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jueves, 22 de julio de 2021

Revisando proyectos

Me pide un cliente que revise un proyecto que encargó a una ingeniería. Pasa a veces, sobre todo cuando trabajan con varias ingenierías y les gusta que se vigilen entre sí.

Revisar el proyecto de un colega es siempre un asunto delicado. Por supuesto, los ingenieros somos unos cretinos y cuando tenemos la oportunidad de poner a caldo a otros nos sale el colmillo asesino y para qué les voy a contar: hasta los ingenieros de Mercedes son unos mantas a nuestro lado. Pero con el tiempo uno se da cuenta de lo cretino que se es (con el tiempo: cuando otros ingenieros cretinos han revisado suficientes proyectos de uno); y en realidad, lo que la propiedad o la constructora quiere saber es si lo del proyecto se le va a caer o no y si se están matando moscas a cañonazos, y lo demás les da igual.

Así que desde hace tiempo yo intento alabar el trabajo del colega y criticar sólo lo que en buena lid es un tema a discutir. Cuando la revisión es así, mi experiencia es que la ingeniería responde bien: donde se ha equivocado lo reconoce, y donde el error es mío (una revisión siempre se hace con mucho menos detenimiento que el proyecto) me lo ha demostrado, yo reconozco mi error y emito un dictamen favorable, y todos contentos. Yo, el que más.

Recuerdo un caso que la documentación de la estructura y cimentación medía más de 1,50 m de altura. La obra era complejísima, y sin embargo había muy pocos errores. ¿Dónde se equivocaban? En los márgenes del proyecto. En las cosas pequeñas, a las que no se dedica atención porque ya se ha resuelto lo principal. En los elementos que el ingeniero senior deja ya que los resuelvan los junior. Como si después de diseñar un fórmula 1, uno  dejara el tapón de la gasolina al becario.

En el caso que nos ocupa, el proyecto era muy fácil. Muy fácil. Muy, muy fácil. Tan fácil, que ése fue el error de la ingeniería. Sin duda, el proyecto lo resolvió un ingeniero junior con muy poca experiencia. Le darían un par de directrices, las ideas geniales de cómo resolverlo (se notaba), y luego le dejaron solo, porque no creo que cobraran mucho, ya que esa ingeniería era una subcontrata de otra ingeniería.

Como he dicho al principio, lo que la Propiedad quiere saber es si aquello se va a caer. Y no, no se iba a caer. Las soluciones proyectadas eran correctas, se veía a simple vista, sin necesidad de sacar la calculadora; ya he dicho que era un proyecto muy fácil.

¡Qué desastre de proyecto!

Los errores que cometían eran de dos tipos: formales y despreciables. 

Los formales son aquellos que solo afean el resultado: por ejemplo, que describan el terreno empleando la descripción de otro proyecto. O que aparezca en el encabezado la referencia a otro proyecto y no a éste. Que digan "la obra es en Cáceres" y sea en Tarragona. Cosas así. Afean.

Los despreciables son aquellos que los legos no perciben y los profesionales, directamente, no van a hacer ni caso. Por ejemplo, y son extraídos del proyecto que nos ocupa), que empleen tornillos M14 (y de un tipo que no existen), que pongan en los planos que la obra está cerca del mar (no lo está), detalles típicos que no son de aplicación en esta obra y que la propia constructora resolverá cómo hacerlo,... cosas así.

El problema mío es que si no los señalaba sería como hacerlos míos. Y además, qué caramba, si la ingeniería no quería que le sacara los colores no haber cometido los fallos. Que hubieran revisado el proyecto antes de entregarlo: yo tardé menos de una hora en encontrarlos todos, y no tenía ni idea de qué iba el tema.

En fin, espero que no se enfaden conmigo y que en cambio aprendan la lección.

Y es que todos los ingenieros jóvenes cometen los mismos fallos en todas partes. Lo que da que pensar, porque son errores "modernos". En mi época no se cometían.

Muchos errores son lingüísticos. Muchas faltas de ortografía, muchas palabras en catalán, muchas palabras que en catalán se emplearían pero que en español no. Y en algunos casos, traducen mal (no dominan el español, es la verdad) y no se dan cuenta de que la traducción que han hecho tiene otro significado:

"No obstante, es conveniente, que a no ser que hallen órdenes en contra, se cumpla..."

Lo que el escribiente quería decir es "a no ser que haya órdenes". Pero tendría el texto en catalán, y no dominaría los subjuntivos en castellano. El resultado es que uno no sabe si hay que esperar a que un equipo de arqueólogos busque primero alguna tablilla de madera con órdenes en caracteres cuneiformes, si hay que enviar a la policía a registrar la obra, si se confía en que algún peón encuentre por allí un papelajo...

Muchos otros errores son el resultado de reescribir textos. Uno tiene la memoria de un proyecto, y la aprovecha para el siguiente: cambia la localización y cuatro cosas más y ya está. Y así salen los textos: el seguro de mi coche no cubre los daños que cause por introducir mi coche en un acelerador de partículas. Juro que  está escrito en lo que no cubre: daños por erupciones volcánicas, guerras, cosas así. Y la transmutación de la materia de mi coche. Estoy seguro de que el ingeniero que escribió la cláusula debió quedar la mar de satisfecho. Pues en la memorias de los proyectos, igual. Terminan describiendo montones de cosas que no son de aplicación en el proyecto (imaginen que haya instrucciones para ponerse el chaleco salvavidas que encontrarán debajo de su asiento... en un bólido de F-1).

Además, siempre se dejan algo por cambiar, y el resultado llega a ser de risa. En el proyecto los anejos de cálculo hacen referencia constante al sótano -2; y no había ningún sótano.

Otro error moderno: en los planos había textos con letras de 5 mm de altura, y textos importantes con letras de seis décimas. Ilegibles. Y, sin embargo, no lo vieron. No vieron nunca los planos en papel, sólo en pantalla; y en pantalla, como se hace el zoom que haga falta...

Son, ya digo, fallos modernos: fallos por hacer el proyecto por ordenador. Pero hay algo más, algo mucho peor.

Los jóvenes de ahora no aprenden. No se responsabilizan de su propio trabajo. No lo repasan. Lo miran y no ven los fallos que cometen. Y esto, una y otra vez. Y otra, y otra. No sé porqué es. Cuando yo tenía 23 años mi jefe me echó una bronca; no volví a cometer aquellos fallos. Un año después, en otro empleo, también cometí un fallo y recibí la pertinente bronca. Nunca más. Cuando cometía fallos, mis jefes me sacaban los colores. Y yo salía de allí decidido a que no me volvieran a abroncar más; y si para ello debía no cometer errores, no los cometía y por si acaso repasaba lo hecho. Los de ahora no sé si tienen sangre de horchata o es que están tan acostumbrados a que les revisen su trabajo que no hay manera.

