Según nos cuenta la versión japonesa de dibujos animados, la tía de Heidi dejó a ésta con su abuelo, en su cabaña de las montañas, pero tiempo después volvió a buscarla, para escolarizarla, y el abuelo se negó, aduciendo que lo que necesitaba saber ya lo aprendía con él. Claro, la tía Dette veía a Heidi corriendo semidesnuda por los prados en compañía de Pedro, el cabrero analfabeto, y...
Total, que le arrebata la niña y la lleva a Frankfurt, donde la educan. Más adelante, la niña vuelve a los Alpes, el abuelo entra en razón, y acepta mudarse al pueblo para que la pequeña pueda ir a la escuela. Final feliz.
El pasado domingo el diario EL PAÍS publicaba un reportaje sobre unos niños en Melilla que se niegan a estudiar música. Resulta que las familias de los chicos son musulmanes salafistas (ultraortodoxos, para el que no entienda de ramas islámicas), los cuales consideran que la música es la trompeta de Satán y por lo tanto no hay que siquiera oir música de ningún tipo. Llega el momento de aprender a tocar la flauta en clase, los niños se niegan y se les castiga, pero que si quieres arroz. Se les explica que es una asignatura obligatoria, que no pueden elegir qué asignaturas estudian y cuáles no, pero no sirven de nada. Al final, los profesores ven que sólo pueden castigar a los niños, con lo que éstos sufren, pero no pueden hacer nada contra sus padres. Y mientras los padres no cedan, los niños se negarán a tocar la flauta. Pueden suspenderlos, pero eso tampoco hará cambiar de opinión a los padres. Obviamente, ellos aducen que forma parte de su religión y exigen respeto.
¿Qué hacemos con esta gente?
En definitiva, tenemos a unos listos que se niegan a admitir los valores de la sociedad en la que viven pero exigen todos los derechos que ésta otorga a quien -entiendo- acepta los deberes concomitantes. Casi que prefiero las sectas Amish y demás, que al menos se apartan y no exigen los derechos de la sociedad de la cual reniegan. Éstos, no. Estos exigen respeto a su religión, creencias y costumbres, pero sabemos que en que puedan no respetarán las de los demás.
En Estados Unidos lo habrían resuelto a la americana: tomen, dos hectáreas de bosque y piérdanse. En algún lugar de Montana, Idaho o donde sea. Pero esto es Melilla, y allí no hay donde ir.
Además, no estamos hablando de personas tipo Amish o sectas de ésas de un par de cientos; aquí nos las vemos con fanáticos - incluso para el musulmán estándar de Melilla- que hacen proselitismo, que opinan que todos deben regirse por las normas de ellos. Por supuesto, huelga decir que estos tíos son también partidarios del velo tapacaras.
El salafismo es el tipo de islamismo que se practica en Arabia Saudí. Donde los no musulmanes no pueden entrar en La Meca, donde las mujeres no pueden conducir o llevar pantalones, donde cada mujer tiene un guardián, su marido, su padre o un varón de la familia, el cual decide por ella. Donde no se escolariza a las niñas, porque tampoco se les permite trabajar (hay una corriente que pide que al menos sí puedan ser empleadas en las tiendas de lencería femenina). Así que si miramos al futuro e imaginamos que los cinco mil salafistas de Melilla consiguen ser cincuenta mil, ya sabemos qué modelo de ciudad querrán imponer. Apelando a su derecho al respeto a sus creencias, por supuesto.
Incluso los partidarios del talante y de la Alianza de Civilizaciones reconocerán que aquí tenemos un problema.
Quizá una solución sería retirarles la custodia de los niños, alegando que están negándoles una educación que les permita un futuro mejor - que ésa es otra, ya me dirán qué futuro tendrán unos niños que nunca obtendrían ni el graduado escolar; ¿tendremos que mantenerles de por vida, ya que serán incapaces de aportar algo?-. Pero si los niños tienen derecho a unos padres, nos encontraremos que además de permitirles vivir aquí les mantenemos a su prole: ¡bonito negocio hacemos! Aparte que tendríamos que resetear la mente de los chavales. Mirándolo bien, no deberíamos permitir que el Estado pudiera hacer esto que digo, porque hoy son ellos y mañana son los que no pensamos como el Gobierno o no hablamos la lengua oficial. Y yo tengo hijos, oiga.
¿Expulsarlos? ¿Por no pensar como nosotros? ¿Persecuciones, como en la Roma Imperial?
Pero algo habrá que hacer, porque hoy se niegan a aprender música y mañana se niegan a aprender Matemáticas e Historia, y pasado mañana a que las niñas aprendan nada de nada. Es que se niegan a OIR música, así que luego se negarán a presenciar evocaciones navideñas (no es tan descabellado, hay quienes se niegan a que sus hijos vean un crucifijo, a que el Rey vaya a una celebración religiosa, a que el Papa - que no el Dalai Lama- visite España, y a tantas y tantas cosas), a que las mujeres vayan a la playa en bikini, a que una persona sea homosexual, y a todo lo que hace que esto no sea Arabia Saudí.
Ya sé que nuestros principios no son inmutables y que la España de ahora no es la de nuestros padres y menos la de nuestros abuelos, pero ¡caray!
Así que me gustaría que los políticos, por una vez, se dejaran de tanto buenismo e intentaran resolver este lío de la manera nos gustaría a los que, hoy por hoy, conformamos la inmensa mayoría de los habitantes de este país.
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