domingo, 28 de julio de 2013

No frene en las curvas, pise el acelerador


Tiempo de agosto, tiempo de carretera. Seguramente, en los próximos días cargará el coche y empezará a devorar kilómetros. El calor, el cansancio de sus compañeros de viaje encerrados en tan pequeño habitáculo, el suyo propio... ¡qué sé yo, hay tantas razones...! Es probable que entre en alguna curva con exceso de velocidad; lo sabrá en seguida, porque notará que la curva es más cerrada de lo que le parecía antes de empezarla. Es en esos momentos en los que su cerebro empezará a rebuscar en su fondo de reacciones qué hacer para salir con bien de ésa. Si es así, quizá le convenga lo que voy a contarle. No frene, al contrario, pise el acelerador.

Me explico.

Le parecerá una perogrullada, pero el concepto básico, lo que debe tener presente, es que las ruedas son para rodar. Así que su principal objetivo debe ser siempre que las ruedas rueden. Mientras rueden, si usted tiene las manos en el volante controlará el coche. Lo malo vendrá cuando no rueden. Por que cuando ruedan, lo hacen en una dirección, la suya propia, no pueden rodar de otra manera. Pero si no ruedan, entonces PATINAN. Y patinar sí lo pueden hacer en cualquier dirección.

Además, si patinan usted no puede frenar. Porque para frenar el coche, sus frenos lo que intentan es que las ruedas no rueden. Pero si patinan, ya no están rodando y sus frenos no hacen nada. Está usted en un coche que patina, que se mueve en una dirección que usted no puede controlar y no puede frenar, no controla tampoco la velocidad. Se hace una idea, ¿verdad? Nunca permita que las ruedan dejen de rodar.

También encontrará ridículo que insista en que en las curvas aparece la fuerza centrífuga. No insistiré, entonces, porque usted sabe perfectamente que cuando un cuerpo describe una trayectoria curva aparece una fuerza de inercia que tiende a mantenerlo en su dirección rectilínea previa, o lo que es lo mismo, para poder cambiar su trayectoria rectilínea a curva debe ejercerse una fuerza que lo consiga. Dado que usted está subido en el coche, salvo que saque un brazo por la ventanilla y se agarre a alguna farola que estuviera allí, si quiere girar deberá transmitir esa fuerza al suelo... a través de las ruedas.

Así que, cuando se está en una curva, hay dos fuerzas perpendiculares: la lineal, la que tiende a hacer avanzar el coche, vencer la resistencia a la rodadura y del aire, y una fuerza perpendicular al coche que lo hace girar. Vaya, dos fuerzas. ¿Es eso un problema? Sí, lo es. Verá, su coche hace lo que usted quiere gracias al rozamiento entre el neumático y el suelo. Ese rozamiento no es el mismo en las dos direcciones, debido al dibujo de los neumáticos (si cree que no tienen importancia y que son sólo para evacuar el agua cuando llueve, piense en las ruedas de los tractores, pedazo de dibujo tienen las muy bestias). Que, por cierto, si los tiene relativamente desgastados y pierden las ranuras circulares, amigo, está usted renunciando al control en las curvas.

¿Qué pasa en las curvas? Que aparece en la superficie de contacto de la rueda con el suelo una fuerza perpendicular, ya he dicho que es necesaria para girar. Si la hay, gira. Si no la hay, sigue recto. Por lo tanto, su objetivo es que aparezca esa fuerza. Ahora bien, esa fuerza se transmite por rozamiento. Si el rozamiento que usted puede generar es mayor, no tendrá problemas, pero si no lo es, usted simplemente no podrá hacer el giro a la velocidad que usted lleva en el radio deseado. Es decir, su objetivo es que el rozamiento, el agarre para entendernos, sea máximo.

Acorto. Para que el agarre sea máximo, lo mejor que puede usted hacer es conseguir que el neumático no se dedique a otra cosa. Que no se dedique al esfuerzo lineal, vaya, porque para ello también ha de emplear parte de su capacidad de agarre. En otras palabras, que el coche siga a velocidad constante (porque para frenar también necesita agarre, piense si no en las situaciones con hielo). Y dado que el coche está siempre sometido a una resistencia al avance, si usted no hace nada esa resistencia predominará y el efecto será como si usted intentara frenar el coche.

Así pues, cuando esté en la curva, pise el acelerador suavemente, que el coche no acelere, pero tampoco que se frene.

¡Y sobre todo, no frene! Porque al frenar acapara usted muchísima fuerza de agarre (compárela con lo diferente que es cuando acelera, y piense que todo es cuestión de agarre), y si el giro sobrepasa la cantidad de agarre que queda disponible el coche patina.