Y yo no debería quejarme: mientras estos chicos estén haciendo proyectos a mí no me faltará trabajo. Como Nadal y Djokovic, que aún no hay tenistas que les echen. Pero desilusiona ver cómo ahora se hacen las cosas peor que antes, y cómo los chicos de ahora tienen menos capacidades que los de antes. No todos, claro, sigue habiendo mozos extraordinarios. Pero el nivel medio es muy decepcionante.

Me gustaría que el jefe de la ingeniería se sonrojara al ver mi informe, y decidiera que los jóvenes de su despacho han de avergonzarse también y les cantara de verdad las cuarenta, a ver si se espabilaban. Porque al ver lo que dan ellos por bueno se me cae la cara de vergüenza ajena. Que dicen que son tan ingenieros como yo.

martes, 29 de junio de 2021

Mis versículos favoritos X: a la aurora alegría

https://www.youtube.com/watch?v=tHDsxu-11Vg 

 

 

El otro día estaba viendo un capítulo de El ala oeste de la Casa Blanca (The west wing), el 3º de la 4ª temporada. El presidente Barlett (Martin Sheen) tenía que dar un discurso en una universidad en campaña electoral, y el discurso tenía que versar sobre educación. Pero el día anterior había habido un atentado en otra universidad y había habido muertos, y el equipo, con Sam Seaborn (Rob Lowe) a la cabeza, tenía que rehacer el texto. A la carrera, porque ya están ahí. Y unos segundos antes de salir a escena, cuando Barlett se separa de su equipo para entrar, Sam le recuerda: "A la aurora alegría". Curiosamente, yo estaba viendo el capítulo subtitulado y el subtítulo decía "Por la mañana júbilo". Y me fue automático: pulsé la pausa.

Me volví hacia mi hija, y le repetí: A la aurora alegría. Mi primer impulso fue pensar que era un verso de Shakespeare, y ella opinó que sería el lema de la universidad. Pero entonces mi cerebro hizo clic y le dije: "no, es una frase de la Biblia y ayer (era lunes) se leyó en misa". Y, cosas de la tecnología, mientras intentaba recordar si se había dicho en la primera lectura o en el salmo, ella, teléfono en mano, acertó: "Salmo 30". Para entonces yo recordaba el juego de palabras que me había llamado la atención en su momento, y se lo dije y expliqué. Volvimos a la serie, y en efecto, Barlett empezó su discurso: "A la aurora alegría, dicen las Sagradas Escrituras".

No es habitual que alguien recuerde el salmo que se ha recitado en la misa de un domingo, y eso que yo intento fijarme en los textos, pero ese texto concreto me llamó la atención en el momento que se dijo. Por el juego de palabras, además de por el mensaje. Y es que el salmo 30, que es ya de por sí uno de los más conocidos (por su primer verso: "Te ensalzaré, Señor, porque me has librado") dice:

... al atardecer nos visita el llanto; por la mañana, el júbilo.

Salmo 30, 6

¿De qué va el salmo? De la enfermedad. De la muerte. De la desesperación del enfermo o de sus cuidadores, de la persona que ha de afrontar la noche toledana que se nos viene. Esas noches en las que uno no sabe si llegará a ver el alba, que se hacen eternas, en las que no hay ayuda posible. En las que no cabe sino esperar. Esperar y confiar.

Y de los amaneceres, cuando el enfermo, que al fin ha podido dormitar un par de horas, se encuentra ya mucho mejor. Quizá como nuevo, quizá dolorido o con secuelas, pero sabe que lo peor ha pasado. Que ha superado la noche, que saldrá de ésta. 

Son experiencias que sólo comprenden los que las han vivido. Pero que me asombra que las recoja la Biblia, y la humanidad con que las recoge. Más adelante, dice el salmo:

A ti, Señor, llamé, supliqué a mi Dios: "¿Qué ganas con mi muerte, con que yo baje a la fosa? ¿Te va a dar gracias el polvo o va a proclamar tu lealtad? Escucha, Señor, y ten piedad de mí; Señor, socórreme".

 Salmo 30, 9-11

Es un pensamiento íntimo. El enfermo, en la soledad en la que se encuentra (la agonía de pasar la noche es un trance que se ha de superar en solitario). La de los padres desesperados ante el sufrimiento de su hijo pequeño. Esos ratos en los que uno no puede hacer nada sino rezar, entendido como hablar con su Dios.

El llanto al atardecer.

Pero a la aurora alegría. Hemos pasado la noche. Saldremos de ésta. Y ahí los versos del principio:

Señor, Dios mío, a ti grité y tú me sanaste. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa.

 Salmo 30, 3-4

Sin eufemismos. Las cosas como realmente son.

 

Lo cierto es que en la serie Barlett lo empleaba como frase de ánimo: sí, estamos alicaídos por los muertos del atentado, pero por la mañana volverá el júbilo. 

Sea como sea, usted, si en alguna ocasión se encuentra como el autor del salmo, sepa que no está solo. Otros antes que usted pasaron noches como la que usted tiene que pasar. Y ¡ánimo!: por la mañana será el júbilo.




W.A. Mozart - De profundis clamvi K. 93

sábado, 30 de enero de 2021

Ni BIM ni leches: a martillazos

https://www.youtube.com/watch?v=TPhCsiXVF80 

 

 

Recientemente se ha construido una pasarela que he proyectado. La pasarela iba a 17 m de altura y medía unos 70 metros. Dos metros y medio de ancho, algo más de alto, techada, lo normal.

Diseñada con Tekla, también el entorno. Los métodos más modernos de cálculo y todo eso. Para la ejecución se contrató a una empresa de una corta lista dada por mí de estructuristas selectos: gente que por su calidad y envergadura podían acometer esta obra con garantías, nada de chapuceros.

Convendría explicar que la dificultad de la obra residía sobre todo en la dificultad del montaje, que por las exigencias del entorno sabía que iba a ser muy complicado; pero tampoco hace falta, basta decir que todo lo preví en el proyecto y que éste incluía todos los trucos pensados por mí durante meses para que el montaje fuera sencillo. Y es que para mí un montaje sencillo es garantía de que la cosa queda bien hecha, que los montadores de los edificios no son relojeros.

La fase de preparación del montaje contó con todo mi apoyo:ya en el día en el que expliqué la obra a las constructoras que licitaron les hablé de montaje, de los problemas que habría, de las soluciones que había previsto, el sentido de las indicaciones en mis planos,... Otro tanto hice con la adjudicataria, cuando formalmente volví a explicar el montaje en la primera reunión de arranque de obra; también cuando visité el taller para examinar la marcha de los trabajos, y en general siempre que tuve ocasión.

El primer sábado de montaje ya me di cuenta de que algo iba mal: habían colocado unos topes, fundamentales en la estructura final pero que les había explicado clarísimo que se tenían que poner al final. Ellos me dijeron que no, que no los estaban poniendo. Lo que estaban haciendo era aprovechar que la grúa estaba subiendo los soportes para a la vez subir los topes y no tener que subirlos luego a mano. Los topes pesarían 5 ó 10 kg a lo sumo, pero iban atornillados, así que tras mucho protestar acabé cediendo. Eso sí, les explique una vez más el sentido de esos topes y lo importante de que se pongan al final. Sí señor, lo que usted mande, señor, etc.

