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lunes, 14 de enero de 2019

Oporto




Hoy he estado en Oporto. Han pasado 20 años desde la última vez que estuve, ¡Dios, qué viejo soy! Estaba encantado de volver, de decir que estaba encantado por volver al cabo de 20 años, pero ¿a quién se lo podía contar? Todo el mundo, las azafatas del avión, la señorita del alquiler de coches, todas parecían taaaan jóvenes.... Sin duda no tenían recuerdos de hace 20 años, así que no iban a ser conscientes de cuánto tiempo es.

En aquella época venía por trabajo, cosas de obras. Ida y vuelta en el día, aunque a veces, si empalmaba con otras obras camino de Lisboa, pasaba la noche donde fuera y regresaba desde la capital; hubo una temporada en que llegué a volar a Oporto todas las semanas (todos los lunes). Pero aquello se acabó, y han pasado 20 años. Eso sí, algunas cosas no cambian: por trabajo, ida y vuelta en el día, yo solo. Esta vez, sin embargo, mi programa de visita era muy reducido y me dio tiempo para pasear un rato por la ciudad del Duero.



Supongo que es deformación profesional, pero no pude evitar tener dos miradas en el viaje, digamos la del turista y la del viajero. 

No sé por qué se suele diferenciar, sobre todo en entrevistas, el turista del viajero. Quien quiere dárselas de viajado y de hombre de mundo impepinablemente se tilda a sí mismo de viajero, pero nunca me han explicado la diferencia. En lo que sigue, mi elección es sólo para emplear nombres distintos.

Como turista, he de decir que Oporto es preciosa. Es una ciudad muy fotogénica, con un montón de iglesias, monumentos, edificios públicos, calles, puentes, etc., que hay que visitar. Muy diferentes a lo que estamos acostumbrados. La estación de ferrocarriles de San Benito, por ejemplo: muy pequeñita (esto, a fin de cuentas, es Oporto) pero espectacular. Mas otro tipo de espectacularidad: el aeropuerto de Sá carneiro es espectacular como todos los aeropuertos, con una arquitectura vanguardista, de grandes espacios, ya saben. La estación, en cambio, es de 1916 y su arquitectura es espectacular en la línea de la plaza de España de Sevilla: 1916.



Y luego está la ribera del Duero: impresionante, con las bodegas en la otra orilla. Me pareció, eso sí, que los muelles habían cambiado desde 1998, se habían vuelto más de turismo de masas, pero no me importó. Oporto, es lo que tiene: los turistas no molestan. El puente que construyó Gustav Eiffel y que lleva su nombre: a reventar de turistas, pero da igual. No se hacen notar.



No paseé esta vez por Boavista o por la desembocadura del Duero, pero tampoco lo eché de menos: lo poco que vi ya fue mucho. Oporto es una ciudad preciosa y todos deberíamos programar un viaje para conocerla a la menor oportunidad.

Y luego está la mirada, digamos, del viajero. Verán, no estuve donde van los turistas. Ni siquiera en esos sitios "sólo para los aborígenes", los típicos lugares "que los turistas no conocen" y en los que "se paladea lo auténtico", la esencia de la ciudad. Ya saben, de los que los Pérez-Reverte alardean de frecuentar.

Para empezar, al igual que hace 20 años, mi destino no era Oporto sino Vilanova de Gaia. Esta ciudad está en la ribera sur del Duero, y es tan grande o más que Oporto. Pero es la parte pobre y no tiene su fama. Vilanova de Gaia, además de muchas carreteras y autopistas, son sus calles y sus casas. Y sus calles y sus casas, para un español... Uno piensa que así deben de ser las grandes ciudades de África (salvo que uno haya estado en África y sepa cómo son fuera del circuito de turistas, y ésa es otra historia). Calles empedradas, no asfaltadas, con una piedra pequeña y no con pavés europeo. Estrechas y sin aceras, con esquinas angulosas sin visibilidad. Calles sin nombre, laberínticas. Casas bajas, de 1, 2 ó 3 plantas a lo sumo; aquí y allá, donde la callejuela desemboca en una carretera, un edificio alto, vida urbana. Hay autobuses que recorren las calles; muchas son de doble sentido, y son frecuentes los puntos donde hay que dejar pasar al autobús o la furgoneta que viene en sentido contrario. Y el laberinto mide kilómetros y kilómetros. Por suerte, como lo sabía y no estamos en 1998, me llevé mi GPS y aunque me confundí varias veces el navegador siempre supo por dónde llevarme.

¿Y las gentes? Pues... ¿cómo lo diría? A tono. Las estampas del Portugal profundo que conocí en 1998 siguen ahí. Pero no hablamos de Vilanova de Gaia, sino de Oporto. 

Lo habitual en el turista es que cuando vaya a un sitio vea lo que hay que ver. Lo que los de allí quieren que veamos. Y así tiene que ser, pero yo a menudo no dejo de interrogarme sobre cómo es la vida allí. Cómo viven ellos. A menudo basta con coger la paralela a la calle que quieren cojamos. Y en el caso de Oporto...

En 1990 visité Praga. Todavía había soldados rusos, no digo más. El gobierno comunista había caído 7 meses antes, pero las cosas habían cambiado muy poco; aquel verano empezamos a llegar los primeros turistas, y encontramos un país que estaba aún despertándose y que no sabía lo que le iba a venir encima (me refiero al capitalismo). El caso es que Praga, por las razones que sean, se había "lavado la cara" en 1977 para festejar el 60º aniversario de la revolución rusa, y nada más. Para que me entiendan, desde la destrucción de la 2ª guerra mundial no se había hecho nada y se notaba, como también se notaba en algunas ciudades de Alemania del Este que vi en su día. Como chascarrillo, recuerdo que comenté el viaje en casa de mi amigo Álvaro, diciendo que la ciudad me había gustado mucho pero que estaba medio en ruinas, y su madre me dijo que no, que Praga era una ciudad regia, con unos edificios bellísimos, etc. Resulta que la madre de Álvaro había visitado Praga... en 1941, en una gira del equipo nacional de gimnasia, y claro, había conocido la Praga anterior a los bombardeos de la guerra mundial. Total, al abrirse al mundo de nuevo en 1990 se dieron cuenta de que no podían enseñar edificios semirruinosos cuando no en ruinas, y aplicaron una política de arreglar deprisa los edificios que iban a ver los turistas, empezando con los de las dos calles principales que había; sólo la fachada que daba a esas calles, claro. Cuando volví en 1992 vi que, más avanzado el programa, empezaban con los de las bocacalles.

Pues bien, es lo que me ha parecido Oporto. Las calles turísticas, preciosas. De foto. Las paralelas, las casas en sí mismas que se ven desde otras fachadas, eso es otro cantar. La misma existencia de tantas antenas parabólicas, ecos del pasado en España, nos dan una pista de cuál es la vida real.

