viernes, 22 de diciembre de 2017

Un signo de los tiempos




Estos días he recibido algunas felicitaciones navideñas por mi canal profesional: asociaciones, empresas, profesionales, lo normal. Pocas este año, lo reconozco, pero todavía hay personas que mantienen "las buenas costumbres". Nada que ver, desde luego, con mis recuerdos de infancia: los niños repartíamos a los compañeros, en el colegio, los christmas que escribíamos de nuestro puño y letra, cada niño escribía y recibía montones, y lo mismo ocurría en los niveles profesionales. Raro era esos días entrar e uan casa y que no tuvieran un mueble, un espejo o un cuadro grande, o un aparador, a reventar de felicitaciones, acumuladas una detrás de otra.  Y los lotes y aguinaldos. Las tiendas de ultramarinos y equivalentes tenían los escaparates llenos de las cestas que montaban, y era corriente ver por la calle a repartidores de cestas que siempre confiaban en que algo, un turrón, lo que sea, les cayera a ellos. Era una época en la que se enviaban muchas cestas. El porqué es fácil de explicar: se hacían muchos favores que no se cobraban. Por ejemplo, el médico: yo llevaba mis hijos a un pediatra privado, y le pagaba a tanto la consulta. Un día, dejó de cobrarme. Mis hijos, por supuesto, a partir de entonces se pusieron mucho menos enfermos que antes, pero desde luego cada avidad yo le enviaba al doctor una espléndida caja de bombones. Faltaría más. Pues entonces ocurría lo mismo, coregido y aumentado. La Seguridad Social no era ni de lejos lo que es ahora y era corriente tener un médico de cabecera, un pediatra o un especialista (un dentista, un oftalmólogo, un traumatólogo, qué sé yo) privado. Que se le pagaba, vaya. Sea por un trabajo bien hecho, por un trato preferente o por favores y urgencias no cobradas, el caso es que llegada la navidad era corriente una pequeña cesta de agradecimiento. Y es que en aquella época se tenía aprecio al dicho de que de bien nacido es ser agradecido.  Incluso los porteros de las fincas urbanas y los conserjes tenían su aguinaldo de los vecinos. Aunque fuera con cestas montadas a partir de las cestas recibidas por los mismos vecinos. El caso es que cuando había un motivo de alegría se compartía;  de hecho, recuerdo a la perfección que en mi casa, tras las fiestas de bautizos y primeras comuniones que se daban en mi casa - tuve muchos hermanos menores- organizábamos unas bandejas de canapés y se las bajábamos al portero (que en mi casa vivía con su familia en el sótano) junto con algunas botellas. Si era fiesta en nuestra casa, también tenía que serlo en la suya.

Y, por descontado, los ingenieros y los calculistas de estructuras se pueden ustedes imaginar: la cantidad de cálculos, esfuerzos y riesgos que se hacían sin cobrar, al cabo del año, bien daba para que se agradecieran en navidad.

Todo esto, por supuesto, es cosa del pasado. Pervive al menos la felicitación navideña, aunque también está decayendo en su formato tradicional: se impone el christmas electrónico. Alguna imagen encotrada en la red, una frase de buenos deseos y voilà! setenta y cinco mil christmas-churro enviados en un nanosegundo. Ya ni siquiera tienen la firma autógrafa, el saber que el felicitante sabe a quién felicita y que ha pensado en él al menos unos segundos.

Pero no es eso lo qe me ha llamado la atención, esta vez.

Es la imagen. ¿Navideña? Puede. Motivos invernales, quizá abetos, señales de los adornos que acostumbramos a poner en las casas todo lo más. Algún arquitecto me ha enviado una imagen que simplemente juega con los dígitos 2018. Y yo soy un carca y todo eso, pero para mí la navidad está asociada al motivo de la navidad. Es decir, son días de fiesta por una razón. ¿Dónde está esa razón aludida? Desde luego, no en los mensajes, totalmente asépticos y neutros, que hasta el mahometano más acérrimo encontraría agradable. Durante un tiempo, la imagen tuvo alguna reminiscencia de lo que fue, un sutil recordatorio de lo que en verdad se celebra en navidad. Pero ya nada de eso queda.

Y es que somos un país de descreidos. Y además de cobardes: es importante que la felicitación no moleste a nadie, que sea tan... ¡anodina!

¡Pero si es que incluso en la felicitación de Cáritas que he recibido no hay nada que recuerde lo que celebramos! Pues si ellos, que son una organización de la Iglesia católica, esconden el nacimiento de aquel niño en Belén, ¡cómo vamos a pedir a los demás que nos lo recuerden!

Miro por la ventana. Veré como un centenar de ventanas, diría que casi doscientas. En tres se ven luces de adorno, en una cuarta, a unos 300 m, creo que también, y en otras dos un árbol. En la panadería hay montado un pequeño nacimiento; en el super, un concurso infantil de dibujos, y en el bingo las luces de rigor. Es 22 de diciembre, todo el mundo sabe ya que este año tampoco le ha tocado el Gordo - sentimiento que inaugura las fiestas navideñas-, y aquí, en Barcelona, nada. 

Es lo que reflejan las felicitaciones navideñas. Es, me temo, un signo más de estos tiempos.

En fin. Pasado mañana hará 2016 años del nacimiento que lo cambió todo. Tenemos gracias a ello a(aunque lo neguemos) bastantes días de fiesta; creo que no sería excesivo que en ellos encontráramos unos pocos minutos para pensar en el verdadero mensaje de la Navidad.

Mientras tanto, les invito a escuchar uno de los más bonitos villancicos, quizá mi favorito.

¡Feliz Navidad!




Coro Laus Deo - El tamborilero

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