El siguiente sábado elevaban el primer tramo de pasarela. Examino antes los soportes, y no han quitado los topes. De nuevo, recordatorio: se han de quitar, no se puede montar el tramo con los topes puestos y todo eso. Y de nuevo no se preocupe señor, blablablá.

No quitaron los topes. Como ustedes imaginarán, dos grúas de 400 toneladas manejando a la vez un tramo de 3 metros de largo que ni siquieran ven, dirigidas por radio por un operario que sólo ve desde lejos los soportes,... Claro que los topes impidieron que el tramo se pusiera en su sitio. Como les había advertido.

¿Desatornillaron los topes? ¡Qué va! Si la estructura no entra, se saca el mazo y a golpes que por mis muertos que entra. 

Tanto proyecto, tanto Tekla, tanto BIM, tanto diseño por ordenador en 3 dimensiones, tanta planificación, y al final encajan la estructura a martillazos.

Pero no se vayan, aún hay más. El siguiente sábado, cuando se montó el tramo siguiente.

Porque sí, los topes seguían allí.

Por descontado, entre sábados mi cólera fue terrible. Y les advertí que para el montaje del siguiente tramo debían quitar los topes antes de montar. Que ya había quedado claro que su sistema patatero no funcionaba y que yo, como siempre, tenía razón. Y se me prometió que por supuesto jefe, así se hará jefe, ya saben.

La primera jugarreta fue que ese sábado empezaron antes de ahora. Si los montajes se hacían a las 10, ese sábado empezaron mucho antes. Cuando llegué habían empezado, yo ya no tenía tiempo de inspeccionar nada, pero sí que ví desde abajo que los topes seguían puestos. Pedí explicaciones sobre porqué empezaron antes de que yo llegara, pero eso no tenía arreglo. Lo de los topes, me dijeron, que no me preocupara, que estaban atornillados y los tornillos flojos, y que los apartarían llegado el momento.

No quitaron los topes, claro. Sacaron el mazo, e intentaron encajar el tramo a martillazos.

A esas alturas yo estaba intentando no perderme.

Cuando se dieron cuenta de que no iba a entrar ni a martillazos, a alguien se le ocurrió desatornillar los topes. Y entonces...

Resulta que no pudieron. Por lo que me contaron, alguien los había atornillado con una llave dinamométrica y una fuerza brutal, y no había forma de desatornillarlos, los operarios no tenían las herrramientas adecuadas y todo eso. Yo les había prevenido muchas veces durante la obra sobre no apretar en exceso los tornillos, que los quería apretados con la fuerza normal de la mano de un hombre, pero el aparejador me dijo que creía que el que los había apretado era aquel operario al que le dije las veces anteriores que se desatornillaran los topes y que ese operario, cabreado conmigo, decidió apretarlos para que fueran indesatornillables.

Al final consiguieron desatornillar los topes. Pero no los que yo había diseñado para colocar después, sino los otros, los que tenían que estar fijos. 

Por no hablar de otros fallos. Por ejemplo, al haber colocado el segundo tramo antes de que yo lo inspeccionara, me di cuenta de que unas piezas que debían venir soldadas del taller no estaban soldadas, y ya no se podían soldar. Tiene su guasa, porque cuando estaban montando ese módulo me di cuenta de que estaban poniendo las piezas al revés, y se les ordenó montarlas bien... y aquel sábado comprobé que no las habían desmontado y montado correctamente. Y que estas piezas en concreto, al planificar los trabajos, el estructurista solicitó que se las cambiara por otras, porque esas piezas si se soldaban en taller se manejaban muy mal y yo le expliqué porqué tenían que ir soldadas...Por no hablar de fallos más gordos que tuvieron, aunque esos sí se corrigieron a tiempo (con martillos y sopletes, por supuesto).

En fin. Mi lista de talleres selectos es ahora mucho más corta. Pero lo que yo quiero decir no es eso. 

Se trata de que este proyecto fue BIM. Todo el mundo alardeó de lo BIM que se era, de lo diseñado completamente por ordenador en 3 dimensiones que estaba todo y lo directo que iba desde mi ordenador hasta las máquinas que cortaban las piezas, sin que tuviera que haber manos humana que rediseñaran nada. Y en el momento de la verdad, hay montadores que montan piezas al revés, montadores que se "olvidan" de soldar, que aprietan los tornillos puede que con mala intención, y sobre todo montadores y estructuristas que se niegan a seguir las instrucciones del ingeniero incluso aunque quede patente que el sistema de ellos no funciona. Pero ey, BIM.

Marqué en planos que dejaba una holgura de 18 cm para que el montaje fuera sencillo, y acaban metiendo las piezas a martillazos.

Y es que la estulticia humana es como la vida: siempre sale adelante. Sí, el BIM es una gran cosa, dentro de unos años no comprenderemos cómo se pudo construir antes sin BIM, pero todo tiene dos caras. La cara bonita del BIM nos la venden constantemente; de la cara fea nadie habla. Y la cara fea es que gracias a tanto BIM, tanto diseño por ordenador y tanto cerebro electrónico que piensa por nosotros personas que no piensan por sí mismas pueden acceder a estas tareas. Al igual que ya no necesita usted sumar si tiene una calculadora al lado, ya no necesita usted entender la estructura si tiene un ordenador que la entiende por usted. Usted sólo tiene que operar el programa, dicen. Pero como al final han de intervenir personas en el proceso, podemos dar por seguro que cada persona que intervenga logrará mostrar su estulticia e incompetencia.

Y luego acaban montando la estructura a martillazos.




Danny Frank - Quién será


sábado, 13 de junio de 2020

Marcha atrás en el túnel





La N-260 es una carretera nacional, pero "no" es una carretera nacional, si usted está pensando en una carretera ancha, de largas rectas y anchos carriles, ésta no es su carretera. Y menos aún el tramo del que voy a contar una historia.

La N-260 va de Portbou a Sabiñánigo; en línea recta, no llega a 300 km. Por carretera son más de 500. En el Pirineo, ya se sabe, no se va por donde se quiere sino por donde se puede.

Creo que todos estaremos de acuerdo en que el tramo más espectacular de la carretera es el congosto del Ventamillo, entre Seira y Castejón de Sos. Una obra maestra de la ingeniería de la posguerra, un perfecto ejemplo de lo que se puede llegar a conseguir si se tienen suficientes prisioneros de guerra. Lo que pasa es que lo espectacular, cuando se ha pasado muchas veces, se convierte en algo secundario si, como yo, se está en esa carretera sólo para pasar al otro lado.