Con todo, una cosa. Antes de una curva siempre, siempre, hay un tramo recto. Más largo o más corto, pero siempre hay un momento que el coche avanza en línea recta. Si cree que va demasiado rápido, ahí es el momento de frenar, y a tope si cree que lo necesita. Frene, frene y frene. Y en que empiece a girar el volante, suelte el freno y pise LIGERAMENTE el acelerador. 

Y una cosa más: si ha tomado una curva y cree que la ha tomado demasiado rápido, nada más salir de la curva... frene. De verdad, es un consejo.





viernes, 26 de julio de 2013

La Marcha Radetzky


En 1848, Johan Strauss (padre) compuso la Marcha Radetzky en honor al triunfante general austriaco Radetzky. Es quizás la pieza de música clásica más conocida en Europa.

Al respecto, lo cierto es que cualquiera de nosotros podría decir una veintena de piezas que necesariamente conoce cualquier europeo, y muy probablemente diez de ellas aparecieran en todas las listas: El Danubio azul, La primavera, la Quinta y la Novena, La Marcha turca, el Adagio, el Ave María, el Canon, Aída, Carmen y un buen puñado de piezas de ópera... si lo pensamos, hay muchísimas piezas que todos conocemos. Lo queramos o no, la música clásica tiene parte importante en nuestra educación y nuestra cultura.

La razón de que sea tan conocida, méritos musicales aparte, es también conocida por todos: cada año, la televisión pública retransmite EL CONCIERTO en su canal principal, en la hora más conveniente para ver la televisión (si a alguno le pasó como a mí y quiere reparar su culpa, puede hacerlo aquí). Es la principal ocasión que tiene la música clásica de colarse en nuestros hogares, y siempre repite el mismo esquema: Primero, un concierto. Aplausos y flores, el diretor se retira pero nadie se mueve: va a haber piezas extra, tres en concreto. La primera es alguna pieza predilecta del director, pero luego, impepinablemente, al marcar el primer acorde de la segunda, El Danubio azul, la orquesta se interrumpe, el director se vuelve y dice (en alemán, claro): "La Orquesta Filarmónica de Viena y yo les deseamos... " "¡Feliz Año Nuevo!" exclaman todos los músicos. A veces, según la personalidad del director, se añade algún breve parlamento, pero la cosa funciona así. Aplausos, se toca El Danubio azul, aplausos de nuevo... y la tensión alcanza su pico máximo. Va a empezar ¿qué si no? La Marcha Radetzky. El momento que todos estábamos esperando. Año tras año.

Lo que sigue a continuación ya lo saben ustedes: hasta el más hierático embajador chino o la impasible mujer japonesa que se sienta en un palco sobre los músicos vestida y maquillada a la manera tradicional de su país, todos, todos aplauden encantados cuando corresponde. Es la mejor prueba de lo divertida que es la música clásica.

André Rieu es... digamos que es holandés y basta. Renuncio a definirle o describirle: si ha pinchado en el enlace que encabezaba este artículo,es el violinista que dirige. ¡Hey, si no ha pinchado hágalo ahora, que este artículo trata de esto!

Vea el vídeo. Fíjese la cantidad de público. Y es un concierto de música clásica. Alguno, al aire libre, no le garantizo la acústica en el gallinero. Y en los que sean cubiertos, tampoco, qué caramba.

Bien, ahora mi pregunta: ¿lo que oye la gente en estos conciertos es música clásica? Si usted viera La Gioconda a 50 metros, ¿diría que ha visto La Gioconda? Si sobrevolara en avión la Plaza de San Pedro o viera una Cabalgata de Reyes desde una fila 18, ¿diría que las ha visto? Claro que la gente oye, capta la melodía y el ritmo, y también la música del conjunto de instrumentos. Pero ¿acaso percibe cuándo entra el fagot y cuando la flauta travesera? ¿Es esto lo que pretendía el compositor?

Hace años, en los ochenta, Luis Cobos sacó el disco "Hooked on Clasics", en el que con un fondo de ritmos típicos de gitanos con una cabra enlazaba piezas clásicas tocadas, éstas sí, por una orquesta filarmónica. Las piezas eran todas muy conocidas, el resultado era muy pegadizo y aquello fue un bombazo. Tanto que dio para varios Hooked más, no recuerdo cuántos.  A los melómanos se los llevaban los demonios. Para que nos entendamos: aquello era como si a usted le regalan una biblioteca de obras clásicas... todas en versión resumida y para niños. Un Quijote para niños, una Biblia para niños, un Hamlet para niños,... ¿se lo imagina? O que entra a una pinacoteca y todos los cuadros, la Gioconda, las Meninas, el Dos de Mayo o la Ronda Nocturna están dibujados por Uderzo, Mingote, John Byrne, Rossinsky e Ibáñez, grandísimos dibujantes todos ellos. Eso era Hooked.

