Vuelvo del aeropuerto y en el autobús, en los asientos de al lado, estaban dos mujeres alemanas. Que hablaban en alemán, quiero decir. Una de ellas, ya no joven, viajaba con una mochila con cantimplora en un bolsillo lateral y dos bastones de caminar por la ciudad (en plan deportivo, se entiende) tan de moda; botas de montaña y pantalones de malla elástica y logotipo de marca deportiva. La otra, más mayor (talludita, ¡qué diantres!), bronceada (pero con el bronceado de las que no trabajan, no de los que asfaltan carreteras, ya me entienden), pantalones cortos, cierto escote y bolso. La maleta, supongo que en el portamaletas. Charla animada entre todo el trayecto, pero la más joven se ha de bajar en Plaza de España. Despedidas y abrazos, tchuss, tchuss. La más vieja continúa trayecto, pero ya sola, está más nerviosa. Un pasajero pregunta al conductor (yo voy detrás) por la parada para ir a una calle; el conductor contesta, pero duda, va mirando las calles, y como yo me sé la respuesta y no he de conducir, intevengo. Entonces la alemana se arma de valor, saca un papel, una reserva de un hotel por internet impresa, mira la dirección y pregunta cómo ir. Primero dice el barrio, la Barceloneta. Caray, le cae lejos, el conductor no sabe, pero yo sí. Me dice la calle, y la verdad es que es fácil, ha de bajarse en Plaza de Cataluña, y coger el 59 en el inicio de las Ramblas. ¿No Metro? No, no Metro. La alemana no sabe qué es "Las Ramblas", así que le explico. El conductor, atento, me pide que cuando pasemos justamente por ahí le repita las indicaciones y que le avise de que hay mucho ladrón suelto en las Ramblas.
Esta escena me trajo recuerdos de mi primer viaje de mochilero por Alemania, a mediados de los 80. Frankfurt, Hamburgo, Hannover, Múnich, lo normal; años después, Berlín, Nüremberg, esos sitios. Viajaba solo, y cuando viajas solo y en plan mochilero te fijas en cosas diferentes. Y lo que más me llamó la atención y aún recuerdo es el enorme número de mujeres sesentonas y setentonas que viajaban solas. En aquel momento no sabía bien calcularles la edad, pero reflexionando se me ocurrió la explicación... y de rebote, la edad que tenían (por cierto que ví otra cosa que también me sorprendió, pero que por lo
anterior me pareció lógico: salas de espera para mujeres. En todas las
estaciones las había, ya digo que me fijaba en cosas raras).
Verán, hace treinta años no éramos como somos ahora. Usted quizá crea que sí, pero no. Hace treinta años, una persona de setenta se había tragado la guerra civil en primera línea de trinchera. Ahora uno de setenta tenía 10 años cuando acababa la autarquía. Hace treinta años, una persona de treinta tenía suficiente con dos canales de televisión. Ahora, uno de treinta no concibe un mundo sin 80 canales y un teléfono con conexión gratuita a internet. Hace treinta años, las cosas se decían por carta; ahora no. Hemos cambiado.
Pues bien, yo diría que hace treinta años era casi imposible encontrar en España a una mujer de entre sesenta y setenta que viajara sola en tren. Que las había, seguro que sí; pero pocas. Las mujeres, si estaban casadas, viajaban con el marido; si viudas, con los hijos; y si eran solteras, con más amigas solteras. No era normal que viajaran solas, no estaba en nuestra cultura social. No era habitual, y como prueba aporto que en aquel tiempo me asombrara tanto ver a mujeres mayores solas. Y, sobre todo, ver a tantas. Muchas, ya le digo. Y se movían con soltura, sabían en qué parada bajarse, gestionaban ellas su equipaje, esas cosas. Se las veía acostumbradas.
Se me olvidaba mencionar otro detalle que también me pareció curioso: no ví apenas (de hecho, quizá ninguno) hombres de sesentaytantos o setentaytantos viajando. ¿Entienden? En la muestra estadística de los trenes, la población alemana tenía un enorme agujero en esa franja de edad masculina. Por si los más jóvenes aún no lo han pillado: hace treinta años, la segunda guerra mundial había acabado hacía 40 años; los de la franja 60-75 años tenían en 1945 20-35 años. Normal que no hubiera hombres de esa edad en Alemania, y que hubiera tantas mujeres que se desenvolvieran bien solas: llevaban 40 años haciéndolo, llevaban 40 años sin sus hombres.
George Winston - Thanksgiving