El tramo tiene un túnel. Este túnel, hay que precisarlo, no es de los modernos. No. Es de los antiguos. Excavado directamente en la roca. Más de una vez, en el otro sentido, toco la bocina antes de encararlo: está a la salida de una curva, y el que viene desde Campo no tiene apenas opción de verme. Ésta es la boca norte:


La boca sur, por la que iba yo, es más fácil, porque tengo un mínimo tramito recto antes de entrar.

El caso es que ahí iba yo, a todo trapo con mi Focus, y cuando llego al túnel veo las luces de un camión por la otra boca. Y no calculé bien. Creí que cabríamos los dos, y adentro que me metí.

En realidad sí cabemos dos coches en el túnel, pero no a la salida, por la trazada de la curva que he dicho. Cabemos dos en el interior, ya acostumbrados a la oscuridad y pasando con cuidadito uno al lado del otro, despacio. Pero en ese momento no pensé como el camionero. Y es que los camiones gestionan el túnel de otra manera, como luego me di cuenta:



El camión me echó las luces, sí. Y pitó. Pero yo pensé que era un miedica, que ya me ha pasado recorrer el congosto detrás de un camionero nuevo en el congosto. Hasta que ví que él venía hacia mí, y que yo... no tenía dónde meterme.

Y paramos los dos. Yo me bajé del coche (justamente tenía el chaleco reflectante en el asiento del copiloto), y entonces entendí.

El camion ha de circular por el centro, por la altura del túnel. Los dos no íbamos a caber, y él no podía echar marcha atrás. Tendría que ser yo.

Y no estoy orgulloso, pero recorrí el oscuro túnel marcha atrás. Hasta el apartadero que hay antes de la boca sur, donde me pude echar a un lado.

No hay que ir nunca marcha atrás en los túneles, y menos en estos estrechos y negros como el tizón, pero ¿qué iba a hacer?



The Beach Boys - Sloop John B (versión de Josh Turner Guitar & friends)

sábado, 6 de junio de 2020

Múnich, 1999




El día de feria había sido duro; parece mentira, pero son jornadas agotadoras. De pie, caminando, visitando, teniendo conversaciones. Un café de máquina, un sandwich, una comida rápida, una mala digestión, 10 horas sin parar, tensión constante, atento a todo. A lo mejor comí con un holandés de inglés incomprensible (como el mío) o con unas portuguesas o con un comercial italiano al que le quería comprar una máquina; en las ferias se ha de estar abierto a todo tipo de contactos, más en una época sin google en la que la red son las personas que uno conoce. Es normal que al terminar la jornada saliera a cenar, quizá a divertirme.

Íbamos tres. Conmigo venían dos comerciales, John, cuyas raíces australianas concordaban con sus ojos azules y su perfecto cabello, y un peruano.

En aquellos tiempos, los negocios se hacían con traje y corbata, y una feria en Alemania no era una excepción. Lo normal, imagino, es que a la noche dejara la chaqueta y la corbata en el hotel, no creo que me cambiara de pantalones y desde luego no de zapatos. Los otros, ejecutivos de ventas internacionales, quizá se hubieran cambiado y se hubieran puesto algún elegante polo; en cualquier caso, creo que todos íbamos correctísimos pero también aptos para sentarnos en cervecerías a saborear alguna jarra o a comer codillo y chucrut. Ha pasado el tiempo y no me acuerdo bien.

Pero sí que cogimos el metro, pues la zona de negocios no era la zona de ocio nocturno. Y ahí íbamos los tres, habiendo validado nuestros billetes, bajando al andén.

La policía en Alemania iba de verde, diferente de aquí. A simple vista los tomaríamos por guardias de seguridad de una empresa privada; como fuera, no les hicimos caso y pasamos a su lado.

Y de pronto nos dimos cuenta de que habían parado al peruano. Nos detuvimos y le esperamos, y un minuto después se nos unió y continuamos. Pero comentamos lo que había pasado.

Le habían pedido la documentación.

No sé si el peruano se había licenciado en Económicas en Estados Unidos, pero era de una acomodada familia de Lima y tenía un MBA del IESE. Por descontado, imagino que ganaría más que yo. Sé que vivía en un chalet en una desahogada urbanización, flotilla casera de coches, esas cosas.

Pero sus rasgos eran andinos.

Iba caminando correctamente vestido, hablando con dos acompañantes caucásicos también correctamente vestidos, en una ciudad que celebraba una feria internacional.

Pero sus rasgos eran andinos, y la policía le paró. Para nada en particular, no estaban parando a la gente ni pasaba nada, pero a él le pararon y le pidieron los papeles.





Manu Chao - Clandestino

miércoles, 19 de febrero de 2020

Pensar en los demás





Ocurrió delante mía.



Es un arranque de andamio de los de restaurar fachadas de lo más normalito. Barcelona está lleno.

Si se fijan, detrás del poste izquierdo se aprecia lo que es el banco de una parada de autobús. En efecto, ahí paran los autobuses. Los postes que vemos, lo que están haciendo es crear el puente para que los viajeros, al bajar del autobús por la parte trasera, pasen al fondo de la acera, donde no hay andamio.

El caso es que justo cuando yo pasaba se bajó del autobús... un ciego. Que no vio el andamio, claro. Raseando con su bastón blanco, avanzó un par de pasos y giró hacia su izquierda. El bastón, ya digo, raseando, no detectó ningún obstáculo. Y el pobre hombre se estampó contra los travesaños, uno de ellos alto, a la altura del pecho, y el otro en el muslo. Y una vez estampado, nuestro invidente se quedó alelado. ¿Qué me ha pasado, dónde estoy? Porque, a todo esto, empezó a mover el bastón, y el bastón chocaba con los postes, estaba como atascado. 

El señor que iba detrás mío reaccionó rapido y se ofreció al hombre a sacarlo de allí.

Lo que quiero decir es que costaría muy poco, a los que diseñan los andamios (o a los que escriben las normas que deben cumplir) el colocar un larguero a ras de suelo. Algo que detecten los bastones de los ciegos. 

Seguramente, a nadie se le ha ocurrido antes porque ninguno de ellos es ciego.
 

viernes, 7 de febrero de 2020

El esfuerzo oculto





En la vida hay una serie de verdades de las que no se suele ser consciente a pesar de su universalidad. Algunas de mis favoritas son:

  • Nada es tan fácil como parece
  • Todo cuesta más de lo que se cree

y en especial:

  • Todos tendemos a pensar que aquello que no sabemos hacer es fácil

En mi caso personal hay algunas cosas que hago razonablemente bien y gracias a ello me gano la vida. Pero, como era de esperar, esta última verdad es la causa de gran parte de la tensión a la que estoy sometido. Les contaré un ejemplo.