Y, sin embargo, sonaba a música clásica. Las piezas eran de música clásica. Los instrumentos eran los propios. Luis Cobos era un reputado director de orquesta. Y, en mi opinión, aunque aquello no era música clásica, sí hizo muchísimo por divulgar la música clásica.

Volvamos a André Rieu. Si no ha llegado, adelante hacia el minuto 52. Presenta a un timbalero, y a su hijo. El Bolero, de Ravel. Bengalas entre el público.  Humo, efectos de luces. Banda de timbaleros, de uniforme napoleónico,... casi parece el concierto de una estrella de rock. Minuto 60, el bolero en su apogeo. Saltan las fuentes haciendo figuras de agua, cañones de fuego...

Pero retrocedamos: hacia el minuto 44, El Danubio azul. Gente entre el público bailando "un vals", o más bien la imitación que hacemos todos de un vals. ¡Cielos! ¿Qué va a pasar cuando ataque la Marcha Radetzky, si en Viena pasa lo que todos sabemos? Pues pasa lo que pasa, lanzamiento de globos incluido para que los exploten. Mi favorito es la señora del 50'38''. Vale que nuestra tradición europeo-televisiva es que hay que seguir el ritmo con palmas, pero ¿realmente necesita aplaudir de manera tan estentórea?

Con todo, mi mayor respeto por André Rieu, y reconozco que consigue mostrar la música clásica de una manera divertida. Sólo que quizá se deja a la Música Clásica por el camino.

Bueno, mire, si cree que me estoy pasando, vea este vídeo y aguante al menos treinta segundos: http://www.youtube.com/watch?v=r8ZKkm5N9oM. ¿Ha visto el toro? Sí, la música es, pero el espíritu de la pieza ha sido totalmente tergiversado. Lo que antes era admiración y reconocimiento, ahora es rechifla y mofa. André Rieu, señores. Y el público aplaude.

Yo no soy melómano. Mi conocimiento de la música clásica es relativamente superficial y mi amor no muy apasionado. Hay muchas piezas clásicas que me encantaría no haber escuchado, la verdad. Y no trago a Paganini. Una vez que la soprano alcanza un cierto nivel, ya no distingo su calidad: para mí, hay tres niveles, las famosas, Josica y las que escuchamos en los bodorrios entonando el Ave María, y por encima de Josica todas son excelentes. No distingo la calidad de la Sinfónica de Minsk o de la Sinfónica de Cleveland y no me entusiasma Beethoven. Pero cuando oigo a Rieu y veo al público de su Marcha Radetzky, pienso que al público le están vendiendo carne de gato como si fuera ternasco, y que el público, además, está convencida de que es ternasco. Y si no me cree, fíjese en lo que va después del bolero de Ravel y fíjese en los músicos... o en todo.

Después del bolero, el concierto de Berlín deriva hacia tonadas más populares en las que el chascarrillo y la algazara es más comprensible y recomendable: sí, termínelo, lo disfrutará. Y por último, para los que, como yo, se hayan ofendido un poquito: http://www.youtube.com/watch?v=WEt0pSfND8M






jueves, 18 de julio de 2013

Cómo ganar las próximas elecciones


Lo primero de todo, he de confesar que no estoy muy al cabo de la calle de lo que pasa. Hace mucho tiempo que no leo la sección de Nacional de la prensa, y mucho más desde mi último telediario. ¿Porqué no sigo las noticias? Porque sólo cuentan miserias. Y una cosa es que cuenten las miserias de los clientes habituales de Las Barranquillas, y otra que nos muestren que los líderes que hemos elegido y en los que confiábamos no son sino tan chorizos o ineptos o lerdos o aprovechados o arribistas o abúlicos como aquellos a los que descartábamos por razones similares.

Dicho lo cual, sí es cierto que tengo una ligera idea de qué está pasando. Parece ser que hay mucha mierda encima de la mesa y que hay mierda de sobra para todos. Y que el partido que no tiene mierda es porque no consiguió silla el día del reparto.

Por otro lado, hubo elecciones creo que en noviembre de 2011. Por lo que dentro de dos años, elecciones de nuevo. Pues bien, si a algún partido le interesara, ofrezco dos consejos para ganarlas de calle. Eso sí, hay que cumplir los dos, no vale seguir sólo uno.

Primer consejo: empiece ya a prepararse para las elecciones. No lo deje para los últimos seis meses, porque no le bastarán seis meses.  Digamos que hay tanta mierda por limpiar que no bastan seis meses, ¿entiende?

Y segundo consejo: que se presente otro.  No sé de qué partido es usted, pero sí que es usted un impresentable y que está lleno de mierda hasta arriba. Si quiere que su partido gane las elecciones, deje que quien se presente sea algún compañero sin mierda. Y apártese ya. Ha de quedar claro que a) el candidato de su partido no ha pillado mierda, b) el candidato de su partido no está pillando mierda ahora que podría, y c) el candidato de su partido no consiente que un compañero de partido siga pillando mierda un minuto más.