Compré unos recuerdos: un par de paños de cocina y una toalla, todo profusamente decorado con el gallo de Barcelos. Pero no en un puesto de turistas: debajo del puente Eiffel, en una callejuela en la que apenas me crucé con una anciana cargada con bolsas de compra que se sentó a mitad de cuesta a retomar el aliento, había un tenderete con paños, echarpes, toallas,... En el lado opuesto había un comercio que no supe definir, parecido a una antigua cantina de estación ferroviaria de pueblo. Pregunté, y el señor de allí me dijo que él los vendía. No había nadie más, así que salió y me atendió. El señor, por cierto, habría servido como portada de un National Geographic: enjuto hasta decir basta, falto de algunos dientes, con pinta de estar muy necesitado. Las casas de la calle se caían a pedazos, pero el puente Eiffel estaba allí mismo. Pasaba que los turistas, para bajar al muelle, escogían otra calle, la oficial. Y la mía quedó olvidada, dejada de la mano de Dios.

La barbería, sus tiendas, sus casas normales,... todo indicaba que lo que veían los turistas, aunque Oporto auténtico, no era sino la fachada. Las mejores galas que tiene la ciudad, pero muy diferentes de la ropa con la que se viste a diario (me llamó la atención, paseando por una calle, ver ropa interior de mujer tendida a secar... al alcance de mi mano). Sí, ya sé que en las grandes ciudades, en los cascos históricos, hay barrios deprimidos. Pero no. Es cierto que en Zaragoza, por ejemplo, el barrio de San Agustín (detrás de la Magdalena) es un barrio de un nivel socioeconómico muy inferior a la media de la ciudad. Pero es un barrio en una zona apartada del casco viejo: ningún turista - y menos zaragozanos- se acerca a esas calles ni de casualidad. El Raval de Barcelona también es una zona lamentable de la ciudad, pero esto en realidad es resultado de un proceso de concentración de la inmigración musulmana, el abandono de los habitantes originales y la toma del barrio por la delincuencia organizada; se ha convertido en una especie de gueto, pero no es lo de Oporto. Está separado de las calles turísticas, es una zona propia y específica a la que los turistas (creo yo) sólo entran... buscando lo que saben que van a encontrar, drogas, putas o lo que busquen (y ¡ay de los que entren sin saber dónde entran!). Y además es que en el caso de Oporto no son calles del lumpen, sino calles de personas normales y corrientes. Es sólo que el nivel es más bajo que en España. Como en Vilanova de Gaia.

Y ése es el problema. Oporto, Portugal, es muy bonito. Muy pintoresco, muy de fotos. Pero es una ciudad y un país que se encuentra jugando en nuestra misma liga. Con nosotros, con los holandeses y los alemanes, los daneses y los finlandeses. A nosotros nos cuesta mantener el nivel mínimo para sentarnos a su misma mesa, imagínense a Portugal: no puede. Es como el Huesca en primera división, que está en Primera pero es obvio que no es su categoría y está de paso. Solo que en el caso de Portugal no hay descenso.

Y mira que me cae bien Portugal, pero cuando viajo allí, aunque me alegro no puedo evitar entristecerme.

Eso sí, espero que no pasen otros 20 años antes de que vuelva. Sería imperdonable.




 
Roberto Carlos - El progreso

martes, 11 de septiembre de 2018

Los Comentarios, Parte II: la Guerra de las Galias




Conté en mi entrada sobre el cierre de Oci que el día que acudí a despedirme aproveché la ocasión y compré un libro que en condiciones normales nunca habría elegido: con toda la pinta de ser un rollazo insoportable. El libro era Comentarios de la Guerra de las Galias, de Julio César. Sí, el legendario romano. Sí, de la colección Austral, serie "Humanidades". Sí, todas las trazas de ser un auténtico ladrillo.¡Cielos, qué equivocado estaba, qué equivocado estamos todos! ¡Si en la segunda página ya estaba añorando que en las páginas pares apareciera la versión original en latín, como el Cantar de Mío Cid! Y es que me daban ganas de leerlo en latín, idioma que no hablo ni escribo y que tampoco entiendo, pero eso me daba igual: tenía que captar el ritmo y la música, aquello era fabuloso.

El libro es la narración que hace Julio César de las campañas galas al pueblo de Roma, para que las conozca, y más de 2.000 años después, sigue siendo fabuloso.

Es cierto que no empieza con un "Canta, ¡oh Musa!, la cólera del juliano César...", sino con un poco prometedor "La Galia, en su conjunto, está dividida en tres partes...". Pero es sólo la primera página; en seguida, la narración atrapa al lector y le sitúa perfectamente, junto a Julio César, viendo cómo avanzan las legiones, cómo evolucionan las batallas, cómo se complica la logística,...

Porque ésa es otra. El libro es precioso, una joya. Pero la historia que cuenta las ocho campañas de conquista de la Galia (sólo se hacía campaña de abril a octubre, más o menos) es, en sí misma, una hazaña portentosa.

Por un lado, tenemos el genio militar romano. César sólo tuvo a su disposición unos pocos miles de hombres; y aunque conseguía reponer el número total incorporando nuevas legiones con diversas levas, el número de soldados veteranos era cada vez menor: su X Legión, su favorita y más experimentada, terminó con menos de 500 hombres de los 6.000 que empezaron la guerra. Pero era el ejército romano, y eso significa varias cosas: ejercicio, forma física para soportar cuantas horas de combate sean necesarias, disciplina, pericia con las armas, versatilidad para hacer cuanto sea necesario (y no sólo luchar: también tender puentes, erigir fortificaciones, excavar minas y trincheras, lo que hiciera falta) y, sobre todo, sentido del honor: más de un combate y más de dos se ganaron porque los soldados, ante la posibilidad de perder las insignias de su manípula, cohorte o legión o ante el ejemplo de su centurión dieron un 120% de su potencial y eso les llevó a la victoria.

Pero, por otro lado, tenemos el genio de César. El ejército romano era el más poderoso del mundo, sí, pero a lo largo de los siglos sus batallas perdidas se cuentan por cientos. Con César, en cambio, eso no iba a pasar. En parte, porque evitó todas las batallas que no fuera a ganar. Lo que también tiene su mérito: no todos sus lugartenientes lo consiguieron. En parte, porque sólo el saber que César estaba entre ellos daba moral a sus tropas y se las quitaba a los enemigos. Hasta el punto de que cuando los galos fueron conscientes de ello cambiaron su estrategia a conseguir que César no estuviera en las batallas. Bien atacando donde él no estuviera, bien haciendo la guerra en invierno, cuando César tenía que estar de vuelta en la provincia romana que gobernaba, la costa mediterránea de Francia (por cierto que a esa provincia en el libro se la denomina, a secas, "la Provincia"; y ahora se la conoce como... la Provenza).

