¿Se acuerda alguien de SuperLópez? Es un ingeniero que durante sus años en Volkswagen y en General Motors consiguió prodigiosos ahorros y mejoras de la calidad (lo segundo conllevaba además lo primero), y en su momento se le consideró el megacrack de los ingenieros.
También causan admiración los ingenieros que logran dispositivos más pequeños, más baratos y más potentes, coches más ligeros, que gastan menos y con más funcionalidades,…
El buen ingeniero consigue más por menos. Eficacia y rendimiento son sus divisas.
En cambio, los arquitectos van en dirección opuesta. ¿Qué es un arquitecto estrella, un "starquitec" que dicen los americanos? No hay más que ver sus proyectos. Faraónicos. Descabellados. El más bestia aún. ¿Que haces un edificio de doscientos pisos? Pues yo de doscientos cincuenta. No, de trescientos. Y con campo de fútbol en la terraza. Un gran arquitecto estrella no propone remodelar el Nou Camp con veinte millones de euros, no. Con eso no se cubre ni sus honorarios; la remodelación ha de valer trescientos, entendiendo que es sólo el precio inicial. Su orgullo es conseguir triplicar ese presupuesto, cuando menos.
Para nuestra desgracia, este tipo de genios suele conseguir proyectos públicos: dados por políticos con mi (nuestro) dinero. ¿El político quiere que su pueblo tenga el mejor aeropuerto de la Tierra, casi una estación interespacial? No problema. El arquitecto lo diseñará como si las naves a Júpiter despegasen cada seis minutos. En fin, creo que todos conocemos suficientes casos de primera mano como para mentar algún ejemplo. Pero también los arquitectos corrientes en los proyectos corrientes, si pueden la meten.
Biblioteca pública de Girona. Gana el concurso un edificio espectacular, con la zona verde exigida en el pliego, ¡en la cubierta! Una cubierta verde, se le llama. El jardín encima. Lo más lógico del mundo, ¿verdad? Por suerte, al final la economía se impuso un poquito y la cubierta se quedó en acristalada de color verde.
Escarrilla, pueblo pirenaico. Según su web, 203 habitantes censados pero se advierte que la población real es la mitad. Centro de salud. No hay más que verlo:
Estos edificios serán todo lo bonitos que usted quiera, pero cualquier ingeniero lo habría diseñado mucho más funcional con un coste muchísimo menor; los excesos decorativos y estéticos, que saltan a la vista, indudablemente acarrean un coste en lo que tienen de ineficaz y de exigir al resto, aparte de en sí mismos. Es como si al Ferrari de Fernando Alonso le pusieran en el morro la figurita en relieve del caballito rampante del escudo. Todo y que quedaría monísimo, tú.
Dicho esto, cualquiera comprenderá que los ingenieros viéramos a los arquitectos como miembros importantes del Eje del Mal; y, sin embargo, también somos un poco corresponsables. Sí, porque tarde o temprano el arquitecto, para que su sueño se haga realidad ha de venir a nosotros. Y nosotros no le paramos los pies. ¡Ah, el cochino dinero, que nos hizo vender nuestra alma y nuestros principios!
Así, recuerdo una vez que vino al despacho un arquitecto con un proyecto. Quería construir un edificio de cuarenta plantas en Tánger. Una de las muchas peculiaridades de su diseño iba a ser que ningún pilar y ningún muro iría de arriba abajo, todos se interrumpirían en una altura u otra. ¡Ah, además el edificio iba a ser de viviendas!
Resulta que Tánger es una de las peores zonas sísmicas del mundo, con unos terremotos especiales. Calculamos el edificio, y salía una cimentación rayando en lo técnicamente inviable. Así que hubo que diseñar dispositivos antiterremotos, de ésos que se ponen en los rascacielos de Japón. Bien, ¿cuál es el problema? Pues que Tánger está en Marruecos, no en Japón. Y el marroquí no paga por una vivienda lo que un japonés; si encima está en un rascacielos con un sobrecoste estructural de órdago,…
Ignoro si se construyó o no. Si no fue así, sin duda sería el promotor el que le hizo ver al arquitecto que o proyectaba edificios de tres plantas como todos, o que ni lo intentara. Pero debimos ser nosotros, los expertos de estructuras, los que nos negásemos a tamaña irracionalidad. Y no lo hicimos.
Y ews que detrás de cada locura, de cada ineficacia y de cada idiotez construida de un arquitecto hay un ingeniero que ha conseguido llevarla a cabo. Por eso digo que somos partícipes.
Lo peor es que, poco a poco, el exceso se establece como "normal". Actualmente, cada metro cuadrado de una vivienda requiere unos 800 kg de estructura. Hace cincuenta años, se requería apenas 200 kg. Y ya nadie concibe que un centro de salud en un pueblo de cien habitantes no sea espectacular o que la biblioteca pública no impacte y cambie el carácter de todo un barrio.
Y esto tiene un coste, que pagará la sociedad y el medio ambiente. Mientras puedan, claro.
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