El partido que haga esto, que haga tabla rasa de métodos y cuadros, y presente una plana totalmente saneada, y que además haya convencido a los votantes (para lo que necesita dos años, y porque no hay más), de que al menos para ello los tiempos de la mierda están definitivamente atrás, ése, será el que gane. 

Ejemplo de aplicación: Presidente del partido, dimite. Inmediatamente, o antes de que acabe el mes, en todo caso. Tú y todo el Comité Federal/Consell Nacional/Cuadrilla Suprema, lo que sea. Que del partido salgan personas renovadas, en las que podamos creer y pensar que no son ni chorizos ni aprovechados ni arribistas (y tampoco ineptos, lerdos o abúlicos, claro).

Dicen los estudios  que los políticos son uno de los principales problemas de la sociedad española. Los políticos, no la política. Es decir, ustedes, no los militantes de su partido. De verdad, déjenlo. Dejen paso a otros. Y, por favor, no intenten defenderse diciendo que no han hecho nada malo, que sólo lo parece pero que la Justicia demostrará que no lo hicieron. Ya sabemos que no se les va a poder demostrar nada, pero es que no se trata de lo que la Justicia demuestre o deje de demostrar. Se trata de lo que nosotros pensamos de ustedes, que no se enteran.

Porque lo que es seguro es que los que se presenten cubiertos de mierda, ésos... Se lo imaginan, ¿verdad?

¡Qué ganas tengo de que lleguen los días en los que pueda volver a leer los periódicos enteros!

Llegó el verano


Esta mañana he ido a una obra en el extrarradio. Un tapón increíble; y es extraño que hubiera un tapón tan grande, porque no puede ser de gente que fuera a trabajar: llegarían todos tarde.

Después de la obra, tapón para regresar; aunque no era nada comparado con el que se formaba en dirección Sant Boi. En fin. Luego, tras una parada técnica, tapón en las entradas. Tapón en el centro. Me quedo sin gasolina. La gasolinera, a tope y más allá. Llego tarde a una reunión, llamo por teléfono: la telefonista lo comprende, dice que lo mismo les pasa a todos los demás. Dentro de la ciudad, tapón, tapón y tapón. ¿Qué pasaba hoy, que todos los coches estaban en la calle?

Cuando llego al garaje... el vacío. Los coches, que siempre están ahí, no están. Empiezo a entender porqué hay tanto atasco. Todo el mundo está circulando, debe ser que empiezan las vacaciones, este año debe de ser algo grande.

Pero lo que me ha dado la pista definitiva del éxodo enorme que se ha producido hoy: he visto una plaza para aparcar a 100 m de mi casa. Nunca, nunca, ni en los días más solitarios de agosto, había visto una plaza libre desde hace años, desde que pusieron la zona azul y verde.  Me he quedado de piedra. Hecho tan insólito, desde luego, debía reflejarlo en mi blog, y dentro de unos años releeré esta entrada y todavía me asombraré.



En fin. Es posible que este verano usted pase un día de relajo tomando el sol, seguramente en la playa, y al acabar se sienta tan cansado como si acabara de tener diez rounds con Mike Tyson. El protocolo dicta que en estos casos hay que decir "qué barbaridad, me siento como si saliera de diez rounds con Mike Tyson y no he hecho nada, sólo estar tumbado" o algo parecido. Es posible que en ese momento algún acompañante diga que "tomar el sol cansa". Es un hecho contrastado, seguro que alguien lo dirá. Si quiere, en ese momento tiene una gran oportunidad para sacar su alma de ingeniero y pedantemente explicar a su estulto o estulta acompañante por qué cansa tomar el sol.

La clave es enfocar la cosa como un ingeniero. No se vea a sí mismo como una persona, contémplese como una máquina. Una máquina sersuá, si le gusta hacer el chascarrillo, pero una máquina a fin de cuentas. El cuerpo humano es una máquina que en su apogeo está perfectamente engrasada y funciona precisa como un reloj.

Ahora, ponga esa máquina al sol, en verano. Calor, mucho calor. El cuerpo humano no es eficiente a altas temperaturas, así que tiende a regular su temperatura corporal. Cambia la piel, la humedad, la transpiración; se suda, cambia el ritmo respiratorio, la producción de saliva, ... el cuerpo hace muchos cambios insconcientes y, para llevar estos cambios a todas las zonas del cuerpo, cambia el ritmo de circulación. La sangre, en estos casos, actúa como un refrigerante, y eso salvará su cuerpo. La circulación en los niveles más superficial se activa al máximo, y para ello, además de un aumento del latido cardíaco, sus músculos - aunque usted no lo note- ayudan también a facilitar esta circulación. A su vez, el calor que capta la sangre debe disiparlo; por ejemplo, a través de los pulmones, como el aire como refrigerante. Y todo esto durante todas las horas que usted está "descansando".