Y es que ésa es otra: cada invierno César distribuía a sus tropas por los territorios entonces seguros, y el se volvía a la Provincia, donde tenía que ejercer de gobernador y juzgar los asuntos que tenía.Y lidiar con el Senado y con Pompeyo, y entrometerse en la política de Roma, y... realmente no paraba quieto, el hombre.

Pero, sobre todo, era un gran estratega. Su prioridad, parecía, era asegurar el suministro y el bienestar de las tropas. Dónde y cómo debían pasar los inviernos, cómo avituallarse durante las campañas, cómo tener a salvo la impedimenta (los bienes de los soldados, y no sólo lo necesario para el invierno, sino también sus botines). Y su gran victoria estratégica fue, es paradójico, su clemencia: César, a diferencia de lo que hicieron los romanos en Hispania, cuando vencía a un pueblo que se le resistía no pasaba a todos a cuchillo: les perdonaba, bastando la toma de rehenes (lo que en realidad era un chollo para los rehenes). Esta clemencia, conocida por todos, fue quizá su mejor arma: facilitaba que las tribus se rindieran, pues veían que luchar les llevaría a la muerte en combate y rendirse no. También, respetando su palabra de clemencia, ganó César la gratitud y la fidelidad de muchas tribus (de hecho, la guerra/conquista empezó con la petición de ayuda de unas tribus a César contra otras tribus que los atacaban; fue, digamos, una pelea que no empezaron y no quisieron librar, pero bien que la acabaron.

Mención aparte merece la faceta de César como ingeniero. Cruzó en varias ocasiones el Rin (y otros ríos caudalosos, pero ninguno como éste), y dedica un amplio apartado a descubrirlo; bien, la primera vez le costó descubrir cómo hacer un puente sólido, pero una vez sabido cómo, repitió con facilidad. El hecho de cruzar el Rin no es baladí, y el lector se da cuenta de cómo el cruce representa la tremenda diferencia entre el ejército romano y las tribus galas;: unos son capaces de hacerlo con facilidad y a los otros les es imposible.

Y también el cruce del Canal de la Mancha y la invasión de Inglaterra. Esto lo hizo en dos campañas, en la primera sólo cruzó el Canal y desembarcó una legión, más que nada para ver cómo era aquello, y el segundo año, con la experiencia del año anterior,hizo un cruce e invasión en toda regla. Temporal, eso sí, porque César no tenía como objeto conquistar Inglaterra: sólo darles un susto a los britanos, que estaban dando apoyo a los galos, un mensaje tipo "meteos en vuestros asuntos o yo me meteré en los vuestros".
Los nervios [una tribu gala], frustrada esta esperanza, rodean el campamento de invierno con un vallado de diez pies de altura y un foso de quince pies. Esta estrategia la habían aprendido de nosotros durante su relación en los años precendentes y, habiendo hecho algunos prisioneros de nuestro ejército, les daban éstos las oportunas instrucciones. Pero al no tener ninguna de las herramientas que serían idóneas para este trabajo, se veían obligados a perforar el suelo con las espadas y a sacar la tierra con las manos y con los sayos. De todo lo cual pudo inferirse la gran multitud que constituían, pues en menos de tres horas acabaron esa fortificación con un perímetro de quince mil pies. En los días siguientes comenzaron a construir torres de la altura de nuestro parapeto y a preparar hoces de asedio y tortugas, artefactos que los mismos prisioneros les habían enseñado a fabricar.
Libro V, XLII

La invasión de Inglaterra representa mejor que nada el principal, a mi modo de ver, reto de las campañas: se lanzaron a guerrear en lo desconocido. Es de suponer que César tendría descripciones de dónde se metía, dadas por comerciantes o por aliados galos, pero pobre ayuda sería ésa: "seis días de bosque impenetrable llenos de fieras", o "un río tan ancho que una barca con ocho hombres tarda medio día en cruzarlo" (me las estoy inventando), por fuerza tienen una difícil aplicación práctica: imaginemos a las centurias marchando, intentando abrir nuevos caminos a través de un bosque del que, como mucho, le habrán dicho al centurión que tiene seis días de ancho. La niebla, por ejemplo, era algo que les asombraba. Y es que el clima de Bélgica no tiene nada que ver con el del sur de Italia al que estaban acostumbrados. Y de aquí para allá, en Suiza, en el norte y el sur de Francia, en las llanuras y en las montaña, en las marismas de Bélgica y en los bosques sin fin de Germania.

La naturaleza del lugar que los nuestros habían escogido para el campamento era ésta: un collado que, desde lo alto, descendía con suave y uniformado declive hasta el río Sabis, que antes hemos mencionado. Desde la ribera opuesta del río, frente por frente, se alzaba otra colina de parecida pendiente, de unos 200 pasos de anchura, despejada en su parte inferior y tan boscosa en la superior, que difícilmente era penetrable para la vista. Los enemigos se mantenían ocultos en el interior de esas espesuras. En la zona descubierta podían verse, a lo largo del río, unos pocos piquetes de caballería. La profundidad del río era de unos tres pies.
Libro II, XVIII

De hecho, a menudo la táctica gala (y de los germanos) para no ser vencidos era trasladarse, toda la población, a los interminables bosques y zonas pantanosas, en las cuales no se aventuraba el ejército romano (que estaba pensado para batallas, no para escaramuzas: no tenían tiempo para ellas). 

En fin, los Comentarios se leen con una facilidad insultante para los libros modernos, tan peñazos la mayoría de ellos, y más aún si atendemos a lo poco atractivo del tema, el relato de unas campañas militares.

Pero es que hay un dato que escapa a la mayoría de las personas y a mí me parece el más asombroso de todos: César empleó 8 años. Conquistó Francia y Bélgica, el oeste de Suiza y zonas de Alemania y Holanda. Y uno de los 8 años lo dedicó a invadir Inglaterra a modo de exploración. Si no tenemos en cuenta que la Galia Narbonense, la costa mediterránea, había sido conquistada 70 años antes (la región, en realidad, estaba muy helenizada a partir de la colonia griega de Marsella, fundada hacia el 600 a.C.: era muy poco gala), podemos decir que César conquistó toda la Galia en 8 años. Ocho años.

Para ponernos en situación: a César lo nombraron procónsul (gobernador de la Galia Narbonense y desde ahí consuistó la Galia. No lo nombraron nada en Hispania, y no se metió por allí (bueno, sí, durante la guerra civil que siguió al cruce del Rubicón tras la conquista de la Galia, pero ésa es otra historia).