En una industria había una máquina muy vieja (llevaba 50 años funcionando) y que estaba muy deteriorada. Pasaba también que la máquina era muy grande, 15 m de altura, y sustituirla suponía un cambio muy importante en la fábrica: era un cambio que debía aprobar la Dirección, supongo que el consejo de administración. Como el consejo de administración no baja al barro de las fábricas que tienen desperdigadas por lo largo y ancho de este mundo, había que hacer un informe para los ejecutivos, en los que se explicara la situación. Así que me encargaron el asunto. Coja usted un avión, venga a esta fábrica cuando pueda, mire y ayúdenos. Pero ¡cuidado!, no se explaye usted en un farragoso estudio técnico, que estos ejecutivos ni entienden de los detalles técnicos ni tienen tiempo ni interés en saberlos.

Insisto en que la máquina seguía funcionando. Aparentemente no había razones para jubilarla. Y la máquina era básica para la fábrica, pararla significaba parar la fábrica. Y no bastaba con repararla, se quería achatarrarla. La decisión no podía ser caprichosa.

Al cabo de un mes les envié el informe. En el acuse de recibo me agradecieron de manera especial lo claro y bien explicado que estaba todo. Y es que soy bastante bueno en este tipo de trabajos. Ahora mismo, por ejemplo, tengo tres encargos de este tipo encima de la mesa.

Sin embargo, por alguna razón, todo el mundo cree que estas cosas me las ventilo en un plisplás. Como los informe son 5 ó 10 páginas que se leen en 5 minutos, como los problemas y las soluciones se exponen desprovistas de artificios y dificultades, como si fueran cosas sencillas… y, sobre todo, como la otra parte no sabe hacer fácil un informe sobre un tema complejo, siempre creen que son cosas que me ventilo en media mañana. Siempre.

Ya saben, como el relato del técnico, la fotocopiadora y el tornillo (una variante del cual pueden leer aquí).




Scissor sisters - I don't feel like dancin'

miércoles, 31 de julio de 2019

Mi primer eléctrico





El otro día alquilé mi primer coche eléctrico: no iba a hacer muchos kilómetros, me ofrecieron uno con 280 de autonomía, y acepté. La razón principal es que así no tenía que rellenar la gasolina que gastara; cuando uno viaja por trabajo, el tiempo de parar a rellenar, la molestia de hacerlo y la preocupación por encontrar el tiempo y la gasolinera es algo a tener en cuenta.

El vehículo era un Renault Zoe. En líneas generales, bien: el coche me llevó a los sitios y de vuelta. Pero algunas cosas no me gustaron.

En primer lugar, un detalle menor: los cables para hacer la recarga. Hay que llevarlos en el maletero, y ocupan bastante. Me quedó sitio para mis cosas, pero es un bulto considerable. En una situación de coche cargado, ¡caray! Es como ir siempre con un cable cargador de teléfono en la mano. 

En segundo lugar, algo que me pareció muy peligroso: el coche no tenía reprise. Viajé por autovía, pero el trasto sólo cogía los 100 en bajadas largas. Había mucho tráfico de camiones, y adelantarlos con el Zoe era todo un problema. No podía salir del carril de los camiones e incorporarme al de los coches rápidos, porque no tenía capacidad de aceleración. Iba a 93, y para pasar a 94 necesitaba medio kilómetro, si lo conseguía. Para pasar de 96, desde luego, tenía que esperar a que el terreno me fuera favorable. Y, por supuesto, cuando adelantaba a un camión más lento que yo siempre se formaba una cola detrás mío. 

Esto de no tener potencia parece divertido, un panoli del que reírse, pero es peligroso: si hubiera ocurrido algo, cualquier accidente por ejemplo, al ir con el coche ahogándose yo no tenía ninguna capacidad de respuesta. Circulaba con la sensación real de que no podría reaccionar. Claro, para tener ese margen de potencia extra que me permitiera salvar la vida debería haber ido a 70 por hora. En una autovía con tráfico intenso. No era una opción, preferí viajar con el peligro de copiloto.

Lo tercero que no me gustó fue la ausencia de ruido de motor.  Circulando a "alta" velocidad por la autovía, la ausencia del ruido de motor no se nota. El avance por el aire y la rodadura por el pavimento generan ruido sea el coche que sea, y además iba con la radio puesta: no me importaba. Un coche de alta gama, nuevo, con el habitáculo del motor convenientemente aislado, tiene una sonoridad parecida. Sea porque el motor de mi coche de explosión no me molesta, sea porque uno se acostumbra, no me pareció una ventaja clave a alta velocidad. Sin embargo, a muy baja velocidad la cosa cambia. Y no para bien. 

La cuestión es que el motor del vehículo eléctrico no hace ningún ruido. Y para los que venimos del coche de explosión, ese ruido es importante. Porque no es sólo ruido, es también información. Solo oyendo sabemos si estamos maniobrando despacio o no, por ejemplo. Con el coche eléctrico esa información no se tiene: hay que emplear la vista. Y sí, se puede con solo la vista y yo lo conseguí, pero eché de menos la percepción acústica.

Porque, huelga decirlo, no existe el ralentí. Tampoco tenemos la vibración que tanto nos ayuda.

De nuevo, esto no es baladí: en las maniobras no sabemos si nos estamos moviendo y a qué velocidad. Por ejemplo, al salir de la plaza de aparcamiento. 

Insisto, es una ineficacia. El conductor avezado emplea todos los sentidos, la vista, el tacto y el oído, pero en el coche eléctrico sólo se cuenta con la vista. Y la vista no causa las reacciones inmediatas, es más lenta. En verano, coche blanco, pared encalada, el sol en la pared,... O una noche de invierno, con niebla. O en un garaje pintado de negro (una vez me estampé marcha atrás con una columna pintada negra en un garaje pintado de negro, con mi coche de lunas tintadas, insuficiente iluminación,...). A veces cuesta, pero sobre todo hay que pensar, no es una reacción tan inmediata. Una vibración o un sonido nos hacen saltar  de manera refleja, pero con un estímulo visual es más difícil, la reacción es más lenta. 

En definitiva, en mi opinión las maniobras a baja velocidad son menos seguras.

También he de resaltar un dato importante: no sólo era mi primer eléctrico, sino también mi primer automático. Porque, claro, los vehículos eléctricos son automáticos.

Conducir un coche automático es muy sencillo, pero tiene un problema: hay que pasar un periodo de adaptación. Y ese periodo es muy peligroso.

La clave de los automáticos es que no tienen pedal de embrague. Y el peligro está en que el conductor del vehículo de cambio manual está tan acostumbrado a  ese pedal que sus pies reaccionan de forma refleja y pisan el pedal de la izquierda. En un coche automático, el pedal de la izquierda es el freno. Y el peligro estriba en que se puede frenar el coche sin querer en el peor momento.

Por supuesto, dí muchos frenazos de esos, producto de mi bisoñez. Uno está acostumbrado a, en bajas velocidades, jugar con el embrague; es parte de la técnica de conducción, sobre todo cuando se callejea. Así que la circulación no me fue muy fluida. Pero aún no me había peusto en peligro.