Véalo como una  máquina. Diseñada para funcionar en un entorno, usted la ha puesto en otro más agresivo, que le exige un funcionamiento cercano a su límite. ¿Cree usted que el reajuste a ese ambiente no tiene un coste energético? ¿Cree usted que su cuerpo está exento de cumplir la segunda ley de Kelvin? Pues no, usted necesita consumir energía para soportar la exposición al sol. ¿Horas y horas? No se extrañe de que acabe cansado.


Por experiencia, acepte un consejo: no dé esta explicación salvo que todos los que le rodean sean ingenieros. De lo contrario le votarán para el premio a "Mayor pedante del milenio". Y no le ayudará a ligar con chicas.



jueves, 11 de julio de 2013

Zaragoza, mi ciudad


Mi tío César fue boy-scout. Cuando iban de excursión solían tocar el tambor al salir y entrar en la ciudad. Su infancia y la mía fueron en ciudades diferentes, eso está claro. Solo que se llamaban igual y ocuparon el mismo sitio.

Por si no se lo huele, este artículo va de recuerdos. Si cree  que al acabar va a considera que he sido un peñazo, acepte un consejo: no siga leyendo.

Cuando yo era chico, mis mayores y mis profesores de más edad solían contar historias de una Zaragoza que parece que existió, pero que yo no conocí y que desde luego no era la mía. También los chicos mayores contaban cosas, pero esta vez a menudo yo recordaba haberla visto (que no vivido, que por algo era más pequeño que ellos). Como es normal, muchas de las historias hablaban también de cuando mi colegio estaba en su sitio original. Sí, antes hubo otra ciudad, porque de hecho el edificio de Ibercaja no siempre estuvo allí, y yo llegué a ir al colegio en ese solar y puse petardos en la tapia, y recuerdo el gigantesco hoyo que excavaron. Yo me preguntaba ¿para qué ir tan hondo? La obra acabó y apareció un edificio de 14 plantas, todo de cristal, en el centro de Zaragoza. "La pecera", le llamábamos todos. Los más pensábamos que qué horror de edificio, pero luego nos dimos cuenta que, con el tiempo, la ciudad cambiaría y el edificio sería entonces el apropiado. Y creo que así es.

Llevo veinte años fuera de la ciudad. Vuelvo todos los años, pero de manera esporádica y a menudo como el médico: llego, saludo y me voy. Si puedo, no paso ni una noche. Y es que, verán, hace tiempo que no reconozco la ciudad. Y no es sólo que las afueras estén ahora más cerca (para el que llega), que los vecinos me hablen de sitios como "Valdespartera", "Montecanal", "Parque Goya" o "Puerto Venecia" como si siempre hubieran estado ahí. Tampoco es que el centro de la ciudad haya cambiado: se ha vaciado, sí, pero eso es lógico; por ejemplo, cuando era chaval en mi casa vivíamos 11 personas y ahora sólo viven 2, de los otros 9 sólo uno sigue viviendo en el centro, y en otra casa. 

Hay muchos cambios que me sorprenden: la carretera de circunvalación es ahora una avenida de lo más normal, y existen "cinturones". La forma de moverse en coche ha cambiado, y no sólo el tranvía la ha cambiado. Miren (para los que sean de allí), cuando iba a la fábrica salía de casa en coche, salía a la plaza Aragón, Independencia, plaza de España, coso y calle Alfonso hasta la plaza del Pilar. En la plaza giraba a la izquierda y a la derecha para rodear el templo, y salía al Ebro. Cruzaba el río, y después del puente de la autopista cogía ¡la carretera! hasta Villanueva. Creo que hoy en día sólo se mantiene cruzar el río y llegar casi al puente de la autopista. O, por ejemplo, en cierta ocasión, entrando (lanzado) por la vía Ibérica, mi coche se quedó sin frenos. Conseguí pararlo poco a poco justo antes de llegar a Fernando el Católico. ¿Dónde me habría matado, en la actualidad?

Y si siguiera, hablaría de la estación de tren, del mismo tren, del puente de la Avenida de Madrid (o de la misma avenida),...

Tampoco les estoy hablando de recuerdos antediluvianos, de cuando el camino de las Torres (a dos calles de mi casa) era una acequia con juncos y una valla metálica para no caerse; de cuando los escasos semáforos que había entraban en ámbar a las 10 de la noche y en cada uno estaba la señal que decía "en caso de semáforo intermitente o apagado ceda el paso". O de cuando la universidad estaba en la plaza San Francisco y la Feria de Muestras se montaba... en la Feria de Muestras, que se decía entonces.

No, el cambio que más me afecta es más sutil, pero pienso que más profundo, porque se refiere a cómo vive la gente en la ciudad.