La conquista de Hispania, España y Portugal, duró 200 años. Y el dominio, en algunos sitios, parece ser que fue tan débil que aún hoy los habitantes de esas zonas "alardean" de haber permanecido en la Prehistoria y no haber sido romanizados como los demás. ¿Eran más débiles los galos? No lo creo, pues una de las cosas que más asustaban a los romanos en la primera campaña era el enorme tamaño de los galos, tan superiores a ellos los retacos romanos. ¿Menos valientes? ¿Hay ríos más caudalosos en España, bosques más impenetrables, montañas más altas? ¿Un clima más duro, quizá? ¿Estaban más organizados, los iberos? Esto seguro que no, pues los galos se llevaban muy bien entre sí, se consideraban todos un solo pueblo, se ayudaban unos a otros y, lo digo como ejemplo, nos cuenta César que tenían la costumbre del boca a boca en tan alta estima que las noticias, entre ellos, volaban y entre los galos se sabían las cosas de una punta a otra de la Galia en un tiempo récord. Además, la zona civilizada de España, todo el arco mediterráneo y la costa sur de Andalucía, era mucho mayor. Y, sin embargo, incontables militares romanos fracasaron a lo largo de estos 200 años (por supuesto, tuvieron más éxitos que fracasos, pues el balance final fue positivo para ellos: ganaron). 

Así que, de pronto, 8 años es realmente muy, muy poco tiempo para una conquista tan grande. Y tan trabajada, con tantas batallas y tantas victorias necesarias. Algo tendrá, pues, César.

César fue un gran político. Un gran militar. Y un gran escritor, pues desde el primer día lo tuvieron como tal los que le leyeron. Aparte de Octavio Augusto, el primer emperador, no sabemos (las personas normales, no yo; y tampoco los que se dedican a la Historia, supongo) el nombre de muchos grandes estadistas romanos. Nerón y Calígula, no por buenos motivos. Trajano y Adriano, los españoles sobre todo. Constantino, Diocleciano, los que se consideren algo puestos en Historia; Claudio, en televisión, o Publio Cornelio Escipión, los amantes de las batallas. Voy a dar una ristra de nombres, a ver cuáles sabe usted relacionar con una época y/o con algún hecho significativo: Mario, Sila, Pompeyo, Tito, Marco Aurelio, Teodosio, Valente, Decio, Caracalla, Séptimo Severo, Quinto Cecilio Metelo, Tiberio,... Con suerte, estos nombres le sonarán. Incluso sabrá situar a algunos de ellos. ¿Pero sabe algo más?

En realidad, ¿algún romano puede compararse en grandeza a Julio César?

Julio César, ya lo expliqué aquí, es uno de mis Hombres Extraordinarios.




Enseñanza adicional: conviene huronear de vez en cuando por las librerías. Hay muchas sorpresas ahí fuera, esperando una oportunidad.




Renato Carosone - Tu vuò fa' l'americano

 

domingo, 15 de abril de 2018

A propósito de Bessel




¿Bessel?, se preguntarán. ¿Quién es ese Bessel del que nunca he oído hablar y del que sin duda jamás me hablarán?

Es cierto, Fiedrich Bessel es un científico alemán. Es decir, es un científico del montón. Uno de tantos. 

Su historia no es nada del otro mundo: era alemán. Pero imagine, mientras la cuento, que fuera español. En ese momento.

Va a ser una historia increíble.

Bessel nació en 1784 en Westfalia. Su madre era una criada. Así que Bessel sólo tuvo una formación básica. A los 14 años tuvo que salir a ganarse los garbanzos, lo colocaron de aprendiz en una compañía mercantil. Autodidacta, aprende astronomía y matemáticas hasta el punto de que en 1804 calcula la órbita del cometa Halley y se la envía a Heinrich Olbers, astrónomo de prestigio en la época. Olbers alucina con los cálculos y consigue que los publiquen. Al tiempo, presenta a Bessel a Schröter, otro astrónomo, que lo contrata para su observatorio particular. Allí Bessel se curte, y (aquí soy yo el que alucina), el gran Gauss recomienda a la universidad de Gotinga que le dé el doctorado en Astronomía ¡sin tener estudios universitarios! Con 26 años, la fama de Bessel es tal que el rey Federico Guillermo III de Prusia lo nombra director vitalicio de su observatorio en Könisberg.

Por cierto, la gran aportación de Bessel se estudia en todos los colegios (o se estudiaba, al menos en mi época) en la asignatura de Ciencias Naturales, solo que sin mencionarle: la técnica del paralaje para medir distancias astronómicas.

Con el paralaje y el excelente telescopio de Fraunhofer que tenía (en algún sitio he hablado o hablaré de Fraunhofer), nuestro hombre establece la distancia a la que se encuentra la estrella Cisne-61 (y casi la clava): 98 billones de kilómetros. El Universo era muuucho más grande de lo que se creía.

Pero Bessel hizo muchos más avances en la astronomía. Por ejemplo, las estrellas binarias (estrellas emparejadas): descubrió que Sirio (la estrella más brillante de nuestro cielo) tenía variaciones en su brillo, y dedujo que tenía que haber una segunda estrella, Sirio B. Sirio B fue confirmada en 1862, pero para entonces Bessel ya había muerto de cáncer, en 1846

Veamos, Bessel nació en 1784. En 1800 tenía 16 años. Cuando tenía 21 años se libró la batalla de Ulm. Jena, Wagram... Fueron años de guerra contra Napoleón. Igual que en España. Bessel, sin duda, no lo tuvo fácil: un chaval sin nombre, que quiere vivir de la astronomía, en años tan difíciles. En una tierra asolada por continuas guerras. Comparada con Alemania, España tenía una estabilidad envidiable. Y, sin embargo, no surgió aquí ningún Bessel, como no hubo ningún Gauss, ningún Fraunhofer y ningún Olbers. ¿Científicos que ayudan a otros científicos? ¿Reyes que se interesan por científicos? ¿En España? E insisto en el entorno: en 1813, por ejemplo, los franceses destruyeron el observatorio de Schröter, sus trabajos y sus libros. Pero el país, el desarrollo científico del país, no se paralizó por la guerra. 

¿Por qué esta diferencia? Es una pregunta que me hago a menudo. Supongo que en realidad nadie sabe la respuesta, y que no existe un motivo único. No creo que fuera un pasado guerrero que nos hubiera esquilmado: Alemania tuvo casi 200 años de guerras civiles por la religión, y desde luego los casi 50 años reales de la Guerra de los Treinta Años dejaron al país hecho una piltrafa. Sí, sin duda el carácter diferente de los alemanes tuvo algo que ver, pero no sé qué es lo que forja el carácter de un pueblo.

