sábado, 17 de febrero de 2018

Canela en rama




Voy a escribir una serie (breve, de tres) artículos sobre EE.UU. y su querencia por las armas, ante la tibia reacción en ese país por el tiroteo escolar de esta semana. Como estamos en Cuaresma, tiempo religioso que precede a la Semana Santa, he pensado acompañar los artículos con marchas procesionales sevillanas; pero mientras las escuchaba he llegado a la conclusión de que música tan soberbia no puede dejarse caer así como así. Una glosa es necesaria.

Aviso: el contenido de este artículo es de carácter religioso. Si esto no es lo suyo, no siga leyendo.

La primera pieza, que acompaña a este artículo y que usted debería escuchar mietras lee, es "Virgen del Valle". 

Mi tío Pepe era de la cofradía del Valle. Y algunos de sus hijos, mis primos. Hábitos morados (puede que no sea ése el nombre exacto del color, quizá "cárdeno", no sé).  Sale el Jueves Santo por la tarde.

La pieza es de las más populares y seguro que figura en todas las recopilaciones de marchas sevillanas. Lo que pasa es que las grabaciones no le hacen justicia, porque les faltan dos elementos fundamentales.

A partir de aquí me baso en recuerdos personales. De niño estuve varias veces en Sevilla, en Semana Santa; no son actos para niños. Luego volví de joven, y eso fue en 1983. Hace 35 años, vaya. Desde entonces no he vuelto, y ahora... ahora me temo que ya no tengo edad para volver. Porque para disfrutar la Semana Santa en Sevilla hay que estar en forma (y contar con un grupo dispuesto a ello). 

Muchas personas dicen que han estado en Sevilla en Semana Santa. Y será verdad, pero no significa que hayan vivido y sentido lo que es. Yo he estado en el Museo del Prado. Y en Louvre, en el British Museum, en el Kunsthistorisches Museum de Viena, en los de Berlin, Munich... en tantos que muchos ni los recuerdo. Casi seguro que en ellos he estado toda una mañana, pero sólo una mañana. ¿Ustedes creen que dedicando una mañana al Louvre se ha visitado el Louvre? ¿Creen que se conoce el Louvre o se ha disfrutado de lo que el Louvre puede ofrecer? Pues es lo que le ocurre a la mayoría de las personas con la Semana Santa de Sevilla. Tuve un amigo, muy capillita en Zaragoza, que se fue de luna de miel a Sevilla a propósito. ¿Qué tal?, le pregunté a su vuelta. Fenomenal, me contestó, las he visto todas. En primera fila. El muy inútil había alquilado sillas en la carrera oficial y allí se las zampó todas, de la primera a la última. Como creer que recorriendo El Pueblo Español en Montjuic se conoce España.

El primero de ellos, es el runrún de la gente. El ruido. Es inevitable. La gente guarda silencio, escucha, pero aun así hay un runrún de fondo que lo llena todo. Oir la grabación, sin oir el rumor de las personas cercanas, sin estar apretado en medio de una bulla, intentando mantener el contacto con los acompañantes a la par que intentando progresar hacia una posición mejor o, sin más, una postura más cómoda... debe de ser como ver fuegos artificiales por televisión. No es una experiencia completa.

El segundo de ellos es el silencio. Escuche la música. Fíjese en los tambores. Tocan muy bajito, de fondo. Llevan un ritmo acompasado que evoca... Ahora le explico.

El momento cumbre en una procesión es, diría, la entrada en su iglesia titular. Terminan, y por ello dan todo lo que les queda. Si les queda un gramo de fuerza, lo gastarán entonces.  Los pasos en Sevilla son muy grandes, y las puertas de las iglesias no suelen serlo. Entrar una obra de arte de 2.000 kg que mide tres metros y medio por una puerta que hace tres metros cincuenta y cinco (números dados como ejemplo) no es fácil. Cuente que la obra de arte la meten cincuenta personas empujando a la vez, ninguna de las cuales ve por dónde va, y que a duras penas escuchan la voz del capataz. El capataz está fuera, pero él tampoco ve bien: el paso es demasiado grande, demasiado alto. La puerta es curva quizá, y puede pegar en varios puntos. O el atrio es estrecho y hay, por lo tanto, dos líneas de puerta. Tampoco ve los laterales. Tiene, eso sí, unos ayudantes, uno en cada esquina, que intentan indicarle cómo va la cosa por su lado. Pero no tiene margen de error, y cuando los cincuenta costaleros arrimen el hombro y se muevan...