Verán, creo que todo empezó con El Corte Inglés - los viejos me dirán que no, que mucho antes, pero eso a mí me da igual-. Antes, Gay aparte, el centro de la ciudad estaba en el Paseo de la Independencia; concretamente, en el semáforo que permitía pasar de Galerías Preciados a SEPU (en realidad, en sentido contrario a mediodía pues SEPU cerraba para comer). Todo estaba allí: los centros comerciales principales, el Heraldo y la heladería, las grandes librerías, las cafeterías y bares (para los mayores), y, sobre todo, LOS CINES. En las columnas de los porches se colgaban los carteles de las películas, uno paseaba y elegía. Y casi seguro que el cine estaba al lado.

En aquella época, los cines funcionaban de manera diferente. Para empezar, las sesiones eran fijas: a las 5, a las 7 , a las 9 y a las 11.  Que una película se saliera de ese horario era extraordinario. Y también la cartelera: las películas duraban semanas, y en el Heraldo se decía cuántas llevaba en cartel: tres, seis, dieciocho, seis meses. Cuatro sesiones diarias, y una película aguantaba tres meses en un mismo cine. Otra época, ¿verdad? Ahora piensen que había muchísimos cines: Actualidades, Argensola, Avenida, Iris, Dorado, Coliseo, Latino, Coso, Mola, Elíseos, Gran Vía, Cervantes, Quijote, Fleta, Palafox, Rex, Roxy, Victoria, París, Palacio, Torrero, Venecia, los Buñuel (eran cuatro salas pequeñisimas, era "especial")... Y al que yo más fui era fuera de cartel: el cine de mi colegio echaba una película infantil de reestreno los sábados por la tarde, cada sábado una distinta. Y la entrada valía tres veces menos que en los cines titulares.

 Cuando abrió el Corte Inglés, la ciudad cambió. Recuerdo una entrevista de la época a (creo que se llamaba) Curro Fatas, el vocalista de Puturrú de Fua, que definía Zaragoza como el Casco Viejo, su territorio, y "el resto son calles que llevan al Corte Inglés". Y realmente estaba dando en el clavo. El centro se desplazó. Y lo hizo de una manera tan radical que el semáforo que permitía conger el Paseo de las Damas desde la Plaza Paraíso se colapsaba de tal manera - y con ello el tráfico de la plaza, y se imaginan lo que significaba- que el ayuntamiento decidió prohibir ese giro. La gracia que les debió hacer a los del C.I., que habían diseñado su aparcamiento para que se entrara desde ese semáforo. Que por cierto, si alguien de por allí, "nuevo" en la ciudad, se ha preguntado cómo es que el aparcamiento del Corte Inglés tiene tan mal acceso, ya lo sabe. 

El impacto en el comercio del barrio también fue radical. Cerraron muchísimas tiendas "de barrio", y su lugar lo ocuparon las agencias de viaje y las tiendas de ropa (no es que antes no hubiera, pero eran tiendas "familiares", de hecho la tienda de ropa de moda era la "Boutique Julia", creo que se llamaba, en Francisco de Vitoria con León XII). Las tiendas cerraron, el barrio evolucionó y la ciudad evolucionó. Puede que no tuviera nada que ver (y de hecho lo mismo ha ocurrido en muchas otras ciudades), pero lo cierto es que a partir de entonces los cines ya no estaban en el centro de la ciudad y fueron cerrando, SEPU cerró, Galerías Preciados se lo quedó El Corte Inglés. Luego abrieron los centros comerciales, el PRYCA del Actur, Grancasa, Augusta y todos los demás. Y trajeron los multicines, con su manera diferente de ver el cine... y los horarios extraños. La gente ya no tenía que venir al centro, y más inimaginable aún, la gente que todavía quedaba en el centro empezó a ir a los barrios, a los centros comerciales. Las vías de circulación por dentro cambiaron porque se prohibieron giros clave, se peatonalizó la plaza del Pilar y el final de la calle Alfonso, luego la calle entera, ya no llevo la cuenta de la de cosas que han cambiado.

Cuando vuelvo a casa, me cuesta reconocer los sitios. Las tiendas que recuerdo ya no existen, se compra en tiendas que no conozco. No me oriento con los cinturones, me llevan por sitios por los que no sabía que se podía pasar salvo que fueras un pastor y las ovejas te tiraran para allí. La Universidad ha cambiado, la vida en general ha cambiado, la gente se ha adaptado perfectamente y yo ya estoy muy lejos de tener la soltura que tenía a los 16, el guía apache de cualquiera que quisiera conocer mi ciudad. Les parecerá una chorrada, pero sirve como muestra: mi Colegio de Ingenieros estaba en un piso en la calle Sanclemente, un 6ºA, y tenía a cuatro personas: Ángela, Mariángeles, María Jesús y Fina. Y punto. Ahora está en no sé qué edificio por la Plaza de España, con no sé cuántas plantas y ni idea de cuántas personas trabajando allí. Me fui, y cuando vuelvo no me encuentro lo que he dejado. Normal, probablemente no debería esperar otra cosa, pero... cuesta.



