Benedicto XVI ha renunciado. Nos esperan tres semanas de artículos sobre Papas, Vaticanos, historias de elecciones y cónclaves y todo eso. Así que... ¿quién soy yo para oponerme a la marea papológica que se avecina? Exacto, nadie. Es mi obligación contarles una batallita de Papas, y además, para eso creé este blog, porque no tengo a nadie que me las aguante.
En mi descargo, quiero decir que al menos voy a intentar ser original. Voy a contarles la historia de Honorio, seguro de que nadie más lo hará. Increíble, porque, de entre los ¿265? Papas que ha habido, uno de los más especiales, quizá el más singular sólo después de San Pedro, es Honorio. Verán, resulta que...
Perdón. Antes de entrar en materia, permítanme unas acotaciones.
Lo primero de todo: una de las características fundamentales de la religión católica, que la diferencia de todas las demás, es el Papa. En particular, una característica del Papa que se incorporó como creencia básica del catolicismo en el Concilio Vaticano I en 1870: la infabilidad del Papa en asuntos de fe. Por definición, el Papa no se equivoca en asuntos de fe cuando se pronuncia de manera solemne. Y si usted cree que esto es una chorrada, usted es tonto.
Mire usted a los musulmanes. Tienen tropocientas subreligiones y variantes, todas fundadas por un iluminado que en su momento decidió que la verdadera interpretación de Mahoma la sabía él, y que los demás estaban equivocados. Vaya a Estados Unidos y tropezará con no sé cuantas religiones y sectas luteranas o "cristianas no católicas" (baptistas, anabaptistas, metodistas, episcopalianos, calvinistas, husitas, meronitas, presbiterianos, adventistas y vaya usted a saber cuántas más). Fíjese en los judios ortodoxos, ultraortodoxos y qué se yo cuántos subtipos. Cada uno de ellos aplicando lo que creen la interpretación correcta de su religión. La Iglesia Católica, en cambio, no tiene variantes (no entendamos como tal gente que se separa pero no rompe definitivamente y la Iglesia sigue considerando como "recuperables", como los jansenistas). No tiene involuciones. Nunca saldrá un iluminado diciendo "miren, estaban equivocados, no era así sino asá y a partir de ahora lo correctos será esto otro". No ocurrirá, porque ningún Papa ha ido en contra de lo dictado por un antecesor.
En segundo lugar, hubo una época en la que las cosas de fe no estaban claras. Que no es que ahora lo estén, pero entonces había gente que le daba al cacumen y no gustaba de comulgar con ruedas de molino: querían entender las cosas. Y si una explicación no le convencía, razonaba otra e intentaba convencer a su interlocutor. Estas diferencias y discusiones eran comunes, y podía ocurrir que el obispo de aquí estuviera de acuerdo con una versión y el obispo vecino con la otra. Por lo tanto, un obispo estaba en "comunión" con un bando, y el otro en "comunión" con los otros. Y esos obispos no estaban en "comunión" entre ellos. La discusión se solía extender, con más éxito o menos según las figuras de cada bando, e incluso llegaban a abarcar a toda la cristiandad. Y, si la disputa era muy grande y no llegaban a un acuerdo, era clave qué bando estaba en "comunión" con el obispo de... Roma. Sí, con el Papa. Al final, todos los obispos acababan reconociendo que lo que defendiera el de Roma era la interpretación correcta. Y si alguno no lo reconocía, ¡ay, amigo!, pasaba a ser un "hereje". Y como tal, pues ya se imaginan.
El siguiente punto es una de las disputas más antiguas y complejas que ha habido. Dice el dogma que Cristo era Hombre y Dios. Y eso cuesta de entender. Los antiguos se preguntaban: "¿pero en qué quedamos, era una cosa u otra?". Surgieron todas las variantes de respuesta: que si era hombre pero especial, que si era Dios pero con forma de hombre, que si era un hombre pero dominado por Dios, que si... lo que quieran. Se les ocurrió de todo. Y cuando se dieron cuenta que iban a acabar mal, convocaron un concilio para hablar del tema. Todos. En Nicea. En este concilio acordaron la solución definitiva, y desde entonces lo que dijeron allí se repite en las misas todavía, como "credo niceno".
