martes, 13 de septiembre de 2016

Operación salvar la Fabla



Parece ser que en algunas zonas remotas de las montañas que separan Polonia, Eslovaquia y Ucrania existen poblaciones que sólo se rascan la oreja izquierda con la mano derecha pasando el brazo por detrás de la cabeza. Y para rascarse la oreja derecha emplean la mano izquierda, también pasando el brazo por detrás de la cabeza. Algunos autores opinan que tal inveterada costumbre podría provenir de cuando los godos poblaron esas llanuras hacia el siglo I a.C., aunque estudios más modernos podrían demostrar que es más antigua, proviniendo incluso de los primeros indoeuropeos que pisaron Europa. Por desgracia, este hábito se está perdiendo a medida que los más ancianos van muriendo, y las autoridades eslovacas han decidido reinstaurarla (sólo en los poblados que caen en su territorio, claro está), por lo que se han dado instrucciones y los maestros, padres y adultos en general caminan con una vara en la mano para golpear a los niños que no se rascan la oreja a la antigua. Se ha establecido, además, que los niños a los que se enseña la ancestral costumbre serán sólo los de 9 años o menos; a los mayores se les da por perdidos.

 
 
Si no lo digo reviento.

He leído hoy en las noticias que el gobierno de Aragón ha decidido que los 13 niños de Panticosa, los 6 de Hecho y los del valle de Benasque de la educación infantil (de 3 a 6 años) tendrán las clases en aragonés (en el aragonés de cada valle, en realidad). El objetivo es que la Fabla no desaparezca. Porque la Fabla está a punto de desaparecer. Y claro, no puede ser. Hay que reimplantarla, que vuelva.

¿Saben? La gente muere. Es triste, pero ocurre. Y una vez muerta, no vuelven a la vida. Ya está, pasó, sigamos adelante.

Los idiomas también mueren. Es ley natural. El idioma de sonidos guturales de los primeros pitecos, los bisabuelos de nuestros gobernantes, también desapareció. ¿Y qué? Desaparecen cuando las últimas personas que lo hablaban mueren. Como el resto de personas vivas tiene a su vez un idioma, pues no pasa nada, no hay mayor drama. Y si el drama es que se pierde el idioma con el que se escribió la epopeya de Busuruzutlza y no se puede traducir a ningún idioma moderno, seamos francos: aunque se pudiera traducir, ¡nadie iba a leerla, y usted menos que nadie! Así que, en realidad, no hay pérdida que lamentar.

Cuando yo era chico, el aragonés estaba arrinconado en los valles pirenaicos. Pero era localizable, a veces se sorprendían conversaciones en Fabla, y en el Prepirineo, si no se hablaba, sí se comprendía. Y tuve un ingeniero de Jaca en la fábrica, más joven que yo, que no hablaba Fabla pero su madre sí. Pero ésas son vivencias del siglo pasado. Ahora, cuando leo un artículo en el Heraldo u oigo un pregón de fiestas en aragonés me suena más al animal que sólo pervive en los zoológicos.

Por lo que a mí respecta, y así lo he manifestado en muchas ocasiones, la existencia de idiomas múltiples es un problema. La primera diferencia que encuentra un español con un portugués es que cada uno habla un idioma distinto y no se entienden bien. Si los dos hablaran el mismo idioma, se darían cuenta de que apenas son diferentes. Lo mejor sería que sólo hubiera un idioma en el mundo, así todos nos entenderíamos con todos; y, en consecuencia, cuantos menos idiomas haya, mejor.

Por otro lado, tengo cierta experiencia viviendo en esta piel de toro, y auguro que esta iniciativa sólo traerá problemas. Munición para los que quieren arruinar nuestra convivencia. ¡Exaltemos las diferencias entre nosotros! ¡Busquemos que los otros no nos entiendan ni entiendan nuestras tradiciones! De verdad se lo digo, si España no hubiera sido tan tolerante (o tan estúpida) en cuestiones idiomáticas y hubiera sido como, sin ir más lejos, Francia, otro gallo nos estaría cantando ahora mismo.

Y si quieren ustedes la prueba última de que esta medida es una estupidez, fíjense lo que pasa entre nosotros, donde el catalán es la lengua obligatoria de la enseñanza: los políticos llevan a sus hijos a colegios que no cumplen esa norma y no enseñan en catalán. Que eso de las lenguas locales está muy bien, dicen, pero no lo quieren para sus hijos.
 
 
 
Creedence Clearwater Revival - Born on the Bayou

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