Tampoco creo que sea cosa de reyes. En el siglo XVIII no los tuvimos tan malos. ¿La religión, entonces? Pues... quizá esto sí es más probable. Puede que el catolicismo rampante de estos pagos no alentara las ciencias, mientras que allí, conviviendo con los luteranos, el catolicismo se atenúa, se vuelve menos ultramontano y aprende a mirar las cosas con otra óptica de vez en cuando.

A veces he pensado que es una cuestión de masa crítica. Que allí acumularon cerebro suficiente para que creciera por sí solo, y que aquí nunca tuvimos los necesarios para crear el caldo de cultivo. Quizás, pero es que...

Es que los alemanes florecieron en todos los ámbitos. En vida de Bessel tuvieron grandes físicos, químicos, astrónomos, matemáticos, inventores de todo tipo,... pero también naturalistas, filósofos, músicos, escritores,... Como muestra, un botón: el suegro de Bessel fue el químico Karl Gottfried, que fundó el primer laboratorio de Química de Alemania en la universidad de Konisberg y creó la disciplina de la química farmacéutica; su cuñado fue el físico Franz Ernst Neumann, que fue un físico y mineralista eminente y sobre todo matemático, y que también tuvo un hijo matemático de renombre; y fue primo político de Gotthilf Hagen, un ingeniero que proporcionó grandes avances en la hidráulica, y de Hermann Hagen, en su tiempo el entomólogo más importante de Europa. Vaya, que Bessel, el hijo de una criada, no era un caso aislado de eminencia.

¿Qué hubiera sido de Bessel, si hubiera nacido en España? Pues eso.

Fiedrich Bessel tiene calle y parque a su nombre en Berlín. Lo que también es increíble es que Alemania tenga tantas historias increíbles.




Jon Anderson & Vangelis - I'll find my way home

miércoles, 28 de marzo de 2018

Jóvenes sin religión




Se ha publicado un estudio realizado por el Instituto Católico de París y la Universidad Católica de St Mary’s de Twickenham sobre la actitud religiosa de los jóvenes adultos con edades comprendidas entre los 16 y los 29 años de 21 países europeos más Israel.

En el caso de España, el 55% de los jóvenes declaraba no tener ninguna religión. Es mejor que el caso de Chequia, donde el porcentaje subía al 91%, pero sigue siendo atroz.

Y no es “trending topic”. Increíble, porque me parece un problema muy serio.
Este diagrama es el resumen por países:
Fuente: el informe citado



[el asterisco en el nombre del país hace referencia a que los datos se sacaron de la Encuesta Social Europea (http://www.europeansocialsurvey.org/) de 2014, mientras que de los demás países se obtuvieron entre 2014 y 2016, es una encuesta que se hace cada dos años. En el caso de Rusia sólo se dispuso de la encuesta de 2016.]

Antes de meterme de lleno, algunos comentarios:

1)  Está claro que Israel es harina de otro costal. Y me llama la atención que no aparezca Italia.

2)  Polonia y Lituania son muy religiosos. Pero la república checa y Estonia son los menos religiosos. Países muy próximos, con un pasado muy parecido, con una historia similar. ¿No se debe achacar nada a las décadas de comunismo? Bueno, no tan deprisa:

a.  Lituania, su territorio actual, fue durante siglos Polonia. Polonia ha sido siempre el pupas de Europa y Rusia, Austria y Prusia han hecho con ella lo que han querido. El resultado es que las fronteras actuales están muy al oeste de lo que estuvieron.
b.   Estonia nunca fue Polonia.
c.   Polonia nunca perteneció al Imperio, ni al germánico ni al austríaco.
d.  Chequia, ya antes de Lutero, fue tierra de herejes. Jan Hus, sin ir más lejos. Fue una tierra donde el protestantismo pegó fuerte.

3)  Los países “católicos” tienen en general un porcentaje de religiosos mayor que los “luteranos”. Como chascarrillo, la religión mayoritaria entre los jóvenes en el Reino Unido es el catolicismo, con un 10% de creyentes. El anglicismo sólo lo es del 7%.

4)  Faltan los países ortodoxos (sólo está Rusia). En los países ortodoxos, la iglesia es “nacional”. Quiero decir, es propia de cada país y componente de su identidad nacional.

5)  En cualquier caso, los resultados son penosos en casi todos los países.

En España el 37% de los jóvenes se declara católico, el 5% musulmán, el 1% ortodoxos, el 2%  de otras religiones cristianas y el 55%, ya lo he dicho, sin religión. Es decir: la religión por antonomasia es el catolicismo; las otras religiones son “creencias personales” o peculiaridades de cada uno. Salvo el islamismo, claro, pero si tenemos en cuenta que España está en guerra con el islamismo casi desde el inicio de esa religión, comprenderemos que está en nuestro ADN el ver al musulmán como “otro”, como un extranjero especial, como un enemigo. Pues bien, en España rige el silogismo Franco era católico, Franco es lo peor, luego el catolicismo es lo peor. En España ser católico se significa como ser franquista, y ya sabemos que ése es el mayor insulto que se puede hacer a una persona: aquí, el Holocausto es condenable porque eran judíos, si hubiera sido de franquistas la cosa no sería ya para tanto.
Así que en España el ser católico no está bien visto, sino todo lo contrario. Se comprende, pues, que los jóvenes no lo sean.

¿Por qué me parece un tema preocupante? 

La Wikipedia no aporta una definición clara de lo que es la religión; de hecho, dice que no hay una definición clara. Para unos es una cosa, para otros es otra.

Para mí, la religión no es la moral ni la ética. Tampoco los ritos ni las creencias en lo que pasó en el pasado. Es la creencia en lo que ocurre tras la muerte. La resurrección, el Valhalla, la reencarnación en un animal o en otra persona o que el espíritu queda libre y vaga por la pradera o por la selva. Da igual, lo importante es que uno cree. Cree en un futuro, y le importa ese futuro, quiere que le vaya bien. Como el religioso opina que lo que ocurra entonces tendrá que ver con lo que haya hecho durante su vida, de ahí la moral, la ética y los ritos. Son sus reglas para esta fase temporal. El objeto de la vida es conseguir un futuro mejor, es el sentido de la vida. Una persona sin religión no se plantea nada detrás de la muerte. No hay nada, no hay nada en lo que creer, no hay religión. ¿Por qué no se plantea nada? Porque es cómodo. No piensa. Así como muchos viven sin plantearse cuál es la esencia de la materia o si la luz es una onda o un corpúsculo porque no sienten que lo necesiten para vivir y es un esfuerzo que no están dispuestos a hacer, muchos viven sin plantearse nada sobre después de la muerte.

