«Una sociedad en la que no es posible distinguir sin más entre un hombre y una mujer es una sociedad profundamente enferma».
La frase no es mía, la he leído en un artículo periodístico en internet, pero al leerla decidí que la idea bien merece una reflexión. Viene al cuento de todo el guirigay que hay ahora con hombres claramente hombres que están afirmando que son mujeres y están ocupando los espacios reservados a las mujeres (espacios físicos, como vestuarios, pero también virtuales, como el deporte).
Es evidente que cualquier cultura que no sea la nuestra, la occidental del siglo XX, no tiene ningún problema para distinguir entre un hombre y una mujer. Salvo que el interfecto/a juegue al engaño y se disfrace, pero descubierto el pastel no hay duda posible. Incluso la misma cultura occidental, la nuestra, pero nuestra antecesora, la de hace cinco siglos o la de hace cincuenta años, no tuvo ningún problema.
Hemos creado un problema donde no lo había. De hecho, somos los únicos que lo tienen.
Y no estamos hablando de distinguir entre una cucaracha macho y una cucaracha hembra, sino entre individuos de nuestra misma especie, y de un rasgo que a todo el mundo siempre le ha importado y nadie jamás ha tenido problema en distinguir. Fuera de la etapa de la infancia: valga como ejemplo que bebés y niños y niñas en las primeras edades se visten igual, o que en alemán niño, kind (kinder en plural) es una palabra de género neutro, ni masculina ni femenina (en alemán hay 3 géneros).
Cabe preguntarse, entonces, si algo que siempre ha importado saber (si se era varón o mujer) y que siempre se ha sabido responder es un avance que ya no se sepa. Porque, repito, es algo que en toda sociedad en todo momento se ha considera una información básica y fundamental. Y que no ha planteado dudas ni al bosquimano más analfabeto.
Así que sí. No diría la palabra "enferma", como el periodista, pero sí podrida. Degenerada. Somos una sociedad profundamente podrida.