Cuesta creerlo, pero hay novelas en las que los ingenieros son los protagonistas. Y no, no son novelas de ciencia ficción; bueno, quizá sí son de ciencia ficción (¿un ingeniero protagonista? ¿cuándo se ha visto?), pero a simple vista no las catalogamos de ciencia ficción sino de aventuras. Sí, sí, de aventuras. Hay novelas de aventuras donde el protagonista es un ingeniero. Y no hablo de novelas de aeropuerto, no. Hablo de Novelas, de best-sellers mundiales. Sigan leyendo, y verán.
Primero, y para que se hagan una idea, déjenme comparar. Robinson Crusoe. Les suena, supongo. De Daniel Defoe, 1719. Habrá visto la película, o quizá leído alguna adaptación en tebeo, relato para niños o relato para españoles. Puede que incluso haya leído la novela completa. Aunque lo dudo, pero podría ser. Bien, sabrá que el bueno de Robinson Crusoe, QUE NO ERA INGENIERO, se construyó su casa, sus herramientas, su banco, su mesa, etc. Pero si ha leído la novela original, no abreviada,recordará... que su primera tabla le costó años construirla. Estuvo un porrón de años en la isla, y los primeros fueron una auténtica penuria (que sobrellevaba gracias a un único libro que tenía, no les diré cuál). Era torpe. No tenía herramientas. No sabía. Sí, ya sé que eso sólo puede durar cinco minutos en las películas y en los resúmenes infantiles, pero esa etapa ocurre y dura un montón de capítulos en la historia original.
Dicho lo cual, presentaré una gran novela de aventuras, esta vez sí, protagonizada por un ingeniero y que además ejerce como tal: La isla misteriosa, de Julio Verne, 1874-1875. Durante la guerra civil americana, unos prisioneros liderados por un ingeniero se escapan en un globo aerostático que casualmente estaba amarrado en la plaza de la ciudad donde les habían cogido y cuando están en el globo una fuerte tormenta les lleva al quinto pino, al océano, a una isla misteriosa. Allí, el ingeniero, Ciro Smith, se revela como un auténtico titán del conocimiento, la técnica y el bricolage y resuelve todos los problemas que se les presenta. Sabe de todo, de agricultura, de física, de química, de lo que ustedes quieran. Pero no sólo sabe. Además, fabrica. Cualquier cosa.
"Al día siguiente, Ciro Smith encontró mineral de hierro en un yacimiento a flor de tierra, casi en las fuentes mismas del arroyo, al pie de la base de uno de los contrafuertes. Recogióse también la hulla, como el mineral, sin mucho trabajo y casi en la superficie del suelo. Ante todo, procedieron a romper el mineral en pequeños trozos, quitándole con la mano las impurezas que manchaban su superficie. Después con el carbón y el mineral formaron una pira de capas sucesivas y alternadas, como hace el carbonero con la leña que quiere carbonizar. De este modo y bajo la influencia del aire inyectado con el fuelle, el carbón se transformó primero en ácido carbónico, y después en óxido de carbono, encargado de reducir el óxido de hierro. La operación fue difícil. Se necesitó toda la paciencia y todo el ingenio de los colonos para llevarla a cabo; pero al fin salió bien y el resultado definitivo fue una mole de hierro reducida al estado de esponja, que hubo que forjar para quitarle la ganga líquida que contenía.
Después de muchas fatigas, el 25 de abril habían forjado varias barras de hierro que transformaron en pinzas, tenazas, picos, azadones y toda clase de herramientas que a los ojos de Pencroff y de Nab eran verdaderas joyas."
No sé si el fuelle, del tipo de chimenea, se lo había fabricado el bueno del ingeniero o estaba en el globo, pero sin duda es pecatta minuta para un tipo que es capaz sin ninguna herramienta metálica de extraer hierro y carbono, montar un alto horno generar la temperatura suficiente (ahí sí, tenía un fuelle de chimenea) y fabricar azadones, picos ¡y tenazas!
¡Y yo que estaba tan orgulloso por montar las mesas de IKEA y poner las cadenas al coche! ¡Menudo ingeniero de pacotilla estoy hecho! Y usted no se ría, si no es capaz de fabricarse usted mismo su propio acero tampoco hinche mucho el pecho.
Que, por supuesto, el amigo Ciro Smith no se detuvo en el hierro, luego montó una planta química con la que fabricó nitroglicerina para hacerse unos explosivos para vaciar un lago y hacerse un pequeño palacio en una montaña de granito...
Una novela amenísima, que les recomiendo encarecidamente. No le tengan en cuenta al bueno de Julio Verne su falta de rigor técnico, el ritmo novelesco lo exigía, y descubrirán que la historia es fascinante. Y si usted es ingeniero, pues tampoco se sienta usted un miserable, ya le aseguro yo que Verne exageraba un poquito. Intente leer la novela como un no-ingeniero, sonría un poco cuando Smith haga unas maravillas de las suyas y ya está. Verá lo buena que es.
La segunda obra también tiene como proptagonista a un ingeniero, esta vez en solitario. Más aún, como se encarga el autor de recalcar varias veces, un ingeniero de armamento. En su vida normal tenía una fábrica de armas, que se conoce que debe ser lo más, porque la habiilidad de nuestro héroe convierte a Ciro Smith en un palurdo cromagnon. Hablamos, claro está, de Un yanki en la corte del Rey Arturo, de Mark Twain, 1889. De nuevo película, adaptaciones infantiles, dibujos animados, lo que sea antes que leer la novela entera, ¿verdad? No se avergüence: en mi caso, el buen gusto que me dejó la adaptación de aquellas "Novelas Ilustradas" de Bruguera hizo que hasta bien mayorcito no leí el texto original.
A diferencia de Verne, la obra de Twain deja un cierto regusto amargo (para un europeo): es una crítica constante a la estupidez de tener rey, un ciudadano por encima de los demás, y se recalca constantemente que es el genio del hombre libre, el ingeniero Hank Morgan, el que prevalecerá siempre. Pero, salvando esta impertinencia, la obra es buenísima.
Solo que ¡joder!, el tío hace de todo y en pleno siglo VI. Y no me refiero a extraer hierro, vaya chorrada, eso lo hace cualquiera en el jardín de su casa. El tío construye bicicletas. A cientos. Organiza un escuadrón de caballeros ciclistas. Monta un periódico, con su imprenta, rotativas y todo lo demás. Establece el telégrafo en el reino. Monta una línea defensiva con campos de minas y vallas de alambre electrificado. Industrializa Camelot, construye fábricas, todo tipo de armas, escuelas (de ingeniería),... Cuando la leí, de niño, ¡qué tío, Mr. Morgan! Cuando la leí ya de mayor, ¡qué tío, Mr. Twain! ¿Cómo puede pretender que creamos una línea de lo que dice?
Es la pega de ser ingenieros. Donde los demás ven aventuras, misterio e inventiva nosotros vemos simplezas, patrañas e inventiva (del autor).
Pero claro, ni Verne ni Twain eran ingenieros ni sus lectores lo son; con un poquito de conocimiento general, los dos lo bordan.
Así que ya ve: hay grandes novelas, con ingenieros ejerciendo de tales como protagonistas, que son apasionantes. Claro que, en estos tiempos de internet, foros y redes sociales, ningún guionista de Hollywood se atrevería a hacer una teleserie de ingenieros. Lo máximo, McGyver. Y así nos va.