En una oficina de ingeniería, lo importante son los ingenieros. En una gran oficina de ingeniería (las hay hasta con diez mil empleados), hay ingenieros, delineantes, administrativos, contables, comerciales, directivos, recepcionistas y telefonistas, quizá personal de fotocopias, departamento de informática, "volumatic" (trabajé en una gran consultora donde tenían tres personas - que también venían con traje y corbata- que trabajaban en el almacén suminstrándonos material de papelería), encargados del archivo, gente de recursos humanos, personal de limpieza,... casi todo lo que se le ocurra. Pero lo importante de la empresa son los ingenieros. La gente no acude a esa oficina por cómo cogen el teléfono, por muy legendaria que sea la sensual y bien modulada voz de la telefonista. Ni por lo a punto que paguen las nóminas o la perfección de sus fotocopias. Acuden por sus ingenieros. Al igual que a un restaurante se acude por su jefe de cocina y no por los pinches o el camarero de la barra, y a un bufete de abogados por sus abogados, a una asesoría por sus asesores,... ustedes ya me entienden.
Pero ¡fíjense!, en ese gran despacho de ingeniería todos son necesarios. Tiene que haber ingenieros, claro, pero también recepcionistas, personal administrativos, informáticos, gerentes y comerciales, e incluso el humilde personal de limpieza. Todos son necesarios, todos trabajan y todos aportan lo suyo para que la empresa en su conjunto sea la brillante empresa que quieren que sea. Así pues, no debe el ingeniero despreciar a la telefonista porque ésta no sepa proyectar: a fin de cuentas, está ahí para ayudarle a él, liberándole de otros trabajos.
Ahora bien: debe haber un equilibrio de personal dentro de la empresa. No puede haber diez telefonistas por cada ingeniero, ni tres informáticos por ordenador, ni más chicos de fotocopias que proyectistas, ni más gerentes que trabajadores, ¿verdad? Es lógico, si el trabajo lo traen (o lo atraen) los ingenieros, el personal auxiliar crecerá a medida que crezca el de ingeniería, en una evidente expansión de la empresa. Mientras esto no se produzca, a nadie se le ocurriría incrementar el personal más allá de lo que el trabajo de los ingenieros puede sostener.
Y lo mismo se diría de un bufete de abogados, de un centro médico o de una escuela (que no debería tener más bedeles, cocineros y recepcionistas que profesores). Por citar sólo unos ejemplos.
Así que si usted conoce de una empresa que tenga una pirámide laboral ilógica (y no hace falta que sea muy grande: la típica pequeña empresa que tiene un sinnúmero de cuñados y equivalentes en las oficinas vale), ya sabe que aquello... no puede ir muy bien.
Excepto que la cosa sea pública. Que sea de la Administración. Entonces sí. Entonces venga directivos, venga ujieres y ordenanzas, venga chóferes y liberados sindicales, venga lo que sea. Es difícil encontrar una empresa o negociado público que mantenga el esquema de personal que seguiría si fuera privada. Pero no es de esto de lo que quería hablar; olvidémoslo. La productividad e ineficiencia del sector público es legendaria.
El caso es que, en este país, somos necesarios todos. Todos los oficios, e incluso gente sin ellos: también los peones tienen una función que desempeñar. Puede que algunos no sean espectacularmente productivos, pero tienen que estar.
Ahora bien: ¿cree usted que la configuración laboral de los habitantes del país no tiene repercusión sobre el rendimiento del país? ¿Se imagina usted un país en el que el 98% de la población fuera tanatoesteticistas, geógrafos o guardias de tráfico? Y, si admite que la composición profesional sí tiene repercusión en el rendimiento, ¿no cree que hay que intentar que esa composición se asemeje lo más posible a la composición lógica para el esquema productivo que queremos que tenga el país?
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