El metro inicia su itinerario. Los primeros pasajeros que suben encuentran los vagones vacíos y pueden elegir el acomodo que quieran. Habitualmente, eligen los asientos.
Los siguientes pasajeros miran si hay asientos libres. Si los hay, los eligen también y se sientan. Si no los hay...
La inmensa mayoría de esos pasajeros, ya que no hay asientos, opta por agarrarse a las barras que hay junto a las puertas, ya que junto a cada puerta acostumbra a haber un apoyo de culo, que permite viajar algo más cómodo. Estos apoyos se acaban bastante rápido, pero las barras de las entradas a los vagones permiten agarrarse a más pasajeros. Son asideros cómodos, en el centro del vagón, el viajero los encuentra al acceder y cuando tenga que salir estará prácticamente junto a la puerta: una buena elección, y la más habitual.
En ese momento la hemos liado. Porque los viajeros que sigan entrando se encuentran el espacio de acceso ocupado por personas que están agarradas a una barra. Todavía queda espacio entre las filas de asientos, pero el acceso está impedido por las personas de la entrada. Además, cuando llegue la parada en la que hay que bajarse, la gente que está en el acceso va a impedir que quien quiera apearse lo haga cómodamente, así que lo que suele hacer todo el mundo es apretarse contra las personas de la entrada y, si lo consigue, estirar una mano hacia alguna barra asidero.
En hora punta, cuando suben los siguientes la entrada está cada vez más llena. Además, meterse dentro del vagón supone complicarse mucho la salida, y en el metro, que no espera a nadie, eso no interesa. ¡A buscar hueco, en la zona de acceso! Y así hasta alcanzar la densidad del osmio.
La situación, es fácil de entender, va escalando con rapidez, lo que avala la sabiduría de la elección de quedarse en la zona de acceso: ni se puede ir más allá ni conviene, porque no hay salida para quien penetre más.
Solo unos pocos inteligentes, seguramente ingenieros, insistimos en acceder a la zona de los asientos: allí el aire es respirable, se está bien sin apreturas y además cuando los pasajeros que van sentados se quieran bajar tendremos el asiento a nuestra disposición. Que sí, que es lo lógico, pero por todo lo que he contado antes muchas personas creen que es una mala elección.
Mejor para los inteligentes. Los vemos, a esos desgraciados, apretados en las zonas de acceso, y pensamos: ¿pero no se dan cuenta que un paso a su izquierda se está mucho mejor?