahora es lo progresista, lo correcto, y lo que yo tuve es fascista. Y jamás se les ocurrirá permitir que un chaval de 14 años haga algo por sí solo. Absolutamente solo.

martes, 3 de julio de 2012

La edad de mi abuela

Mi abuela era una señora muy mayor. Quiero decir, yo siempre la conocí como una abuela vieja, una señora antigua. Siempre salía de casa con guantes, nunca con las manos descubiertas, y nunca estaba fuera de casa al caer el sol (excepto la noche de aquel 24 de diciembre que nació mi hermano y nos quedamos los chicos solos y ella vino a cenar con nosotros; claro que es una excepción que se permite). Jugaba al tresillo, apostando unos céntimos, y a veces a la canasta. No comprendía bien la modernidad de entonces, pensaba que mi novia (y éramos los dos adolescentes) era... ¡la institutriz de mis hermanitos! (aquella palabra se me quedó grabada: ¡institutriz!  ¡Como si fuera ochenta años antes!). Quiero decir, no respondía al estereotipo de abuela joven cincuentona, sino al de abuelita venerable, de otra época. Pero es que yo creo que ya nació mayor.

El caso es que su edad era un misterio. Nunca nos la quería decir. Un día (para una panda de gamberros un bolso no es inviolable) supimos qué año figuraba en su carnet de identidad como el de su nacimiento. Realmente, mi abuela era muy vieja, pero ¿nos valía para saber su edad? La verdad es que, aunque ella juraba y perjuraba que era de aquel año, no nos fiábamos. Por la familia corría un rumor: durante la guerra habían ardido los archivos del registro civil donde había nacido, y la gente había tenido que volver a inscribirse. Y lo que se decía es que mi abuela y sus hermanas (seis en total, todo mujeres)... habían aprovechado para quitarse años. Se decía que cinco. Por supuesto, aquello era una maledicencia que todas las hermanas negaban y nunca se supo la fuente, ¡menuda patraña!

Así que no sabíamos a ciencia cierta cuántos años tenía la abuela.

Un día murió su hermana Carmen, sin descendencia, y mi padre tuvo que tramitar las cosas, papeles de herencia y esas cosas. El caso es que un día mi padre dijo que el notario le había dicho que su tía Carmen había nacido en cierto año, por lo demás muy fácil de recordar porque en él ocurrieron suceso famosísimos. Y a mi padre le había chocado porque él sabía que su madre y su tía se llevaban dos años. De ser así, mi abuela habría nacido... cinco años antes de lo oficial. Pero para entonces los nietos no teníamos ningún interés en saber la edad de la abuelita; nos bastaba saber que conoció a Matusalén de niño.

El tiempo pasó, la abuela murió y la generación intermedia se fue haciendo mayor. Probablemente, la fuente y la persona que lo supo de la primera fuente estarían ya muertas o seniles. Sin embargo, un año hubo una anécdota en la familia. Ocurrió que tras la muerte de una de las últimas hermanas, su hija, que sabía que (su madre) se carteaba una felicitación navideña con unos parientes muy lejanos a los que ella no conocía, decidió contactar con ellos. Y resultó que nosotros pertenecíamos a una rama perdida de una antigua familia: mi bisabuelo, que era militar, había abandonado en el siglo XIX el terruño familiar y tenido la vida itinerante de los militares de carrera, pero había mantenido un cierto contacto con su familia. Esta familia había sido más lejana para mi abuela y sus hermanas, pero a pesar de ello habían mantenido una correspondencia, algún conocimiento, supongo que con el paso de (muchos) años lo justo para cumplir con las tradiciones navideñas, participar de natalicios y bodas, esas cosas de entonces.

Pues bien: el resto de la familia había mantenido la relación entre ellos, únicamente nosotros éramos una parte ajena: parece ser que sabían que existíamos  de manera genérica, pero no quiénes éramos. De hecho, ellos seguían acudiendo de vez en cuando al pueblo de los antepasados. Y, claro, al reestablecerse una línea de comunicación surgió la idea de montar una reunión de todos, en el pueblo donde estaba la casa familiar. Sí, porque nosotros no lo sabíamos, pero esta familia conocía su propia historia y sabía todo su árbol genealógico hasta algún patriarca que había plantado un árbol y montado una casa en ese pueblo... en el siglo XVIII. Y la casa y el árbol seguían allí, y seguían perteneciendo a alguien de la familia. Una casa normal, no se vayan a creer, de campo, con un corral y un pequeño huerto circundado por una tapia. 

La reunión fue multitudinaria, y aunque a los más jóvenes justo nos venía para relacionarnos con nuestros primos segundos de otras ciudades (y que, hago notar, todavía pertenecían a la rama "nuestra", son nietos de hermanas de mi abuela), los mayores se lo pasaron bomba. Tanto es así que un día (lo prometo) contaré la más fantástica e increíble historia verdadera que se descubrió en aquel encuentro.

Pero al grano. Dentro del programa de actividades no podía faltar la visita común a la casa del tatatatatatarabuelo, en la que moraba en aquella época una señora mayor... con cuya madre resulta que se carteaban mi abuela y sus hermanas. Y esta señora tenía...

Una foto. Una foto de las seis hermanas, niñas (las mayores ya unas mujercitas); mi abuela, la menor de las seis, aparecía sentada en el suelo, con un gran balón. Todas ellas vestidas según la gala de la época, que era para una fotografía de entonces. Creo que no sabían bien quiénes eran esas chicas, pero mi madre las reconoció al instante. Eran ellas. No sabemos qué edad tendría mi abuela en esa foto, pero por el aspecto le echamos unos tres años. ¿Dos, cuatro? Tres, probablemente.

Y por detrás de la foto, escrita con cuidada caligrafía, la felicitación navideña... de dos años antes de nacer mi abuela.

Mi madre pidió permiso, que le fue concedido, y ahora la foto la tiene ella.

Y es que a veces parece increíble lo que han cambiado las cosas en un par de generaciones.