Por cierto, puede que algún agnóstico intente defenderse diciendo que es todo lo contrario, que creer es lo cómodo. No es así: creer requiere un esfuerzo importante. Y frecuente. De hecho, es corriente que el creyente deje de serlo ante las dudas que le plantea su creencia, incapaz de resolverlas.

Por suerte, las personas sin religión no carecen de moral o ética: la sociedad se las imbuye y las han de aceptar como propias sin cuestionarlas demasiado. Como el idioma o las reglas sociales. Y digo por suerte, porque es esa moral la que impide que el no religioso se suicide (dado que su vida carece de sentido porque no tiene un objetivo, ¿por qué soportar las penalidades?) y que además pueda vivir en comunidad. Pero entonces ¿qué buscan en la vida? La felicidad, dicen. Fíjense: la religión mayoritaria en Occidente es el no tener religión; por eso el lema máximo es “buscar la felicidad”. 

Son los filósofos (con Kant a la cabeza como quizás el mejor de todos) los que se han planteado el sentido de buscar la felicidad, la vida sin acudir a la religión. ¿Qué debe hacer el Hombre? ¿Qué pautas de actuación debe tener? ¿Qué objeto debe tener su vida? El tema es complejo y yo no sé a qué conclusión han llegado, es un debate demasiado elevado para mí. Pero me temo que no han llegado a ninguna conclusión. Me da a mí que lo que de verdad ocurre es que buscar la felicidad no es lo que debe buscar el Hombre. Suerte tenemos de las religiones, que son las que de verdad nos han dado y nos dan la moral y la ética.

En definitiva, cuando alguien me dice que no tiene religión, que no cree en nada, yo solo veo un irreflexivo, alguien cuyo intelecto no le lleva a plantearse la sin duda más importante de todas las cuestiones. Y además por comodidad mental. Por no hacer el esfuerzo.

Así que lo que yo veo en estas estadísticas es que estamos criando una sociedad de comodones. Y no creo que salga nada bueno de eso.





Joan Manuel Serrat - Saeta
 

viernes, 8 de diciembre de 2017

Un interés que empezó con un Tocón




En contra de la opinión de algunas personas, los reyes godos son anteriores a mi época. 

Por supuesto, yo no tuve que aprender de memoria en el colegio la lista de los reyes godos pero sí es cierto que nos enseñaron la lista de cuáles eran. No la recuerdo entera, claro, pero si me dicen un rey godo, me suena. Si me hablan de Sisebuto o de Suintila, los tengo identificados, pero a bote pronto no sabría decirles nada más sobre ellos. Un día lo haré, porque ahora con internet es muy fácil encontrar información sobre todo, y no sólo la historia de los reyes godos es muy entretenida (aunque nadie lo diría), sino que además casi todos tienen muchas historias muy curiosas que contar.

Pero ahora no se trata de hablar sobre los reyes godos.


1.- La arquitecta

Hace no mucho hablaba con una arquitecta de 28 años educada en Alicante y le contaba (o le quería contar, mejor dicho) que el Código de Hammurabi ya establecía las penas a aquellos constructores cuyos edificios se hunde. Mi problema estribaba en que la moza no sabía quién era Hammurabi. Al explicarlo resultó que ella no sabía quiénes fueron los sumerios, los acadios, los asirios y los babilonios; tampoco los hititas o los fenicios. No sabía nada de lo del Tigris y el Éufrates. Como justificación, me dijo que a ella le habían enseñado la Historia a partir de los Reyes Católicos. 1492. 

Pero la cosa no acaba ahí: la conversación derivó a un punto en el quise explicarle las distintas fechas que establecían qué era Edad Media y qué era Edad Antigua, qué era Prehistoria... y la moza no sabía qué era la Edad Media o qué era la Edad Antigua. Quiero decir, realmente no sabía qué significaba Edad Media: me preguntó si la Edad Media era antes de, por ejemplo, los romanos. Como quien responde por si suena la flauta. Más adelante, cuando le dije que Julio César conquistó la Galia en unos 7 años, ella me preguntó si luchaba contra los musulmanes. Ya saben, cuando en una conversación uno no quiere pasar por tonto e intenta meter baza de vez en cuando con alguna afirmación que demuestre que algo sí que se sabe.

Y no sólo eso: sobre muchas otras cosas lo desconocía todo. Había oído "la expresión" Rómulo y Remo, pero no sabía que eran. No sabía nada de los cartagineses, ni sabía por qué Cartagena se llama Cartagena.

No sabía la Historia Antigua de España. 


2.- Tocón

No sé si en alguna otra entrada he hablado de Tocón. De los libros de Tocón, quiero decir.

No recuerdo bien cuándo fue. Tengo vagos recuerdos, me parece que aquel día estaba enfermo, pero por la imagen en mi memoria de llevárme mi parte a una habitación en concreto, diría que ocurrió antes de la reforma de mi casa; yo tendría entonces, pongamos, ocho años. El caso es que un día llegó mi madre con (o trajeron a casa, tando da) una colección de libros de Tocón. Libros de tapa dura, por supuesto, con sobrecubierta y todo eso, pero eran libros infantiles (para la época): contenían algunas ilustraciones. La colección constaba de 12 libros, y me van a permitir el alarde, pero para regocijo de mis hermanos mayores voy a enumerar los que eran (sin clavar el orden).

  1. Tocón en las cruzadas
  2. Tocón y los vikingos
  3. Tocón en el Renacimiento
  4. Tocón con Aníbal
  5. Tocón en las cavernas
  6. Tocón en el Polo
  7. Tocón policía
  8. Tocón y el emperador
  9. Tocón y los piratas
  10. Tocón en las carabelas
  11. Tocón en las Termópilas
  12. Tocón y Gengis Kan
Es posible que me equivoque en alguno de ellos, no todos me gustaron. Pero no sé si captan la idea: Tocón, el protagonista, aparece en cada libro en un hecho histórico (salvo el de Tocón policía, que es un policiía de la Suretê).  El esquema en todos los libros es siempre el mismo: Tocón es un personaje anodino, uno que pasaba por allí (nunca sabe cuál es su origen y siempre es pelirrojo, lo que lo aún más extraño), pero por alguna extraña razón se ve envuelto en los acontecimientos históricos y los presencia en primera fila. Por ejemplo, en Tocón y el emperador lo reclutan para el ejército francés, progresa hasta convertirse en guardia de corp de Napoleón, forma parte de su escolta en la isla de Elba y lucha en Waterloo. 

El caso es que en aquel momento en casa éramos tres hermanos lectores (es posible que el cuarto hermano, ni mucho menos tan lector, fuera demasiado pequeño para la que se le vendría encima), y mi madre nos repartió los doce libros entre los tres. A mí me tocaron (o me llevé) el de las cruzadas (qué malo era), y los tres mejores: Aníbal, Gengis Kan y las Termópilas. Que todos leímos todos, faltaría más, pero cada uno cuidaba los asignados como suyos.

