lunes, 16 de octubre de 2023

El siglo de Sila

https://www.youtube.com/watch?v=2ObjtVdsV3I&ab_channel=DavidBowie-Topic 

 

 

Creo que todos estamos de acuerdo en que el siglo XV es el más fascinante de todos los siglos de la historia del hombre. La caída de Constantinopla, la guerra de los Cien Años, el Cisma de Occidente, el Compromiso de Caspe, la toma de Granada, el descubrimiento de América, la apertura de la ruta portuguesa a la India, la invención de la imprenta, la explosión del Renacimiento,...

Pero el siglo I a.C. no le va muy a la zaga. Fue el siglo de la descomposición de la República de Roma, uno de los fenómenos más fascinantes (y perdonen la repetición) de toda la Historia.

La República se había establecido el año 510 a.C. tras la caída de los reyes etruscos, y durante más de 400 años sirvió para que una al principio pequeña ciudad sin importancia creciera, evolucionara y dominara todas las orillas del Mediterráneo. Y lo que es más: no es que dominara, es que incorporó en su crecimiento a todos los pueblos a los que venció. No es como cuando un país conquista a otro país, no es como la guerra de los Cien Años o las cruzadas, los territorios a los que los romanos llegaron se convirtieron casi ipso facto en tan romanos como la misma Roma, y fueron tan fieles a ella durante siglos como la propia ciudad de Roma. Baste decir que Hispania, tal vez el más reacio de todos esos territorios junto con Palestina, cuando hacía casi dos siglos que era un reino Visigodo los reyes siguieron enviando sus insignias al emperador de Roma, mientras lo hubo, y al de Bizancio después: mentalmente, seguían teniendo la piel de toro en cesión.

Sin embargo, en menos de 100 años la república se desintegró. En menos de 60 años, en verdad. Y eso a pesar de que hubo grandes políticos: Mario, Cicerón, Julio César, Octavio. Así que procede determinar, parafraseando a Vargas Llosa: ¿en qué momento se jodió la República? Estoy seguro de que todos los historiadores que quieran responder a esa pregunta acabarán señalando a la misma persona: Lucio Cornelio Sila.

La figura de Sila es, como mínimo, controvertida: todos los historiadores romanos que escribieron sobre él echaron pestes; aunque también es cierto que lo describieron como una persona muy capaz, inteligente, generoso, que hacía favores pero no permitía que se los devolvieran y que siempre devolvía los favores que le hacían... Es posible que algunas de sus intenciones fueran buenas, que algunas de sus leyes o reformas tuvieran un lado bueno. Pero, al final, su figura trascendió no tanto por las acciones en sí, sino por lo que significaron y la decadencia que las siguió.

Para ponernos en antecedentes, el territorio abarcado por la República de Roma el año 100 a.C. era ya muy grande.


 

La última gran guerra, en esa época, fue la Guerra de Yugurta. Fue una guerra complicada, que encumbró al gran Mario, pero también a uno de sus lugartenientes: Sila. Tras la guerra Mario fue el hombre más poderoso de Roma, pero se atuvo a las reglas: fue cónsul (7 veces, incluyendo un récord de 5 veces seguidas), cambió lo que pudo, mejoró lo que le dejaron y cuando consideró que había tenido suficiente se apartó, y todo ello con la más exquisita observancia de las leyes y de los principios republicanos. Cuando él dejó la política, el hueco lo ocupó el que había sido su lugarteniente y que había evolucionado a sus antípodas políticas. Pero, a diferencia de Mario, Sila no estaba dispuesto a respetar las leyes. O sí, siempre que las pudiera retorcer, reinterpretar, derogar o rehacer.

La cosa empezó el año 88 a.C.: Mitriades, rey del Ponto, marchó sobre la provincia romana de Asia. Hacía falta un prestigioso general para defenderla, pero Mario tenía ya 70 años y no estaba por la labor. Así que Sila. Pero para entonces Sila ya había sido estabulado, y sus rivales políticos (llamados "populares", porque defendían la participación del pueblo, mientras que los de Sila eran los optimates, que defendían los privilegios de las clases superiores) tenían miedo del poder que iba a obtener Sila si la campaña de Asia le salía bien. Parece ser que cuando Sila estaba con sus legiones en el sur de Italia a punto de zarpar, se enteró que había sido (o que iba a ser) declarado enemigo público de Roma y se le retiraba el mando del ejército. Entonces Sila hizo lo impensable: marchó con las legiones sobre Roma. Parece ser que era un demagogo excelente y había convencido a los legionarios que iban a ser apartados de la campaña de Asia para ser privados del botín que iban a conseguir y todo eso. El caso es que entra con sus legiones en la ciudad y se hace con el poder. Huido Mario y los líderes populares, marcha a Asia, resuelve lo de Mitriades, aprovecha para saquear los templos de Esculapio en Epidaro, de Júpiter en Olimpia y de Apolo en Delfos e inicia un proceso de mitificación de su figura. 

Mientras estaba en Asia, uno de los dos cónsules de Roma (recordemos que cada año se elegían a 2) era Cinna, otro que también había sido lugarteniente de Mario, y ante la ausencia de Sila Cinna logra que vuelva Mario e inician su venganza o su revocación de las medidas de Sila, según se mire. Mario es nombrado cónsul por 7ª vez, pero a los pocos días muere anciano, y para entonces Sila ha vuelto a Roma. Y estalla la guerra civil, la primera de la historia de Roma. Ya sabemos lo que son las guerras civiles.