El primer aviso lo tuve cuando llegué al pueblo. A la salida de la carretera iba buscando un café y atento a cuándo tendré que girar. De pronto decido que quiero ir más despacio y examinar una bocacalle, y cometí el error. Como iba a una velocidad "reducida", el coche frenó en seco. En mitad de la carretera. LLevaba una hora de carretera y había olvidado el que no hay embrague. SI uno va a 40 por hora y frena en seco, es un frenazo. Por suerte, no había tráfico, nadie en ningún sentido, y no pasó nada. 

Y es que hay algo más que no he dicho: la bisoñez, al frenar en seco, hace que uno piense ¿qué pasa? Y tarde un segundo en darse cuenta. De nuevo, el reflejo: se mueve la palanca de marchas a la posición de punto muerto - algo que en un automático no tiene sentido: basta con no pisar el acelerador-. Y entonces se reacciona: se mueve la palanca a modo de marcha, se pisa suavemente el acelerador y el coche continúa su marcha. Quizás uno tarde sólo dos o tres segundos en volvera circular, pero son segundos peligrosos. 

El susto verdadero lo tuve por la tarde: lo mismo, pero a la salida de la M-40. Estaba en el ramal de salida, tenía un vehículo detrás (lo controlaba por el retrovisor), iba atento al carril que desembocaba en la rotonda, el carril era en cuesta, no sé bien dónde estaba el ceda,... iba reduciendo la velocidad y volví a pisar el freno creyendo que era el embrague. DIgo creyendo, porque no lo sé: era un movimiento incosciente, automático tras muchos años conduciendo. Esta vez me dí cuenta al instante de mi error, pero no reaccioné porque pensaba en el coche que me venía detrás y me preparé para el golpe. Por suerte para mí, el tío tuvo reflejos y todo quedó en unos bocinazos. Pero podía haber habido un golpe importante. No me cabe ninguna duda de que los habrá por esta razón (y solo espero que no me pase a mí). 

Y luego, claro, está el uso del motor como freno. Otra técnica que se usa en el motor de explosión, y que no se da en el eléctrico. Y ya digo, cuando uno está acostumbrado a conducir con ciertas técnicas (por ejemplo, ¡al abandonar la M-40!), pues descubrir en ese instante que no están disponibles...

En resumen: el coche eléctrico aún tiene que mejorar mucho, aunque es el futuro. Si lo hay, eso sí, pues el problema es energético. Es cierto que el petróleo útil se agota y que no se van a extraer combustibles fósiles suficientes para satisfacer la demanda mundial (hay mucha gente que quiere tenersu propio coche, qué cosas), pero no tengo claro que las fuentes alternativas consigan generar la energía suficiente. Pero ésa es una guerra de otro artículo.
  



Mercedes Sosa - Alfonsina y el mar

jueves, 26 de abril de 2018

Trabajos en altura

Estaba en la cubierta de un edificio, sin arnés y más allá de la línea de vida. Claramente transgredía todas las normas de seguridad (y eso que llevaba casco).

E hice estas fotos.







martes, 28 de noviembre de 2017

La casa de 1578




Me llaman para que opine sobre el estado de una casa que, por lo que figura en el arco de piedra de la puerta, se construyó en 1578. Hace casi 450 años, no está mal. Yo no tengo ojo para distinguir si la casa es de 1578 o de 1678, les diré, pero es cierto que está en el centro de un pueblo antiguo, con aún algunos edificios medievales en pie. Así que puede ser.

Ah, hay otro dato: también figura en la fachada que fue restaurada en 1926. Hace cien años, cuando la casa tenía 350. Ya le tocaba.

La casa tiene dos plantas. Pero yo creo que sólo la primera es la original. De hecho, yo diría que de 1578 sólo quedan las paredes de planta baja y la de la fachada principal. El piso interior tiene una estructura de madera, y me extrañaría que en sus 450 años de vida no hubiera tenido nunca un incendio. Las paredes interiores en la planta baja son de piedra y muy gruesas. Las separaciones entre paredes son reducidas: sí, una casa construida en un pueblo apartado en el siglo XVI. Pero el suelo de las diversas estancias tiene formas diferentes, y seguro que edades diferentes. En una sala concreta, es de vigas de acero. Eso, en ese pueblo, ni en 1926.

La planta primera es más intrigante. Las paredes son de carga, de piedra, pero no tan gruesas como en baja. Me parecen de una época en la que o no tenían tantas piedras, o trabajaban mejor la madera y se arriesgaron a luces mayores. También hay algunos tabiques de ladrillo macizo de 4 cm: sin duda, esos tabiques vienen de la reforma de 1926. El piso está casi echado a perder, por eso me llamaron. Todos los muebles están calzados, y hay habitaciones donde da reparo entrar, la sensación óptica es que están a punto de hundirse. Es como la superficie de la arena en un reloj de ídem.

El suelo es de la clásica baldosa hidráulica de 1926: eso lo tengo claro. Es de esa reforma. También algunos muebles parecen serlo, pero ya es algo que a mí no me preocupa. 

La clave para entender la casa es el falso techo: es de cañizo, algo habitual en 1926. ¿Por qué una casa tiene falso techo? Para tapar los cables eléctricos. Por lo tanto, supongo que la casa se electrificó en 1926. Antes no habría falso techo, y la cara inferior del forjado sería vista. Las vigas de madera son de dos tipos: unas, tablones de color madera aserrada. Otras, negras. Están a distancias iguales, pero alternas. Las de madera aserrada son más altas y más más estrechas que las negras, y el cañizo está directamente atornillado a ellas.  Las negras, más bajas, sujetan el cañizo mediante un listón, también de madera serrada, que salva la diferencia de alturas entre vigas. 

Un examen más cercano a las vigas negras revela que tienen un dibujo, unas líneas talladas que le dan cierto aspecto ornamental. Está claro que son las vigas originales, y que el negro es la acumulación de años de humo de velas. No sé de qué siglo son, podría decir que del XIX, pero tampoco me extrañaría que fueran del XVIII. Me sorprendería que fueran del XVII o del XVI, pero por el hecho de que hubieran sobrevivido tantos siglos sin incidentes, más que nada.

El intereje entre vigas negras es 1,10 m, mayor del habitual. Es obvio que en 1926 demolieron el piso, mantuvieron las vigas negras, colocaron entre ellas las de madera aserrada, pusieron el pavimento de piso típico de 1926 y el falaso techo de cañizo (plus la instalación eléctrica, supongo). Como ya se ponía falso techo, las vigas de forjado quedaban ocultas y no necesitaban ningún trabajo.

Lo curioso es que las vigas "modernas", las de madera aserrada de 1926, están todas hechas polvo. Algo las ha afectado, y habrá que tirarlas. En cambio, las de ni se sabe cuándo están ennegrecidas, sí, pero se encuentran en perfecto estado. Ésas, se van a quedar. Quizá otros 400 años, quién sabe.