El mejor sitio para ver ese momento es pegado a la puerta. El público, por supuesto, no puede entrar en la iglesia. Habŕa quien lleve horas guardando el puesto, habrá quien haya llegado con la cabecera de la procesión, habrá quien llegue en ese momento. Todos luchan por mantener la posición, progresar hacia la puerta.  Bien, si usted consigue acercarse lo suficiente, se quedará callado. Como todos. Escuchando. ¿Y qué oirá? Puede que la voz del capataz: "Manuel, ¿me oyes? Esta levantá va por...¡A ésta! ¡Izquierda atrás!" Pero el sonido clave es... el arrastrar de las alpargatas de los costaleros en el entarimado. Porque para entrar a la iglesia, como es normal, hay que subir unas escaleras. Pero la procesión no sube escaleras, así que éstas se salvan con un entarimado de madera ¡Ah, pisar ese entarimado! No sabe nadie que no sea cofrade lo que es pisarlo. Es la señal de qe ha terminado, que por fin se ha llegado. ¡Qué sensación más dulce es pisarlo, se lo aseguro! Y qué diferente de la del principio de la procesión, cuando pisarlo significaba todo lo contrario, el vamos allá, el por fin estamos en la calle que anhelará todo cofrade desde que terminó la procesión del año anterior.

Para mí, ese arrastrar, ese sonido de la madera, ese caminar de todos los costaleros a la vez, me lo evocan los tambores.

Y si usted está suficientemente cerca, y está atento, y sabe qué tiene que percibir, oirá todo eso. Olerá el incienso, el aroma de las velas que han pasado, la cera derretida que lo rodea todo, las flores del paso. Y el azahar. Y sentirá la presión. La presión física de las personas que le rodean, sí, pero también la expectación. La atención de todos los asistentes, porque va a ocurrir algo mágico que quizá no vivirán una segunda vez. Esa expectación está en el aire, la siente. La oye en el silencio. Y cuando cree que por fin empiezan... suena una saeta. ¿Quién la canta? No lo sé. Puede que alguien que haya convenido el acceso al balcón de enfrente con los dueños de esa casa, que haya avisado al cetro de la cofradía de sus intenciones. O puede que sea un espontáneo, que haya conseguido acercarse (hasta donde haya podido acercarse) y canta con la fuerza que le da su devoción y, quién sabe, su desesperación.

Y quizás a esa saeta le siga una segunda, de otra persona. Incluso una tercera. Si va usted como turista, "typical spanish". Pero si entiende usted lo que está pasando, notará el fervor. La religiosidad es, en algunas personas, cosa muy simple. Sin boato, sin ceremoniales ni extraños ritos. Sin palabras largas, sin plantearse los misterios. Hay personas sencillas, sin estudios, sin formación. Que no saben desentrañar los entresijos de los textos sagrados, y que sin embargo entienden lo básico. Que Jesús, un hombre honrado, justo, que no hacía daño a nadie. Al que los poderosos prendieron, torturaron y condenaron. Al que le hiciero cargar su propia cruz camino del calvario para allí acabar con él definitivamente. Y su Madre le acompaña en ese trance y asiste impotente. Que no puede hacer nada y llora. El saetero sabe todo eso, y llora. Le llora a jesús, compadecido. Le llora a su Madre, compadecido también, o le pide que haga algo, no como madre del hombre sino como Madre de Dios, no sé.  Lo que cante en su saeta.

Y el pueblo, la gente, usted y todos los que estarán con usted, escucharán con atención.

Mi abuelo Julio, contaba mi madre, decía que el objeto principal de las cofradías semanasanteras es llevar al menos una vez al año la imagen de Dios y de la Virgen a aquellos que jámas irían a verlas. Por eso salen a la calle. Quién sabe si en el camino de la procesión algún desalmado de ésos que jamás pisarían una iglesia se cruzará con la imagen del nazareno y, siquiera por un instante, piense en Él, y quién sabe si fruto de ese instante... El cofrade nunca sabrá si esto ocurre o no, pero sólo por la posibilidad de que sí ocurra debe intentarlo. Y, cada año, las cofradías salen a las calles.

Pues todo esto es lo que no atrapan las grabaciones. ¿Cómo podrían? Pero si usted ha estado allí y mantiene sus recuerdos, esta música se los evocará. Y disfrutará en ello.



Cada año, miles de personas viajan a Sevilla para conocer o disfrutar de su Semana Santa. Sí, ya sé que es lo más que pueden hacer, como los turistas que viajan a África o a Indochina. Pero si usted tiene deseos de conocerla lo más que pueda, permítame unos consejos.

En primer lugar, la Semana Santa es un hecho religioso. Si no es usted creyente, no siga leyendo. Para usted, la Semana Santa no son más que ritos etnológicos con un fuerte componente de espectáculo callejero y una indudable belleza plástica. Para los que sí lo son, usted se ha quedado sólo en el envoltorio. Podrá ser un gran experto y saberlo todo, pero será como la persona que ve a dos enamorados besarse.

En segundo lugar, la Semana Santa sevillana es lo máximo. Así que no se puede empezar ahí. Antes de ir a Sevilla hay que estar enseñado, hay que aprender en otras semanas santas. La sevillana es tan intensa, tan rica en matices y sensaciones, que si no está preparado se las va a perder.

