sábado, 19 de noviembre de 2016

Añoranza de Ratzinger




En la época en que los papas de Roma ejercían como soberanos, éstos cometieron muchos errores. Por supuesto. No errores teológicos, sino de gestión mundana. Bien, no pasa nada: fue hace siglos. También en tiempos modernos es posible que hubieran tomado decisiones equivocadas; no en vano y lo quieran o no, son las personas más influyentes de la tierra.

Lo más curioso es que lo normal es que sean criticados. Se critica la gestión que hizo Pío XII durante la segunda guerra mundial, por ejemplo, aunque el criticador carezca de cualquier elemento de juicio: pero es un papa, y por lo tanto se le ha de criticar como comportamiento social obligatorio.

Y así, todos recordamos a Juan Pablo II y sus viajes a África o a Iberoamérica: siempre eran noticia por alguna frase que había pronunciado y que, extraída de su discurso y contexto, encendía las iras de los opinadores habituales ¡y de todos aquellos que no comulgaban con la Iglesia!

Este último detalle es una de las cosas que más me llaman la atención de la influencia de los papas: a ninguno nos importa lo que opina el mandamás de la Iglesia de Dios Ministerial de Jesucristo Internacional, allá él (actualmente, ella) y sus creyentes. A mí me molesta mucho que personas que se declaran ajenas a la religión católica se metan en las cosas de la iglesia católica, tanto que alardean de lo ajenos que son hay que ver lo mucho que les importa lo que allí pasa o se dice, pero confieso que me alegra que esas opiniones sean siempre en contra: para mí, es señal de que ha pisado un callo, les ha dicho lo que se les debe decir y no lo que quieren oir, y lo saben.

Tras Juan Pablo II llegó Benedicto XVI, un titán intelectual cuyo pensamiento nos llamaba la atención por su profundidad y sabiduría. Y sin embargo el mundo no quiso saber nada de él. Más aún: incluso en los años en los que aún no era papa ya era criticado por los criticones habituales con mayor encono incluso que el entonces papa titular. Y no recuerdo ningún otro papa que fuera recibido más de uñas desde el primer día por los anticatólicos (que en España son muchísimos más que los meros no-católicos). Pero ahora tenemos de papa a Bergoglio.

Francisco I ha arrasado allí donde ha ido, sus frases se han descontextualizado pero para ser aclamadas y celebradas urbi et orbe, y todo izquierdista que se precie lo tiene como argumento de autoridad. Curioso, ¿no? A mí, en cambio, no me gusta casi nada de lo que dice. Porque lo que dice suena más a lo que dicen los líderes populistas mundanos, no los papas de Roma. Y él es uno de ellos. ¿De cuál de ellos, en realidad? Fíjense: vale la pregunta, porque no está claro. Pues eso.

En fin, dejémoslo. No me gusta el papa que tenemos ahora, eso es todo.





Fontella Bass - Rescue me

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