miércoles, 26 de mayo de 2021

A vueltas con el Chino

https://www.youtube.com/watch?v=l2bENbIb-4w 

 

 

Me ha llegado un comentario sobre el artículo del otro día del Chino, que me hacía notar que en la Facultad de Derecho los exalumnos del Chino tomaban apuntes en clase sin problemas y los demás condiscípulos se las veían y deseaban para seguir el ritmo de los profesores. Lo cito porque en mi Escuela de Ingeniería también pasaba, y durante toda la carrera, hasta el final, mis compañeros acudían a mí al terminar cada clase para que les completara sus apuntes: sabían que yo había recogido todo lo que se hubiera dicho.

A mí el Chino me dio clase varios años, y no me queda ningún trauma de sus métodos, pero ahora sí que me suena el sufrimiento del principio, hasta que me ponía a la altura.

En mi época, había tres saltos en la vida escolar aparte del obvio de cambiar de 1 maestro a múltiples profesores. El primero de ellos era dejar el lápiz y pasar al bolígrafo; los otros dos era el salto de la cuartilla al folio y el tomar apuntes. El salto al folio lo tengo como un hito, hacia los 11 años, cuando un profesor nos decía que en la Universidad se escribía en folios y teníamos que empezar a acostumbrarnos. Era una señal de la complejidad creciente de la asignatura: la cantidad de información que se nos iba a impartir era demasiada para recogerlas en las pequeñas cuartillas. Y también el tomar apuntes. Porque antes de eso, o bien el profesor o maestro explicaba una y otra vez el asunto, o bien escribía en la pizarra y nosotros copiábamos (esto también lo hacían muchos profesores en la universidad, y me río al recordar a algunos compañeros, más torpes, clamando que no borrase aún la pizarra que no les había dado tiempo a copiarla), o bien nos dictaban (inolvidable el Güe, mi profesor de matemáticas en bachillerato, o el catedrático de Tecnología Mecánica en 4º de carrera: increíble, pero cierto). Que el profesor, simplemente, empezara a hablar y que los alumnos intentáramos apuntar lo que decía porque ésa iba a ser nuestra fuente de conocimiento... Al principio cuesta.

Una característica adicional de esos profesores y de esa época era la ausencia de libros de texto. La verdad es que muy pocos profesores míos utilizaron libros de texto: por supuesto, se usaba en Inglés; pero no siempre en Literatura, lo que es curioso si pensamos que los libros de Literatura incluyen los ejemplos de redondillas, cuartetos y serventesios, pero me viene a la cabeza el Panzas, y con el Panzas no había libro: todo lo dictaba. Lo que por cierto tenía su aquél, porque recuerdo (y siempre lo haré) que el ejemplo que puso de "tetrástrofo monorrimo alejandrino o cuadernavía" (esto es, una estrofa de cuatro versos de 14 sílabas y rima AAAA") era en castellano antiguo y no conseguí aprendérmelo.

Da que pensar, esto de los libros de texto. Aparte de los hacedores de estos libros, ¿quién más está a su favor? Los niños no lo creo: seguro que prefieren no cargar con ellos (aquí he de precisar mi circunstancia personal: vivíamos a 3 km del colegio, comía en mi casa y los cuatro desplazamientos diarios los hacía, como la mayoría de los niños, andando) Los padres de los niños, que los han de comprar, tampoco: por lo que a ellos respecta, es problema del profesor si necesita un libro. Y los profesores tampoco deberían: si se saben la asignatura, ¿para qué necesitan el libro?

Sí, es una cuestión de comodidad. Para el niño es más cómodo, pues no ha de tomar apuntes y trabajarlos; y para el profesor también, es obvio.

El problema estriba en los libros. Si los libros fueran exigentes, pongamos con una letra apretada, frases complejas, léxico variado, con muchos textos de apoyo para los alumnos que aporten información extracurricular, con muchos problemas no resueltos para trabajar en casa, todo eso, los libros serían elementos valiosos. Pero la tendencia es la opuesta: letra de ogro, frases sencillas, vocabulario básico, información mínima. Ninguna dificultad. Y los libros fijan el nivel.


La imagen que incluyo es una página del libro de Ciencias de mi bisabuelo. Si la leen, sonreirán: habla del calórico, y explica que aparte del calórico que se mide con los termómetros cada cuerpo tiene un calórico oculto, que no se sabe qué es o para qué sirve, pero que los cuerpos sueltan cuando se derriten. Y esto sólo en el primer párrafo; si uno reflexiona, toda la página es un chorro de información que tenía que asimilar el alumno de 15 años. Y todo el libro es así. La información que he soltado en las tres líneas daría, en un libro del siglo XXI, para una página completa, sin duda con algunas imágenes que ayuden a asimilar la idea.

Existen profesores aún que no dejan que los libros de texto les marquen el ritmo. Se les reconoce fácil, porque en la reunión con los padres a principio de curso suelen insistir en la necesidad del esfuerzo y del trabajo diario. Y no a los alumnos, que supongo que sí, sino a los padres: han de explicar a los padres que el sufrimiento que van a ver en sus hijos es por su bien. Pero estos profesores son una minoría. No sabría decir cuántos padres se alegran al descubrir que los profesores de sus hijos son de ésos, pero... creo que también son minoría.

Es sintomático el que mis hija, en la carrera de Medicina, empleara un amplio catálogo de subrayadores fosforitos y lápices. Como todo el mundo sabe, en Medicina, como en Ingeniería, no se emplean libros de texto. Pero hoy en día tampoco apuntes: ocurre que los "apuntes" de la asignatura son ya archivos electrónicos que están disponible en las webs de las facultades y que el alumno se ha de descargar; no tiene sentido tomar notas en clase, y lo que se hace es seguir la explicación del profesor con los apuntes ya escritos y formateados por el mismo profesor.

Antaño había una palabra para lo que estamos creando: malcriados.



Dimitri Shostakovich - Concierto para Piano y orquesta nº2 2º movimiento: andante

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