En tercer lugar, le parecerá una chorrada pero un dato, que para los conocedores es vox pópuli, para el resto es desconocido y es fundamental. En Sevilla cada cofradía sale una vez (y eso si no cancelan la procesión por lluvia, vaya preparado para asumirlo), y la procesión consta de tres partes: de la iglesia a la carrera oficial, la carrera oficial (de la Campana a la catedral), y de la catedral a su iglesia, de vuelta. La carrera oficial tiene un horario que hay que cumplir (incumplirlo obligaría a retrasar a la cofradía siguiente, que ¿cómo va a a estar esperando, en la calle, a que usted llegue?), así que el primer tramo también tiene un horario. Interno, pero horario. En cambio, hecha la carrera oficial, la cofradía es libre. Y si quiere tomarse su tiempo, se lo toma. Por lo tanto, si usted no puede o no quiere caminar, vaya a la carrera oficial. Verá un procesionar de miles, uno detrás de otro.  Si quiere verlos y puede caminar pero no trasnochar, busque a la cofradía en su primer tramo. Si le indican bien, hay puntos con mucha calidad. Pero si quiere usted disfrutar de los momentos mágicos que sólo en Sevilla encontrará, las tendrá que buscar de vuelta a sus iglesias.

Tengo entendido que esto ya no es así. Yo escribo de "antes", de cuando las cofradías (¿56?) "cabían" dentro del horario dispoible en la carrera oficial. Pero el número de cofradías ha crecido, y no hay hueco para todas. También concurre que se radican en barrios alejados del centro, a 10 km o más: les es físicamente imposible ir a la catedral. Sin embargo, y recalco que a éstas no las he visto nunca, aunque las cofradías nuevas también son sevillanas (con el nivel mínimo que esto implica), no son las procesiones de las que estamos tratando.

En cuarto lugar, aunque usted se considere en forma y preparado, no puede asistir a toda la semana. Cual viaje organizado en autobús por Europa, Barcelona Milán Venecia Viena Praga Munich Ginebra, al final uno no se entera de lo que está viendo... ni le importa. Darse un atracón y tragar más de lo que se puede digerir no es disfrutar de una comida.

Mi consejo, si usted se siente fuerte, es que aterrice en Sevilla el Miércoles Santo. Se habrá perdido muchas, y lo siento por la Amargura y la Paz, que salen el Domingo de Ramos. Si se cree con fuerzas, vaya el Martes Santo. Verá a los Estudiantes (es que mi primo Carlos es de ésta) y a la Santa Cruz, por ejemplo. Pero el miércoles tiene ya mucho para ver. San Bernardo, la de mi tío Julio, es un must. La Sed y la Lanzada. Y los Panaderos, como aperitivo. Piense que saldrá de casa a las ocho de la noche y que volverá a las dos de la madrugada o más tarde aún. Habrá visto unas cuantas cofradías, y sobre todo le habrá servido de calentamiento para lo que le espera el día siguiente.

El Jueves Santo, cuando se levante a mediodía, desayune/coma bien. Descanse y eche una siesta. Planifique el orden, busque unos momentos de descanso y salga a la calle. Empiece quizá por el Valle, es una procesión corta. O los Negritos. Porque ésas es otra: debe saber primero qué procesiones son cortas y cuáles durarán doce horas. Y cuáles rodarán siempre el centro y cuáles se iran a barrios alejados. En el caso del Jueves Santo, tranquilo, las verá. Y luego empalmará con las de la madrugá. Las que salen de madrugada. A las doce, a la una. Las más antiguas cofradías (en Sevilla las cofradías salen por orden de antigüedad: las más antiguas, en la madrugá).

Si sólo va a estar una vez en Sevilla, debe verlas todas esa noche: el Silencio, el gran Poder, la Esperanza Macarena, la Esperanza de Triana, los Gitanos y el Calvario. Olvídese de ver entrar a la Macarena, en su Basílica, por la mañana: es usted de fuera y no tiene ninguna oportunidad. O con la Esperanza, cruzando el río. Pero quizá se tope con ellas, camino de sus barrios.

Y el Viernes Santo debería ser su último día. El Sabado Santo estará demasiado cansado, habrá visto demasiadas cofradías para no ser sevillano, demasiadas emociones pendientes de asimilar. Pero el Viernes Santo no se lo puede perder. El viernes sale el Cachorro, la cofradía de mi familia, la O, la Soledad,... y la Sagrada Mortaja. Sí, si ha llegado hasta aquí, la llegada de la Sagrada Mortaja a su iglesia debería ser su principal objetivo. ¿Por qué? Pues...

Ésta es la puerta de la iglesia, según captura de google Street View:


Y le advierto: para ver la entrada sólo tendrá una oportunidad, porque sólo llevan un paso.

En este vídeo de youtube apreciará mejor el problema:


Fíjense, al final, que hay un tipo junto a la esquina de la jamba. 

Yo he estado allí. Impresiona.




Lo dicho. Canela en rama.



Marcha procesional sevillana - Virgen del Valle

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