Mi tía vivía en el Paseo del General Mola. Hace muchos años,se le cambió el nombre a Paseo de Sagasta. Aquello no me sentó bien y le protesté: ¿qué te parece que te cambien el nombre de la calle en la que has vivido siempre? Mi octogenaria tía me contestó que no le importaba, que de hecho ella ya vivía allí antes de que se llamara General Mola, se llamaba Sagasta, y antes aún tenía otro nombre. Yo no lo sabía. Para mí esa calle era Mola "de toda la vida", vamos, que los romanos fundaron la ciudad sobre Salduba, un poblado íbero que había en torno al "camino de Mola". Era un niño, y no sabía que las ciudades cambian.

miércoles, 3 de julio de 2013

Límite 35


http://www.youtube.com/watch?v=XQkZif67Kik

Nota preliminar: este artículo no va sobre conceptos técnicos, ni mucho menos versa sobre el pandeo.

Si usted coge una hoja de papel con ambas manos, una por cada extremo, y estira, notará que la hoja opone resistencia. Si, en cambio, intenta juntar las manos la hoja se doblará con facilidad y podrá juntarlas sin problemas.

Creo que todos estamos de acuerdo en que robar está mal.. Pero como no somos un pais islámico, en vez de cortarle las manos al canalla solemos conformarnos con que el juez le dé una aleccionadora reprimenda, unas veces, le mande al trullo otras o simplemente le pregunte al policía si sabe 7 vertical burro, siete letras, las más de las veces. ¿Y cuándo opta el juez por una cosa u otra? Bueno, en primer lugar creo que suelen diferenciar si el robo es una falta o un delito. Porque, claro, no todos los robos son igual de malos.

Sí, no es lo mismo robarle a un crío el dinero que se ha ganado para chucherías, a unos jovencitos el dinero de la entrada del cine, a una madre de familia en paro el dinero con el que va al mercado o a un futbolista de la selección española cien mil euros que iba a jugarse al strip-poker, pongo por caso.  Así que se ponen reglas que establecen los límites. Y ahí está el tema.

Un posible método es, simplemente, establecer una cantidad. Por ejemplo, robar menos de 300 euros no pasa nada, robar más de 300 es ya un delito y robar más de 300.000 es un delito muy gordo. Bueno, vale, es un método; si ésas son las reglas de juego, pues bien, todos sabemos a qué atenernos. 

Pero ahora que imaginemos que se le hubiera pedido a un comité de ingenieros (es importante que sea un comité con al menos tres ingenieros) que establezca el límite. No tengo la menor duda de que el límite se establecería mediante unas curvas generadas por una fórmula que incluiría la cantidad robada, sí, pero también la edad del ladrón y de la víctima, la base liquida imponible anual de cada uno durante los últimos cinco años, las cargas familiares que tengan, el estado laboral, el valor promedio del índice Nikkei de la semana anterior, el día de la semana y del mes y la latitud y longitud del punto donde se cometiera el robo. Y por supuesto la fórmula incluiría cuadrados y números al cubo, raíces cuadradas, el número pi y la constante de gravitación universal, por lo menos, con muchas letras griegas y subíndices por todas partes. Vamos, que cuando la policia trincara al listo, irían todos (jueces y abogados incluidos) en procesión a una pitia para que ésta les dijera el grado de robo que se había cometido...

Volvamos al papel; estábamos en que se había doblado.

Es posible que, si no es usted ingeniero, se pregunte por qué ocurre esto. Puede que lo primero que piense es que el papel es un material que resiste la tracción y no la compresión. Y, sin embargo, el papel no se ha roto. No ha quedado permanentemente deformado, ni aprecia secuelas de haberlo doblado.

De hecho, si al principio ha cogido el papel en el sentido alargado y ahora lo prueba en el sentido corto, es posible que note que ha de hacer un pelín más de fuerza para que se doble.

¿Y si coge la hoja, la enrolla formando un cilindro y la pega con celo, y prueba ahora a apretarla? Vaya, de repente necesitará hacer mucha más fuerza que antes, y si ya lo enrolla en el sentido largo, ni le cuento. Si lo hace bien, puede tener que hacer hasta 15.000 veces más fuerza; si antes le bastaba con 10 gramos, ahora necesitaría 150 kg. Y sin embargo... la cantidad de papel que está apretando es la misma, ¿verdad?

Está claro que aquí interviene algo que no depende del papel; tiene que ver con la forma del elemento que apretamos.

