sábado, 30 de diciembre de 2017

Coco




En el principio, no había nada. Conatos. Experimentos. Un ver qué se podía hacer. Entonces, en 1995, Pixar sacó Toy Story, y todo cambió. Era viable hacer largometrajes sólo por ordenador. Y Toy Story, además, era muy buena: era posible hacer películas muy buenas sólo por ordenador. Pero el año anterior Disney había hecho El rey león, y a su estela las películas de dibujos animados tenían aún vida. Así que Pixar hizo Bichos, Toy Story 2, y luego Monstruos, S.A. Monstruos S.A. coincidió con Shreck, y estas dos películas eran tan, tan buenas, que cambiaron la balanza. Y aunque Lilo & Stich, de Disney, podía competir con esas dos (y en mi opinión las superaba), fue el canto del cisne: las películas dibujadas estaban acabadas. Por si hubiera alguna duda, luego Pixar hizo Los Increíbles, y fue el final de cualquier discusión. Y Pixar era el nuevo rey del mambo de las películas infantiles.

El éxito de Pixar se basó en tres pilares: peliculas muy, muy buenas (argumento, guión, ritmo, música, storytelling, todo); una técnica increíble y cada vez mejor que hacía que a los 4 minutos uno ya creyera que lo que veía era de verdad, rodado con cámara y no dibujado por ordenador; y la clave de todo: eran películas que también gustaban a los adultos. Esto último es importante, porque - a diferencia de las películas de Disney-, eran los adultos los que querían ver las películas de Pixar: el hijo o el sobrino era, en realidad, la excusa para poder ir al cine. En las tres primeras películas de Pixar esta atracción no existía tal cual, sí que empezó a aparecer en la tercera, y se producía por la simple excelencia de las películas, pero en Monstruos S.A. fue algo brutal: la película estaba llena de golpes que sólo los adultos captaban, y que hacían que nos olvidáramos de cuidar a los niños para concentrarnos en lo que nos estaban contando.

Entonces llegó Los Increíbles. Por decirlo de alguna manera, Los Increíbles fue como La guerra de las galaxias en 1977. Baste decir que mi mujer tenía aversión a los cines, pero se vió obligada a ver esa película... y adiós aversión: se convirtió en una fan de las salas. La película perfecta. Pixar en la gloria. 

Mientras hacían Los Increíbles, los chicos de Pixar también hacían Cars y Wall-E. También hicieron muchas otras películas, todas ellas grandes películas y que mantenían los pilares de las películas de Pixar, pero a mí se me quedaron Cars y Wall-E como especiales. Cars trataba temas que los chavales (el público al que en teoría estaban destinadas las películas) que no captaban ni comprendían ni mucho menos les hacían meditar. Y es que iba, en realidad, sobre la despoblación y el abandono de los pueblos y sobre la prevalencia del triunfo pasajero frente a la perspectiva de la vida y de lo que uno estará más orgulloso después. Aunque, eso sí, la carrera final es sólo equiparable a la de cuádrigas de Ben-Hur de 1959.

En cuanto a Wall-E... No es una película para el gran público. Es una obra de arte. Casi sin diálogo, sólo la acción. El público tiene que estar atento a lo que sucede en la pantalla y entender por sí mismo, no le van a explicar nada. A su vez, los "actores" ha de ser como en el cine mudo, ser capaces de expresar todo por sí mismos sólo con sus movimientos y sus "caras". Es un ejercicio de estilo, una exhibición de dominio de la técnica cinemátográfica. Como la guitarra clásica, una vez uno es consciente de lo difícil que es sacar esos sonidos de la guitarra, también la película asciende de categoría cuando el espectador cae en la cuenta de la tremenda dificultad y riesgo que afrontaron los de Pixar con esta película.

He visto todas las películas de Pixar. Algunas, las terceras partes, psé, están bien, pero son para niños. Otras, Up, Ratatouille, generan en el espectador adulto una gratísima sensación de haber visto una gran película. Y el otro día estrenaron Coco.

Y Coco, para mí, pasa a formar parte del grupo de Cars y Wall-E. Más allá del prodigio técnico (la figura de Coco y de la abuela, por ejemplo) y de lo entretenida, y de que (al igual que Wall-E) hace que toda la sala llore o esté con caras serias de pena, y de que al acabar la sala prorrumpió en aplausos, la película plantea con habilidad un tema curioso, para ser una película infantil.

Coco va de los muertos. De que hay dos clases de muertos, los vivos y los muertos del todo. Los muertos, cuando mueren, van a lo que podríamos llamar el mundo de los muertos, la ciudad de los muertos. Allí viven. Una vez al año en el folklore mejicano, en la noche del día de muertos (en España, lo que hogaño se denominaba la noche de las ánimas), los muertos vivos pueden, si sus familias les rinden honores, volver al mundo de los vivos y visitar a sus familias aunque éstos no los perciban. En la película Miguel, el protagonista, ha cogido del altar familiar la foto de su tatarabuela Imelda (madre de Coco, por cierto, que es la bisabuela de Miguel), e Imelda no puede entrar en el mundo de los vivos. La familia muerta de Miguel se da cuenta de que algo pasa y vuelve a la ciudad de los muertos a buscarla, y se lleva con ellos a Miguel (lo cual es posible por razones argumentales que no vienen al caso). Una vez en la ciudad de los muertos, Miguel descubre que ha de salir de allí esa misma noche o morirá (éste es el argumento "infantil" de la película), pero también descubre que, a su vez, también los muertos mueren. Y cuando un muerto muere... simplemente, desaparece. Nadie sabe a dónde va, qué pasa con él. ¿Cuándo muere un muerto? Cuando ya no queda ningún vivo que le recuerde. Mientras quede algún recuerdo en el mundo de los vivos, el muerto está vivo, no muerto del todo. Esto plantea el segundo argumento: Miguel conoce a un muerto, Héctor, que está próximo a morir, señal de que su hija, última persona que queda que lo recuerda, está olvidándolo, y necesita que Miguel lleve su foto al mundo de los vivos esa misma noche para que Héctor pueda cruzar el puente entre mundos y ver a su hija antes de morir del todo.

Cartel promocional de la película
No sé si los niños son conscientes. Los adultos sí, o deberíamos serlo. Todos hemos conocido a personas que han muerto. Y sabemos de personas que han muerto. A algunas las echamos de menos, nos causa pena su ausencia. A otras las recordamos con agrado, pero nada más, como las abuelas, las tías abuelas, los viejos maestros,... Y a la gran mayoría, pues ni fú ni fa: nadie siente dolor por su bisabuelo, aunque sepa su nombre y algunos hechos, la botica que tenían, su sable del ejército o algún libro que fue suyo. Y da qué pensar, puesto que todos moriremos, y cuando muramos será sólo el recuerdo lo que quede de nosotros. Más aún, de lo que hagamos en vida será el recuerdo que provoquemos. ¿Somos de esto conscientes?

Coco es una de las grandes películas de Pixar. Es una película que todos deberíamos ver. En un cine, por supuesto.



Chascarrillo adicional: dentro de la banda sonora está la canción La Llorona. ¡Qué recuerdos me trajo! Yo, en el cine, no pude evitar cantarla. Pero me permitirán que no ponga aquí la versión de Chavela Vargas, interpretación patrón y definitiva, sino la de Joan Báez. Era la que tenía yo en disco, cuando tenía discos. Incluyendo el de Joan Baez cantando en español.

Y aunque la vida me cueste, llorona, no dejaré de quererte.



Joan Báez - La Llorona

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