En el último año de la guerra civil, Sila consigue que se le nombre "dictador para constituir la república". Dictador, sin más. Con poder para condenar a muerte a los ciudadanos sin un juicio previo, para confiscar (quedarse) y repartir las propiedades y fortunas de aquellos a los que hubiera condenado (se pueden imaginar lo que pasó, un hombre sin escrúpulos como él), fundar colonias (en realidad: expropiaba las tierras de las ciudades que se le oponían y las repartía a sus soldados para que las explotaran agrariamente, y a cambio ganaba su apoyo completo), podía urbanizar o destruir espacios y edificios públicos y, por descontado, cambiar o dictar leyes.

La dictadura no era algo desconocido en el sistema político romano. Pero no era así, sino que se aceptaba, en condiciones extraordinarias (tanto que hacía 120 años desde el último dictador), que durante 6 improrrogables meses una persona tuviera una magistratura extraordinaria. Pero la dictadura de Sila no fue así, no tuvo limitación temporal, no estaba sometido a la apelación del pueblo (que impedía ejecutar a un ciudadano sin recurrir antes al pueblo) y, sobre todo, no estaba obligado a rendir cuentas de sus actos una vez acabada esa magistratura extraordinaria.

Los primeros meses de dictadura fueron lo que nos podemos imaginar. Listas y más listas de proscritos, por supuesto todos los adversarios políticos y todos los que hubieran apoyado a Mario o a Cinna (otro lugarteniente de Mario que también había sido cónsul a su debido tiempo). Cualquier ciudadano, al leer la condena, podía ejecutarla recibiendo a cambio una sustanciosa recompensa. Fueron ejecutados 40 senadores, cerca de 1.600 caballeros y unos 4.000 plebeyos (sin contar una masacre de 6.000 prisioneros samnitas), por no mencionar los que consiguieron huir a uña de caballo. Escribió Plutarco que "no había templo dedicado a un dios que estuviese libre de crímenes" (es decir, que no se respetaron ni las normas de acogimiento a sagrado), "ni casa de huésped ni morada paterna: los hombres eran pasados a cuchillo delante de sus esposas y los hijos en presencia de sus madres. Los que perecieron a causa de la ira y el odio formaban un número menor de los que eran matados por ser ricos". Así hizo su fortuna el famoso Craso, adquiriendo por cuatro perras un patrimonio ingente gracias a lo que se expropiaba a los condenados.

Por si eso no le bastaba, reformó las instituciones. Para empezar, el Senado: incorporó 300 nuevos miembros, casualmente todos fieles a Sila. Los tribunos de la plebe, siempre populares, fueron desposeído de su derecho de veto y además estableció que quien fuera tribuno de la plebe ya no podría desempeñar ningún otro cargo político, con lo que nadie más quiso serlo. Y los caballeros, la clase inferior a la senatorial y a menudo enfrentada a ésta, vieron recortadas sus prerrogativas y se les prohibió participar como jueces en los tribunales.

Y por si fuera poco, se reservó el cargo de augur: sólo él podía recibir e interpretar los auspicios divinos. Nos podemos imaginar cuáles fueron esos auspicios a partir de entonces.

Es cierto que, para sorpresa de todos, a los tres años de dictadura lo dejó. Pero el mal ya estaba hecho. Supongo que como para entonces tenía ya una edad, decidió que no valía la pena molestarse en conseguir más poder y más riquezas si no le iba a dar tiempo a disfrutarlas todas, el caso es que se retiró a una villa y se dedicó a gozar de los placeres de la vida.

Tras su salida de la escena, la República siguió adelante. Pero había cambiado: como mínimo, muchas barreras mentales, muchos tabús, se habían roto. La, digamos, enemistad, entre populares y optimates continuó y fue agrandándose cada vez más. Sobre todo, una degradación de los valores republicanos, una corrupción cada vez mayor, un deterioro creciente de la clase política. Aunque salieran figuras de fuste como Cicerón y César, los cónsules cada vez pintaban menos: alguno, de hecho, no pintó absolutamente nada. Unos años después de Sila se produjo la conjuración de Catilina, un populista (y detenida por Cicerón). Poco después se formó el triunvirato de Julio César (sobrino de Mario, casado con la hija de Cinna y peleado con Sila en su juventud), Pompeyo (lugarteniente de Sila en la campaña de Asia) y Craso, ya citado; el triunvirato ya era de por sí una herejía republicana (la república se basaba en que era regida por 2 cónsules elegidos por un año), y señal de una profunda degradación institucional. Luego, otra guerra civil, la dictadura de César (y por cierto: gran parte de los opositores al César dictador lo que querían era impedir otro dictador como Sila, lo que no deja de tener su lógica: el peligro de que el dictador fuera malo compensaba de largo el posible beneficio de que el dictador fuera bueno), otro triunvirato (Marco Antonio, Octavio y Lépido) y luego Octavio se denominó César Augusto y se acabó la República.

Si tuviéramos que preguntarnos cuándo se echó a perder la República, tenemos que concluir que fue con Sila. Pues fue él el primero en cruzar líneas rojas que nunca debieron cruzarse, cizañar y dividir al pueblo generando su primera guerra civil, inimaginable antes, vulnerando "legalmente" las leyes y las instituciones, cambiando lo que tuviera que cambiar... Sí, podrán decirse cosas buenas de él, pero fue nefasto: aunque sus contemporáneos no lo supieran, dejó la República infectada con una enfermedad mortal e incurable que a la postre acabó con ella.

Sila, gobernante: no dividas al pueblo, al revés, intenta que dejen de un lado sus diferencias y facilita la vida en común, y cambia las leyes que consideres pero siempre con el respeto más exquisito a las instituciones y a las normas que las regulan.



David Bowie - Five years