Status Quo - Whatever you want

lunes, 19 de junio de 2017

La Ética en los informes de parte




Todo el mundo tiene derecho a un abogado, a alguien que le defienda. Da igual lo que haya hecho, da igual si es culpable o no. La misión del abogado es que su cliente reciba tan sólo lo que le corresponde, no más. Puede que, en ocasiones, el abogado decida que sus instintos personales de castigo puedan más y se niegue a representar a ese violador reincidente asesino de niñas, y recomiende que se busque a otro abogado que sí pueda defenderle. Pero si le defiende, no critique al abogado.

Digo esto, porque es habitual que se echen pestes de los abogados, siempre sin escrúpulos, siempre capaces de venderse a aquel que paga más. De afirmar una cosa o su opuesta, según quién le contrate. Y lo digo, porque a veces los ingenieros nos encontramos también en la tesitura de tener que ver las cosas según quiera nuestro cliente.

Por ejemplo, con los informes de parte.

Los ingenieros, por lo general, hacemos muchos informes. En ellos decimos las cosas como son, y nos da igual quién nos paga. Nuestro criterio técnico prevalece sobre todo, y sólo nos basamos en los hechos. A menudo, los informes responden a una pregunta, a un problema que tiene nuestro cliente y que nos pide una solución. Un análisis de opciones, o un análisis de una opción concreta. Pero ¡ay!, a veces los informes se piden porque hay una tercera persona afectada, y el informe versa sobre la posición de nuestro cliente con respecto a ese tercero. Son los informes de parte.

Ejemplo A: Un accidente. Sea un accidente de trabajo, un operario manipulando una prensa pierde un brazo. El empleador nos contrata para que analicemos técnicamente el accidente.

Ejemplo B: Un problema estructural. Una estructura que se ha deteriorado con el paso del tiempo y el uso, o una estructura que ha fallado. Supongamos, por ejemplo, un muro que separa la propiedad del cliente de la del vecino.

Los informes de parte pueden ser internos o externos. Los internos son los que pide el cliente para su uso propio. Son los mejores, quiere saber todo. Qué ha pasado, porqué, se podía haber evitado o no, tiene arreglo o no, qué responsabilidades tiene cada parte... Desde el punto de vista ético, no representan ningún problema. Mejor aún, es incluso adecuado cargar un poco las tintas contra nuestro propio cliente, que ya será él quien en su interior equilibre la balanza.

En el ejemplo A, el ingeniero acentuará las responsabilidades del empleador, la formación que no dio, el mantenimiento que no hizo, las medidas para evitarlo que se podían haber adoptado.

En el ejemplo B, el ingeniero buscará qué actuaciones anteriores por parte del propietario pueden haber minado la resistencia estructural del muro, y justificará el efecto del paso del tiempo y el derecho del vecino al uso de su lado del muro.

No, no son estos los informes que crean un conflicto ético en el ingeniero. Son los informes externos: los que el cliente empleará contra la otra parte. ¿Hay que tergiversar las cosas, en estos informes? Y, si se hiciera, ¿sería ético?

En primer lugar, una cosa debe quedar claro. No somos unos lilas. Nos debemos a nuestro cliente, y trabajamos para él. Así que el informe no puede perjudicar a nuestro cliente.

Pero hay una serie de reglas que no podemos saltar.

La primera de ellas es que no podemos mentir. Podemos callar cosas, si decirlas perjudica a nuestro cliente, pero no mentir. En el ejemplo A, podemos ocultar que no se había hecho el mantenimiento adecuado o que al operario sólo se le había impartido una sesión de 2 horas como formación, pero no podemos decir que se acababa de pasar una estricta inspección y el operario estaba borracho como una cuba, si no es cierto. En el caso B podemos ocultar que se ha excavado un depósito enterrado junto a la cimentación del muro (entendiendo que no es la causa del fallo del muro), pero no negarlo.

En segundo lugar, podemos omitir información sólo si al hacerlo no cambiamos la culpabilidad. En el ejemplo A, podemos ocultar que no se hacía el manteniemiento, pero no que se habían eliminado ciertas medidas de seguridad o que se había manipulado la prensa para que fuera más deprisa. O, en el ejemplo B, podemos callarnos que se apilaban palets por encima de la altura del muro, pero no que antes se almacenaban productos muy agresivos hacia el hormigón del muro y que eran frecuentes los escapes de producto. 

En estos casos, la posición del ingeniero es delicada: es mejor mantener la integridad, pero no hemos de perjudicar al cliente sin su consentimiento. Hay que explicarle la situación antes de emitir el informe, y ver cómo se puede enfocar el hecho. En el ejemplo A, si se eliminaron medidas de seguridad, quizás se adoptaron otras (como una mayor formación, o medios para que el operario recordara siempre que se habían eliminado esas seguridades). En el B, quizás se decidió aplicar un plan de revisiones periódicas para detectarlas agresiones químicas en el hormigón. O las razones que llevaron a tomar esas decisiones.

En tercer lugar, existe una excepción al apartado segundo: que al hacerlo no cambiemos las cosas. Busquemos la mejor situación del Bien Común. En el ejemplo A, sabemos que el operario va a ser indemnizado por una compañia de seguros, ya que la empresa tiene una póliza a tal efecto y además la empresa tomará medidas para que no vuelva a producirse un accidente de ese tipo. En ese caso, no hace falta explicar que el encargado había retirado una medida de seguridad sin el conocimiento del operario (o de los jefes). ¿Qué gana, la víctima, si dictaminamos que en vez de un accidente "accidental" ha sido causado por la imprudencia de otro trabajador? Esto exoneraría quizá a la empresa que nos contrata, pero no había ningún perjuicio para ella. Convertir la cosa en un pleito entre el operario y el encargado es peor para la víctima.


En cierta ocasión se me encargó un informe. Para hacerlo tuve que viajar a Bermeo y a no recuerdo qué pueblo de La Rioja, y tras conseguir todos los datos, mis conclusiones eran inevitables pero muy perjudiciales para mi cliente. Como temía que si le daba el informe a mi cliente no cobraría, encargué a mi Colegio el cobro de los honorarios - en aquella época, con tarifas oficiales, era muy habitual-. De algún modo, mi cliente se olió la tostada, y nunca acudió al Colegio a retirar el informe. Y nunca cobré.



Harry Belafonte - Day oh!

sábado, 3 de junio de 2017

Tekla: formando tontos




Estos meses he participado en algunos proyectos que se han desarrollado con el sistema BIM. El sistema BIM lo define la wikipedia como:
El modelado de información de construcción (BIM, Building Information Modeling), también llamado modelado de información para la edificación,1 es el proceso de generación y gestión de datos de un edificio durante su ciclo de vida2 utilizando software dinámico de modelado de edificios en tres dimensiones y en tiempo real, para disminuir la pérdida de tiempo y recursos en el diseño y la construcción.3 Este proceso produce el modelo de información del edificio (también abreviado BIM), que abarca la geometría del edificio, las relaciones espaciales, la información geográfica, así como las cantidades y las propiedades de sus componentes.
Desde tiempos remotos, el diseño de los edificios ha partido de ideas de los técnicos, que éstos explican a sus delineantes, y que los delineantes plasman en planos que ellos dibujan. Los planos son rayas, líneas, arcos, rellenos,... dibujos en una hoja de papel o equivalente y que una persona con pericia puede a su vez interpretar, entender la idea del técnico, y construir esa idea. El sistema se puede informatizar, claro: los planos ahora se dibujan por ordenador, usándolo como un tablero electrónico; los cálculos, las mediciones, las descripciones... todo es susceptible de informatizarse. Pero el esquema básico se mantiene.