Esto del reparto quizá merezca una explicación adicional. Siendo muchos hermanos muy seguidos, lo normal es que no hubiera para todos. Si llegaba algún tebeo a casa, o dos, o tres, rápidamente cada uno se pedía el turno para leerlo: "primero para el Tiovivo y tercero para el Pulgarcito", por ejemplo. Al que lo leía primero se le consideraba el titular. Responsable de mantener el orden de lectura establecido (que nadie se los saltara), de recogerlo cuando andie lo estuviera leyendo, de cuidarlo. De ahí que nos repartiéramos los libros; yo guardaría y cuidaría mis cuatro libros asignados, y a cambio sería el primero en leer esos, los demás tendrían que esperar que los acabara.

Como para entonces yo estaba (era un niño) muy impresionado por la película "El león de Esparta", sobre la batalla de las Termópilas, yo estaba totalmente predispuesto para leerme esos tochos de novelas históricas. ¡Y vaya si lo hice!

Una consecuencia imprevista de los Tocones es que los tres pasajes históricos se convirtieron, y ya para siempre, en mis favoritos. Para mí, fueron las mayores gestas de la Humanidad. 

Y lo que más me impresionó fue el final de "Tocón con Aníbal", con Aníbal portando el cadáver del héroe que acababa de morir (en la realidad se suicidó, en la novela no lo recuerdo).

Una consecuencia adicional, ya que estamos, es que desde entonces, para mí, los romanos siempre fueron los malos.


3.- Amílcar

Al principio de mi andadura en el blog les escribí una entrada sobre Agatocles (no sobre Agatocles, sino usando la figura de Agatocles para presentar una idea, pero ahora no importa). Agatocles es todo un personaje y quizá algún día escriba sobre él, en este momento baste decir que era un caudillo de Siracusa en su lucha contra los cartagineses. Siracusa era una ciudad griega en Sicilia, en aquel momento la ciudad más importante del mundo griego (decadentes ya Esparta, Atenas y las otras), y Cartago era la potencia rival, que dominaba todo el Mediterráneo occidental. Cartago era una potencia porque, aunque fenicia, no se había involucrado en las luchas seculares que asolaban (y asolan) Oriente Próximo. Cosas de la paz.

El caso es que griegos y cartagineses, durante cientos de años, se las estaban teniendo tiesas en Sicilia. De vez en cuando salía un caudillo capaz, como Agatocles, y un bando se imponía al otro, pero poco a poco los cartagineses eran los que se iban imponiendo. Y en éstas, Roma metió sus narices. Empieza la primera guerra púnica.

La primera guerra púnica es como la primera guerra mundial: algo inevitable, que se veía venir, y que empezó por una nadería, un error que no debía haber ocurrido. La segunda guerra púnica, como la segunda guerra mundial, empezó por el odio del vencido al vencedor y por las ruinosas condiciones de paz que había establecido el vencedor. Y tercera guerra mundial no ha habido, pero la tercera guerra púnica fue por el odio del vencedor hacia el vencido: querían exterminarlos, que desaparecieran de la faz de la Tierra para siempre.

Bien, la primera guerra púnica duró 25 años. Habría durado muchos menos si hubiera comenzado unos años más tarde: habría pillado a Amílcar Barca más mayor, no tan joven, y éste se hubiera puesto al frente del ejército cartaginés mucho antes. Pero empezó cuando empezó, y cuando Amílcar obtuvo el mando ya Roma había aprendido.

En los 1.200 años de Roma, dos hitos cambian el curso de su historia. Uno, obviamente, es el asesinato de Julio César y el fin de la república; el otro es la primera guerra púnica. Antes de ésta, Roma era una ciudad que había dominado a sus vecinos primero, a toda la península al sur del Po en aquel momento, pero que no iba más allá. Por ejemplo, no tenía barcos. No era un pueblo comerciante, sino labrador.  Podríamos decir que "no se metían con nadie". Fuera de la península, insisto. Pero sólo hay 3 km de la península a Sicilia. 

En principio, la guerra púnica parecía un choque desigual, la poderosa Cartago, nada menos. Pero las naciones tienen su personalidad: España tiene su personalidad, Francia la suya, Alemania la suya, Inglaterra la suya, y Roma tenía la suya. Cartago, para hacernos una idea, hasta Agatocles no tuvo murallas. ¿Para qué iba a tenerlas? Roma, en cambio, llevaba siglos en luchas de ganar o morir. Yo no sé qué fue, pero la república romana jamás se rendía; siempre se levantó y continuó. En el caso de la guerra púnica, Roma no tenía barcos. No sabía construir barcos, no navegaba. Eran agricultores, caramba. Pero para luchar contra Cartago tuvo que aprender a construir barcos, y tuvo que aprender a navegar. Tuvo que aprender a luchar contra una ciudad poderosa, y lo hizo. Luchó. Puede que no ganara, pero no retrocedía. Como la primera guerra mundial entre Alemania y Francia. Luego llegó Amílcar y con él las victorias, pero Roma no se rendía. Y Cartago no era un pueblo de agricultores, sino de comerciantes. El poder de Cartago estaba en su comercio, y 25 años de guerra lo estaban deshaciendo. Más aún, los romanos eran su propio ejército; los cartagineses, ricos y refinados, no: pagaban a otros, a mercenarios de todas las naciones, para que lucharan por ellos. Y eso costaba dinero. Para cartago, las guerras eran la ruina, no negocio. Así que no les interesaba seguir y, a espaldas de Amílcar, firmaron la paz con Roma.

Eso sí, no sabían con quién estaban firmando. Como los franceses en 1919, las condiciones romanas fueron leoninas. Y Amílcar se fue de Cartago. 

Se fue a España, con un pequeño ejército de cartagineses, en principio para expandir el dominio de Cartago más allá de la zona de influencia romana. La mala noticia es que murió. La buena noticia es que con él se había llevado a su hijo Aníbal.



4.- Aníbal

Aníbal Barca es el mayor genio militar que ha habido nunca. Y no sólo porque saliera en Tocón. Su desgracia fue que era cartaginés.

Aníbal odiaba a Roma, y la lucha de Aníbal contra Roma fue la segunda guerra púnica. Las diferencias de la primera con la segunda podemos reducirlas a tres: ahora, había un cartaginés capaz al mando desde el principio. Segundo, el objetivo del cartaginés no era defenderse de Roma o mantener Sicilia, sino destruir a Roma. Y, tercero... Cartago ya no tenía barcos. Al igual que Alemania tras 1919, por el tratado de paz con Roma Cartago se había quedado sin armada. Así que Aníbal, que estaba en España (en Cartagena, Cartago-Nova, ya puestos), tuvo que ir a Roma a pie. La famosa gesta de cruzar los Alpes con un ejército de elefantes.