El fenómeno que ocurre, lo que hace que un elemento comprimido se doble y pierda la forma, se llama pandeo. Si al elemento se le exigiera un comportamiento resistente, tendríamos que puesto que no se ha roto, no ha fallado por compresión, sino que ha fallado por pandeo.

Y teniendo en cuenta que incluso la silla en la que está usted sentado le está soportando y usted quiere que así sea, incluso la silla ha de estar diseñada para que no pandee bajo su peso. Quiero decir, para el que se dedica al cálculo de estructuras el pandeo es algo omnipresente y de vital importancia.

Mucho se ha escrito y mucho se escribirá sobre el pandeo. Qué diantres es exactamente, cómo se produce, cómo se evita y sobre todo cómo se tiene en cuenta en el cálculo de estructuras. Repito que es la madre del cordero y que el hombre que domina el pandeo dominará el mundo. Así que este tema me viene que ni pintado para lo que les quiero decir.

Verán, hay cosas que no pandean. Si aprieta un libro de frente, apretando la portada, el libro no pandeará. Jamás. Antes reventará,  cuando usted empiece a aplicar cientos de kilos por centímetro cuadrado. ¿Verdad? Pues con el resto de las cosas igual. Hay veces que no pandean. ¿Cuándo no pandean? ¡Ay, amigo!

35. En las estructuras de hormigón, hasta el 2009 se consideraba que un pilar de hormigón no pandeaba si su esbeltez mecánica es menor que 35. Que en un pilar normal equivale a decir que la altura no supera diez veces el lado del pilar. Por ejemplo, en un edificio con 2,88 m entre plantas no pandean los pilares de 30 cm de lado o más. ¿Fácil, no? Sí, lo es. O lo era, mejor dicho. Hasta 2009.

¿Qué pasó en 2009? Que apareció la nueva norma de estructuras de hormigón. Y en el momento de decir algo tan sencillo como "No es necesario comprobar el pandeo cuando la esbeltez sea menor que 35", la norma dijo:

Por supuesto, e1, e2, v,y todo eso se han de determinar a su vez, y no les quiero contar.

Total, ya les digo yo que, normalmente, dará 35. Más o menos, por ahí andará. 

Entonces, ¿cuál es la diferencia entre la norma anterior y la nueva? Que con la nueva norma NECESITO UN ORDENADOR. ¿Han visto la cantidad de cálculos que habría que hacer? ¿Para cada pilar del edificio, y además comprobarlo a posteriori porque la formula se basa en datos (el armado del pilar) que sólo se saben después de calcularlo? Que sí, que dará igual, pero simplemente uno ya no puede calcular a mano. Ha de tener un ordenador que sea el que calcule.

Porque esto nos pasa con todo. Lo que antes era un simple número, un mísero 35, ahora es un arcano que sólo sabe el ordenador; ni siquiera el calculista, porque el ordenado escupe directamente el pilar que hay que poner, y punto pelota.

Y con todo, me refiero a todo. Pensaba contar aquí el mismo problema en las estructuras de acero, pero es que ahí ¡es aún más complicado!

Sí, ya sé que me repito más que el ajo (por ejemplo, aquí), pero es que...  Miren, todos usamos ordenadores. Son una herramienta excelente e imprescindible para obtener la productividad mínima que se exige hoy en día. Pero en nuestro caso nos hemos pasado de la raya. Nos sustituyen, los calculistas nos estamos convirtiendo cada vez más en meros operadores de programas. Y lo estamos haciendo nosotros mismos, porque las normas las creamos nosotros, los ingenieros. Al diseñarlas sólo para ordenadores, es lógico que sólo las sepan y las apliquen los ordenadores.

Por supuesto, casi todo el mundo piensa que exagero. Los de fuera, porque se niegan a creerlo, ya que en sus casos lo ven imposible (ningún ordenador puede hoy imitar el sentido de un arquitecto); y los del gremio, porque ellos todavía saben de estructuras, no se sienten sustituidos. Claro que no, yo tampoco me siento sustituido por un ordenador; de momento, es él el que me obedece a mí. Pero hablo del futuro. De que los que sabemos vamos camino de jubilarnos y los que llegan ya se sentarán con el ordenador.

Como si hubiera una máquina que con apretar un botón que cambiara la rueda del coche. ¿Cuánto tardaríamos en olvidarnos cómo se cambia la rueda de un coche?

¿Cuánto tardaremos en olvidarnos que por debajo de 35 no hay pandeo? Los viejos no lo olvidaremos nunca, los nuevos no lo sabrán nunca. Echen ustedes la cuenta.

Lo que peor llevo es que cuando esté próximo a la jubilación y saque en una discusión el 35, los demás, mucho más jóvenes, me verán como si les hablara en griego antiguo. Que la sociedad se quede sin ingenieros capaces y acabe yéndose al garete, la verdad, si ocurre ya me dará igual, que no me pilla.