LLega un momento en que los programas de ordenador mejoran tanto que permiten cambiar este esquema. El cambio principal lo tenemos en que el ordenador ya no es un tablero electrónico que dibuja líneas y arcos, sino que recibe directamente las intenciones del técnico: vigas y columnas, tuberias, muebles, paredes, embaldosados, pinturas,... Ya no se dibuja algo que representa una puerta: directamente, se le marca al ordenador que ahí va una puerta. El ordenador ofrece muchos modelos de puerta, y se elige uno. Y el ordenador se encarga de todo lo demás: aparecerá en su sitio en todos los planos en los que deba, se tendrá en cuenta en las mediciones y el presupuesto, se despiezará su carpintería, se tendrá en cuenta su comportamiento al fuego... Ya nos podemos olvidar de la puerta. Más aún, si alguien quiere moverla o eliminarla, el ordenador se encarga. Todos tranquilos: es el BIM.

En el caso de las estructuras, el proyecto tradicional incluía un paso que los demás oficios tenía una importancia pequeña, y que en la estructura es la parte del león: el cálculo. Bien, del cálculo por ordenador y su evolución ya he hablado muchas veces en este blog, así que no me extenderé. De momento, los programas de cálculo evolucionan unos (CYPE, TriCalc,...) hacia generar ellos mismos los planos de estructuras, en un camino que no tiene futuro, y otros hacia transmitir la información a un programa "de dibujo" que sea propio del BIM. Es decir, conectarse con el programa que modela el edificio o proyecto. Es el camino correcto, porque llegará el día en que ambos programas se fusionen y al modelizar el edificio ya evalúe las cargas que ha de soportar y genere la estructura soporte. Sí, no es culpa mía si los calculistas tenemos tanto futuro como los aparcacoches de los bingos.

El caso es que, como decía al principio, he estado colaborando con dos proyectos BIM. Y es el futuro, pero en ambos casos mis sensaciones han sido negativas. ¿Por qué?

En primer lugar, mi colaboración en el diseño ha sido mínima. En el primero de ellos, un día me vinieron con la idea general, y aporté un predimensionado suficiente para que siguieran desarrollando esa idea. Tiempo invertido: unos minutos de presentación, charla insustancial y exposición del proyecto, unos minutos para que me expliquen qué querían de mí a esas alturas, y unos tres minutos en describirles de palabra un sistema estructural y unas dimensiones  aproximadas. Con eso se apañaron y modelizaron su edificio. Supongo que el proyecto evolucionaría, participarían más personas, no lo sé: no me tuvieron al corriente. 

Unos meses después, me vinieron con que la cosa tiraba para adelante y querían que me reafirmara en mi predimensionamiento y les explicara cómo resolver algunos detalles. Aquí sí que tuve tiempo y pude hacer cálculos, pero no hice mucho más. Luego me pidieron que les enviara algunos detalles de estructura para ellos ver cómo querría yo hacerlos, pero ya se encargarían ellos de dibujarlos.

Y fin. No sé si volverán cuando estén en la fase de obra, y no sé si quiero que lo hagan. El proyecto, no lo he dicho, era de un laboratorio de I+D. Pero no se me puede tener en cuenta como parte del equipo de proyecto, pienso yo. Y no lo pondré en mi currículum.

El segundo proyecto era mucho más complejo, y es comprensible que se gestionara peor desde el punto de vista del BIM. Como era más complejo, tuve que emplear programas de cálculo mucho más potentes, de ésos en los que modelizas el edificio completo, le das a un botón y a los dos minutos el ordenador escupe dónde hay que reforzar y dónde se está sobrado. Luego, el programa transmitía el modelo al programa Tekla, que es ya un programa BIM. Y un operador del Tekla se encargaba ya de todo lo demás, fin de mi participación.

A mí no me gusta el programa Tekla. Sin embargo, a los tontos les encanta. Porque genera perspectivas del conjunto de la estructura. Esas perspectivas no valen para medir ni para construir, por lo que en el método clásico de los proyectos no se hacían, pero dan una idea de lo que se quiere hacer. Los listos, viendo las plantas y los alzados no necesitamos la perspectiva, pero ya digo que los tontos sí. Así que a los tontos les encanta el Tekla, y no se puede discutir con tontos.

Tampoco me gustan los planos que genera Tekla, pero entiendo que es una cuestión de gustos, y que el programa tiene todavía mucho margen de mejora: también los copistas medievales pueden decir que prefieren sus iluminados a una página escrita con una máquina de escribir. He de asumir, una vez más, que soy un ingeniero del pleistoceno.

Pero lo que más me impresionó del programa Tekla es lo que permite: permite que un tonto "dibuje" la estructura metálica.

Dentro de las artes clásicas de la delineación, la delineación de la estructura ha sido un arte completa en sí misma, en especial la estructura metálica: para dibujar estructura metálica el delineante tenía que ser ducho en estructura metálica, no valiendo de nada la experiencia en otro tipo de planos. Y una de las mayores dificultades del dibujo de la estructura metálica es la concepción espacial. Si el delineante no tiene la pericia necesaria, el técnico - o el programa de ordenador- debía croquizar lo que el delineante debía dibujar, en este caso casi "calcar", pero si tenía oficio, bastaba con que el técnico explicara la solución: el proyectista la entendía, se la imaginaba en la cabeza y podía dibujar las plantas, alzados, secciones y despieces necesarios.

Esta misma habilidad de imaginación espacial servía para detectar los problemas y proponer soluciones, chequear lo dibujado, etc.

Pero esta habilidad conceptual no sólo se obtiene por nacimiento: se ha de desarrollar con la práctica; si no, se atrofia.

Pues bien, con el Tekla no se necesita. Con Tekla no hay que imaginar nada; uno modeliza un elemento, y el elemento aparece íntegro en la pantalla, incluyendo su interacción con los demás. El operario puede acercarse, girar la vista,... no tiene que imaginar. No tiene que esforzarse. No tiene que tener ninguna habilidad para imaginar objetos en el espacio. Es genial, ¿verdad?

Es genial. Ahora cualquiera puede dibujar estructura metálica.

¿Saben que pasará?

Que serán los tontos los que dibujen la estructura metálica. Los listos, que siempre escasean más que los tontos, se dedicarán a cosas para las que aún no valgan los tontos.

¿A que es genial?



Christina Perri - A thousand years

viernes, 27 de enero de 2017