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Irene Montero, ministra de Igualdad. Licenciada en Psicología, accedió al cargo de ministra con 31 años. Su experiencia laboral verdadera se reduce a, creo, 6 meses de cajera en un supermercado de barrio.
Una vez ministra, su inteligencia (o cortedad), su moral (y su doble moral) y sus principios han quedado expuestos a todos. El problema está en que quedaron expuestos una vez ministra. Y aunque su gestión es perfectamente descriptible, a tono con el Gobierno del que forma parte, ahí sigue. Su acto más recordado, lo último que se olvidará de ella, fue cuando cogió el Falcon para irse con unas amigas de viaje a Nueva York, todos los gastos pagados, ahí están las fotos de las cuatro amigas posando sonrientes en los sitios típicos.
La cuestión es: ¿habría usted elegido a Montero para tan alto cargo de haberla conocido?
Empecemos por lo de Psicología. Es una carrera muy digna y sus profesionales son importantes. Pero ¡ojo!, sus profesionales. Los buenos de entre los licenciados en Psicología se dedican a la Psicología. A los más buenos, seguramente se los rifan si valen la pena. Pero para muchas otras estudiantes, es simplemente una carrera universitaria fácil y que permite una ESO y un bachillerato de lo más fácil. Sacable. Tan útil para una estudiante mediocre que, una vez terminada la carrera... se coloca de cajera en un supermercado. En su caso, es una medida de su mediocridad (de ella y de su nivel de psicóloga, no de la carrera de Psicología). ¡Qué desperdicio del dinero público el emplearlo en su formación, si luego ella no va a sacarle el rendimiento para el que se le financiaron sus estudios! Quizá debería devolver el dinero invertido en hacerla psicóloga, tal como ella pide en casos asimilables, pongamos empresas privadas que no le caen bien.
¿Elegiría usted como ministra, como gestora de sus caudales y de los caudales de todos, como su representante ante la sociedad, a una cajera jovencita del supermercado de su barrio, sin experiencia laboral y sin apenas experiencia de la vida? No, no lo haría.
Y sin embargo fue elegida diputada y ganó el cargo. Legalmente. Democráticamente.
Está claro que algo no está bien en nuestro sistema democrático, si permite hechos como éste. Que además sabemos que no es excepcional.
Es llamativo, por otro lado, que pidamos un montón de requisitos (desde estudios universitarios hasta certificado de penales, estudios específicos, años de experiencia, prestigio, etc.) para multitud de puestos de la Administración y también para ejercer libremente la profesión que cada cual elige, para las universidades y en general para todo, pero no para los cargos políticos. Para ser presidente del gobierno, en España, basta con poco más que tener cumplidos 18 años: Pedro Sánchez ni siquiera era diputado la primera vez que lo consiguió. Sin duda, hay un principio detrás: que cualquiera pueda acceder al cargo de mandamás máximo (o de diputado, ministro o cualquier cargo de esos que se nombran a dedo) combate el que exista una élite que en la práctica sea la que gobierne el país. Una élite que gobierna es la definición de aristocracia, que como sabemos degenera en que a la larga no gobiernan los mejores sino los que pertenecen a familias que tuvieron entre ellos a los mejores. Y que además terminan desarrollando un sentido propietario de la cosa pública.
Aunque una cosa es cierta: por más que se quejen los de izquierdas (sobre todo cuando no les favorecen), no existe una casta de jueces: existen unos profesionales que tras años de esfuerzos consiguen el cargo. De hecho, hay jueces podemitas, tan jueces como los jueces que acusan de ser de una casta especial. Cualquiera, en principio, puede llegar a ser juez. Que haya que esforzarse menos en llegar a ser ministra, ésa es otra cuestión.
Hace 10 años, en esta entrada, alabé la existencia de un cursus honorum. El cursus honorum obliga a, quien quiera un cargo público elevado, a picar piedra durante un tiempo: a pasar por las categorías inferiores, y a tener éxito en ellas. También a dedicarse a la cosa privada un tiempo. Con este sistema, Irene Montero habría podido llegar a ministra, sí, pero tras una larga carrera profesional (en la politica y fuera de ella), ganando en cada paso las votaciones para su siguiente etapa.
Sinceramente pienso que implantar un cursus honorum eliminaría muchos de nuestros problemas. Pero, hasta entonces, lo único que podemos hacer es intentar votar bien, sabiendo a quién votamos. Algo, no nos engañemos, imposible en la práctica tal y como tenemos diseñado nuestro sistema democrático.
¿Estamos, pues, condenados al abismo? No todavía. Nos queda, aún, un recurso. Algo que podemos hacer. Algo que no depende del sistema democrático. Es algo que está en nosotros.
Hemos de ser rigurosos. Y exigentes. Exigir a nuestros electos, y juzgarles con rigor. En especial, no perdonar a los nuestros hagan lo que hagan porque son de los nuestros (o a nuestros aliados, porque lo son). Exijamos a nuestros amigos lo que les exigimos a nuestros enemigos.
Cambiemos, en definitiva, cómo somos.
Me temo que nos esperan muchas Irenes Monteros.
Los Xey - Buen menú