miércoles, 31 de julio de 2019

Mi primer eléctrico





El otro día alquilé mi primer coche eléctrico: no iba a hacer muchos kilómetros, me ofrecieron uno con 280 de autonomía, y acepté. La razón principal es que así no tenía que rellenar la gasolina que gastara; cuando uno viaja por trabajo, el tiempo de parar a rellenar, la molestia de hacerlo y la preocupación por encontrar el tiempo y la gasolinera es algo a tener en cuenta.

El vehículo era un Renault Zoe. En líneas generales, bien: el coche me llevó a los sitios y de vuelta. Pero algunas cosas no me gustaron.

En primer lugar, un detalle menor: los cables para hacer la recarga. Hay que llevarlos en el maletero, y ocupan bastante. Me quedó sitio para mis cosas, pero es un bulto considerable. En una situación de coche cargado, ¡caray! Es como ir siempre con un cable cargador de teléfono en la mano. 

En segundo lugar, algo que me pareció muy peligroso: el coche no tenía reprise. Viajé por autovía, pero el trasto sólo cogía los 100 en bajadas largas. Había mucho tráfico de camiones, y adelantarlos con el Zoe era todo un problema. No podía salir del carril de los camiones e incorporarme al de los coches rápidos, porque no tenía capacidad de aceleración. Iba a 93, y para pasar a 94 necesitaba medio kilómetro, si lo conseguía. Para pasar de 96, desde luego, tenía que esperar a que el terreno me fuera favorable. Y, por supuesto, cuando adelantaba a un camión más lento que yo siempre se formaba una cola detrás mío. 

Esto de no tener potencia parece divertido, un panoli del que reírse, pero es peligroso: si hubiera ocurrido algo, cualquier accidente por ejemplo, al ir con el coche ahogándose yo no tenía ninguna capacidad de respuesta. Circulaba con la sensación real de que no podría reaccionar. Claro, para tener ese margen de potencia extra que me permitiera salvar la vida debería haber ido a 70 por hora. En una autovía con tráfico intenso. No era una opción, preferí viajar con el peligro de copiloto.

Lo tercero que no me gustó fue la ausencia de ruido de motor.  Circulando a "alta" velocidad por la autovía, la ausencia del ruido de motor no se nota. El avance por el aire y la rodadura por el pavimento generan ruido sea el coche que sea, y además iba con la radio puesta: no me importaba. Un coche de alta gama, nuevo, con el habitáculo del motor convenientemente aislado, tiene una sonoridad parecida. Sea porque el motor de mi coche de explosión no me molesta, sea porque uno se acostumbra, no me pareció una ventaja clave a alta velocidad. Sin embargo, a muy baja velocidad la cosa cambia. Y no para bien. 

La cuestión es que el motor del vehículo eléctrico no hace ningún ruido. Y para los que venimos del coche de explosión, ese ruido es importante. Porque no es sólo ruido, es también información. Solo oyendo sabemos si estamos maniobrando despacio o no, por ejemplo. Con el coche eléctrico esa información no se tiene: hay que emplear la vista. Y sí, se puede con solo la vista y yo lo conseguí, pero eché de menos la percepción acústica.

Porque, huelga decirlo, no existe el ralentí. Tampoco tenemos la vibración que tanto nos ayuda.

De nuevo, esto no es baladí: en las maniobras no sabemos si nos estamos moviendo y a qué velocidad. Por ejemplo, al salir de la plaza de aparcamiento. 

Insisto, es una ineficacia. El conductor avezado emplea todos los sentidos, la vista, el tacto y el oído, pero en el coche eléctrico sólo se cuenta con la vista. Y la vista no causa las reacciones inmediatas, es más lenta. En verano, coche blanco, pared encalada, el sol en la pared,... O una noche de invierno, con niebla. O en un garaje pintado de negro (una vez me estampé marcha atrás con una columna pintada negra en un garaje pintado de negro, con mi coche de lunas tintadas, insuficiente iluminación,...). A veces cuesta, pero sobre todo hay que pensar, no es una reacción tan inmediata. Una vibración o un sonido nos hacen saltar  de manera refleja, pero con un estímulo visual es más difícil, la reacción es más lenta. 