El cruce de los Alpes fue algo increíble, que espero desarrollar en otra entrada para no alargar ésta en demasía. Quedémonos con que cruzó los Alpes y el Po. Los romanos le enviaron ejército tras ejército, y él los derrotó a todos. Ticino. Trebia. Trasimenos. Cannas, donde con sus 40.000 hombres venció a un ejército de 76.000 romanos: 52.000 muertos y casi 20.000 prisioneros. El tipo llegó hasta Roma. Lo que pasa es que los romanos aún tenían tropas, y Roma era una ciudad amurallada. Aníbal no podía tomarla con lo que le quedaba de ejército tras tanto viaje, tantas heroicidades y tantas batallas. Necesitaba refuerzos, los pidió y esperó.

Y esperó, y esperó.

Aníbal, de hecho, no confiaba en su ciudad, en Cartago. Pero sí en su hermano Asdrúbal, que había dejado en España y tenía tropas allí. Lo que pasa es que los romanos daban para todo, y habían enviado un ejército al mando de Publio Cornelio Escipión a España y además interceptaron a Asdrúbal en Metauro, en el norte de Italia. Asdrúbal no era Aníbal, y perdió. No iba a recibir refuerzos, de España. Como mucho, de Cartago. Pero Cartago era ruin y mentecata, y no los envió. Al no hacerlo, Escipión pudo ir a Cartago. ¡Ay, amigo, eso son otras palabras! ¡Que vuelva Aníbal! Y Anibal volvió, pero el ejército que tenía en Italia no. Porque a esas alturas de la partida, cartagineses, en su ejército, le quedaban pocos, y la mayoría eran galos y gente así que había ido reclutando por el camino a Roma. Para más inri, para entonces Cartago ya se había rendido a Roma, pero como las condiciones romanas eran tan leoninas o más que tras la primera guerra, los cartagineses creyeron que Aníbal les salvaría y reanudaron la guerra. 

La batalla de Zama, a las afueras de Cartago, fue la batalla que perdió Aníbal. Casi venció, pero digamos, simplemente, que era una batalla que Aníbal no podía ganar.

Acabada la guerra, Cartago lo perdió todo menos la vida. Eso se la quitaron en la tercera guerra púnica, unos años después; una guerra que provocaron romanos viejos que se acordaban de Aníbal, y que les aterraba que un día Cartago se rehiciera. Mejor prevenir: fieles a su estilo, acabaron con todos y demolieron la ciudad. Fue el final de Cartago en la historia.


5.- La república de Roma

Sin embargo, y aunque desde niño me han caído mal, cuanto más aprendo de los romanos más me asombran. Los 500 años del Imperio no, me parece un periodo lamentable, pero los 500 años de república... ¡Ah, la República de Roma!

Cuando yo era chaval, veo que ahora ya no, en el colegio se estudiaba el sistema político de la república romana. Cónsules, pretores, cuestores, ediles, tribunos, todo eso. Pero no lo suficiente: creo que se debería estudiar más a fondo, extraer conclusiones, aprender de ello. Porque Cartago no es más que un pasaje en la Historia, pero la República de Roma... 500 años de éxito no se dan así como así. Es necesario entender qué pasó, qué la hizo grande, qué la destruyó.

Además, la República tenía algo que hizo a los romanos triunfadores; tenía que ser algo inherente a la república, porque luego el Imperio los convirtió en decadentes. Quizá fuera su sistema político, no se me ocurre otra cosa. Desde luego, eran crueles: mataban y exterminaban a pueblos enteros sin ningún escrúpulos. También eran rencorosos e inmisericordes: sus condiciones, cuando ganaban, eran demoledoras. Siempre se condujeron con orgullo y se comportaron como ganadores antes de empezar los conflictos: a menudo sus leoninas condiciones eran para no empezar las guerras. Sea como sea, el caso es que no abundaron los casos de pueblos que se quisieran quitar de encima el yugo romano: salvo los judíos, que son otros que también hay que echarles de comer aparte, no sabría decir ningún ejemplo. Así que algo tendrían.

Roma, como Inglaterra, siempre me han intrigado. ¿Cuál es la clave de su éxito? No es algo coyuntural, como España o Francia. Es algo en sus sociedades, que las hace triunfar frente a las demás. ¿Qué era? No lo sé, y me gustaría saberlo. 

Sea como sea, pienso que estudiamos poco la república romana. De hecho, nos concentramos (los que se concentran) en la parte peor, la de las guerras civiles, la época de Mario, la de Sila, la de Cicerón y la de su decadencia. Vale que es la más documentada, pero no es la parte que a mí me interesa. A pesar de las muchas páginas de gloria que en esa decadencia escribió.
 


6.- Mi arquitecta como botón de muestra 

Cuando lo pienso, me cuesta creer lo de mi arquitecta. Que no tuviera ni repajolera idea de la Historia anterior a 1492. Pero yo estuve allí, y la conversación fue real, fue franca. No hubo interés en ocultarme su sabiduría, en tomarme el pelo. De verdad que ella no sabía. 

Si esto me ocurriera con un peón en una obra, pensaría que esa persona no asimiló los conocimientos que le mostraron en la escuela. Pero no, hablamos de una persona con una titulación superior, con un máster. La clave es que es una persona joven, menor de treinta años. Es, pues, de lo mejorcito que consigue nuestro sistema educativo.

Sin embargo, no saber Historia es tremendamente dañino para la persona. El que no sabe Historia no lo creerá, como el sordo no puede entender el placer de escuchar música. Pero lo es. No sabiendo, la formación de esa persona es incompleta. Su visión del mundo es reducida, es como si viviera en una celda y no supiera nada del mundo exterior.  Y viene al pelo, en este momento, recordar una frase del romano Cicerón: "Si ignoras lo que ocurrió antes de que nacieras, siempre serás un niño".

En mi entrada sobre Agatocles animaba a conocer más de la Historia. Es divertida, es entretenida, es enriquecedora y aprenderla nos da la sensación de ser mejores que antes, de saber más, de no haber perdido el tiempo. Pero es una afición que hay que sembrar desde la infancia: mi arquitecta, me temo, nunca se interesará ya por saber Historia. Es imposible no pensar que nos encaminamos hacia una sociedad más pobre, menos desarrollada.

Y no, no veo Tocones por ahí, en las casas de nadie ni en las librerías. Ayer estuve en una, y no vi, en la oferta infantil, nada parecido. Sí vi los libros que en mi época serían para nilños de tres, cuatro y cinco años. Pero Tocones, ninguno.

No vamos bien.




Eddie Cochran - Summertime blues