miércoles, 22 de enero de 2014

Jenner



Moza tan fermosa
non vi en la frontera,
como una vaquera
de la Finojosa.

Faciendo la vía
del Calatraveño
a Sancta María,
vencido del sueño,
por tierra fragosa
perdí la carrera,
do vi la vaquera
de la Finojosa.

Así empieza una de las serranillas del Marqués de Santillana que los chicos de mi época tuvimos que aprender en su día. Y ya a principios del siglo XV era costumbre vieja el hacer poemas sobre lo guapas que son las vaqueras.

Y es que, antes, las guapas eran las vaqueras. En realidad, lo que pasaba es que las mujeres, en general, eran casi todas feas. La viruela, ya saben, que si no mataba llenaba el cuerpo de pústulas, las cuales, tras desprenderse, dejaban cicatrices que no desaparecían. La viruela no respetaba a nadie, y podía dejar como señal un rostro horrible. Y era tan común que bastaba que no hubiera marcas en el rostro para que éste se considerara bello. Y si además tenía gracia...

La parte buena de la viruela es que sólo se pasaba una vez en la vida. El que sobrevivía quedaba inmunizado.

Lady Mary Wortley Mongau era una dama inglesa de principios del siglo XVIII. En un viaje a Turquía supo que en ese país existía la costumbre de inocularse líquídos extraídos de casos leves de la enfermedad, con lo que la persona desarrollaba también una forma leve de la viruela que, por un coste personal bajo, le inmunizaba de por vida. Lady Mary, por cierto, aprovechó el viaje para inocularle la viruela a sus hijos y, como suele pasar, a su vuelta a Londres lo contó.

Las madres tienen remedios caseros para muchas cosas; unos valen y otros no. A mí, de pequeño, cuando tenía fiebre me tapaban con aún más mantas, para que la leche hierva hay que no mirarla y para pelar un diente de ajo hay que hacer primero un poco de presión en la arista interior, que la piel saldrá sola. La extraña costumbre de lo que vio Lady Mary que hacían los turcos pronto fue sólo éso, una anecdóta que se contaba en algunos salones de Londres. Lady Mary, por lo demás, era un poco cabeza hueca, y aunque lo que dijera fuera cierto, ningún inglés iba a dar crédito a una bárbara costumbre turca.

Edward Jenner nació en 1749. Nada más empezar a ejercer la Medicina se interesó por la viruela; puede que hubiera oído el chisme de cincuenta años antes, puede que no, yo no lo sé. Pero sí conocía la superstición de su Gloucester natal de que las personas que contraían la viruela bovina no contraían la viruela humana. La viruela bovina era una enfermedad del ganado que podían contraer también las personas, eso ya se lo imaginaban ustedes.

Jenner se preguntó entonces si ese cuento de granjeros sería cierto. A su favor, desde luego, estaba el hecho de que la belleza de las vaqueras era legendaria y en Francia estaba de moda en las piezas teatrales que la protagonista fuera una vaquera (o una pastora) de singular belleza. Eran bellas, entre otras cosas, por no tener marcas de viruela; ¿sería que contraían primero la viruela bovina y ésta era mas suave que la humana? Jenner decidió que el tema había que investigarlo.

Los caballos padecían viruela equina, que generaba bultos y pústulas en las patas. Los mozos de las cuadras trataban esas patas, y luego iban a atender a las vacas.... No fallaba, la vaca contraía la viruela bovina. Y el mozo desarrollaba también la viruela, pero sólo le aparecían pústulas en las manos, que estaban en contacto con el animal, nunca en la cara. En general, la gente que trataba con animales domésticos parecía inmune, y Jenner estaba con la mosca detrás de la oreja.

Nuestro héroe decidió que la viruela equina y la bovina eran simples formas de la viruela (la nuestra), y que al pasar por el animal la enfermedad se debilitaba. Los granjeros tenían razón, unas cuantas pústulas en las manos e inmunidad de por vida. La explicación de Jenner ahora parece muy sencilla, pero en aquella época nadie se imaginaba siquiera que las enfermedades fueran las mismas.

En 1796 Jenner estaba ya convencido, lo suficiente para hacer una locura: buscó a una vaquera que tuviera la viruela, le extrajo un poco de líquido de una pústula de la mano y se la inyectó a un niño de ocho años, totalmente sano. Dos meses después, le inyectó a ese niño la viruela de verdad, la mala... y el niño no enfermó: era inmune.

Quizá fuera fortuna, esto había que repetirlo. Pero Jenner tardó dos años en encontrar un nuevo voluntario y de reunir de nuevo las condiciones. En 1798 , tras el nuevo éxito, Jenner  pudo publicar que había encontrado un remedio para la viruela.

La palabra "viruela", en latín, es vaccinia, y así lo escribió Jenner, y al método lo llamó vacunación. Y el resto es historia. La familia real británica se vacunó, las muertes por viruela se redujeron espectacularmente, en 1803 se creó la Royal Jennerian Society (presidente, Edward Jenner), y en 1807 el Estado de Baviera declaró la vacunación obligatoria. Allí, el aniversario del nacimiento de Jenner es festivo. Rusia, Francia,... en fin, incluso Inglaterra terminó por honrar a Jenner, y el Colegio de Médicos de Londres se planteó aceptarle como miembro. Solo que, por cierto, quisieron examinarle de las teorías de Hipócrates, Galeno y todos esos, y Jenner, muy digno, dijo que no, que con curar la viruela debía bastarle... y murió en 1823 sin haber ingresado en el Colegio de Médicos.

Con todo, y aun siendo importante haber curado la viruela, no traigo a Jenner a ésta mi galería de grandes inventores por encontrar la cura, sino por encontrar el mejor método para curar: prevenir. A partir de Jenner, los médicos, lo que han intentado es conseguir que el cuerpo desarrolle la inmunidad frente a la enfermedad. Y es el camino, desde luego, pero fue Jenner el que lo abrió.



Cantinero de Cuba (Welfo)

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