En definitiva, en mi opinión las maniobras a baja velocidad son menos seguras.

También he de resaltar un dato importante: no sólo era mi primer eléctrico, sino también mi primer automático. Porque, claro, los vehículos eléctricos son automáticos.

Conducir un coche automático es muy sencillo, pero tiene un problema: hay que pasar un periodo de adaptación. Y ese periodo es muy peligroso.

La clave de los automáticos es que no tienen pedal de embrague. Y el peligro está en que el conductor del vehículo de cambio manual está tan acostumbrado a  ese pedal que sus pies reaccionan de forma refleja y pisan el pedal de la izquierda. En un coche automático, el pedal de la izquierda es el freno. Y el peligro estriba en que se puede frenar el coche sin querer en el peor momento.

Por supuesto, dí muchos frenazos de esos, producto de mi bisoñez. Uno está acostumbrado a, en bajas velocidades, jugar con el embrague; es parte de la técnica de conducción, sobre todo cuando se callejea. Así que la circulación no me fue muy fluida. Pero aún no me había peusto en peligro.

El primer aviso lo tuve cuando llegué al pueblo. A la salida de la carretera iba buscando un café y atento a cuándo tendré que girar. De pronto decido que quiero ir más despacio y examinar una bocacalle, y cometí el error. Como iba a una velocidad "reducida", el coche frenó en seco. En mitad de la carretera. LLevaba una hora de carretera y había olvidado el que no hay embrague. SI uno va a 40 por hora y frena en seco, es un frenazo. Por suerte, no había tráfico, nadie en ningún sentido, y no pasó nada. 

Y es que hay algo más que no he dicho: la bisoñez, al frenar en seco, hace que uno piense ¿qué pasa? Y tarde un segundo en darse cuenta. De nuevo, el reflejo: se mueve la palanca de marchas a la posición de punto muerto - algo que en un automático no tiene sentido: basta con no pisar el acelerador-. Y entonces se reacciona: se mueve la palanca a modo de marcha, se pisa suavemente el acelerador y el coche continúa su marcha. Quizás uno tarde sólo dos o tres segundos en volvera circular, pero son segundos peligrosos. 

El susto verdadero lo tuve por la tarde: lo mismo, pero a la salida de la M-40. Estaba en el ramal de salida, tenía un vehículo detrás (lo controlaba por el retrovisor), iba atento al carril que desembocaba en la rotonda, el carril era en cuesta, no sé bien dónde estaba el ceda,... iba reduciendo la velocidad y volví a pisar el freno creyendo que era el embrague. DIgo creyendo, porque no lo sé: era un movimiento incosciente, automático tras muchos años conduciendo. Esta vez me dí cuenta al instante de mi error, pero no reaccioné porque pensaba en el coche que me venía detrás y me preparé para el golpe. Por suerte para mí, el tío tuvo reflejos y todo quedó en unos bocinazos. Pero podía haber habido un golpe importante. No me cabe ninguna duda de que los habrá por esta razón (y solo espero que no me pase a mí). 

Y luego, claro, está el uso del motor como freno. Otra técnica que se usa en el motor de explosión, y que no se da en el eléctrico. Y ya digo, cuando uno está acostumbrado a conducir con ciertas técnicas (por ejemplo, ¡al abandonar la M-40!), pues descubrir en ese instante que no están disponibles...

En resumen: el coche eléctrico aún tiene que mejorar mucho, aunque es el futuro. Si lo hay, eso sí, pues el problema es energético. Es cierto que el petróleo útil se agota y que no se van a extraer combustibles fósiles suficientes para satisfacer la demanda mundial (hay mucha gente que quiere tenersu propio coche, qué cosas), pero no tengo claro que las fuentes alternativas consigan generar la energía suficiente. Pero ésa es una guerra de otro artículo.
  



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