lunes, 11 de agosto de 2014

Cuando el Hombre dominó la Naturaleza



Desde el principio, la Humanidad ha tenido miedo de la Naturaleza desatada. Si incluso en estos tiempos, con todo el conocimiento de nuestra tecnológica civilización, nos aterra cuando un rayo cae cerca nuestro en una carretera descampada o cuando una riada torrencial arrasa todo lo que encuentra, imaginemos lo que sería para las personas sin conocimiento. No es extraño, pues, que el hombre preindustrial creyera que había fuerzas sobre las que no tenía ningún control y ante las cuales él estaba impotente.

Pero un día esto cambió. Y se lo debemos a una persona a la cual despreciaríamos hoy en día, ya que era el hijo de un pobre emigrante en la tierra más remota. Pues no de otra forma calificaríamos a la colonia de Massachusetts en enero de 1706, cuando nace nuestro héroe. El decimoquinto de diecisiete hermanos, por si creen que criar a un hijo ya es duro. Como comprenderán, con catorce hermanos por delante el tipo apenas pudo ir a una escuela, y su padre lo puso a trabajar con 10 años. A los doce, se colocó en una imprenta (de medio pelo, pues era de uno de sus hermanastros mayores); allí pudo leer y formarse, pero se llevaba mal con su hermano y cuando tenía 17 años se pelearon; nuestro amigo tuvo que largarse y buscarse la vida fuera de su tierra. En aquella época el Estado no subsidiaba a los que no tenían trabajo ni ahogaba a los emprendedores con burocracia, y por cierto que la Humanidad se benefició de ello. Pero esa es otra historia.

El caso es que el tipo no era tonto. Por ejemplo: desde siempre, el hombre ha calentado su casa mediante chimeneas. Está usted de acuerdo en que es un sistema excelente, ¿verdad? Pues mi amigo no pensaba lo mismo: una chimenea es muy ineficiente, ya que gran parte del calor se escapa... por la chimenea. Más aún, el aire caliente, al salir, creaba un vacío que llenaba... el aire frío de fuera. Casi que se enfriaba más la casa que calentarla, sólo junto a la chimenea se tenía calor. ¿Y qué hizo? Simple, puso un cilindro de hierro sobre unos ladrillos, un tubo para sacar los humos al exterior y metió el fuego dentro. El hierro se calienta, calienta el aire de la habitación, y sólo se escapa el humo. ¿Una chorrada, dice usted? Pues en miles de años no se le había ocurrido a nadie antes. Y todavía existen muchísimas casas que se calientan por estufas. De hecho, lo que ya quedan pocas son casas con chimeneas.

Pero esto es peccata minuta. Yo les hablaba de cuando la Naturaleza dominaba al Hombre. Y una de las fuerzas que más aterraba al Hombre era el rayo. Las nubes, la niebla y la lluvia son experiencias cotidianas. Pero el relámpago, el trueno, el rayo, eran otro cantar. Y no se les veía venir. Uno está acostumbrado a ver formarse las nubes (sobre todo los que viven a orillas del mar), a verlas juntarse y ennegrecerse, sabe cuándo va a llover. Más o menos, comprende el ciclo del agua. Pero el rayo no tiene explicación. No siempre llueve con rayos. Los rayos no son continuos, no son predecibles, es imposible explicarlos. Y matan. Y, si caen sobre un tejado, traen el fuego. Antes de 1750, los incendios causados por rayos eran algo habitual. ¿Cómo se sentiría usted si cualquier día, en cualquier momento, puede caer un rayo sobre su casa y dejarle sin hogar, por decir lo menos y no ponernos trágico? Intente entonces pensar cómo vivían entonces. ¿Cuánto pagarían porque alguien les liberara de tal temor?

En 1746, en la ciudad holandesa de Leyden se inventó la botella de Leiden, que era básicamente una simple botella con una varilla, con la que se conseguía almacenar carga eléctrica (producida con electricidad estática, en aquella época la cosa no daba para más). Eran tiempos en los que se empezaba a comprender lo que era la electricidad (otro día les cuento), y los científicos de todo Occidente gustaban de hacer experimentos. Con la botella de Leiden éstos eran además muy espectaculares, pues la electricidad que acumulaba la botella se descarga de golpe si alguien tocaba la varilla. Y así se exhibía en ferias populares, soltando las descargas sobre roedores y pajarillos (uno por experimento, ya se imaginan), y luego el gran final, cuando era una persona la que tocaba la varilla y la descarga lo mandaba al suelo. ¡Ah, pero ésa no era la única manera de descargar la varilla! En 1747, tocaron la varita con un cable de un puente sobre el Támesis y así se descargó. 

Por cierto, una de las cosas espectaculares de esa botella era que la descarga se producía con una chispa y un chasquido.

Pues bien, nuestro personaje descubrió que si la varita terminaba en punta, en vez de en una superficie redondeada, la descarga se producía sin chispa ni chasquido. Curiosamente, la chispa y el chasquido le recordaban al tipo... el rayo. ¿Acaso la Tierra y las nubes actuaban durante las tormentas como una gigantesca botella de Leiden, siendo el rayo el chispazo y el trueno el chasquido? Y si fuera así... Atan cabos, ¿verdad?

En 1752, el hombre conecta una cometa a una botella de Leiden y... carga la botella con la electricidad de las nubes. Primer dato, acaba de probar que las tormentas son fenómenos eléctricos. Y si las botellas se descargaban con una barra puntiaguda, podría ponerse una barra puntiaguda en el tejado de una casa y conectar la barra con la tierra mediante un cable. Así la carga no se acumularía hasta el punto de soltarse de golpe, que es lo que ocurre con el rayo.

En 1753 anuncia su invento, y los pararrayos se instalan en los tejados de Filadelfia, donde vivía. ¡Funcionaron! A partir de ahí, Boston, Nueva York, Europa,... el Hombre empieza a dominar a la Naturaleza.

El reconocimiento y pretigio que tuvo, incluso en vida, Benjamin Franklin, fue enorme. De hecho, es el único no-presidente americano (bueno, Hamilton también, pero éste fue el Alfonso Guerra de Washington y Jefferson, lo meto en el mismo saco) cuyo rostro aparece en los billetes normales de dólares. Nada menos que en el de mayor valor, el de cien dólares, concretamente:

(imagen obtenida en http://www.freedigitalphotos.net)
(Por si hay algún listillo: sí, existen billetes de mayor valor. Pero no circulan, son especiales.)

Aprovecho la ocasión para una reflexión adicional. Con Franklin inicia el Hombre el dominio de las fuerzas de la Naturaleza. La pregunta que me hago es: ¿qué más hemos conseguido? ¿Controlamos ya los terremotos, los volcanes o las lluvias torrenciales de los monzones? ¿Acaso los aludes de nieve o las riadas? ¿No se produce un incendio forestal si no queremos? Sabemos echar sal en las carreteras para las heladas y sabemos cuándo nos va a golpear un huracán - y más o menos con que fuerza nos va a dar-, pero... ¿eso es todo? 250 años después de Franklin, ¿no ha aparecido ningún otro como él que nos enseñe a dominar alguna otra fuerza impetuosa?

Se ve que no. No debe ser tan fácil, entonces. O a lo mejor es que nuestro método para sacar lo mejor de las personas no es el idóneo. O ambas cosas.

Ahora vuelva a fijarse en el decimoquinto hijo de un emigrante pobre, que dejó la escuela con 10 años.



No Soy Un Bastritboy - Juanshows


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