¡Ah, pero la cosa no es tan fácil! Nos hemos olvidado de un pequeño detalle, una maldición divina: las lenguas. En Nicea se discutió y se llegó a un acuerdo... en griego. Y la otra mitad del mundo hablaba en latín. Y la traducción fue, eso, una traducción. No exactamente igual. Ya la hemos liado.
Acortemos: existió una herejía llamada monotelismo, que fue un apaño entre todas las herejías y la doctrina oficial. Venía a decir, por si les interesa, que en Cristo hay dos naturalezas, la humana y la divina, pero sólo una única voluntad (mono thelema = única voluntad). Esto, se pensaba, no podía disgustar a los católicos, pues éstos no podían argumentar que en Cristo hubiera dos voluntades. La idea gustó al patriarca de Bizancio y al emperador bizantino, y el patriarca escribió al Papa de Roma explicándoselo todo.
El Papa de Roma entonces era... el amigo Honorio. Honorio no debía tener muchas luces, porque no captó la herejía, pero sí que debió intuir que aquello no estaba bien del todo y escribió una respuesta más bien vaga y diplomática. ¡Mecachis! El emperador no necesitó nada más y promulgó una ley (imperial) estableciendo como cierta la idea monotelista. El siguiente Papa a Honorio se encargó de acabar con esta aventura, y así todo esto es historia. Salvo por el hecho de que el (creo que) tercer sucesor, ya con todos los protagonistas fallecidos, remató el asunto declarando anatemas (herejes) a aquel patriarca de Bizancio y ... al bueno de Honorio.
Ahora nos topamos con ¡el Liber Diurnus! (paciencia, que ya queda poco). El Liber Diurnus (abandonado desde hace novecientos años) era una especie de Libro de Estilo y manual de procedimientos del papado. Y una de sus partes era una lista de herejes, que recitaba cada papa al ser investido; y en esa lista aparecía... sí, claro: Honorio. Ahí es nada, un Papa hereje. ¿Hemos tenido un Papa hereje? ¡Hemos tenido un Papa hereje! Caray, esto en mis tiempos no pasaba. Un momento, un momento, recapitulemos. ¿Cómo que un Papa puede ser hereje? El principio de infabilidad, aunque promulgado oficialmente en 1870, se tuvo como tal desde siempre, antes, durante y después de Honorio. Si un Papa es hereje, significa que otro posterior lo declaró como tal. Es decir, decidió que su antecesor estaba equivocado y que él, el nuevo Papa, tenía la verdadera verdad sobre la cuestión. Involución. Vuelta atrás. Adiós al progreso natural (el conseguido por la lógica adecuación de cada Papa a su tiempo - de juventud-).
Precisamente el caso de Honorio se argumentó en el concilio de 1870 por parte de los defensores de la no-infabilidad papal. Así que se estudió a fondo qué había pasado.
Y verán, en realidad Honorio no predicó ninguna doctrina falsa. Ya en 682 León II escribió a los obispos españoles que a Honorio se le condenaba por no haber aplastado la herejía desde sus comienzo, y el Liber Diurnus sólo le acusaba de "haber dado pábulo" a la herejía. Por lo tanto, ni Honorio era realmente un hereje ni había errado en una cuestión de fe. La infabilidad papal estaba a salvo.
Y verán, en realidad Honorio no predicó ninguna doctrina falsa. Ya en 682 León II escribió a los obispos españoles que a Honorio se le condenaba por no haber aplastado la herejía desde sus comienzo, y el Liber Diurnus sólo le acusaba de "haber dado pábulo" a la herejía. Por lo tanto, ni Honorio era realmente un hereje ni había errado en una cuestión de fe. La infabilidad papal estaba a salvo.